Ojitos verdes, la primera impresion antes de follar
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Llegaron a media tarde a la estancia de los Arévalo, y estos se dedicaban a la cría de distintas razas de animales pura sangre y venta de pájaros exóticos. Karina le había pedido para su cumpleaños un papagayo de hermosos colores para el enorme comedor de la casa y un loro hablador. En la entrada, que era enorme, los invitaban a recorrer los distintos stands, donde se exhibían todo lo que ellos vendían. Rodrigo y Alejandro fueron hacía el interior donde había gente conversando para hacer las averiguaciones del caso… Ojitos Verdes se quedó en el 4×4. De pronto vio a unos doscientos metros del lugar, en medio del campo, una pequeña tropilla de Pony, pequeños caballitos de no más de setenta centímetros de alzada, fuertes, de crin largo y hermosas colas. Ella sabía conducir, de chica su papi le había enseñado, puso en marcha la camioneta y fue a detenerse frente a los caballitos. Los vio nerviosos, se tiraban coces entre ellos, se mordían y relinchaban mientras trotaban como jugando a algo desconocido, después se enteraría que era una ceremonia muy especial, donde el macho trata de excitar a la hembra. Bajó del vehículo y se acercó al grupo de caballitos, apoyándose sobre los alambres que cercaban el campo, justo en el momento en que uno de los animales intentó subir sobre otro, siendo rechazado, hasta que el caballito macho, el semental, desenvainó una larga verga oscura y gruesa, cuya cabezota encajó justamente en la vagina de la hembra, que dio un relincho, pero no pudo escapar, por más que lo intentó, pues el potro la tenía agarrada de tal forma que ya no podía huir. Ojitos Verdes observó todo muy atentamente, quedando asombrada ante semejante “cosa” del caballito, que comenzó a moverse, haciendo entrar y salir de la vaina jugosa de la hembra que comenzó a acompañarlo con su cuerpo y relinchos. Karina se sintió convulsionada, volvió sobre sus pasos y se introdujo en la camioneta y entró a jugar con sus dedos en su sexo, estaba sin su tanguita, se acordó que el padrino se la había sacado.
Alejandro y Rodrigo, se acercaron por el lado opuesto a la puerta de la camioneta, extrañados, no veían a la jovencita. Desde afuera era imposible, tenían vidrios polarizados. Miraron hacía el lugar donde se oían los relinchos de los pony, se miraron y sonrieron. Se imaginaron qué podría haber pasado. Fueron hasta el alambrado saltando una zanja, se acercaron cuanto más pudieron a los caballitos, llevando cada uno una jaula con los pájaros adquiridos. Al volver al 4 x 4 se encontraron con un cuadro que conmovió a los dos hombres. Ojitos Verdes estaba desvanecida, totalmente desnuda sobre el asiento trasero, sosteniendo en su mano derecha una enorme banana, penetrada hasta la mitad en sus genitales. Alejandro y Rodrigo, dejaron las jaulas en el suelo y corrieron a sacar a la pequeña del trance. La cubrieron, con unas mantas que había en el vehículo y con el toallon mojado la limpiaron, le mojaron el rostro y le hicieron beber agua. La niña, abrió los ojos dulcemente y con una sonrisa encantadora dijo con una enorme carga de placidez:
– ¡ Papi tengo sueño… Tenía hambre, tomé dos bananas… Pero al ver a esos caballitos haciendo cosas… no sé qué me pasó… mientras comía una, se me dio por jugar con mi mano, luego sentí necesitar de algo mas grande. ¡Oh, padrino!… papito, no fue mi intención.
Ella se echó a los brazos de los dos hombres, llorando zalameramente, mientras, con perversidad sus dos manitos entraron a recorrer sus piernas hacia las pelvis. Al solo contacto de esas traviesas manos con sus respectivos sexos, Alejandro y Rodrigo, reactivaron sus lujurias. Ojitos verdes fue más rápida que los dos, quienes cuando intentaron reaccionar, la niña ninfómana tenía en sus manitas, apretando con fuerzas ambas vergas, que crecieron desvergonzadamente en tamaño y grosor. La excitación envolvió la mente de los hombres, que olvidaron de quien era la ardiente viciosa y no comprendieron más allá de sus sicalípticos estados. Ojitos Verdes, estiró la piel que cubre cada glande, el prepucio corrió hacia atrás, dejando a su disposición las dos enormes extremidades de esos penes. Los miró con picardía, y desoyendo sus quejas, acercó las dos cabezotas a sus labios, pasándoles su caliente y suave lengüita, logrando convulsiones con gemidos que provenían de sus inmoderaciones sexuales. Ojitos Verdes, miró de reojos al padre con picardía, y con una sonrisa siniestra le dijo:
– ¡Papi!…
Rodrigo se estaba retorciendo en el asiento del vehículo por efectos de las caricias de la pequeña, ella lo notó y maliciosamente le comentó
– Estuve pensando, ¿Sabes?… ¿Me escuchas?
– Si, ¿Qué?… – y se mordía los labios de placer incestuoso que le proporcionaba la hija.
– ¡Que sería mejor que yo le cuente a mami, todo… todo.
– Todo, ¿Qué? – y sintió las manos de Karina subir y bajar desde la cabeza a su pelvis con rapidez, masturbándolo, igual que al padrino
– Todo lo que me hicieron vos y el padrino… ah, pero eso sí, le digo que yo tuve la culpa, que yo comencé todo.
Rodrigo vencido por el enorme goce por el que estaba pasando, le dijo, casi sin fuerza:
– ¡No, hija!… no podéis decirle eso a mamita. ¡Porque nos manda preso a tu padrino y a mí, y a vos te deja encerrada en el convento para no salir nunca mas
Ella rió con ganas, mientras fuertes chorros de esperma vomitaban esas oscuras cabezas, veía a los dos hombres cómo se retorcían de placer en sus respectivos asientos. Puso una vez cada una, las enormes vergas en su boca, llenándosela del viscoso líquido, hasta que quedaron laxas en sus manitos. La reacción del padrino y el padre, no se hicieron esperar. Alejandro, trató de convencerla para que no contara lo que había sucedido, porque les acarrearía muchos problemas a él y a su padre. Rodrigo, le imploró, pero ella siguió insistiendo, ante la desesperación de los dos hombres:
– Bueno, está bien, yo no digo
Los rostros de ambos responsables cambiaron radicalmente, pero notaron una intención en esos ojitos verdes, entre tristes y crueles
– ¡Yo no hablo! – los dos sonrieron, aflojando sus tensiones
– Pero quiero “eso” – y señaló con su mano por la ventanilla del vehículo sin mirar.
Alejandro giró su cabeza y no vio nada. Rodrigo se atrevió a preguntar:
-¿Qué, hija?… Pide lo que quieras, Ojito Verdes que si papi no quiere yo te lo consigo… ¿Qué es lo que queréis, muñeca?
– Eso… – cerró los ojos nuevamente con fuerza, y volvió a señalar sin mirar
– Ese pony
Miraron en el preciso momento en que el caballito se paraba en sus dos patas traseras mostrando sus casi cuarenta centímetros de verga chorreando aun con fuerza:
– ¿Un pony? ¿Para qué un Pony? ¿Acaso no tenemos tu Azabache de Montar en la Hacienda? – comentó el padre e insistió – ¿Para qué un petiso?
– Para montarlo más tranquila, para jugar. Hay compañeras del convento que lo tienen. El padrino me lo cuida durante la semana, le hace un establo a su medida, me consiguen las monturas y cuando yo estoy en casa, paseo en él. ¿Les parece mal? – y entró a llorisquear
– Si, papito… quiero un pony y quiero ese blanco de crines largas y la cola hasta el piso. ¡Anda papito cómpramelo – puso cara de capricho y volvió a amenazar
– Mira que sino, hablo
Rodrigo bajó la cabeza, descendió de la pickup y se alejó lentamente hacia la entrada de los Arévalos. Su compadre quiso acompañarlo y ella le dijo que no, que se quedara allí y le gritó al padre.
– Papi, el blanco ese que está allí… ¡Ese! Otro no – cerró la puerta del vehículo y lo tomó de la mano al padrino, pidiéndole que se sentara junto a ella.
Alejandro estaba aturdido por el proceder de la muchachita y se dejó arrastrar, ella le pidió que la ayudara a vestirse y se quitó la frazada que la cubría, dejándola caer al piso del vehículo en el asiento trasero, quedando delante del hombre totalmente desnuda:
– ¿Te gusta padrino? ¿Qué te pasa, padrinito? ¿Por qué esa mirada?
El hombre a pesar de su edad, no pudo desechar la malsana idea de engullir ese apetitoso plato. Nunca la había visto a su ahijada así, paradita con los senos duros, que podían entrar en su boca, sus piernas de mujercita, bien torneadas, las caderas como para soportar muchas, pero muchas cosas más, y una incipiente y oscura barbita sobre su rajita, la acarició, se obnubiló su mente y por fin sus ojos se detuvieron en los bellísimos ojitos verdes, ¿De la ahijada? ¿O los de una hembra? Nunca los había visto como un hombre. Siempre fue el padrino que veía a la niña ahijada crecer. Pero en este momento fue distinto. En esos ojos vio a una mujer, que despertaba al sexo con una carga de erotismo inconmensurable que pedía a gritos que la satisficiera. Bajó su mirada a la boca de la pequeña cuyos labios los vio por primera vez como los de una hembra. Mojados por la saliva de ella que lo desafiaba descaradamente. La atrapó con sus fuertes brazos, la atrajo hacia su cuerpo apretándola con furia y por primera vez acercó sus labios a la boca de ojitos verdes y los besó con suavidad, por miedo a despertar de ese sueño imposible de creer y fue ella la que lo invitó a pasar, abriendo su acceso y sacando su lengua para penetrarla en la fauces del padrino, mientras con sus manos traviesas, le bajaba los pantalones para tomarle la verga con desesperación.
Alejandro, removió su lengua en la boca de la niña que siempre creyó virgen, y ésta saboreando los jugos del padrino, le mordía los labios hasta sangrarlos. Luego, él, royó su cuello, pasando su lengua húmeda por toda su ardiente piel, al tiempo que la insaciable doncella, lo masturbaba y con sus pequeños dientes seguía masticando las carnes del semental que le estaba dando placer. Cuando el hombre mayor, carcomió los pezones casi morados de Karina, ella se retorció y llevo su mano izquierda a frotarse su clítoris que pugnaba por salirse de la vagina. Los pequeños pechos, pero grandes para tan corta edad, fueron engullidos por la boca de Alejandro, ante los gemidos de placer de la pequeña y viciosa ahijada. La recostó toda a lo largo del asiento, el se arrodilló en el piso de la parte de atrás de la 4 x 4 y metió su cabeza entre sus piernas que ella abrió más y más. La lengua gruesa, áspera y larga del padrino recorrió la hendidura vaginal, mientras Ojitos Verdes se retorcía de placer y gritaba cada orgasmo. Se encontró con un clítoris demasiado desarrollado, lo saboreó con sus labios, ante los gemidos de la púber ninfómana que gritando insastifecha:
– ¡Máaasss… más, padrino… oh, mi Dios… padrinito mordeme el pijito, como dice el padre Ramón en el convento, arrancámelo… aaayyyy…
Exacerbado por la lujuria el hombre mayor se sentó en el asiento, tomó a la niña como si fuera un objeto y la colocó frente a su boca, mientras intentaba penetrarla ante los gritos excitados de la jovencita. Alejandro, la apreto hacía abajo y la verga penetró hasta sus testículos, cayendo desvanecida Ojitos verdes, sobre sus hombros sin emitir un grito de dolor. Alejandro la comió a besos en su rostro, en sus ojos, en su cuello, succionó sus lengüita dormida y así derrumbada siguió un movimiento de saca y pone, la ayudaba, alzándola. Era una plumita entre sus brazos, y la volvía a bajar hasta chocar pelvis contra pelvis, hasta que Ojitos verdes, abrió sus ojos y giró su mirada hacía su padrino, con una sonrisa de placer que asustaba:
– ¡Ah, padrinito! qué bueno, ésto es maravilloso – y se retorcía hasta que tomó ritmo y entró a cabalgarlo de una forma que Alejandro jamás había sentido, y le murmuro en los oídos de la pequeña mientras su lengua los penetraba:
– Chiquita, mía ¿Dónde aprendiste a hacer esto?. Muñeca malcriada, jamás una mujer me ha hecho gozar de ésta manera. ¿Quién te enseñó a hacerlo así?
La pequeña viciosa, volvió a sonreír ya totalmente desquiciada y le respondió al padrino:
– ¡Allá, padrinito!
Y ella seguía jineteando sobre la verga de ese hombre cincuentón, al que jamás nadie le había sacado más de dos o tres acabada, pero en su juventud y ésta diablilla sexual le seguía quitando, absorbiendo su líquidos seminales:
– ¿Dónde, allá? ¿Tu papi?
– ¡Nooo!… padrinito máaasss, por favor más, por el amor de mi ángel de la guarda, seguir… segur padrino ¡Si! Aaahhh… – y volvió a desplomarse sobre su padrino que seguía sus movimientos casi desenfrenadamente.
Le estaba costando su cuarta eyaculación en horas:
– ¡Mi muñeca traviesa! ¡Cuánto lo haces gozar a tu padrino!
Apuró el sube y baja, se sintió con algo de fatiga, su corazón estaba demasiado acelerado, pero estaba a punto de acabar en la oscura cavidad de la mujercita libidinosa, cuando ella volvió a tener otro orgasmo, desgarrador, como si le hubieran arrancado el útero y le pidió al hombre bestia que la seguía poseyendo, ya fuera de sí:
– ¡Alejandro… por favor!
– ¿Qué, Ojitos Verdes, qué?
– ¡Penétrame!… por atrás, por favor te lo pido. Por atrás, como lo hace el padre Ramón
De un salto la fierecilla montaraz, con una agilidad casi eléctrica, sacó la verga del padrino de su vagina y dirigiéndola con su propia manito, se la insertó solita en el ano, tal como estaba lubricada, por sus jugos, y la dureza del grueso miembro, le entró forzándose, pero gustándola como una posesa. El enorme placer de Alejandro, renovó sus bríos y la apretó con fuerza, casi con furiosa lujuria, sin compasión, hasta sentir sus nalgas apretarle los testículos y volvió a arremeter como si fuera la primera vez, hasta que inundó las entrañas de la pequeña, que se retorcía del placer que le daba su padrino, lanzando orgasmos tras orgasmos, terminando en un llanto incomprensible. Quedaron así los dos. Ella, la perversa, sentada sobre el cincuentón padrino que recibía de la ahijada largos y mojados besos como queriéndole succionar su lengua, mientras la verga comenzaba a achicarse, entrando en un estado laxo, imposible de rehabilitarla. Con la toalla, aún húmeda, limpió a la pequeña, cuyo rostro no podía disimular ni esconder su cansancio, al igual que él, se sentía exhausto y fatigado. Arregló lo que más pudo las cosas, para que Rodrigo no se diera cuenta.
Se calmaron. Bebieron café caliente de un termo. La chiquilina comió un trozo de torta que le había puesto su mamá y Alejandro, terminó una longaniza napolitana producto de su última elaboración a base de carne de cerdo. Alejandro, miró fijamente a la jovencita y le preguntó:
– ¿Cómo es eso del padre Ramón, princesa?
La niña, con cara de picardía extrema, repreguntó:
– ¿Qué Ramón?
– No te hagas la tonta con tu padrino. ¿Cómo es eso que todo te lo ha enseñado el padre Ramón? – Ojitos verdes lanzó una carcajada.
Se recostó sobre sus piernas, estaban sentados en el asiento delantero y mientras terminaba de engullir la torta, sacando sus piernas por la ventanilla derecha, comenzó a relatar una historia. El padre Ramón, un cura que se hizo viejo diciendo misa para las alumnas del convento, dentro de la institución, tenía un estilo muy sabio para ganarse la voluntad de las niñas. Él sabía, con quienes podía hacerlo, luego de una serie de charlas en el confesionario, cuando cada mujercita iba a confesarse los domingos:
– Yo era nueva, mamá me lleva los lunes y me busca los viernes por la tarde, para estar aquí sábado y domingo. Cuando la hermana maestra de alguna de las materias no asiste a dictar su curso, por estar enferma, o por cualquier otra cosa, nos avisan que tenemos las próximas dos horas para hacer lo que nosotras queremos. En una oportunidad, una de mis compañeras me invitó a ir al confesionario a charlar con el padre Ramón y así lo conocí. Ella tenía un problema y quería consultarlo. La acompañé. No quiso hablar a solas con el cura y le pidió que me quedara con ella. El padre Ramón, con cara de bueno, gordito, brazos cortos y fuertes manos con dedos largos y gruesos, tocaba el órgano en misa. Lo encontramos algo alterado, “¿Qué le pasa Padre?”… le preguntó Alicia, mi amiga y él dirigiéndose hacía una alumna que acaba de salir, dejó entrever su estado de ánimo: “¡ésta, chica, la Matilde!… se viene a quejar, que siente una comezón, como cosquillas en su vertical, le doy un remedio y lo rechaza… ¡bueno allá ella, que la cure Sor Natalia!”… me miró y me preguntó con voz gruesa, de mal tono, “Y vos, pequeña, ¿qué haces con la vertical cuando pica?… lo miré sin saber qué me estaba diciendo, se rió y dijo: “¡Que Alicia te lo explique!”- … no presté atención a la conversación de Alicia con el cura, solo recordé sus palabras y la sonrisa pícara de Alicia, cuando él dijo que ella me lo explicara. A partir de ese día, comencé a escuchar muchas historias de las cosas que ocurrían en el convento. Primero no les di importancia, hasta que después de medio año de estar yo allí de pupila, una noche me sentí mal y llame a mi compañera de celda y le dije que me sentía mal. Me había bajado la menstruación. Mi compañera, mayor que yo, me dijo que no era nada. Alicia, llamó a la celadora… era Sor Natalia, ésta vino urgente, vio el caso, me consoló con masajes, me dio calmantes y todas las explicaciones del caso, hasta que me dormí.
– Muchas palabras, que no responden a mi pregunta… – inquirió Alejandro.
Ojitos verdes, estiró su cabeza hacia atrás para mirar con ojos pícaros al padrino que estaba fumando en pipa, dejando un rico olor a tabaco rubio importado, con cuyo aroma había logrado eliminar el exacerbante y penetrante olor al sexo reciente. La pequeña, al mover su cabeza notó que el miembro del padrino había vuelto a endurecerse, cuyo glande apuntaba a sus labios desde atrás de la tela de pantalón y amago con un mordisco, Alejandro le retuvo la cabeza, pero ella se forzó y sacó su lengua y se la mostró lasciva, libidinosa, eternamente lúbrica y la dejo hacer… Y así, en esa posición le sacó la enorme verga, desabotonando el pantalón. El miembro de Alejandro, nuevamente se metió en la boca de la desenfrenada muchacha, la que solamente giró su cabeza y tomándola con ambas manos se la metió hasta la garganta, degustando ese enorme pedazo como si fuera la primera vez. El padrino se acomodó en el asiento, mientras Ojitos verdes succionaba cada vez con mayor fuerza, gozando con los gestos del padrino que se moría de placer. De pronto, escucharon la voz de Rodrigo que se acercaba, llamando a Alejandro. Ella soltó el juguete y siguió devorando el resto de torta, con tranquilidad el padrino guardó lo que no debía verse y continuó pitando, echando mucho humo en la cabina.
Rodrigo, abrió la puerta, lo invadió una oleada de humo:
– ¿Cómo pueden soportar tanto humo?
– ¡Estoy comiendo, papi! ¿Y?…
– ¡Ya está!… Alejandro, necesito un cheque en dólares, y como vos tenéis cuenta en dólares, después te los doy para cubrir.
– ¡Si, si… ¿De cuanto?.
– Mil quinientos – lo miró sorprendido Alejandro, Ojitos Verdes sonreía malignamente:
– ¿Tanto cuesta? – dijo el compadre:
– ¡No, más aún! Anticipé, dos mil en pesos
– ¿Lo trajiste, papi? quiero verlo
– No hijita… pero cuando vuelvas la semana que viene, lo tendrás aquí… el que vos pediste… mansito… listo para montarlo.
Alejandro le dio el cheque y Rodrigo, salió apresurado hacia la estancia de los Arévalo a terminar la operación. La insaciable Karina, apenas se alejó el padre, se apreto contra la pelvis de Alejandro, desprendiendo nuevamente la botonera y sacando la fláccida polla del nido, así blandita y con la boca llena de crema de la torta, comenzó a jugarla en su boca hasta que de pronto el enorme falo que ahora parecía más enorme y grueso, se hinchó de tal manera que la ardiente boca de la chiquita no pudo retenerla, entonces la tomó con ambas manos y entró a sobarla maravillosamente, tirando su prepucio hacia atrás y lo volvía hacia adelante cada vez mas rápido. Alejandro totalmente excitado, le tomo la cabeza a la pequeña, furioso, y le metió todo su miembro hasta el fondo, exigiéndole que chupara con fuerzas, antes que regrese el padre, mientras él la masturbaba con sus dedos suavemente sobre su clítoris. Alejandro, el cincuentón padrino de la incontrolable niña, se sintió vencido por la púber y contabilizó con su mente enardecida, en el mismo momento en que por séptima vez eyaculaba en menos de seis horas, que tuvo la sensación de que su secreción, su mucosidad seminal, era extraída, succionada por la habilidad de la precoz y ardiente muchachita que absorbía el esperma con maravillosa lujuria.
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