Sumisa sometida por el chico de la playa
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Una chica sumisa seduce a un chico en el gimnasio de la playa y le es infiel al marido cornudo que sabe que su mujer disfruta dominada y sumisa por otro hombre.
Ese verano comenzĂł con un mes de junio tĂłrrido, muy caluroso y extremadamente agobiante, porque de lunes a viernes mi novio trabaja, mis mejores amigas tambiĂ©n trabajan, mis amigos se vuelven vagos y no salen hasta que se va el sol por la calor, y yo, que habĂa acabado la universidad, me quedaba muchas horas aburrida sin hacer quĂ© hacer.
Un entretenimiento fue ir a la playa, ya que me queda relativamente cerca del piso donde vivo con mi novio. Apenas son cinco esquinas, y mi trozo favorito es cercano a un espacio donde hay unas instalaciones para hacer deporte. Allà acuden chicos y chicas para hacer pesas y gimnasia al aire libre y gratuita, y hay muchos chicos que se lo toman muy en serio, porque veo bastantes chicos que están espectaculares, con unas abdominales y unos músculos marcados y definidos, atléticos, sin llegar a ser esos globos hinchados con las venas que parecen que le van a estallar.
Desde mi rincĂłn en la playa los veo a unos cincuenta metros de distancia. Me distraen, y de paso disfruto del paisaje varonil, y un dĂa, a mediados de junio, ya tostada y morena de tanto sol, decidĂ acercarme hasta ellos. Fui luciendo mi sexy bikini negro, toalla en mano, discreta mochila, y lo hice porque me apetecĂa meterme en el ambiente y hacer un poco de deporte.
Estaba yo mirando cĂłmo iba el cacharro de una máquina cuando se me acercĂł un chico guapo en el que ya me habĂa fijado, treintañero, alto, de pelo muy corto, muy bronceado y cuerpo atlĂ©tico con unos mĂşsculos muy bonitos y definidos.
“¿Te enseño cómo funciona?” – me dijo amable y simpático.
AsĂ comenzĂł la charla el primer dĂa. Me dijo quĂ© mĂşsculos se trabajan, cĂłmo he de ponerme, cuántas veces he de repetir el ejercicio, y yo obedecĂ a rajatabla todo lo que me dijo. Me comentĂł que se notaba que yo tenĂa interĂ©s, y entre risas y bromas le respondĂ que soy bastante sumisa. El chico se rio, y durante media hora estuvo haciendo deporte con Ă©l.
Al dĂa siguiente volvĂ al área de deporte, impaciente por recobrar el entreno con ese chico, porque reconozco que fĂsicamente sentĂa atracciĂłn por Ă©l. Realmente era muy atractivo.
“No sabĂa que vienes cada dĂa” – le comentĂ© disimulando en tono de sorpresa.
El chico me comentĂł que es un adicto al deporte, que se cuida mucho, y que le encanta estar en forma, y la verdad es que tenĂa toda la razĂłn. Lo demostraba con su fĂsico maravilloso.
Le dije que me apetecĂa hacer glĂşteo, y el chico me indicĂł una serie de ejercicios para poner el culo duro. La verdad es que no me hace falta nada de ejercicio de culo porque tengo unas nalgas prietas y muy estilizadas, tambiĂ©n porque soy una chica delgada que me gusta andar y la comida sana. Era simplemente una excusa por ver si salĂa algo de erotismo en la conversaciĂłn.
Lo cierto es que los ejercicios eran exigentes. En el cuarto ejercicio ya iba yo casi quejándome, y en un momento del entreno le dije que me motivara, que por algo era entrenador.
“Obedece, sumisa” – dijo entre risas, anotando que yo habĂa ido lo de que era muy sumisa.
“SĂ, Amo” – le respondĂ, y entre risas tambiĂ©n dije que es cierto, que sĂ lo dije ayer.
El juego de roles fue apareciendo a intervalos durante toda la tarde, y cada vez que hacĂamos el papel me recorrĂa el cuerpo un escalofrĂo de emociĂłn y excitaciĂłn, y al despedirnos la mirada desprendĂa un clima caliente y de deseo entre ambos.
LleguĂ© a casa, y le expliquĂ© todo a mi novio, que tambiĂ©n es sumiso, muy pasivo, y le gusta el rol de cornudo. Le dije que el chico era guapĂsimo, le contĂ© el rollo que nos habĂamos creado de Amo y sumisa entrenando, que era excitante, musculoso, que me encantarĂa ser su sumisa, y le dije que tenĂa que conocerlo, porque además es muy simpático y agradable.
Vino a la playa el viernes siguiente, dado Ăbamos a ir de fiesta despuĂ©s y cenar fuera de casa. LlegĂł ya con la noche caĂda, y nos encontrĂł charlando en la orilla de la playa. Yo vestĂa un bikini blanco muy sensual y pequeño que adornaba mi figura de pecho firme y cintura estrecha, y el chico llevaba un pantalĂłn de deporte, con el torso desnudo.
Los presenté, se saludaron, y apenas llevábamos cinco minutos hablando de deporte y entrenos que mi novio le preguntó qué tal es en sexo. Yo me quedé parada.
“Soy muy bueno” – respondiĂł sonriendo y tĂmido.
Entonces mi novio le explicĂł todo. Le contĂł lo que yo habĂa dicho, que lo veĂa guapĂsimo, que querĂa una aventura erĂłtica con Ă©l, y que me gustarĂa ser su sumisa.
“no le hagas caso, es un bromista” – me salió a mà de respuesta.
Mi novio insistiĂł en que lo habĂa dicho de verdad, que lo decĂa en serio, y le contĂł mis gustos, que me gusta que me impartan disciplina, que sean Amos severos pero educados, muy activos sexualmente, que me castiguen, que me tengan atada, y me vuelvan loca de placer. Le contĂł que en el dormitorio tenemos cuerdas a montones, mordazas, capuchas, vibradores, fustas, pinzas, y le dijo dĂłnde estaban.
“Eso no se cuenta”- maticé yo asombrada.
Entre mi novio y Ă©l se cruzaron una mirada y sonrisa cĂłmplice, y acto seguido el chico tomĂł las riendas del juego. Se puso en pie, me mirĂł perversamente, y al mirar yo hacia arriba por ver quĂ© hacĂa me dijo:
“Mira al suelo, sumisa”.
Me quedĂ© petrificada unos segundos, pero rápidamente sonreĂ, seguĂ la corriente del juego, y agachĂ© la mirada a la arena de la playa.
“No hablarás si yo no te doy permiso, ¿lo entiendes? Y esto es una conversación privada entre tu novio y yo” – me amonestó.
“De acuerdo, me quedaré callada” – dije.
“¡Vaya! Te hace falta mucha disciplina. Responde sólo con Sà Amo, y no digas ni una palabra, ¿entendido?” – y por primera vez dije “sà Amo”.
“Necesitas mucha disciplina. Ponte de rodillas, sumisa” – y yo, que estaba sentada, corregà mi posición, y me puse de rodillas cabizbaja.
“No me mires. No mires a tu novio. No mires a nada ni a nadie. Mirada al suelo, y callada”, y yo, sumisa, obedecĂ.
Mi novio empezĂł a recoger mis cosas, mi toalla, la ropa, las zapatillas, mientras yo seguĂa sumergiĂ©ndome en mi rol de sumisa, de rocillas, quieta, inmĂłvil, callada y mirando al suelo.
Al acabar de recogerlo, el chico me ordenĂł levantarme, con la mirada todo el rato inclinada al suelo. Me ordenĂł coger mi mochila, y vistiendo sĂłlo el bikini tanga y descalza nos fuimos camino de casa.
Obediente y cumplidora, llegamos al portal de mi casa. Yo estuve todo el rato callada y cabizbaja mientras mi novio y Ă©l hablaban sin tapujos de mis gustos sexuales. El capullo de mi novio le desvelĂł todos mis secretos, mis fantasĂas favoritas, y lo que hacĂamos.
“Eres una sumisa muy viciosa” – me dijo el chico cuando se abrió el umbral de la fachada.
Subimos a la tercera planta, y sĂłlo entrar en casa me puso de cara a la pared, brazos abiertos levantados, palmas apoyadas en la pared, y piernas muy abiertas, en la posiciĂłn de cacheo o de prisioneros de guerra.
“No te muevas”.
Durante unos minutos me quedĂ© sola e inmĂłvil mientras Ă©l y mi novio recorrĂan el piso y las habitaciones. Volvieron unos cinco minutos despuĂ©s, y yo seguĂa en la misma posiciĂłn, estática como una estatua.
“hazle disfrutar duro” – le dijo mi novio, y despidiéndose de mà con un beso me dijo que se iba de fiesta solo, y me dejaba en sus manos.
Yo aún estaba bajo el impacto de su frase cuando sin demora recibà el primer azote en las nalgas. A pesar de llevar el bikini tanga puesto, noté el azote, porque es un bikini minúsculo que descubre todo el culo menos la raya.
Cuéntalos y di Amo” – me ordenó el chico, y yo dije de inmediato “uno, Amo”.
Me dio un segundo azote, y dije, “dos, Amo”.
Justo entonces hubo una breve pausa. Mi antifaz favorito de tela gruesa y elástica se puso en mis ojos, y con los ojos vendados, sin ver absolutamente nada, reanudó los azotes.
“Tres Amo” – dije.
“Cuatro Amo” – añadĂ.
En el quinto oĂ la puerta del piso abrirse, y el sonido del azote se escuchĂł hasta la puerta del ascensor.
“Cinco Amo” – dije con tardanza porque me habĂa despistado.
“Mal, sumisa” – me abroncĂł – “te has retrasado. PĂdeme perdĂłn”.
“Perdón, Amo” – y como castigo me impuso volver a empezar de nuevo la tanda de veinte azotes.
Contaba yo por el octavo, “ocho Amo”, cuando oà las llaves de mi novio salir y la puerta cerrarse.
“Nueve Amo” – conté temblorosa.
Me quedé sola. Saberme en soledad me excitó brutalmente, y al llegar al veinte me ordenó darle las gracias por parar y por regalarme los azotes.
“Gracias Amo”.
Mi culo ardĂa. DebĂa de estar rojo como un tomate, y notaba como si quemara. SeguĂa sin moverme, sin abandonar esa posiciĂłn morbosa, y sentĂ mi collar de sumisa cerrarse en mi cuello.
“A cuatro patas”.
De inmediato lo hice.
Quieta, perrita. Espera a que te llame”.
Al final del pasillo, ya dentro del comedor, oĂ la voz del Amo.
“Ven aquĂ, perrita”.
Anduve a cuatro patas y a ciegas hasta llegar a la puerta del comedor. Me colocĂł la correa del collar, y un tirĂłn me indicĂł hacia dĂłnde debĂa de girar.
“Vamos, perrita” – y yo seguà la dirección y el ritmo que me marcaba.
“Eres una perrita muy bonita y sumisa” – me dijo.
La ceguera de la venda me hacĂa escuchar con mayor nitidez los ruidos, mi respiraciĂłn, y provocĂł mi desorientaciĂłn porque no me dejaba aproximarme a muebles y paredes, que me hubieran servido de guĂa. SĂłlo seguĂa las indicaciones de la correa del Amo, y al ordenarme ponerme en pie de nuevo yo no tenĂa ni idea de dĂłnde estábamos.
Lo supe cuando notĂ© el tacto del tapizado de cuero de una cruz en forma de X que mi novio y yo habĂamos construido. La hicimos con madera, al sistema artesanal, tapizado de cuero, y la habĂamos clavado en una pared vacĂa de nuestro dormitorio. La clavamos muy fuerte y muy sĂłlida con tornillos, tambiĂ©n la habĂamos pegado con materiales de construcciĂłn, y estaba tan dura que era como parte de la pared. Para arrancarla hay que usar un tractor.
La diseñamos a nuestro gusto, y tiene una especie de arandelas, repartidas unos veinte centĂmetros entre cada una desde lo alto a lo más bajo, donde se pasan las cuerdas, porque a mĂ me encanta el tacto de las cuerdas.
“Levanta los brazos” – me ordenó.
Con los brazos enganchados a la forma de la cruz, Me quitĂł el sujetador del bikini, y con mis pechos desnudos atĂł en mi muñeca derecha la primera de las cuerdas. ApretĂł el cordaje en el hueco cerrado de los aros, con el nudo inalcanzable en un lugar que seguro se lo debĂa de haber enseñado mi novio, y de ahĂ prosiguiĂł con las cuerdas por muñecas, brazos, codos y hasta el hombro. BajĂł por el cordaje de mi torso, apretĂł las cuerdas que fijaban inmĂłvil y sin despegue mi cintura contra la cruz, in balanceo ni giro a derecha o izquierda, perfectamente petrificada. Entonces me quitĂł el tanga del bikini, y totalmente desnuda usĂł las Ăşltimas cuerdas para mantener mis piernas totalmente abiertas atadas a la cruz, por muslo, rodillas, gemelos y tobillos. No podĂa moverme nada. Estaba completamente indefensa, sola, con mi novio que se habĂa ido de fiesta dejándome dominada por ese Amo atractivo.
“¿Te gusta, sumisa?”.
“SĂ, Amo”.
“¿Estás excitada?”.
“SĂ, Amo”.
“Voy a hacer que supliques de tanto placer insoportable” – me susurrĂł perverso al oĂdo.
Yo me quedé callada y en silencio, sin permiso para hablar.
De pronto sus manos tocaron mis tetas. Tocaron mis pezones, los rozaban, los pellizcaban, jugueteaban, y con los sentidos eclipsados apenas me percatĂ© de la cercanĂa de unas pinzas metálicas. ColocĂł la primera en mi pezĂłn derecho, la segunda en el izquierdo, y al prensar la rosca no pude evitar un grito de dolor. Fue como un pinchazo en mis pezones, y el grito fue corto y seco.
“¿Duele, sumisa?”.
“Sà Amo”.
“¿Sufres?”.
“SĂ, Amo”.
“¿y te gusta?”.
“SĂ Amo” – reconocĂ.
AgitĂ© mis brazos y piernas, pero las severas ataduras me mantenĂan completamente inmĂłvil, y el Ăşnico movimiento que pude hacer fue el de la cabeza y los dedos de las manos. AferrĂł su lengua a mi cuello, y empezĂł un rosario de lamidos y relamidos y besos que me derritiĂł. No pude reprimir ninguno de los gemidos de gusto, mientras me acariciaba al mismo tiempo.
“Estas hecha toda una guarra” – dijo “DĂmelo. Di que eres una guarra”.
“Soy una guarra, Amo”.
“SĂ, lo eres. Y tambiĂ©n eres una zorrita ramera. ÂżTengo razĂłn?” – decĂa mientras me derretĂa con los lengĂĽetazos por el cuello.
“SĂ, Amo. Tiene razĂłn, Amo”.
“Dilo”.
“Soy una zorrita ramera, Amo” – repetà entre gemidos y jadeos.
Jadeaba yo posesa, y tenĂa convulsiones por todo el cuerpo que parecĂa que estuviera poseĂda. Yo estaba en un nivel sin cordura y fuera de todo control. Me encantaba, y a los diez minutos mis gritos de jadeo debĂan de oĂrse en el Polo Norte. Nunca me habĂa oĂdo yo gemir tan alto y alocada.
Entonces tuvo una idea muy morbosa. Paró un momento y tomó el teléfono aun yo jadeando de excitación. Llamó a mi novio, y puso el altavoz en abierto. Habló con mi novio, y le dijo que me escuchara.
“¿Estás excitada, zorra?”.
“Sà Amo” – respondà con el teléfono en la boca.
“¿Cuánto estás de cachonda?”.
“Mucho Amo”.
“Cuéntale lo que estamos haciendo”.
Justo empecĂ© a contar que estaba desnuda y atada en la cruz que volviĂł al ataque con los lamidos y besos por mi cuello. Con la entonaciĂłn apoderada por los gemidos le contĂ© me estaba lamiendo el cuello, y en medio de los besos le dije que estiraba de las pinzas en mis pezones. AumentĂł entonces los lamidos por todo el cuello a un punto que incluso me costaba hablar, y cuando ya introdujo un dedo en mi vagina el grito de placer casi deberĂa de reventar el auricular del telĂ©fono.
“Eres muy escandalosa” – me amonestó oyéndolo mi novio.
“PerdĂłn Amo, perdĂłn Amo” – repetĂ enloquecida mientras seguĂa rotando el dedo en mi vagina.
Los jadeos ya eran de delirio absoluto.
“¿Te lo estás pasando bien?” – me preguntó mi novio.
“Mucho, mucho, sĂ, me encanta” – jadeĂ© al borde de la histeria.
“Te prohĂbo hablar con tu novio, sumisa” – me amonestĂł.
“Perdón, Amo”.
“Ahora solo tienes un Amo, que soy yo. ¿Lo entiendes?”.
“Sà mi Amo”.
“No vas a hacer nada ni decir nada sin mi permiso y que no te lo haya ordenado yo”.
“Sà Amo”
“Demuestra lo que has aprendido, y repite las normes una a una”.
“Soy su sumisa Amo. No tengo permitido hablar sin su permiso Amo. No puedo mirarle, Amo. Estaré siempre cabizbaja en señal de sumisión y obediencia Amo, Soy su perrita viciosa, Amo”.
“¿Y te gusta?”.
“Le adoro, Amo. Soy toda suya, Amo”
“Y tú mi zorrita sumisa”.
“Gracias, Amo. Muchas gracias, sĂ, sĂ, soy su zorrita sumisa, Amo”.
Yo estaba en un estado que me habĂa olvidado de que al otro lado del telĂ©fono lo estaba oyendo todo mi novio. Su dedo rotaba a una velocidad de vĂ©rtigo, y yo estaba todo el rato al borde del orgasmo. Me preguntaba impaciente a mĂ misma por quĂ© no lo tenĂa de una vez, pero cuando se acercĂł a mi clĂtoris, tan solo rozarlo, ya fue el estallido. Estaba lista hacia mucho rato.
Las ataduras me impidieron moverme nada, y las contracciones produjeron un terremoto en mĂ desde el cerebro hasta la punta de los pies.
“¿Qué se dice?”.
“Gracias, Amo, gracias Amo” – repetĂ.
“¿Te has corrido?”.
“Sà Amo, me he corrido Amo”.
“Pues esto solo acaba de empezar”.
Entonces saliĂł de la habitaciĂłn y se puso a hablar por telĂ©fono con mi novio. OĂa un ronroneo, pero aĂşn agitada y revuelta, y con los tabiques de las paredes por en medio y la Puerta cerrada, no entendĂ de quĂ© hablaban. OĂ una risa, un tono perverso, y a los diez minutos volviĂł. OĂ abrirse cajones y el armario ignorándome por completo, que tampoco podĂa ir a ningĂşn sitio con esas ataduras, y justo despuĂ©s de revolver unes cajas se aproximĂł hasta mĂ.
“Abre la boca” – me ordeno.
Obedecà de inmediato, y la gruesa bola de mi mordaza que tenemos en casa entró en mi cavidad bucal. Apretó las correas, cerró la hebilla al máximo de ajustada tres mi nuca, por debajo del pelo, y amordazada me ordeno que le diera gracias.
“aaaccciafffff Ammfffoo” – dije amordazada.
Sin perder tiempo, cubriĂł toda mi cabeza con el hood que tenemos. Por Ă©l mismo no podĂa haber encontrado ese material, por lo que supuse que se chivateĂł mi novio. Ciñó el cordaje que ajusta la máscara a mi cabeza, y solo el tramo justo de mi fosa nasal abierta para poder respirar bien quedo al descubierto.
“Me ha dicho tu novio que te gusta sufrir”.
“fffffiiiiii Ammpffffoo” – dije en un tono muy apagado por la mordaza y la máscara.
“Pues vas a sufrir de lo lindo” – y solo decirlo abrió las pinzas de golpe.
Aquella liberaciĂłn provocĂł un efecto inaudito, un dolor brutal que me hizo morder la mordaza con fuerza, y que provocĂł lágrimas de dolor por debajo de la venda. La sensaciĂłn de castigo me excitĂł muchĂsimo, y el chillido que emitĂ se fundiĂł con otro gemido, el de placer, cuando metiĂł un vibrador al fondo de mi vagina empapada.
El primer orgasmo lo tuvo al primer minuto, y ya me quedĂ© en un estado que para nada era relajado. Al mismo tiempo, jugueteaba con mis pezones doloridos, los tocaba, pellizcaba, retorcĂa, masajeaba, pero cualquier roce aumentaba mi sufrimiento. Mi cerebro habĂa entrado en un Ă©xtasis en el que ya no sabĂa mi nombre ni quĂ© hora era ni dĂłnde estaba. SĂłlo sentĂa placer por la vagina y castigo por los pezones.
DespuĂ©s añadiĂł a la fiesta un vibrador de estimulador de clĂtoris, y eso ya fue una tortura invencible de orgasmos. Tuve uno, dos, tres, y al cuarto yo resoplaba como un bĂşfalo enrabiado. No pedĂ pausa ni descanso ni lo querĂa ni lo iba a hacer, y fue el Amo quien decidiĂł atajar los castigos cuando yo estaba inmersa en un orgasmo perpetuo, o era uno detrás de otro, pero las convulsiones y contracciones no cedĂan, no aminoraban, hasta el extremo de que, ya sin vibradores, dirĂa que tuve otro orgasmo.
AĂşn estaba bajo sus efectos que notĂ© el cuerpo musculoso pegarse a mi torso, ombligos tocarse, y su polla carnosa entrĂł toda dentro de mĂ. AllĂ ya sĂ que no sabĂa yo ni quĂ© dĂa era, ni si era enero o marzo o diciembre o estábamos en Marte. Me volvĂ absolutamente loca, sumisa, entregada al placer y a su dominio y al sexo. EmbestĂa como un toro, yo apresada en la cruz clavada en la pared, y esto de los orgasmos ha de ser contagioso, porque tuvimos los dos el orgasmo al mismo tiempo.
RetirĂł su polla, y me dijo que se iba a duchar. Me quedĂ© en la cruz sola con todo intacto, atada, amordazada, enmascarada, desnuda, y me encantĂł. No sĂ© si fue media hora o cuánto fue, pero se me hizo corto. Yo querĂa más tiempo cuando vino a desatarme.
Libre de cuerdas y mordazas, miré al suelo cabizbaja de inmediato cuando me quitó la venda.
“Camina al comedor con las manos a la espalda”.
“Sà Amo”.
Anduve desnuda hasta el rincón que formaba el sofá en la esquina del comedor.
“De rodillas y de cara a la pared”.
ObedecĂ sin pensarlo.
“mira al suelo todo el rato”.
AsĂ lo hacĂa yo sin parar.
“pon las palmas de las manos sobre los muslos, dedos estirados, separados, abiertos, en silencio, callada, y sin moverte”.
En esa postura me mantuve inmóvil como si fuera un jarrón o un florero. Se puso a ver la televisión, comió de la nevera, y yo seguà sumisa y disciplinada mientras avanzaba la noche. Es curioso, pero no tuve ni hambre ni cansancio ni sueño, y supe que era ya muy de madrugada porque llegó mi novio.
“¿qué tal se ha portado?”.
“Ahà está”.
Ambos me miraron, y yo seguĂ sin hacer movimiento, postrada de rodillas y mirando al suelo.
“Ponte a cuatro patas, sumisa” – me ordenó el Amo.
Lo hice al momento.
“Ven aquĂ, perrita”.
Avancé hasta llegar a la altura de los pies del Amo, y al llegar recibà un azote en la nalga con la fusta.
“Uno, Amo”.
VolviĂł a azotarme.
“Dos Amo, tres Amo, cuatro Amo” – iba contando yo en mi postura a cuatro patas y desnuda.
Al llegar al veinte termino y dije “gracias Amo”.
Con el culo rojo oĂ cĂłmo se despedĂa de mi novio. Fuimos hacia la Puerta, ellos andando y yo a cuatro patas detrás de ellos dos.
“Ven, perrita” – me decĂa el Amo.
Llegamos hasta la puerta.
“¿Quieres volver a verme?”.
“sĂ, por favor, Amo, quiero volver a verle Amo”.
Me prometiĂł que me aceptaba de sumisa. Me ordenĂł que siguiera en esa posiciĂłn, y esperara a que mi novio me diera permiso para levantarme cuando Ă©l se hubiera ido. Se despidieron muy amigos, en muy buen ambiente. Se fue, y al cerrar la puerta pensĂ© que mi novio me dirĂa que me levantara, pero fue todo lo contrario.
“TĂşmbate en el suelo. Las perritas duermen en el suelo. Y hasta mañana no te levantes” – y yo me encogĂ, en una mezcla de posiciĂłn fetal y como duermen las perritas encogidas, y a los dos minutos, por agotamiento, relajaciĂłn y felicidad, me dormĂ con una sonrisa en mis labios
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