Me llamo Maria y tengo 39 años. Me casé muy joven y sin experiencia ninguna, lo mismo que mi marido. Los primeros años hacíamos el amor con la luz apagada, camisón largo y polla corta. Me dejaba el coño a medias, muy mojado y con ganas de pedir lo que necesitaba: mucha polla. Pasaron los años. Cada día yo estaba más necesitada y mi coño seco.
Mi flor se marchitaba, hasta que un buen día me levanté tan cachonda que en el baño, me hice una descomunal paja. Había descubierto un remedio para mis males y cada mañana mi primera visita era al baño. Mientras el cabrón de mi marido dormía. Ya ni cerraba la puerta del baño. Me magreaba mis bonitos pechos y le daba libertad a mi clítoris. Pero cada día necesitaba más sexo. Mi joven cuerpo me lo pedía.
Pasaron varios años con las masturbaciones ya que no tenía otra solución. Mis dedos recorrían el camino de mi coño varias veces al día hasta que descubrí el mango de la ducha de teléfono. Me la metía toda en mi vagina y con la presión del agua tenía unas corridas descomunales sin importarme que mi marido se enterara de mis gemidos y gritos de gusto.
Un día, alarmado por mis gritos, mi marido se asomó a la puerta y me cogió con la ducha dentro del coño. Yo seguí, sin mirarlo, con mi follada y cuando salí al salón con mi camisón transparente, sólo me dijo:
– Maria, ahora sé lo puta que eres.
Desde ese día ya sólo me regalaba consoladores, bolas chicas y ropa sexy. Cuando salgo del baño, limpia y perfumada, sentada en el sofá del salón él me trae pepinos, zanahorias y mi colección de consoladores. Entonces empieza mi ritual donde doy alas a mi imaginación y me voy introduciendo en mi sediento coño todo lo que tengo, pero pensando en grandes pollas.
Mi marido me ayudaba a meterme los consoladores en mi coño y también un buen pepino en mi ano donde cada día me entran de más grandes. Después de seis o siete orgasmos, él me mete su polla y se corre. Eso es el postre. Podría escribir mil y una orgía, empezando por la comida de coño que me hizo un vecino que se divorció de la mujer con la excusa de que él quería una mujer tan sexy y puta como su vecina Maria.
Yo monto a un hombre y mis movimientos son tan rítmicos y mi coño tan caliente como un volcán que la más potente de las pollas se derrite dentro de mi vagina. A mí no me dura ni tres minutos una polla tiesa. Mi última orgía fue en el pasado verano en la costa de levante. Mi marido me había comprado un mono completamente transparente y le dije que me lo pondría una noche para ir a cenar. Así lo hice y fuimos al restaurante de costumbre. Todo el mundo me miraba. Luego fuimos a una discoteca y después de visitar varias, donde sólo había jóvenes, y de donde salí toda magreada y sobada, terminamos, mi marido y yo, en el pub de la otra esquina del hotel. Había muchos grupos de mujeres cuarentonas y hombres en la barra, una pista de baile muy oscura y repleta de gente. Nos sentamos en una mesa en el centro del local. Después de pedir una copa, salimos a bailar. Esa noche le dije a mi marido, cachonda perdida:
– Me vas a tener que echar tres o cuatro polvos.
– Pues tendré que buscar ayuda – me contestó él.
Al decir eso miró a la barra donde había varios grupos de hombres tomando copas. Me fui a los servicios, que estaba al otro extremo del local, y pasé muy cerca de la barra. Los tíos me miraron y piropearon.
– ¡Tía buena… vaya tetas… !.
Me paré delante de tres hombres y les pregunté:
– ¿Quién de vosotros me quiere follar?.
– ¡Yo! – dijeron los tres al mismo tiempo.
Jaime, el primero, me sacó a bailar. Al momento sentí un gran bulto en mi entrepierna. Me pegué tanto y su presión contra mi cuerpo con el movimiento del baile, fue tan fuerte que sentí mi primer orgasmo mientras con una mano me pellizcaba una de mis tetas, fuera del transparente mono. Nos tomamos varias copas en la barra mientras me rodeaban aquellos tres hombres, sobándome las seis manos. Yo me encontraba más puta y cachonda que nunca. Cuando les dije que no me importaba follarme a los tres, uno me preguntó:
– ¿Y tu acompañante?.
– ¡Ese es un cabrón y lo dejaré en la puerta del hotel! – repliqué.
Avanzada la madrugada, el portero se quedó mudo al verme entrar con cuatro hombres, casi desnuda y todos algo bebidos. A mi marido le dije que se quedara en el vestíbulo donde había varios sillones. Cuando entramos en mi habitación Carlos, que era el más lanzado, se quedó desnudo al momento, me quitó los tirantes del mono y me quedé en pelotas como él empezando, en el acto, a comerme el coño con una maestría que me volvía loca. Mientras yo me retorcía, José Mari me enchufó una larga polla, de más de 30 cm, muy negra, en la boca y que empecé a tragar. Al momento me corrí con un orgasmo tan brutal que casi me desmayo. En ese instante José Mari lanzó un grito y de su manguera salió un torrente de leche que llenó mi boca por completo, rebosando por mis labios ya que no podía tragar tanto semen.
Al momento Eduardo me cambió de postura y a palo seco me metió su corta pero gruesa polla, en el ano de un solo golpe. Carlos me la metió en la boca empezando yo a trabajársela como buena mamona que soy y antes de que Eduardo me llenara el agujero del culo de esperma, sentí varios orgasmos seguidos. La polla de Carlos me la tragaba con tantas ganas que tenía que respirar por la nariz mientras él me decía:
– ¡Traga… traga puta… cómetela entera!.
Tenía la polla tan bonita que me la hubiera quedado en propiedad y le puse tanta profesionalidad que sus gritos se oían en medio hotel. Eduardo seguía follándome el culo, Carlos la boca y José Mari pellizcaba mis tiesos pezones hasta que, de un fuerte gemido, las dos pollas vaciaron su precioso líquido. Tragaba yo leche por la boca y por el ano mientras que el resto me lo echaron en las tetas. Sin perder tiempo, José Mari puso la polla en la entrada de mi hambriento conejo y empezó a follarme por el sitio que más me gusta. Su polla salía y entraba con gran facilidad de mi húmedo y abierto coño.
– ¡José, méteme más, aprieta fuerte, así… aaah… que puta soy… ! – exclamaba yo.
Cuando José Mari se corrió en mi coño y sacó la polla, en el acto se metió otra y así, uno detrás de otro, me fueron jodiendo sin descanso. La follada duró hasta las doce de la mañana. Todo mi cuerpo estaba lleno de esperma, la mayoría seca, y yo como muerta. Los chicos se ducharon y antes de marcharse me sacaron de mi profundo sueño, me dieron un beso y me dijeron:
– Maria, te dejamos un regalo sobre la mesita.
Les dije que avisaran a mi marido. Cuando él entró, había treinta mil pesetas en la mesita. Al preguntarme mi marido de que eran, le contesté muy seria:
– Es mi sueldo.
Mi esposo me ayudó a darme un buen baño, enjabonando mi cansado cuerpo y sólo me preguntó cuantas veces me había corrido.
– No sé, quizá catorce o quince…
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