Una tarde excitante con dos chicos
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Mi nombre es… Bueno, mi nombre no importa y prefiero no decirlo. Sólo diré, porque es importante, que soy una chica de 22 años que estudia en la Universidad de Barcelona. Nunca he salido en serio con ningún chico y mis relaciones sexuales hasta hace unos meses eran muy esporádicas y bastante tradicionales. Nunca he sentido nada especial al acostarme con un chico, siempre he tenido la luz apagada y nunca he visto el cuerpo desnudo de mis amantes.
Vivo sola, en un departamento del centro. No soy de Barcelona. Mis padres me envían dinero para que me concentre en mis estudios y no me preocupe de nada. En principio parece un buen trato, pero la vida en Barcelona para alguien de fuera puede ser un poco difícil cuando sólo te limitas a ir a clase y tomar apuntes. Ir a comprar, hacerte la comida, recoger la casa y estudiar para luego cenar y marchar a la cama. De vez en cuando me quedo a tomar algo con unas amigas de clase y sólo un par de veces me han ligado y he acabado en un lecho ajeno, pero nada espectacular.
Por error hace unos meses llegó a casa un libro de una tienda por correo. Iba a nombre del antiguo inquilino y lo encontré en mi buzón. Durante dos semanas estuvo envuelto, pero un día me picó la curiosidad y lo abrí. Era una colección de cuentos del Marqués de Sade. Lo metí en un cajón y me olvidé de él, no me interesaba, pues estaba en periodo de exámenes y no tenía tiempo más que para estudiar. Odio ver la tele, de hecho ni siquiera la tengo, por eso, en un descanso abrí el libro y me resultó perturbador, extraño… Las situaciones que planteaba me producían gran curiosidad. Mencionaba prácticas sexuales que me parecían como mínimo extravagantes. Las protagonistas de las historias hacían cosas que yo ni me había planteado. Me parecían un poco manipuladas por la mente del autor; al fin y al cabo, un hombre; y es un hombre quien las “sometía”.
Terminaron los exámenes y quería ir a casa a ver a mis padres unos días, pero empecé a darle vueltas a una de las historias. Es difícil de explicar, sentía un vacío, una gran duda y un deseo oculto; una idea me sobrevino. Empecé a temblar y me tuve que dar una ducha para despejarme. Al salir de la ducha me tumbé en el sillón y me quedé dormida. Tuve sueños revueltos y turbadores. Me desperté de repente y tenía la entrepierna súper mojada, me tuve que duchar de nuevo. Me di cuenta de que lo prohibido me llamaba. Era un deseo oscuro, un poco sucio; pero enormemente excitante, y tenía que hacerlo.
A la mañana siguiente fui a una Facultad que no era la mía (no diré ninguna de las dos) y puse un anuncio que ha dado lugar a lo que la gente llama una “leyenda urbana”. Cuando lo escucho me río porque realmente sucedió y yo fui la protagonista. Me aseguré que no había nadie mirándome y lo puse dentro de un anuncio de alumnos. El anuncio decía lo siguiente: Chica buenísima onda, busca chico discreto para que la inicie en la sodomía. Y debajo mi número de celular y salí corriendo. Temblaba pensando en lo que acababa de hacer. Esa misma tarde recibí siete llamadas pero no me atreví a responder a ninguna, y apagué mi teléfono un poco avergonzada. Cené y me fui a la cama pero no podía dormir, estaba muy nerviosa. Mi celular estaba en mi mesita y no dejaba de mirarlo. Me decidí a conectarlo. Sólo quince segundos después me llegó un mensaje, lo habían enviado media hora antes. Decía lo siguiente: He visto tu anuncio. Un amigo mío y yo queremos conocerte, somos de fiar. Si estás interesada házmelo saber y te daré mi dirección. Te prometo discreción.
Empecé a notar mis latidos en las sienes, mi respiración agitada y mi nerviosismo patético; me mordí el labio inferior y me decidí a responder. Me temblaban los dedos y sólo pude escribir “lo estoy” y lo envié. Me contestó con su dirección y una hora. Le hice una llamada perdida para confirmarlo… Apenas puede dormir esa noche. Al día siguiente no tenía clase y me quedé en la cama hasta las doce. Me levanté al mediodía. Comí, me duché y volví a echarme sobre el sillón esperando que pasara el tiempo. Estaba histérica, lo deseaba, lo deseaba mucho, pero iba a encontrarme no con un extraño, sino con dos, pero tenía dudas…
No voy, no iré… ¡Ni que estuviera loca!… – Pero lo estaba deseando, lo único que hacía era justificarme a mí misma. El encuentro no era muy lejos de mi casa, 20 minutos; y media hora antes salí de casa. Llevaba puesto un jersey y unos vaqueros azul oscuros con lo que me veía bastante nalgona pues me quedaban untados. Era marzo y en Barcelona el tiempo era un poco frío aún. Llegué al sitio con el corazón en la boca. Me planté frente a la puerta. Creí que me desmayaría, y en un impulso apreté el timbre. A los cinco segundos me abrieron… Era un chico de dieciocho años, de físico vulgar, mediana estatura, ni gordo ni flaco; moreno ojos marrones. Muy español. Me saludó y entré.
Era una casa antigua. Allí estaba su amigo, que era casi igual que él, pero bastante feo. Tenían puesta música chillout y estaban bebiendo whisky bailey’s, para calmarse, claro. “Tontín”, el menos feo se dirigió a mí: Entramos a la sala donde había unos sillones y nos sentamos.
– Hola nena, me llamo…
– ¡No!, nada de nombres por favor – creo que lo dejé un poco asustado.
– Como quieras… ¿Quieres tomar algo?
– Sí, lo mismo que ustedes…
“El Babas”, el más feo, me preparó un vaso con torpeza. Me lo bebí con la misma torpeza. Evitábamos mirarnos fijamente, todo era muy violento, ridículo. Estaba arrepintiéndome… Me hablaron de los discos que tenían, del tiempo en Barcelona, y de todo lo alejado del asunto que allí nos reunía. Yo no paraba de beber bailey’s y ya estaba por el segundo trago. Mientras pensaba: “En cuanto me termine este vaso pongo una excusa y me voy, me voy… Esto es una estupidez. Les diré que era una broma y en paz…”. Los chicos no cesaban de hablar y yo bebía, mientras el licor hacía su efecto. Me relajé, pero seguía decidida a irme. Ya llevaba diez minutos en ese apartamento, y según yo, había tardado demasiado. Me levanté y dije:
– Bueno…
Empecé a caminar hacia la puerta ante el asombro de los dos muchachos, me iba. Pero vi la puerta del dormitorio abierta y me asomé. Había una cama muy grande y una lámpara cubierta con un pañuelo azul oscuro que dejaba el cuarto en una curiosa penumbra azul.
– Se han preparado muy bien, ¿eh?… -, dije.
Era el momento…
– ¿Empezamos?… -, dijo “Tontín”.
Noté una gran excitación, ¡iba a hacerlo!… Asentí con la cabeza, el whisky hablaba por mí. Los dos se dirigieron hacia la puerta del dormitorio; los dejé clavados porque me dirigí al ventanal del comedor y con violencia bajé las persianas, dejé la sala a oscuras. Me sentía ansiosa y con ganas de que me dieran fuego…
– Prefiero aquí… -, dije.
Ambos estaban asustados. La sala a oscuras y sólo se veían perfiles azules debido a la escasa luz del dormitorio. “El Babas” quiso besarme, pero me negué.
– Nada de besos, ni de meterme mano; no me excita ahora. Sólo quiero… Bueno, ya saben qué, ¿no?…
Me miraron asombrados. Empecé a desabotonarme los jeans, tenía prisa. Me giré y los bajé hasta las rodillas, sabiendo que sus miradas acaparaban mis nalguitas. Me dejé los calzones y mi jersey puesto, y me puse de rodillas encima del sofá, incliné mi redondo culo y supe que se habían atragantado al ver mi enorme trasero de nalgas redondas y aterciopeladas. Oía sus respiraciones agitadas, la mía también lo estaba, y todos estábamos nerviosos y excitados. Me bajé las pantaletas y quedaron mis nalgas altivas y retadoras.
– Te pondré un poquito de crema… – dijo la voz de “Tontín”.
– Si, gracias… pero antes, caliéntala con las manos
Oí cómo se echaba la crema en las palmas y las frotaba. Me estaba poniendo muy tensa. Intentó abrirme las nalgas y deseé sentir su lengua en mi ano, pero sabía que con la crema, la penetración sería más fácil y me quedé con las ganas de sentir una lengüita en mi culo.
– Abre un poco las piernas
Obedecí y separé mis rodillas. Me sentía como una mujer de los relatos de Sade, sumisa, expectante. Mi trasero en pompa expuesto y dispuesto a recibir una rica verga que lo abriera completamente. De pronto sentí su dedo embadurnado de crema sobre el borde de mi ano, estaba tibio; así que mi culo se contrajo un poco; y debido a la impresión, lancé un quejido pero no quería parar. Empezó a embadurnar las rugosidades de mi ano, mientras yo movía el trasero al compás de las caricias. Era una sensación dulce muy agradable, y creo que empecé a mojarme.
– Métele el dedo hasta el fondo-, oí que dijo “El Babas”
Poco a poco su dedo avanzaba hacia el centro, todavía con mimo. Tratando mi culito con mucha delicadeza, por eso mi esfínter empezó a relajarse. Él se dio cuenta y comenzó a presionar ligeramente. Por fin mi culo empezaba a ser perforado. Estaba mereciendo la pena, ya lo creo. Metió hasta la segunda falange y musité algo.
– ¿Qué?… -, preguntó él.
– Que lo muevas en círculos…
Así hizo y me relajé. Sentía cómo el borde de mi recto rozaba con la suave piel de su dedo. Era dulce, muy dulce. Entonces apretó más, firme aunque lentamente. Por fin metió enterró su dedo hasta el fondo de mi culo. ¡No podía creerlo!, nunca me lo había ni tocado para excitarme y ahora tenía metido el dedo de un desconocido mientras otro me miraba. Lo movió más rápidamente y nuestras respiraciones se lanzaron a la carrera.
– ¡Qué rico, que rico!… ¡Mmmm!–, dije.
– ¿Te gusta?
– Mucho… ¿Y a ti?
– ¡Me enloqueces nada más de ver como lo meneas, mamita! ¡Estás muy culona! – noté entonces que su voz cambiaba, se excitaba muy violentamente.
– ¡Cógetela ya!… – agregó “El Babas”.
Acepté remisa. Ya no tenía tanta prisa, pero di por hecho que él sabía más que yo de aquello. Porque antes de esa tarde sólo sabía lo que había leído en un libro de un señor que había muerto hacía unos siglos.
Oí cómo se desabrochaba el pantalón y buscaba su polla de entre sus calzoncillos. Se la sacó y de inmediato escuché el sonido de su verga mientras se la meneaba. Siempre me ha repugnado ese sonido, de hecho he tenido un poco de reticencia a tocarlas y ya no digamos mamarlas. Aquel sonido me resultaba sencillamente asqueroso, por fortuna estaba muy excitado y tardó poco en conseguir una erección aceptable para ponerse el condón. De buenas a primeras sentí algo plano y duro sobre mis nalgas, era su glande. Mi culito era muy sensible y distinguí perfectamente el depósito de la punta del preservativo. Me asusté, pues no creía que eso fuera a entrarme. “Tontín” empezó a empujar. Dolor, era algo así como cuando tomas mucho aire y no puedes soltarlo. Me sentí presionada, me dolía.
– ¡Espérate, me lastimas!… – dije asustada.
– Tranquila, siempre es así al principio-, decía “Tontín” entre jadeos- ya te acostumbrarás.
Lo di por bueno dando debido a mi ignorancia, pero me dolía. Hundí mi cara en el reposabrazos del sillón, con lo que quedé más empinada y mordí el sillón y el sabor era seco, y sabía a polvo; en esa casa no limpiaban a menudo o ese era un sillón muy viejo. Mientras, sentía cómo su reata entraba poco a poco en mi recto. Me la metió hasta la mitad y se quedó quieto, esperando a que yo me acostumbrara a su grosor… Me acordé de la primera vez que cogí con un chico de mi pueblo en su coche; creí morir hasta que me la encajó toda. Esta vez era igual pero la presión era mayor. Le pedí un respiro y aceptó.
Los músculos de mi ano estaban tensos y necesitaban relajarse, él pareció darse cuenta y aplicó más crema, se lo agradecí desde lo más profundo de mi alma pues sentía que su lanza me quemaba, y de veras que fue un respiro para mi culito que ardía. Después empezó a sacarla y meterla hasta donde la mitad y aquel vaivén me pareció de lo más delicioso. ¡Al fin me estaban culeando, me sodomizaban, o como dicen algunos, me estaba dando por culo y me gustaba!… Comencé a jadear y a retorcerme a cada empellón de verga y sintiendo que lo peor había pasado, seguimos cogiendo unos cinco minutos. Sentí que la verga de “Tontín” crecía dentro de mi culito, ¡Iba a disparar su leche dentro de mi ano! Entonces pasó lo inevitable, el chico tomó aire, se afianzó a mis ancas y empujó su fierro dentro de mis entrañas, muy, muy adentro, tanto que tocó mi vagina con sus testículos. Eso me dolió mucho, muchísimo y ahogué un grito y empecé a chillar, pero “Tontín” no cejaba. El problema era que yo no era capaz de decir nada, sólo lloraba y él seguía arponeando mi culo, sin escuchar mis lamentos; no la tenía muy grande pero aún así me dolía.
Me agarré con ambas manos del sillón y las cerré con fuerza, mientras mis piernas temblaban al sentir los zarandeos de mi amiguito. Estaba confundida, pues sentía dolor y terror, me sentía violada pero no era verdad, simplemente mi amante estaba siendo demasiado efusivo; de pronto se detuvo, ¡se había corrido!… ¡Uf!. La sacó despacio, muy lentamente, y entonces me oyó llorar.
– ¿Estás bien?… -, dijo con voz de preocupación sincera.
– Creo que sí… Sólo que has ido muy deprisa y ahora me duele
Con las lágrimas corriendo por mis mejillas me subí los pantalones. Me ardía el culo y me sentí sucia, y mareada. Le dije al feo que lo sentía pero que no podría estar con él, no puso reparos. Fueron muy amables, y realmente eran buenos chicos. Estaban algo asustados, los tranquilicé y me fui.
En el camino a casa no paraba de darle vueltas. Mientras caminaba sentía cómo mi ano se retorcía, me costaba caminar a buen ritmo; tenía un gran escozor y me dolía. Entonces me dije a mí misma. Es cierto, es real. ¡Me han dado por el culo, me la han metido por detrás y he satisfecho mi fantasía y me siento súper bien!…, sabía que no volvería nunca a ser la misma.
Ya en casa me tomé una taza de nescafé caliente y me metí en la bañera. Seguía dolorida, escocida, el agua me molestaba el esfínter, pues lo tenía irritado; pero aproveché para enjabonarlo, lo limpié a conciencia y luego me puse cremita. Después de secarme. Como estaba segura de que esa noche me rozaría al dormir cogí una compresa y la puse entre mis nalgas cubriendo mi desvirgado trasero. Era bastante agradable, sentir entre mis nalguitas esa frescura y así pude dormir esa noche.
Las dudas me corroían: ¿Habré hecho bien?… ¿Soy una puta?… Pese a todo había gozado mientras aquel chico desconocido y más pequeño que yo me sodomizaba. Y luego pensé: Aún tengo su número por si acaso…