Un masajista me inició en el deseo de un hombre

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Tengo 65 años y hace un año que un masajista me inició en el deseo de que un hombre me masajeara. Luego tuve dos encuentros con un chico llamado Bruno y fui muy feliz. Pero después de unos meses, me dio por ir a visitar al masajista y volver a sentir sus manos recorrer mi cuerpo y hacerme vibrar.

Y así lo hice, me dio un abrazo, me dijo que me quitara la ropa y me preguntó:
—¿Te puedo dar una sorpresa y proponerte algo? Le dije que sí, medio asombrado. Entonces abrió una puerta y salió un muchacho muy joven y me dijo:
—Te presento a mi sobrino. Yo quedé mudo. Me preguntó si me interesaba sentir cuatro manos. —Bueno —le dije—, y se desnudaron los dos. Él fue hacia mi cabeza y el muchacho hacia mis pies.

Se pusieron aceite en las manos y comenzaron a masajearme el cuello, los hombros. El muchacho se puso a masajear mis pies, las plantas, los dedos. De repente, empezó a chupar mis dedos del pie y temblé todo el cuerpo de placer. El masajista, después de masajearme el cuello y los hombros, fue bajando hasta las tetillas, apretaba con los dedos y volvía a subir. Me mordía suavemente el cuello con los labios, y el muchacho comenzó a subir con masajes por las piernas. El masajista se puso de costado y empezó a darme masajes con los dedos: me apretaba una tetilla y me chupaba la otra. Yo enloquecía de placer.

Luego me dijo que me diera la vuelta boca abajo y volvió a examinarme el cuello, los hombros y los pies. El muchacho se puso de costado y me empezó a masajear la espalda con suavidad, para después darme pequeños mordiscos muy suaves por toda la espalda. El masajista chuponeaba mis izquiotibiales y el muchacho me empezó a masajear los brazos y a pasarme su pene por encima. Yo comencé a agarrar su pene y a masturbarlo. El masajista me comenzó a masajear los glúteos y, de vez en cuando, pasaba los dedos entre ellos. Al cabo de un buen rato, comenzó a jugar con su lengua en mi ano y a morder los glúteos con los labios. El muchacho se acercó más a mi cara y puso su pene cerca para que se lo chupara, lo cual hice con gran placer.

Me volvía loco, me chupaba mientras me metía una mano por debajo y me apretaba una teta, y el masajista me penetraba a fondo con la lengua, mordiéndome los glúteos. De repente, me dio unos chirlos seguidos en los glúteos, y luego chupones, y yo estaba exultante. El muchacho se dio la vuelta y el masajista se puso delante para que le chupara el pene. Mientras se lo chupaba, el muchacho se subió y comenzó a deslizarse con su cuerpo por encima del mío, rozando con el pene entre mis glúteos. Subía y bajaba, y el masajista se agachó y me dijo:
—¿Todo bien? —Síí. Luego, el masajista se agachó, me comió la boca y me entregó la lengua para que se la chupara. De repente, el muchacho dijo: «Ahí voy, papi», y yo aguanté más la cola para acabar juntos. Fuimos a la ducha y el muchacho se puso de espaldas a la pared. Me acerqué para comérmelo y, haciendo un sándwich con nosotros, el masajista me apoyaba su pene en el culo y me chupaba el cuello y los hombros. Me excitó y le empecé a chupar las tetillas al muchacho.

El masajista se agachó, me penetró con la lengua y luego comenzó a penetrarme muy suavemente. Entonces, yo paré y el muchacho me chupaba las tetillas. Logré acabar como una puta muy loca de placer. Luego me comieron la boca y nos despedimos. «Hasta muy pronto», les dije.

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