Ojitos verdes, la princesa cumplía 18 años (I)
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El padre de Karina accedió a los caprichosos gustos de la niña, que cumplía 18 años. “Ojitos verdes”, la llamaba su padrino, un vecino cincuentón del campo aledaño, al de la familia de la jovencita. Papá Rodrigo, acompañado de Alejandro el vecino y compadre, iban a viajar esa mañana, hasta al lugar donde encontrarían lo que seguramente iba a satisfacer los antojadísimos requerimientos de la chiquilina.
Ojitos Verdes, es una muñeca que camina, habla, canta, grita, llora y para peor siempre obtiene lo que quiere, y ahora pedía un loro parlanchín y un papagayo de hermosos colores. Ojitos Verdes, es delgadita de cara, su cuerpito bien formado, sendos botoncitos rosados, tirando a morados de los senos queriendo llamar la atención ya demasiados pronunciados por sus tamaños. Era dueña de dos grandes lolas que atrapaban las miradas de cualquier hombre. Cadera dispuesta a soportar muchas cosas, piernas bien formadas con nalgas blancas y gruesas por sus prácticas deportivas en el colegio de monjas donde asiste durante la semana bastante distante de la casa.
Ojitos Verdes, tiene boquita grande y carnosa. De mente ágil, y rápida de pensamientos que nada tienen que ver con su edad y su cultura. Rostro aniñada, mirada ingenua, inocente. Cabellos negros, lacios y largos hasta la cintura que con sus ojitos verdes, su sempiterna sonrisa y el gran murallón de sus grandes dientes blancos, hacían de la niña hermosa, un bello retrato de lo que es ser una agraciada personita que todo lo logra con sus lagrimitas y cariñosos abrazos, remilgos y besos.
Era sábado, insistió en querer ir ella también hasta la Estancia donde iban a comprar el obsequio requerido. Ya estaban los dos hombres en el asiento de la 4 x 4, cuando la mamá le pidió a Rodrigo que la llevaran mientras ella hacía los preparativos de la fiestita, a realizarse al día siguiente, domingo por la tarde. De un salto, Karina se encontró sentada a caballito, sobre las piernas del papá, abrazada a su cuello, con sus faldas que no le cubrían las rodillas, a pesar de su edad, era una chiquilina mal criada. Alejandro, el padrino, se divertía riéndose con muchas ganas, ante los mohines de la única hija del joven matrimonio de Rodrigo y Amalia, que no aceptó viajar en los asientos traseros. Quería ir adelante para observar el camino. Alejandro, puso en marcha el vehículo, se disponía a partir, cuando la mamá le alcanzó una toalla para cubrir las piernas de Ojitos Verdes, para que no tomara la resolana de ese caluroso sábado de la postrimería del verano…
Como todos los caminos de la enorme campaña de la comarca, por el que iban, éste, el tomado, era un desastre por los pozos y profundas huellas de carros a caballos, tractores y demás transportes habitué en la zona. Los pesados camiones lecheros eran los que más dañaban esas rutas vecinales, así que el movimiento de los pasajeros de la 4 x 4, eran como estar dentro de una mezcladora de materiales para la construcción, cosa que causaba mucha gracia a la niña grande, que reía y se divertía saltando sobres las piernas del papá, al igual que Alejandro en el volante. No así Rodrigo. Él no reía. Estaba realmente preocupado ya que soportaba estoicamente el peso de la hija sobre sus piernas y que en cada frenada o salto de huella, la niña le apretaba los genitales. En una frenada, la pequeña vio un gesto del papá y que ahogaba un gemido de dolor y entonces lo miró con cierta picardía y le dijo al oído:
– ¡Papi… abrí las piernas, y viajo apoyada sobre tu rodilla derecha y no te aprieto!…
Al decir esto, Ojitos verdes dejó libre la pierna izquierda de Rodrigo que sintió un enorme alivio, quedando su rodilla derecha en las entrepiernas de la nena, que se friccionaba con ella en cada momento en que el vehículo saltaba por efectos del camino. De pronto en una pronunciada bajada, Karina se puso tensa con los pies apoyados en el piso de la camioneta, y las dos manos sobre la consola del vehículo arrastrando en el movimiento los genitales del padre que no podía hacer nada para sacarlo de entre la pierna de ella y su nalga y que con el movimiento y la alocada alegría y saltos de la niña, fue tomando forma y endureciéndose todo lo largo que era. Intentó evitarlo, pero la chiquilina jugaba con el padrino, cuando veía acercarse a un pozo y apretaba sus piernas con más fuerza, para no golpearse:
– ¡Ojitos Verdes… – gritaba Alejandro
– ¡Síiii, padrino… me agarro fuerte!
– ¡Ahí viene!… ¡Cuidado!
Saltaba como un canguro logrando arrancar fuertes carcajadas de la garganta de la muchachita que iba feliz en el viaje, mientras Rodrigo, no soportaba ese vaivén que le imponía el juego infantil, sobre su pene, que estaba a punto de explotar:
– Papito… ¿qué te pasa? – preguntó la niña inocentemente, ante un gemido retenido y un gesto del padre:
– ¡Nada!… – respondió Rodrigo, cerrando los ojos con fuerza para evitar acabar ya, en los pantalones con fuertes chorros de líquido.- … ¡ vos seguís… no te preocupes por mí…! ¡Seguí… por favor!
– ¡Pero papi… si te hago mal, decídmelo
Y bajando su manito la niña intentó separar su pierna de la del padre y se encontró con la enorme y dura cosa de papá. Lo miró. Sonrió con picardía. Su mente de chiquilina avispada, le hizo apretar con fuerza aquella barra ardiente, mientras ella apoyaba su rajita en la punta de la rodilla de aquel padre que ya no supo dominar la situación, mientras Alejandro, le preguntaba:
– Rodrigo, ¿se siente mal? ¿Quiere que nos detengamos?
– No, hombre, siga cuanto más rápido mejor
Lo dijo casi gritándole, mientras apoyaba su cabeza en las espalditas de Ojitos Verdes, apretándola casi con desesperación contra él, mientras la niña con suaves caricias de sube y baja por sobre la liviana tela del pantalón beige, fue masturbándolo, como jugando. Rodrigo se retorcía atormentado en el asiento. No aguantaba más. Sabía que iba a acabar en la palma de la mano de su hija, la que alocadamente reía con cada pozo que volvía a tomar el padrino y frotaba casi con desesperación sus entrepiernas sobre la punta mas pronunciada de la rodilla de papá. Alejandro los observó detenidamente y sintió un enorme sacudón al oír un gemido placentero de su compadre, sintió la sangre subir a sus sienes y su pene endurecerse al máximo cuando Ojitos Verdes totalmente excitada, apreció los fuertes golpes el hirviente semen de papá contra la tela fina del pantalón. Sintió su mano mojada, pegajosa. La sacó del lugar y se la llevó a la boca.
La emanación del clásico aroma de una eyaculación, le hicieron girar nuevamente la cabeza al Padrino y observó el estado de Rodrigo, y la niña que seguía cabalgando sobre la rodilla de este, dando de pronto, enorme alarido por un tremendo orgasmo, la convulsión de la púber enardeció al hombre, sacándolo de sus cabales. La Cabina, con los vidrios bajos, permitía mantenerse dentro de ella los vahos del sexo.
Alejandro, frenó el vehículo, se miró con Rodrigo y éste le suplicó silencio. Que no se comentara nada ni una palabra de lo que allí había ocurrido. El padrino comprendió. Miró su propio falo, casi veintiocho centímetros endurecidos y apretándolo con fuerza, libidinosamente le habló por lo bajo:
– ¡Está bien, Rodrigo… pero ahora el resto del camino hasta la estancia, conducir vos!
Lo tuteó, por primera vez, lo tuteo, mientras dejaba el volante y daba la vuelta para ocupar el lugar del padre de la niña. Rodrigo, se dio cuenta, entendió el costo del silencio. No podía hacer nada y mordiéndose los labios, la puso de pié a la jovencita, se cruzó al volante, mientras Alejandro tomaba su lugar. La pequeña y perversa Karina, con mirada de querer saber qué pasa, puso sus ojos en los de papá, angustiada y con lujuria y este le indicó que sí, que se sentara sobre la rodilla del padrino, siempre lo había hecho, y que siguiera divirtiéndose como hasta ahora. Se pusieron nuevamente en marcha, acercó su boca al oído de la niña, le beso la mejilla y le suplicó:
– ¿Qué pasa si le cuento a mamá lo que me has hecho?
– No, papito… por favor, nunca se lo digas
– Bueno, está bien, vos tampoco… es un secreto entre los tres
– ¿Los tres?
– ¡Si! Alejandro vio todo lo que me hiciste
Y la camioneta arrancó con fuerza, saltando más que antes. Rodrigo tenía intención de llegar lo antes posible, aunque estaban a mitad de camino, con el propósito de neutralizar las intenciones que había leído en los ojos del Compadre. El padrino se había excitado. Fue testigo de un hecho repudiado por la sociedad, pero era más fuerte que cualquier sentimiento. Él tampoco lo soportaba. Hombre más robusto que Rodrigo, para evitar que la niña se golpeara contra la consola del vehículo, la tomó con sus fuertes brazos, la tapó con el toallón y la apretó contra su rodilla derecha, la que había dejado liberada de sus pantalones, antes de entrar a la cabina. Su bocamanga se encontraba arremangada sobre su nalga. Se excitó al máximo cuando sus carnes tocaron la humedad de la pequeña tanguita de Ojitos Verdes. Su miembro, saltó de su bragueta, ya que la había desabotonado, dura como un madero y enorme. Él mismo provocaba el vaivén sobre su falo apretando y llevándola hacia adelante y volviéndola a traer hacia su pelvis. Sentía las carnes calientes de la carnosa nalga de Ojitos verdes, mordiendo sus labios por la tremenda excitación. La niña se dio cuenta, giró su cabeza, con picardía lo miró, regalándole una sonrisa, bajó su mano y le tomó descaradamente la verga, era enorme, se sonrió, ¿Ingenuamente?, la noto mucho más grande que la del padre. La apretó con fuerza, mientras fregaba su vulvita contra la rodilla del padrino.
El vehículo seguía su carrera enloquecida por ese camino sinuoso y poceado. Rodrigo miraba de reojos al compadre y observaba sus gestos de placer que le daba su pequeña hija. No podía, no debía decir nada. Imposible pelear con aquel hombre. Tal vez se matarían. No podía hacerlo. Peor sería que todo se supiera. Observó el lento movimiento del bracito derecho de Karina y comprendió lo que estaba pasando. Se sintió obnubilado por un golpe de sangre a su cabeza, cuando vio al compadre cerrar los ojos y morderse los labios, conteniendo un grito de placer, en señal de estar eyaculando. El aroma llegó a su olfato, mientras Ojitos Verdes, se enloquecía, cabalgando la rodilla del padrino, y ya no disimulaba, ni sus gestos, ni sus gemidos de goce inmenso, delectación de una chiquilina despertando al sexo. Rodrigo, no soportó aquello, y comenzó a friccionar su verga por sobre el pantalón mientras trataba de conducir el 4 x 4, que se le escapaba de la ruta internándose en la banquina. Los movimientos de la camioneta, merced a la velocidad que le había impuesto Rodrigo, y las carnes caliente de la piernita izquierda de la niña, totalmente bañada de semen, volvían a jugar con el trozo enorme de Alejandro.
Las miradas de los dos hombres se enfrentaron. Rodrigo en desesperada embestida con su polla, puso los ojos en blanco, al tiempo que volvía a terminar, enloquecido de goce, al tiempo que Alejandro, quitándose algunos pensamientos de culpa, le bajaba la tanguita de la nena, hasta tenerla en sus manos y guardarla en el bolsillo de su pantalón. Acomodó a la niña sobre la punta de su miembro, y Rodrigo con gestos desesperado, sin emitir sonidos, moviendo su cabeza, le pedía que no lo hiciera. El padrino le suplicó perdón con sus ojos y apretó con todas su fuerzas a Ojitos verdes sobre su verga, penetrándola sin compasión, quedando la mocosita semidesvanecida, sin articular una palabra. Alejandro le acarició el cuello y lentamente comenzó a moverla, subiendo y bajándola, haciendo que su pene totalmente lubricado con flujos vaginales y sangre de la pequeña, remueva las profundidades de Ojitos verdes, que abriendo lentamente sus ojos, mirando a su padre, le sonrió con placer y satisfacción, apoyó sus dos manos en la consola de la 4 x 4 y se recostó hacía donde estaba su padre, gimiendo, dando esténtores de lujurias. La excitación de Ojitos verdes era tal, que Rodrigo, frenó el vehículo sobre la banquina, se corrió hacia donde estaba su compadre, saco la roja verga y se la acomodó en la boquita de la niña, que la abrió desaforadamente hasta que logró introducir el enorme glande del papi, casi todo, en su ardiente fauces. Rodrigo soportó la situación 20 segundos y acabó, eyaculó de tal forma que la niña casi se ahoga con tanto semen junto, al tiempo que Alejandro, también acababa llenándole la lastimada cavidad vaginal de la jovencita, que mostraba un rostro angelical y lujuriante, por momentos vicioso y depravado. Una mirada profunda y perversa les regaló a los dos, como sellando un siniestro pacto de silencio.
Quedaron los tres enrollados y enchastrado de jugos seminales de una jornada de orgía impensada. El padrino, fue el primero en reestablecerse. Ojitos Verdes se había dormido, la tomó en sus brazos y la cruzó al asiento trasero, mientras limpiaba los restos de semen en todo su cuerpo. Miró por la ventana del vehículo, observó una entrada a un campo y a un centenar de metros una limpia laguna. Lo despabiló a Rodrigó, y le señaló hacia el lugar donde se veía agua. Este entendió el mensaje, se puso en marcha y allá fueron para refrescarse y asearse. Ojitos verdes fue introducida en las aguas tibias y transparentes de la laguna, despertándose. Pidió que los dos hombres se volvieran para ella poder lavar su cuerpo y sus partes pudendas. Los dos hombres subieron al vehículo y conversaron entre ellos, pactando el mayor de los secretos, pero había que hacer algo para evitar el embarazo de la niña, le sugirió Rodrigo. Alejandro, entonces, le reveló, que nunca sirvió como reproductor, por eso es que no tienen hijos en su matrimonio. Había tenido un accidente de joven, en una cuadrera y había quedado imposibilitado de procrear. Por ello no había tomado precauciones con la chiquita.
Desde ese día, fueron más unidos, Alejandro, un cincuentón, vecino de su campo, padrino de Ojitos Verdes y Rodrigo, que con treinta y nueve años recién cumplidos, tiene ahora que convivir con malsano secreto con su hija de 18 años, que está escapándole a la niñez muy aceleradamente…
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