Un regalo de cumpleaños con una mujer masoquista
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Me casé, y la verdad, al principio no me fue mal, nada mal. Mi marido era un tío considerado, inteligente, generoso y muy atento conmigo a veces ¿el problema? Demasiado trabajador. Demasiado absorto en su trabajo. Demasiadas ausencias. Nos mudamos a una preciosa casa de tres plantas. La inferior hacía las veces de garaje, gimnasio, sauna y sala de juegos. Tenía jardín y un gran patio posterior. Vivía bastante feliz en su compañía.
Además, aunque no puede decirse que fuese fogoso y apasionado hace el amor casi como una mujer. Nunca me ha dejado tirada. Además no tiene pudor dentro de un orden; no le importa introducir su lengua en mi ano pero… no le muerdas el pene ni por asomo. Pero no es una mujer. Además, si sospechara un tanto así de mis inclinaciones sadomasoquistas se largaría sin mas trámite. O sea que continué con mis fantasías en solitario para sublimar mis tortuosas inclinaciones.
Dicen que la cabra tira al monte. Es cierto. Pasados dos años y casi medio me lo monté con una chica. Es la criatura más bella que he conocido: Tan alta como yo; un cuerpo de impresión; ni un gramo de celulitis; una cara hermosa con grandes ojos grises. Una belleza, vaya. Y lo mejor de todo: unos increíbles pechos: grandes, redondos, erguidos.
El encuentro fue totalmente casual, como casi todos los grandes sucesos eróticos de mi vida. Me habían requerido en la Administración de Hacienda por un lío con el IVA. Me asusté cuando el funcionario de ventanilla me remitió a la subinspectora.
– Despacho nº 3.
Entré. Allí estaba ella. Me saludó amablemente tratándome de Vd. y pasamos al asunto. Era primavera bien entrada y llevaba un suéter holgado. Difícilmente pude apartar la vista de su bello rostro o de su espléndido busto. Desde luego tuvo que darse cuenta. Solucionado el incidente burocrático me despedí y salí del despacho. Al salir del edificio bufé.
– Vaya pedazo de tía, exclamé para mí.
Al entrar en el coche me tocaron suavemente en el hombro. Era ella.
– Toma. Te has olvidado ahí dentro tus papeles. He temido no encontrarte a tiempo, dijo riendo.
Por segunda vez en mi vida (después de hacerme a mi marido, entonces ni siquiera novio) fui osada:
– Lástima. Hubiera vuelto a por ellos y te hubiera visto de nuevo.
– Para volver a verme no hacen falta excusas tan tontas. Salgo a las tres. Si quieres podemos comer juntas.
Hice maravillas para ir a la cita: re-aplazar una reunión que ya venía aplazada. Convencer a mi marido de que no viniera a comer. Pedir la compra por teléfono… y mil cosas mas. A las tres y diez comíamos juntas. A las 5 y media ya estábamos en su casa encamadas. Desde entonces y de forma bastante irregular iniciamos una relación basada de forma casi exclusiva en el sexo.
Follar con MJ es un placer para todos los sentidos. Es una delicia visual; un deleite gustativo; un goce táctil; un regalo para el olfato. Oír sus gemidos y jadeos es casi más excitante que la Séptima. Es como joder con una diosa. Pero… siempre hay un pero; no puedes hacer el amor con ella si no es basándose en la ternura, en la lentitud, la dulzura, el cariño y… la higiene. Ni por asomo lo hacemos cuando alguna de las dos tiene el período o cuando volvemos de la playa sin pasar por la ducha. Nunca le vi un solo pelo en sus axilas. Su vello púbico era artificialmente natural y salvaje, aunque jamás escapó un solo rizo fuera de sus increíbles tangas. ¿Relaciones SM? Le daría algo solo de nombrarlo. Acostarte con ella era maravilloso… y también profiláctico. De inmediato fue mi heroína en mi onírica cámara de torturas.
Yo desde hacía algún tiempo tenía una cuenta de correo propia y secreta en Inet. Por aquel entonces yo ya tenía borradores de historias de SMBD, gore y cosas así, y alguna que otra sesión de cibersexo, nada serio. En una de ellas escribí a medias con una calientabragas un cuento corto.
¿Alguna vez habéis deseado tanto una cosa que al final se ha hecho realidad? Nunca sospeché lo que se iba a desencadenar con ese mínimo esfuerzo literario.
El día de mi cumpleaños, al año mas o menos de esa doble – he idílica – relación, nos lo pedimos moscoso y lo pasamos juntas. Debo decir como inciso que por entonces empezaba a tener muchos roces con mi marido, demasiados. Ese día habíamos quedado para cenar, pero mi verdadero regalo era la ración de sexo que me esperaba con mi novia. Sobre las siete de una calurosa tarde estábamos tiradas de lado en su gran cama, desnudas y abrazadas, acariciándonos con nuestros alientos y con una incipiente brisa que penetraba ondulando las cortinas de la ventana abierta. Habíamos follado toda la tarde y estábamos exhaustas.
– Esta noche he tenido un sueño, dijo suavemente sin dejar de mirar hacia la ventana. Yo estaba tras ella y apoyaba mi mano en su regazo, con mi dedo medio oprimiendo ligerísimamente su rajita.
– Si tu nunca recuerdas los sueños, ¿cómo te acuerdas de este?
No me dio razón alguna, pero continuó hablando con voz suave e inexpresiva:
– Una mujer desconocida llamaba a mi puerta. Decía que venía de tu parte. Le abrí y subió. Una vez en casa me azotó. Y Yo me dejé.
Fue como si me hincharan por dentro. Le pregunté: ¿Te gustó?
– No digas tonterías. Y calló.
Permanecimos en silencio un ratito. La opresión me ahogaba. Procuré disimular, pero volví a la carga. Quería saber: ¿Qué piensas?.
– En nada, contestó. Entonces hurgué:
– Piensas en el sueño. Y te gustó.
– ¿Cómo lo sabes? Replicó sin convicción.
– Porque no he perdido el sentido del tacto. Y es que mi dedo estaba mucho más húmedo desde que empezó la conversación. Recordé mi relato. El sueño era un guión muy general pero exacto. ¿Telepatía, quizás? Continué el asalto:
– Además, me atrevo a adivinarlo.
– A ver.
– Paso de lo de llamar a tu casa, decir que viene de mi parte y todo eso. Ya me lo has dicho. Abres la puerta y te encuentras con una mujer alta, mayor que nosotras, atractiva, pelo largo y rizado, guapa pero con ojos claros muy duros. Lleva una gran bolsa. Te dice… a ver… Sí. Te manda un mensaje de tu ama, es decir, mío. Tú eres mi esclava o algo así. ¿Voy bien?.
– Mas o menos. Sí, vas bien.
Una oleada de rubor me invadió toda la piel, desde la punta de los dedos hasta mi rostro. A ella lo que la invadió fue… una intensa humedad en su vagina. Se dio cuenta y cruzó los muslos dejando mi semáforo particular fuera del interior de su sexo. Continué:
– Te dice que debes ser azotada… bueno, no. Que debes cumplir sus órdenes y hacer lo que ella te diga, ya que obedece instrucciones de tu ama.
– Sigue.
Para no perder el contacto le puse la mano en su trasero acariciándole el agujerito del ano. Ella se dejó, señal de que iba por buen camino.
– Te llevó a tu cuarto. Te hizo enseñarle tu ropa interior. ¿Le gustó la que llevabas?.
– Eso no vale. Tienes que adivinar.
Me arriesgué. Le dí exactamente la versión del relato:
– Te la hizo cambiar por otra más sexy.
– ¿Cual?.
Me había puesto en un aprieto. Ella tenía lencería muy bonita pero… me acordé de su pasado cumpleaños. Yo le regalé un conjunto retro, con una braga-faja que le llegaba al ombligo, muy años cincuenta, y muy parecido a uno mío que le encantó. ¿Recordáis el anuncio de Bacardí, el de la chica que se tira al agua? Pues casi idéntico.
– El blanco de tu cumple.
– ¿Y que más?
Me estaba probando. Sin embargo, sin querer ¿o queriéndolo? se delataba. Movía imperceptiblemente el culito, señal inequívoca de que se estaba poniendo muy, muy caliente.
– Te hizo poner medias y atarlas a los ligueros de la braga.
– A eso no me refería, te olvidas algo.
Estúpida de mí. Ni me acordaba:
– Antes te magreó las tetas y el sexo. Te hizo daño con los apretones pero te excitó.
Su culito se movió claramente buscando el roce de mi dedo. ¡Bien, Inés!
– Sigue.
Ahora venía lo difícil. En mi cuento todo sucedía en mi casa donde hay un gimnasio y una sauna, y la sicaria hacía sudar a su víctima con ella. Su piso era un apartamento precioso pero limitado. Quizás careciera de importancia pero tenía la imperiosa necesidad de acertar. Así que improvisé con prudencia y una cierta dosis de indefinición:
– Te obligó a sudar.
– Sí, ¿pero como? Seguía por el buen camino. Ahora casi solo se trataba de encontrar una aguja en un pajar. Veamos, MJ solía correr por las noches por la plaza y alrededores. Eso no. ¿No practicaba ningún otro deporte? No lo creo, me lo hubiera dicho. ¿Pesas? ¿gimnasia? Seguía muy caliente, pero si no decía algo pronto se me enfriaría.
– ¿Lo sabes o lo dejamos?
– Abdominales. Te encerró en el baño lleno de vapor, saliendo agua caliente a chorro por la ducha y te obligó a hacer abdominales.
– Bueno, eran flexiones también pero sí. Sigue.
¡Ufff!, pensé. Lo de la ducha fue lógico pero lo del ejercicio totalmente improvisado. Venga Inés; que es tuya:
– Saliste totalmente extenuada y transpirando a mares. Las ropitas y las medias hechas un asco. Tu pelo chopado. ¿A que sí?.
Como no contestó seguí. Ahora venía algo fácil:
– La tía estaba en camiseta. Una de esas de la NBA. No llevaba nada debajo. Las piernas, brazos y axilas como si no se las hubiera depilado nunca. Las tetas grandes pero caídas.
– ¿Color de la camiseta?
MJ quería ponérmelo difícil. Era como un juego inocente. A esas alturas ya sabía que yo de alguna forma había tenido un sueño parecido. Yo estaba tan tórrida como ella, pero ambas queríamos saber como terminaría esto.
– Amarillo, de los Lakers. Tenía la bolsa abierta y había instrumentos de tortura por ahí. Te asustaste pero te dijo que tenía órdenes de usar solo la fusta.
– ¿La fusta?
– Sí, una fusta larga. Parecida a un látigo pero dura.
Dio un suspiro delatador. A esas alturas yo le susurraba al oído, dándole mordisquitos y besando su hombro. Ella tenía su mano hacia atrás, sobre mi muslo, y la paseaba por su blando y dulce lado interior. En mi cuento la mujer esposaba a mi novia en la barra del gimnasio pero aquí no había barras. No tuve que seguir estrujándome los sesos. MJ me facilitó las cosas a medias:
– Me hizo tender en la cama y me ató a los barrotes, ¿no era eso lo que ibas a decir a continuación? Era una trampa. La cama en la que estábamos no tiene barrotes.
– No te ató. Tu misma te tendiste larga boca arriba. Ella te bajó las bragas hasta las rodillas. Dejó el suje para no hacerte daño en el pecho. Orden estricta mía. Te azotó. Primero despacio, por tus muslos. Después cada vez mas fuerte. Tu pubis, tu vientre, tu estomago. Tu gemías y llorabas, y jadeabas de placer. Te corriste con la tortura. Después te llevó a la bañera. Te lavó delicadamente y te enjugó con el secador de pelo.
Yo estaba lanzada. Mi dedo ya se había abierto paso en el esfínter. Hice un descanso y besé su cuello…
– Volvió a llevarte al lecho y te aplicó crema de un lugar exótico. Casi media hora estuvo acariciando las marcas de tu piel. Volviste a excitarte y le pedías caña pero ni caso. Te pidió que permanecieras una hora sin moverte. Se marchó. Tuviste que masturbarte para calmar los ardores. Fin.
– Bueno, acertaste, dijo sin dejar de moverse sensualmente de cadera para abajo, casi imperceptiblemente, pero de forma muy lujuriosa. ¿Y ahora qué? Yo estaba mas caliente que las baldosas de la plaza de la Virgen a la una de mediodía de agosto. MJ debía estarlo bastante mas que yo, puesto que su ano es un sancta sanctorum, y estaba hasta dilatado. No contestó, solo daba ronroneos como una gata, respondiendo a mis caricias. Di el paso decisivo:
– Que me debes una, dije, susurrándole al oído mientras mi dedo entraba y salía de su altar.
– ¿Como quieres que te la pague?.
– Que lo probemos de verdad.
– ¿El qué?
– Ya sabes que. Pero tú me azotas a mí.
– ¿Porqué?.
– Porque quiero.
Apenas pude acabar la frase puesto que aunque sus dedos me rozaban el clítoris, la emoción y el deseo me embargaban mucho mas allá de lo imaginable.
Se giró de golpe mirándome a la cara. Por un instante pensé que se había ido todo al traste. Sin embargo vi el deseo exacerbado del brillo de sus ojos. No estaba hiperexcitada solo por mi dedito. Había algo mas, pero no como yo lo hubiera deseado.
– Si lo hacemos es para repetirlo como en el sueño.
Ya sabía a qué atenerme. A fin de cuentas lo hacía en mis sueños todas las noches. Ahora iba a materializarlo.
– ¿Dónde tienes los cinturones?
Abandonamos el lecho sin que nuestras manos dejaran de tocar nuestros enfebrecidos cuerpos. MJ abrió el armario. Al hacerlo hubo de levantar su brazo. Me mostró su axila y su pecho perfecto estirándose en alto. ¿Cuánto hubiera dado por un poco de vello en ella? Me hubiera dejado arrancar una muela. Me incliné y la besé, rozándola casi sin tocarla, aspirando su fragancia. Mi amante se agitó.
– Me dejaré crecer el pelo para ti, dijo con lascivia como si hubiera adivinado mis pensamientos, mientras se enfundaba las bragas de marras, los ligueros y las calzas. No tomó el sostén.
Solo entonces que di cuenta que mi licor vaginal se deslizaba por ambos muslos.
Encontramos una correa de piel de sección circular, de dos vueltas de desarrollo. Dura pero a la vez flexible. Perfecta. Hurgó en sus cajones mas altos.
– Toma, póntela.
Era una camiseta amarilla bastante larga. Me la puse.
– Mas o menos. Ya va bien.
Volvimos al lecho. Hizo ademán de tumbarse.
– Olvidas algo.
Se me quedó mirando, extrañada.
– Al suelo, ordené.
Sin decir palabra volvió a levantarse obedeciendo sumisamente. Se puso en posición y empezó a hacer flexiones: una, dos, tres… Ella no es una tía cachas pero está muy en forma, así que el abundante, y repentino, sudor que manó por todos los poros de su cuerpo no se debían al ejercicio. En pocos minutos su piel y sus cabellos estaban completamente mojados. El olor a transpiración y a hembra encelada impregnó la habitación a pesar de estar el balcón abierto. No paró hasta que le dije basta. Esta vez sí permití que se tumbara en la cama, boca arriba, jadeando, a esperar.
– Olvidaste el suje.
– No, contestó de forma que no cabía réplica.
– Tapa los pechos con tus manos al menos.
– Te he dicho que no. Empieza de una vez.
Dicen que hay personas, mujeres y hombres, que son capaces de tener un orgasmo solo soñando despiertos, con la imaginación como único estímulo. Yo nunca lo había creído… hasta entonces. Descargué el improvisado látigo una y otra vez sobre aquel cuerpo que tantas veces había acariciado, lamido, besado, mordisqueado, chupado. Nunca había hecho nada con él con tanta lujuria, con tanto deseo, con tanto morbo. Cada latigazo marcaba con la señal de mi apetito mas salvaje sus mas sabrosos lugares, de forma indiscriminada pero consciente, enardecida por una víctima que jadeaba, que se convulsionaba, que gritaba… de placer. Quedó inmóvil, a pesar de que una caricia del flagelo atravesó sus tetas. Después un gemido delató su orgasmo. Yo no paré. Seguí y seguí azotando ese cuerpo que se ondulaba de placer. Al poco también me corrí. Sin tocarme. Tuve que parar y arrodillarme porque mis fuerzas me abandonaban.
– Sigue, sigue. Por favor sigue, suplicó.
Sacando fuerzas de donde no las había volví a descargar el cinturón sobre MJ, que se estremecía con cada latigazo. No sé cuantas veces más se fue… tres, cuatro, cinco… perdí la cuenta. Yo estaba como enloquecida, como ida… Al poco rato pidió tregua:
– Para. Por favor para.
Tiré el cinturón al suelo y me tumbé sobre ella. Un alarido me hizo retroceder en mi deseo de fundir mi cuerpo con el suyo. No era para menos. Vi su hermoso torso, surcado por innumerables marcas violáceas que destacaban sobre la carne enrojecida y lastimada. Las besé. Las lamí con mis labios una y otra vez.
– Me duele. Para por favor.
Me tendí a su lado. Sin tocarla. Solo mirándola.
Pasó mas de una hora. Fue ella la que intentó incorporarse. No pudo. La ayudé. Le quité las bragas, los ligueros y las medias, y la llevé al baño. Mas de media hora permaneció en el agua tibia de la bañera. Después la deshumedecí con el secador de pelo con aire tibio. La volví a llevar al dormitorio y la tendí sobre el lecho. Le apliqué aceite de oliva virgen primero, crema hidratante después. MJ empezó a revivir. Cuanto mas acariciaba su piel maltrecha mas brillaban sus ojos de deseo, hasta que…
– ¡Dios mío, las 9. Y he quedado con J a la media!
Salí pitando ante el estupor de MJ. Cuando abandoné la habitación besé su frente.
– Lo siento, tengo que irme. No te muevas en un buen rato.
Estaba ocurriendo algo que yo ya había escrito, pero en circunstancias diferentes. Según el guión ella contestó:
– Tú también me abandonas, como la chica del sueño.
A partir de ese día en que cumplí 29 años, MJ se dejó crecer el vello de las axilas. Sin embargo jamás, repito jamás, hablamos de lo sucedido. Ni repetirlo, por supuesto. Quedó como una especie de Hilde bis . Ni yo supe qué pasó después de dejarla ebria de deseo, ni ella se enteró que en el cuento verdadero yo era la torturada y ella la que me enviaba a la torturadora. Por primera vez en mi vida actuaba voluntariamente como sumisa. Siempre hay una primera vez… aunque sea de forma literaria.
MJ volvió a depilarse la víspera de su partida, poco mas de 6 meses después. Tenía toda su familia en Muros, en Galicia. Ya se sabe como son los gallegos fuera de su tierra, así que obtuvo el deseado traslado. Lo había solicitado mucho antes de nuestro primer encuentro. Ahora es Jefa de Sección en la Delegación de Hacienda en Santiago, a tres cuartos de hora de su casa. Demasiado lejos desde la mía. Se fue cuando empezaron a ir rematadamente mal las cosas con mi marido, cuando más la necesitaba. Pero no nos engañemos, lo nuestro era sexo, no amor. Había cariño, ternura, pero… fundamentalmente lujuria.