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Obedezco, así soy feliz con la dominación

He llegado la primera al trabajo. La calefacción aún no está a pleno rendimiento y tengo frío. Mi forma de vestir no ayuda. Llevo la camiseta de lycra blanca ajustada con el escote grande, la minifalda gris por encima de medio muslo y con una abertura sobre el muslo derecho, las botas negras con el tacón alto y fino, no llevo medias ni ropa interior. No es la ropa adecuada para la época del año, lo sé. Anoche me llamaste por teléfono y me ordenaste que hoy vistiera así. Tengo frío pero he de obedecer.

Son las ocho y media y la gente empieza a llegar a la oficina. Todos, ellos y ellas, al ver mi forma de vestir, saben lo que va a pasar hoy. Ellos me miran con ojos lujuriosos, les gustaría estar en tu lugar. Ellas me miran, no sé si con envidia o con extrañeza. Todas son jóvenes, apuestas, guapas y dispuestas. Sin embargo, tú me has elegido a mí. Nadie allí entiende como has escogido a una mujer de 48 años.

Esta mañana al ducharme he observado mi cuerpo en el espejo. Estoy bien para mi edad, mis piernas están bien torneadas, la gravedad ha empezado a afectar a mis tetas, pero su tamaño hace que aún se vean deseables, mi culo se mantiene prieto. No, no estoy mal para mi edad. De todas formas no puedo compararme al resto de las chicas de la oficina. Ninguna llega a los treinta y tú has tenido buen cuidado de elegirlas por sus cuerpos. Pero me has elegido a mí. Por eso estoy pasando frío vestida para ti.

Al fin llegas. Vienes vestido con tu abrigo y tu traje de Armani. Le sienta muy bien a tu cuidado cuerpo de treinta años. Te paras en medio de la oficina, esperando. Se que quieres ver si he cumplido tu orden. Me levanto, desfilo ante ti. Pareces complacido. Entras en tu despacho y colocas una silla en el medio. Todos podemos verlo a través del ventanal que comunica tu despacho con nuestra oficina. Al fin suena el interfono:

– Carmen, a mi despacho.

Ha llegado el momento. Entro en tu despacho y cierro la puerta. Me ordenas que baje la persiana del ventanal.

– No la cierres demasiado, que pueda entrar un poco de luz – me dices.

Se que la luz no te importa. Me giro y te miro. Estas sentado en la punta de la mesa tan guapo, seductor, magnifico, dueño y señor de todo cuanto ves, incluyéndome a mí. Allí estaba mi Amo y Señor. Nuestras miradas se encuentran, la mía sumisa y con algo de miedo, la tuya llena de ira. Me acerco a ti. Levanto el rostro y soy recompensada con una suave caricia en el trasero y un beso que se notaba a leguas estaba cargado de pasión y lujuria. Mis senos erectos presionan sobre tu traje gris. Sé que nos están mirando a través de la persiana mal cerrada. Sé que en sus caras hay envidia, celos, dolor, deseo, rabia, amor, todo lo cual me produce la más exquisita forma de placer. Me miras. Sé lo que significa cada mirada tuya. Me inclino hacia ti, manteniendo mis piernas rectas y estiradas, para desabrochar tus pantalones. En esta postura mi culo queda expuesto a los mirones.

Desabrocho el pantalón lentamente, el ruido del cierre al bajar produce una oleada de calor dentro de mí que creo que me va a hacer desfallecer con el solo imaginar lo que sacaré de allí. No parpadeo respiro por mi boca entreabierta como si me faltara oxigeno. Y tu, TU mirándome, no puedo sostener tu mirada. Comienzo a pasar mi lengua sobre el slip ya expuesto, saboreo, por encima de éste, el tesoro que guarda, de repente de un solo tirón bajo el pantalón y el slip, y puedo observar tu hermosa polla brillante, erecta, toda una diosa. Separo un poco las piernas para acomodarme mejor ante aquel manjar. Mi excitación se ve en esos jugos que gotean por la entrepierna, mi coño expuesto a todos, tan rosado, tan depilado. Con tu polla en la mano y tus testículos al aire, saco la lengua y pinto cada detalle de lo allí expuesto de forma salvaje, con hambre loca. Mi desesperación es tal que la trago toda, centímetro a centímetro, entre chorros de salivazos, aprieto un poco los testículos y comienzo a mamarla. Mi Amo y Señor.

Echas tu cabeza hacia atrás. Mi aliento es como fuego para ti. Lo noto por la forma en que tu mano empieza a acariciarme con rapidez sin dejar nada, pellizcarme los pezones sobre la tela de la camiseta. Tu adorada polla entra y sale de mi boca, la trago entera hasta hundir mi nariz en tu adorado pubis, sigo moviendo mi cabeza y labios de arriba abajo a todo lo largo de la chorreante pija. Tu mirada en la mía me indica que sabes lo que me pasa, conoces mi cuerpo tan bien como tuyo propio, soy una extensión de su mente y alma, sientes lo mismo, lo controlas todo. Me lo demuestras al detenerte, sabiendo yo como sé que estabas a punto de estallar. De repente te enderezas, me agarras por el cabello y me arrojas sobre la mesa. Quedo aplastada contra ella. Levantas mi camiseta por encima de mis pechos. Me acaricias, me tocas los senos mientras me chupas las orejas, metes tus manos entre mis piernas, sacas mis jugos y los chupas con tal deleite que yo me veo morir.
Me coges por el pelo de nuevo y me arrastras hasta la silla que tienes preparada. Me haces doblarme sobre el respaldo y atas mis muñecas en los apoyabrazos. En esta posición veo el ventanal. Veo sombras moverse tras la persiana. Sé lo que piensan esas sombras, sé lo que desean.

Te acercas por detrás. Paseas tu polla por mi sexo. De él salen los jugos con los que otras veces sacias tu sed. Hoy no. Colocas tu miembro en la entrada de mi vagina y aprietas. Mi cueva húmeda, ardiente, te acoge. Mi sexo se cierra en torno a tu poder. No quiere dejarlos escapar. Desea retenerlo para siempre. No veo tu cara pero sé que estás sonriendo. Me siento llena. Comienzas a moverte. Tu placer es mi placer. Todo está en silencio. Las sombras tras la ventana no se mueven. Sólo se oye el golpear de tu pelvis contra mis nalgas. No puedo remediarlo, empiezo a gemir. Sé que todos me oirán pero no me importa. Te gusta. Lo sé porque aceleras el ritmo. Sujetas firmemente mis caderas y me penetras profundamente. Me parece un sueño que mi sexo sea capaz de albergar toda tu polla. Mis pechos se balancean al ritmo de tus embestidas. Mis gemidos suben de volumen. Las sombras se mueven nerviosas. Soy el centro del mundo. De ese mundo del que tú eres dueño y señor. No puedo aguantar más. Un espasmo recorre todo mi cuerpo. De mi garganta sale un gemido profundo y animal. Mi cuerpo no me pertenece. Quiero gritar ya basta, basta, pero no puedo, solo cerrar mis puños, gemir aahh… aaaahhh… aaaahhhh… y de repente todo estalló, mi vagina se estremeció… Me corro. Tengo un orgasmo, no paras, otro latigazo, sigues. En un minuto me he disparado tres veces. Tres orgasmos cortos pero consecutivos. Mis piernas flaquean. Estoy en el cielo. De repente me doy cuenta. No me has dado permiso para correrme. Se que eso te enoja. Sé que voy a ser castigada. Hace unos segundos estaba en el cielo y en breve estaré a las puertas del infierno.

Oigo que abres un cajón. Sé lo que guardas ahí. Un silbido en el aire y tu fusta cae sin piedad sobre mis nalgas. No emito ningún sonido, no debo. Siento como si me hubieran desgarrado mi firme pero tierna nalga. El dolor que siento se mezcla con el deseo. ¿Cuánto podré aguantar?. ¡¡Aaah!! Mi otra nalga sufre el mismo tratamiento. No puedo contener mi voz y gimo. ¡Aaahhh! El tercer golpe me parece más fuerte que los anteriores. ¡Aaahhh! El dolor en mis nalgas es muy fuerte ahora. Mi trasero me arde. Cada golpe lo contrarrestas con una leve caricia a mi sexo. ¡Aahh! ¡Aaaahhhh! Algo me está sucediendo. El placer y el dolor se unen ahora en una deliciosa condena… mi cuerpo ya no es mío, te pertenece totalmente. Me abandono a esa sensación. Me golpeas sistemáticamente, y llegó un momento que a cada golpe creo seguro que no aguantaré ni uno más… pero sigues. ¿Cuántos azotes han soportado mis nalgas? ¿10? ¿12? Me parece excesivo. Sé que mi placer sin tu permiso te ha hecho enfadar. Las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos. Eso te gusta. Sabes que he comprendido. Te agachas y masajeas mi dolorido culo. Separas mis nalgas e introduces tu lengua en mi puerta trasera. Eso no. Me muevo y aprieto el esfínter. Un nuevo fustazo deja claro que mis deseos no tienen ningún valor. Dejo que sigas e intento dominar mis sensaciones. Te pones en pie y apoyas tu miembro en la entrada de mi culo. Es inútil que me resista. Presionas. Tu cabeza se abre camino sin dificultad. Mis músculos se acomodan a ti. Alguna de las sombras ha desaparecido. Vuelves a presionar. Noto cada centímetro, cada milímetro de tu poderoso miembro introducirse en mi hasta ahora, virgen culo. No hay dolor. Continúas. Al fin siento tu bello púbico frotarse contra mis nalgas y mi depilado sexo. Tu herramienta está completamente enterrada. Me siento más tuya que nunca.

Me coges por el pelo y te sujetas a él como si fuera la crin de un caballo en que cabalgaras. Mi cuerpo se arquea. Comienzas a bombear. Los músculos de mi culo se cierran sobre tu polla para evitar que salga. Es la primera vez pero mi culo reacciona como si estuviera acostumbrado. Sigues moviéndote. Empiezo a gemir de nuevo. Esta vez no pararás. Me das cada vez con más fuerza, con más profundidad. Llevo en la misma posición mucho rato y mis piernas empiezan a flaquear. Pero no estaré mucho más así. Estás a punto. De repente la sacas. Das la vuelta a la silla y te pones frente a mi cara. Te masturbas con frenesí. Abro la boca. Lanzas un aullido desgarrador. El primer latigazo de semen me cruza la cara, el segundo y el tercero caen sobre mi lengua. Lo saboreo como si fuera a darme vida eterna. Te gusta que lo trague todo. Con tu polla recoges lo esparcido por mis mejillas y lo das a mi lengua. Afuera se oyen algunos ruidos. Todo se clama. Estoy con los ojos cerrados, respirando el perfume a sexo que inunda el despacho. Me desata los brazos. Me incorporo. Coloco la camiseta y la falda en su sitio. Sigo con los ojos cerrados, no deseaba abrirlos, quiero retener este momento. Oigo abrirse la puerta. Tú, inmaculado, estás en el quicio esperando que yo me vaya. Cuando paso a tu lado bajo la mirada. Me retienes con tu fornido brazo. Miras hacia la oficina. Todos están sentados en sus puestos pero hace unos momentos nos miraban queriendo ser nosotros.

– Carmen, su trabajo en esta compañía es sobresaliente, tal vez sus compañeros tengan interés en aprender de usted. Veremos lo que se puede hacer.

No puedo mirarles. Levantas mi rostro. Me sonríes. Tu cara se acerca a la mía. Te miro, miro tus ojos llenos de amor como siempre, mis dedos con lentitud delinean tu cara y entreabro mis labios para recibir tu beso, tu lengua recorre mi boca, con pasión, con fuerza me aferro a ese beso de aprobación como un naufrago a su salvavidas, en ese beso va mi rendición.

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