Un sueño hecho realidad, otra persona con quien follar

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A Francisca la conocí hace casi un año en el chat. Ella es una mujer casada, como lo soy yo y, desde el primer momento, surgió entre nosotros una química especial. Confidencias, intimidades y cibersexo centraron nuestras primeras conversaciones, por lo que el morbo entre los dos se fue haciendo cada vez mayor.

Después de cuatro meses, quedamos por primera vez en una cafetería. Allí me di cuenta de lo mucho que me atraía, aunque la impresión que me llevé fue que aquello no era recíproco o, como ella me aseguraba, que era sólo que no estaba preparada para una infidelidad. Aquel día, para mi frustración no pasó nada más que un tímido beso en los labios.

Aunque no volvió a haber cibersexo, nuestra amistad se fue fortaleciendo en los meses siguientes. Nos contábamos nuestras experiencias, tentaciones, miedos… y, de cuando en cuando, aprovechábamos para imaginarnos juntos, en situaciones apasionadas y excitantes. El hecho fue que hace apenas una semana, ella se había quedado sola, ya que su marido estaba de viaje durante varios días. En cuanto lo supimos, empezamos a planear un encuentro, en el que, aunque ella me decía que no me hiciese ilusiones de que pasara algo, yo no podía dejar de pensar en esa posibilidad.

En los días siguientes la fui informando del lugar en dónde cenaríamos y, como el lugar de encuentro sería en una localidad intermedia entre nuestros lugares de residencia, le dije que iba a reservar una habitación de hotel. Le pareció muy buena idea, sobre todo, “por si pasa algo”, me dijo. Después de días interminables esperando que llegase el día señalado, por fin la vi aparcar el coche en el aparcamiento del restaurante donde habíamos quedado. Fui a recibirla y cuando bajó del coche, la vi hermosa, radiante. Su melena rubia, suelta, una minifalda corta que acentuaba su buen tipo, un suéter ajustado que marcaba sus hermosos pechos… ummmm la desee en aquel mismo momento.

Con el vino y la cena, se nos fueron pasando los nervios iniciales. En el segundo plato, decidí arriesgar y mientras hablábamos, acerqué mi cara a la suya, busqué sus labios y la besé. Ella me respondió con un beso dulce, húmedo, excitante. Desde aquel momento, la cena pasó a un segundo plano y el postre, decidimos comerlo en la habitación. Mientras subíamos a la habitación, no dejamos de besarnos. Mis manos acariciaban ya su cintura, su cara, su mejilla. Era excitante.

Apenas llegamos a la habitación… Y ya estábamos en la cama. La besé por todo su cuerpo, mientras muy lentamente la iba desnudando. Metí mi cabeza entre sus muslos, debajo de su falda y le besé el sexo por encima de la fina tela de su braguita. Estaba húmeda y su olor a sexo me encantaba y me excitaba cada vez más. Acabamos de desnudarnos y con mi lengua fui descubriendo cada milímetro de su piel. Sus pechos, su canalillo, bajé con mis besos por su vientre. Y por fin, le quité la braguita y quedo ante mi ese hermoso sexo, de pelo corto y cuidado, de sabor dulce y tacto suave.

Sentí el sabor de su cuerpo en mis labios, mientras mi lengua jugaba por su rajita. Subía al clítoris, bajaba hasta casi su ano. Sentía como la humedad de mi boca se fundía con la humedad de su cuerpo. De pronto, sentí como me agarraba la cabeza con sus manos y me apretaba contra ella. Metí mi lengua en su cuevita y chupé con devoción. La sentí con su respiración más fuerte y como sus jadeos se hacían cada vez más sonoros. Se corrió en mi cara y me encantó sentirla así.

En agradecimiento, me tumbó boca arriba. Sentí sus dedos enredándose entre los pelos de mi peludo pecho. Su lengua de nuevo en mi boca y sentí como iban bajando sus besos por mi cuerpo. Todavía siento la piel erizada, mi piel arqueada y como al sentir sus besos por debajo de mi ombligo, un escalofrío recorría mi cuerpo.
Tomó mi pollita con su mano y con su lengua sobó todo el tronco. Despacito, se la fue metiendo en la boca, haciendo la presión justa con los dientes y jugando a la vez con su lengua en mi glande. De un empujón se la tragó toda y empezó a chupar con auténtica avidez. No aguanté mucho rato más y me corrí, llenando toda su boca de mi cálida leche.

Los nervios, la culpabilidad de haber sido por primera vez infiel o el vino, evitó que la pollita recuperase su vigor en toda la noche, pero tumbado boca arriba, dejé que se sentara de nuevo en mi cara y volví a chuparle su conchita hasta que se volvió a correr en mi cara.

Tardamos en saciarnos el uno del otro y, en apenas cuatro horas, ella tuvo cinco orgasmos más. Cuando se vestía, me besó de nuevo y me dijo:

– Nunca nadie me había hecho disfrutar tanto con el sexo oral.

Fue maravilloso.

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