Silencio por favor tengo una polla en el culo
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Siempre me han encantado las enormes salas de las bibliotecas, llenas de una sensación de tensa calma y con infinidad de personas leyendo, estudiando u hojeando cualquier revista en un respetuoso silencio. Quizás, sea uno de los pocos lugares vírgenes de las machaconas melodías de los móviles. Aquella tarde de mayo, caluroso y húmedo como corresponde a una tarde de pre verano en Barcelona, decidí terminar mi búsqueda de la historia incaica en la biblioteca pública de mi distrito, en el centro del barrio de San Andrés.
Para estar en vísperas de exámenes, la afluencia de público era mas bien escasa y por ello pude escoger donde sentarme. Me decidí por la mesa que estaba más apartada de la recepción y también la más escondida de todas las que había libres. Una sensación de querer apartarme de todo y de que nada me distrajera en mi ruta literaria por el Perú antiguo me invadía, tanto como la ligera brisa que el aire acondicionado situado delante de mí expulsaba por toda la sala. En una de las columnas que estaba situada a mi izquierda, un enorme cartel de “Silencio por favor”, se encargaba de recordarnos que el único ruido permitido era el del paso de las hojas.
El tiempo suele pasar rápidamente cuando el tema te atrae, tanto que no me percaté de la llegada de ella. Ella tenía una cara con una expresión que no supe adivinar, pero que apenas me distraía de observarle los tiesos y erguidos pechos que se adivinaban dentro de su negra camisa. Unos tejanos descoloridos, ceñidos, resaltando su trasero y un suave perfume de olor inclasificable, consiguieron que por unos instantes los incas se evadieran y en su lugar apareciera la chiquilla que se sentaba frente a mí.
No percaté en el detalle, que pudiendo sentarse en cualquiera de las siete sillas que había alrededor de mi mesa, se ubicara justo en la que estaba delante de mi. El aire acondicionado que soplaba en su espalda me traía a cada instante el olor de su perfume. Empecé a mordisquear mi bolígrafo, mientras a escondidas, clavaba mi mirada en sus pechos, y trataba de descifrar su peculiar rostro. A veces nuestras miradas se encontraban y en un respetuoso silencio me sonreía. Me costaba cada vez más seguir con las historias de los incas, cuando la típica escena de película cómica, se estaba desarrollando en mi mesa.
Sin dejar de mirar sus apuntes y sin hablar una sola sílaba, su pie descalzo, se salió de sus zapatos para depositarse entre mis piernas, y con una suavidad increíble, empezó a acariciarme mi entrepierna y lo que se suponía que debía de estar debajo de mis pantalones. Al notar su pie, el bolígrafo que seguía mordisqueando, se me escapó de los dientes, y empezó a botar por la mesa. No sabía que hacer, si retirarme, dejarla seguir, decirle algo…ella permanecía inmóvil, como ausente, tan solo su pie seguía un movimiento de subida y bajada en toda la pequeña zona de mi sexo…
Mi sexo, mi pene, se empezó a hinchar…me estaba excitando una desconocida en el silencio de la sala de una biblioteca de barrio…Me gustaba el juego, y aun más pensando que era la primera vez que me ocurría algo así. Mi pene alcanzó su máxima extensión dentro de unos pantalones que empezaban a molestarme…Ella me miró, sonrió, y me lanzó un beso silencioso seguido de un guiño con los ojos…yo le sonreí, me senté algo mas cómodo y todo lo cercano a la mesa que pude, mientras observaba a ambos lados si cualquier persona se hubiera dado cuenta de lo que ocurría en mi mesa. Afortunadamente la columna con el letrero de “Silencio por favor”, nos ocultaba de la mayoría de las personas. De pronto, ella retiró su pie de mi sexo, cerró su libreta, se levantó y con un gesto con el dedo índice me indicó que la siguiera.
Como si mi voluntad estuviera pegada a su figura, me levanté rápidamente y la seguí por toda la sala, hasta alcanzar las escaleras que conducían a la segunda planta. ¿Dónde me quería llevar?… ella iba unos pasos delante de mi, cuando entró en la puerta que da paso a los servicios, y para mi sorpresa entró en el de las mujeres, que por casualidades de la vida, estaba vacío… Dude en si entrar o no, pero que diablos, el juego ya había empezado y no sería yo el que rompiera la magia… abrí silenciosamente la puerta del baño, para ver que ella, desde el fondo de los servicios, había entrado en el ultimo de los baños y me hizo de nuevo el gesto de que la siguiera. Me acerque al baño, mientras el silencio de los servicios, tan solo era roto por el intenso palpitar de mi corazón que me retumbaba hasta a mi.
Entré en el baño, mientras ella, con un rápido gesto, cerró la puerta detrás de mi, y se puso el dedo índice en los labios, pidiéndome silencio…me apoyó con suavidad mi espalda en la puerta, mientras ella se sentó en la taza del water…me desabrochó los pantalones, con delicadeza…me los bajó…y debajo de mis negros slips, mi pene erecto se abría paso, casi en el instante que los slips, acompañaron a los pantalones en el suelo. Ella me miró, mientras su mano izquierda me acariciaba mi pene, y clavándome su mirada en mí, empezó a lamerme mi pene circularmente. Bajó la mirada, cambio mi pene de mano, y empezó a chupármelo, rápidamente, sin pausa, con frenesí, como si fuera una escena de esas películas que en las noches de soledad me alegran la vida.
Exclamé un gemido de placer, mientras ella me volvió a indicar silencio…Dios mío…que locura me estaba ocurriendo en el baño… ella seguía chupándomela más y más… sin pausa… su saliva colgaba de sus labios para depositarse de nuevo en mi pene…estaba a punto de correrme y supongo que ella lo notó, pues en un acto reflejo, aparto su boca y empezó a masturbarme con la mano, cuando el éxtasis silencioso llegó… y una intensa corrida manchó las baldosas blancas del baño. Me recosté en la puerta, mientras ella cogió papel higiénico y me limpió los restos de semen que quedaban en mi pene… sin dejarme hacer nada, me subió los slips, y me ayudó a subirme también los pantalones.
Intenté hablar, pero ella me lo impidió… de nuevo el gesto de silencio se reflejó en su cara, cuando entonces ella se levantó y me obligó a sentarme a mi ahora. Aunque el francés me había dejado relajado, no estaba tan cansado como para sentarme, pero seguía siendo como una marioneta de la cual ella movía los hilos y yo ni tan solo tenía la potestad de hablar. Supongo que siempre se puede decir aquello de “pero aun hay más”, y mi capacidad de sorpresa se iba a rebasar otra vez. Ella se puso ahora con la espalda en la puerta, y se bajo sus ajustados pantalones, mientras yo pensaba que si quería que hiciéramos el amor, debíamos de esperar un buen rato a que mi pene se pusiera de nuevo en forma… su camiseta le tapaba sus prendas intimas, por lo que no le veía las bragas, hasta que ella se las bajo también… empecé a pensar que quería que yo le acariciara su clítoris, que la masturbara, y ¿Por qué no?… Pero… sorpresa!. Al levantarle su camiseta, vi. que ella, era él.
Un enorme pene, aunque flácido le colgaba entre sus piernas y aún así, intuía que era más grande que el mío… Me quedé como colapsado, quieto, sorprendido…la miré mientras ella/el, me sonreía de nuevo y con su mano cogía su pene, para intentar acercármelo a mi boca.
Dude en que hacer, en si levantarme e irme, en negarme, en… cuantas cosas pasaron por mi cabeza, cuando sin saber por qué, acerqué mis labios a su pene, y lo empecé a besar, tímidamente, como el que da un beso de cortesía a un amigo lejano. Tenía un olor diferente al mío y estaba completamente depilado; poco a poco empecé a acariciarlo, lentamente, notando como su erección iba en aumento…y en una fracción de locura, una más, empecé a chuparlo, a lamerlo, intentando imitar los gestos que tantas veces me habían echo a mí… su pene alcanzó la plenitud en segundos, tanto que apenas cabía en mi pequeña boca…Ella/él me sonreía y con su mano apoyándola en mi cabeza, intentaba dirigir mis movimientos succionadores en su pene.
Me gustaba lo que hacía, incluso notaba un ligero cosquilleo en mis zonas erógenas, como si la excitación hubiera hecho acto de presencia antes del tiempo establecido. El sabor de su pene en mi boca, se mezclaba con el sabor de mi saliva en su miembro, y tan entregado estaba a mi felación que no me di cuenta de que ella/él, se había quitado la camiseta y sus pechos emergían tiesos por encima de mi cabeza. Seguía y seguía chupando su enorme pene, cuando en un movimiento brusco, ella/él apartó su miembro de mi boca, justo en el instante en que empezó a correrse casi al lado de donde instantes antes había dejado yo mi semen por la pared. Tenía su miembro sujetado por su mano derecha, cuando quise realizar la misma operación que había realizado ella/él antes. Tomé un poco de papel higiénico para limpiarle su pene, mientras los dos nos sonreíamos con una estela de complicidad.
Él se subió sus bragas, sus pantalones, se puso su camiseta, y se arrodillo ante mí, para darme un roce de sus labios con los míos, que aún estaban húmedos de la felación de antes. Se levantó y se fué, en silencio, dejándome a mí en el baño solo. Me arreglé un poco, y después de mirar de que no hubiera nadie en el baño, salí de los servicios para regresar a mi mesa.
Él no estaba.
Había recogido sus cosas, y tan solo me había dejado un trozo de cuartilla encima de mis libros, con la inscripción: “gracias, volveré”. Y volvió. Yo volví todas las tardes para ver si él, aparecía de nuevo, le esperaba en la misma mesa, y al cabo de unos 9 días de nuestro primer encuentro, él apareció. Vestía igual que nuestra primera vez, y de nuevo repetimos, en silencio, nuestras diabluras en el baño de señoras.
Y volvió la semana siguiente, y la otra, y otras más.
Pero aún hoy, después de varios encuentros en silencio, aún no se su nombre, aún no he escuchado una palabra de sus labios, ni jamás nos hemos visto fuera de los muros de la biblioteca… y llevamos casi un año así… con encuentros silenciosos, en los baños, con felaciones mutuas sumamente placenteras.
Supongo que el día que oiga su voz, se terminará el “silencio por favor”.