Una chica joven morena y delgadita y yo casi desnuda
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Barcelona, agosto del año 2001. Ese sábado me levante temprano. Estaba sola en casa porque mi hermano, con quien vivo, había salido a hacer unos recados por Barcelona, y mis padres se encontraban en el pueblo. Hacía un calor horroroso en la ciudad. Debían ser las 9 de la mañana cuando sonó el timbre de la puerta de abajo. Estaba esperando a una amiga que tenía que venir a dejarme unos apuntes de clase, así que abrí sin preguntar.
En verano, suelo dormir desnuda (el calor de Barcelona no deja otra opción a los que no tenemos aire acondicionado), así que me cubrí con una toalla, a fin de cuentas, era mi amiga, y no tenía porque avergonzarme, además que iba a ser solo un momento.
La puerta del piso estaba abierta, y desde ahí, una voz femenina me saludó? ?Hola Laura?. La voz no me era familiar, así que me giré y vi una chica joven morena y delgadita. Me quedé muy cortada. Una desconocida se había metido en mi casa, y yo estaba liada en una toalla, nada de ropa debajo y con las piernas sin depilar. Me tapé como pude.
– ¿Quién eres?, ¿Me conoces?.
– Soy Carmen, una amiga de Alfonso. Él me ha hablado de ti.
Recordé que mi hermano me había hablado de una tal Carmen. Una compañera de trabajo con la que solía salir algunas veces.
– Alfonso no está, ha salido a hacer?
– Ya, ya lo sé. He quedado aquí con él. ¿Te importa que espere a que llegue?.
– No, tranquila, quédate. Yo no voy a salir en toda la mañana.
Era una chica monísima, y olía divinamente. Llevaba una minifalda azul con vuelo y una camisa blanca muy ajustada. Se transparentaba un sujetador blanco. Tenía los pechos grandes. Con esa pinta, pensé que fijo, si no lo había hecho ya, quería tirarse a mi hermano. Se sentó en el sofá con las piernas cruzadas, dejando al descubierto parte de su muslo. Su piel era lisa, sin vello, perfecta. Me sorprendí mirándola y rápidamente aparté la vista. Traté de quitar hierro.
– Te puedo poner algo, ¿Quieres un refresco, un café, una cerveza…?.
– Ja ja ja, gracias, un café estará bien, una cerveza a las 9 de la mañana, como que no me apetece mucho.
Me dí la vuelta, roja como un tomate. Algo en Carmen me ponía nerviosa. No sé, la encontraba enormemente atractiva, y yo a su lado debía parecer un gusano. Fui a la cocina y puse dos cafés sobre la mesita que tenemos en el salón. Tapándome como podía con la toalla me senté frente a ella y empezamos a charlar durante un buen rato.
– ¿De que conoces a Alfonso?.
– Somos compañeros de trabajo. Hemos quedado para ir a la playa. Igual te quieres venir.
– Bufff, que va. Tengo muchas cosas que hacer.
– Venga, anímate. Además que viene más gente de la oficina. Seguro que lo pasamos bien.
– Es que estoy esperando a una amiga de la Facultad, quiero estudiar algo esta tarde, los exámenes están a la vuelta de la esquina? además, que estoy sin depilar.
Sus ojos se clavaron como dos alfileres en mis piernas. Sonreía, y su sonrisa era perfecta. Una fila de blancos y alineados dientes se asomaba entre sus labios.
– Venga, no seas tonta, yo te ayudo, y antes de que llegue tu hermano estás lista.
– Pero, ¿Cómo me vas a ayudar?.
Estaba ruborizada. Carmen es de estas personas que de primera hora se toma muchas confianzas. Su simpatía, su manera de hablarme. Con ella me iba sintiendo cada vez más cómoda, pero había algo, no se?, su forma de mirarme. Estiró su mano y la puso sobre mi rodilla.
– No tienes mucho vello, así que en un momento habremos terminado. ¿Sabes que trabajé de esteticista hace un par de años?. No creo que se me haya olvidado. ¿Te haces la cera, te pasas la cuchilla?.
Su seguridad me dejaba de piedra, y la verdad, la idea de ir a la playa con los amigos de mi hermano me apetecía, y ella era una persona muy convincente.
– Bueno, no sé, ? no quiero que te molestes, de verdad.
– Si no es molestia mujer, de verdad. Venga, ¿Tienes algo donde te puedas tumbar?. Será un momento.
Nos salimos a la terraza del piso donde hay una tumbona y me pidió que me tumbase. Yo estaba pasando un poco de fatiga, pero de todas maneras, cada vez que me hacía la cera en la peluquería, era algo parecido, así que, tampoco me debía importar, pero no sé por qué, con esa chica me sentía cada vez más relajada, me trataba como si me conociese de toda la vida. Me tumbé boca arriba. Ella apartó ligeramente la toalla y dejó mis piernas al descubierto. Yo tenía el sol de frente, así que tenía los ojos cerrados.
– En las piernas no tienes mucho, pero en las ingles sí.
– Uy, lo siento, perdona?, no me acordaba, es que no esperaba a nadie, por eso no llevo nada debajo, no creas que, ? ahora mismo voy a ponerme algo.
– No seas tonta Laura. ¿Somos mujeres no?. Relájate, que sino no puedo.
La idea de que Carmen me viese desnuda me provocó una extraña sensación. No sabría explicarlo. Fue un cosquilleo en el estómago. Empezó a aplicarme la cera tibia por la parte baja de la pierna. La verdad es que tenía un tacto increíble. Nada de dolor. Sus manos acariciaban mis piernas, cada vez más arriba, cada vez más arriba.
– Ahora voy a hacerte las ingles.
Yo quería que continuase, pero?
– No, gracias Carmen, de verdad, no te molestes, ya termino yo.
Nunca he tenido una experiencia homosexual. Salía y salgo con chicos, pero en el momento en el que sus manos se posaron a ambos lados de mis muslos y me dejó con las piernas abiertas, sentí que un escalofrío me recorría todo el cuerpo, como si fuese la primera vez que me excitaba. Una mezcla de vergüenza y satisfacción me invadía. No podía ver su cara porque el sol me daba en los ojos, pero sentía que sus manos acariciaban el vello mi entrepierna. Sentía una enorme excitación, al escuchar como se aceleraban sus suspiros. Al momento estaba completamente húmeda y entregada. Con ningún muchacho había sentido nada parecido. Sus dedos se posaban con una delicadeza exquisita en los puntos justos. Sentía que los ojos se me salían de las órbitas. En lo mejor de la situación, sentí su aliento en mis piernas, y su lengua, grande y húmeda iba lamiéndome poco a poco. Empecé a jadear, la respiración se violentaba a medida que su lengua se acercaba a mi vagina.
– ¿Te gusta?.
– Si, me gusta mucho.
– Pues ahora viene lo mejor.
Retiró totalmente la toalla que me cubría. Empezó a pellizcar con sus dedos mi pezón y su lengua empezó a agitarse justo en el clítoris. Un placer inmenso me subió por el estómago y me estremecí como nunca antes. En cuestión de segundos sentí un enorme orgasmo que me dejó traspuesta. Me quedé tumbada unos segundos. Sentía una relajación enorme y una extraña excitación. Cuando me incorporé ella estaba de pie, mirando mi cuerpo desnudo.
– ¿Cómo estás?.
– No lo sé?, muy bien, creo.
Sonó el timbre del interfono. Debía ser mi amiga Silvia con los apuntes. Miré a Carmen a los ojos y entendió que no quería abrir la puerta. Sonó durante un rato, y después paró. Me puse frente a ella, mirándola a los ojos. Se acercó lentamente y me besó en la boca. La misma lengua que me había hecho estallar de placer se paseaba ahora entre mis dientes. Apretaba sus pechos contra los míos con fuerza, mientras hundía su rodilla entre mis piernas. Estaba alucinada. Desplacé una mano por su espalda y la puse sobre una de sus nalgas. Tenía el culo duro de hacer deporte. Levanté su falda azul y empecé a palparle las nalgas, cubiertas por el fino hilo de un tanga.
Una cosa fue llevando a la otra, y acabé quitándole la ropa. Estaba casi desnuda, salvo por el tanga negro que cubría, la verdad, muy poca piel. Me arrodillé frente a ella y comencé a bajarle tan minúscula prenda, quedando ante mis narices un pubis perfectamente rasurado. Nunca había tenido tan cerca el sexo de una mujer como en aquel momento, y nunca antes me había sentido tan tentada a probarlo como en aquel momento. Se tumbó frente a mí abriendo sus piernas, dejando a la luz su depilada vagina. Tampoco había vello en su ano, y se veía todo extremadamente limpio.
– Haz lo que estás pensando Laura.
Y mientras reclinaba su cabeza hacia atrás, me dejé caer entre sus piernas y absorbí todo lo que salía de entre sus piernas. Me enloquecía el olor y el sabor de sus flujos, y me excitaba con sus jadeos. Ella agarraba mis cabellos mientras dulce y ahogadamente susurraba:
– Si, si…, sigue.
Lamí y acaricié todo su cuerpo, sus manos, sus piernas, su pecho, el espectáculo ante mis ojos era delicioso. Mientras acariciaba con un dedo su clítoris, empecé a hacer círculos con la lengua sobre su ano. En ese momento, Carmen se tensó como la sirga de un arco durante, al menos un minuto. Se estaba corriendo, y yo también.
Nos duchamos juntas mientras nos reíamos de lo que habíamos hecho. Nos vestimos y nos sentamos en el salón a esperar a que llegara mi hermano. Cuando llegó, se excusó por su tardanza, se cambió de ropa y los dos se fueron a la playa. Yo me quedé en casa recordando.
Nunca más he vuelto a ver a Carmen, y nunca más he tenido una experiencia homosexual, aunque quién sabe, mientras hay vida hay esperanza, o al menos eso dicen.