Mi sobrino es mi adorado amante
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Mi nombre es Sonia y tengo 32 años. Soy alta, espigada, de cabellos negros y ojos azules. Estoy casada con un hombre de 45 años que tiene un sobrino de 25, es el hijo de su hermana. Voy a contar mi historia con este joven atrevido con el cual no me había propuesto nada porque amo a mi esposo.
Resulta que un día mi esposo viaja por negocios y como a los dos días me manda un mensaje telefónico donde me indica que vaya a lo de su hermana por unos papeles, y me adelanta que si ella no está, entre con una llave que él tiene en un cajón del escritorio. Fui hasta allí y al no responder nadie entré con la susodicha llave. Recuerdo que era un día de mucho sol y hacía calor. Yo llevaba una falda corta negra, una remera rosa y tacos altos, una tanga negra que se me metía entre los labios de la vagina produciendo un roce en mi clítoris cuando caminaba. Esta era la razón de que estuviera caliente, y en realidad yo buscaba esa sensación.
Los papeles que debía llevarme estaban en la mesa de luz de la alcoba. Entré en ella, estaba con las cortinas cerradas y en semipenumbras, me agaché para abrir el cajón y fui tomada desde atrás por unos brazos fuertes, y sentí una fuerte presión en la cola, en medio de mis glúteos. Era mi sobrino, que con cálido aliento y desde atrás me decía “bienvenida tía”. El muy descadarado sabía que yo iría porque mi marido le había avisado, y estuvo esperando desnudo, sus pasos sobre la alfombra no habían producido ruidos. Fue una extraña sensación de indefensión y de calentura a la vez. Mi concha se mojó rápidamente por lo que conté antes, mi calentura previa debida a la tanga, y no resistí los brazos masculinos que me envolvían y los calientes besos que me prodigaba en mi cuello.
– Espero ahora estés toda desnudita para mí – dijo él soltándome y prendió la luz.
Lo miré sorprendida. Estaba enteramente desnudo frente a mí y con una firme erección. Su miembro subía y bajaba. Y mi calentura aumentaba al ritmo de los jugos de mi concha. Me dije que no podía desaprovechar ese regalo y seguí el juego. Cuando terminé de desvestirme allí de pie frente al gran espejo, casi involuntariamente llevé la mano a mis entrepiernas para acariciarme y así darme más ánimos para cojer. En ese momento se acercó su cuerpo joven y con pocos vellos, su cabello enrulado y desordenado, la cara de deseo que puso al verme completamente desnuda, todo ello me hacía temblar como la primera vez que estuve con un hombre. De verdad que era algo muy especial no tenía nada de desagradable, les confieso. Se me acercó, me dio un suave beso en los labios y dijo casi susurrando en mi oído:
– No sabes las veces que me imaginé este momento.
Respondí besándolo apasionadamente, mi lengua se abrió paso entre sus labios gruesos restregándose contra la suya, me senté en la cama quedando frente a su macizo miembro, puse mis manos en él, largo y tieso como un palo, su piel bien atrás por la erección, y una cabeza grande y rosada que yo deseé hacer explotar en mi concha. Le di una chupada sonora, y miré su cara. Estaba ardiendo, no daba más, todo colorado. Tomé su pija y comencé a pajearlo dentro de mi boca sintiendo cómo se le ponía más grueso, mi lengua recorría su cabeza en movimientos circulares por todo su contorno, su respiración y la mía se volvieron muy agitadas. Qué calentura que me daba, que locura excitante… mis primeros cuernos a mi pareja!.
Después de un rato lo saqué de mi boca y empecé a lamerle las bolas, desde allí mi lengua subía por su miembro hasta llegar a la cabeza, lo mamaba un ratito por partes y volvía a bajar. Reconozco que estaba disfrutando como loca, quería comérmelo todo, lo gratificaba con febril desesperación, su cabeza estaba hinchada al máximo rozando las paredes de mi boca. Me puse salvaje… insaciable… impúdica en extremo. Lo acosté en la cama, y se echó encima de mí enterrándolo hasta el fondo. Mi concha lo apretaba con fuerza, sentía sus bolas agitarse y pegar en mi culo en cada embestida que le daba. Le estaba dando duro mientras me chupaba las tetas desesperado y me mordisqueaba los pezones hasta dejarlos rojos. Y así me arrancó cataratas de orgasmos incontrolables mientras esperamos el suyo.
– Dámela, mi macho, dámela así, soy toda tuya, culeame toda.
Su grito resonó en toda la casa. Quedé rendida en la cama de placer, y nos dormitamos un rato. Al despertarme me vestí en silencio, y me fui dándole un tímido beso en los labios. Ya en la calle sonó el celular. Era mi marido.
– ¿Tienes los papeles?
Dios mío, pensé, me había olvidado los papeles. Le mentí, le dije que estaba llegando a la casa y a punto de entrar.
– Cuando los tengas me llamas – dijo.
Volví a la casa, al entrar al dormitorio él estaba acostado con su miembro otra vez parado como un árbol. Confieso que ir a la habitación y encontrarlo desnudo con semejante tronco, más grande aún que la de mi esposo, disipó todas mis vergüenzas y temores y mi concha empezó a latir con fuerza. Parecía que iba a saltarme del cuerpo y hacía que me mojara. Sentí deseos de completar nuestro acto con una escena de lujuria. Sus ojos así me lo pedían. Juntó el pulgar y el índice y los ubicó en la base de su pene y empezó a moverlo, sacudiéndolo, exhibiéndome su roja cabeza que había alcanzado el tamaño de mi puño cerrado. Menudo garrote para comer. Pensé en lo hermoso que sería sentirlo frotarse dentro de mi concha, y lentamente dejé caer al suelo mi escasa pollera y mi remera. Estaba embelesado mirando mi culo solo con una magra tanga. Giré hasta ponerme de frente y me acarició mis tetas. Estábamos muy calientes los dos.
Mis pezones estaban parados y mis labios vaginales se asomaban a los costados de la estrecha tanga. Me quedé quieta, de pie junto a la cama sin saber lo que vendría. Me amasó las tetas suavemente y comenzó a chuparlas. Con un solo movimiento me desprendí de mi única prenda interior que cayó al piso. Me frotaba y chupaba las tetas mientras otra mano me acariciaba las nalgas, metía sus dedos en mi agujero trasero, yo separaba las piernas y le dejaba que entrara ahí. Luego me arrodillé en la cama y me puse a chupárselo como loca, lamiendo sus bolas, y después a pajearlo como desesperada de ver semejante cosa que se culearía hasta mi alma. Lo pajeaba con mis dos manos de grande que lo tenía.
Me volví a poner de pie y de espaldas abriendo mi cola con ambas manos y mostrándole mi virginal y sedoso culo. Inmediatamente lo tuve detrás de mí besándome el agujero, la tan deseada entrada de mi culo. Nunca en mi vida me habían culeado realmente y estaba ansiosa por probarlo. Me puse en cuatro patas sobre la alfombra dirigiendo mi agujero a su rostro, lo besó una y mil veces, me lo mordía, me agrandaba la entrada con su lengua.
– Aaaahhhhh… mmmm…
Él comprendió lo que esperaba en ese momento, respondiendo a mi deseo apoyó su cabeza rosada sobre mi esfínter húmedo que latía de placer, pedía dame, dame, dámelo todo!. Fue entrando muy despacio, me lo metió todo y sentí sus bolas frotando mis nalgas y sus gritos.
– Qué placer diosa! Que hermoso que es culearte! Que caliente que está adentro.
Me dolía un poco pero al mismo tiempo sentía placer, un placer masoquista que se arrogaba darle mi carne para que gozara como un animal. Era una sensación que jamás había sentido, de total sumisión al macho. Me estaba culeando, se culeaba a su tía, dándome como loco, entrando y saliendo su pene apenas cabía en ese orificio. Cada vez que lo sacaba, arrancaba hacia fuera mi esfínter dándome placer y dolor al mismo tiempo. Luego sentí cómo estallaba dentro y me inundaba la cavidad de caliente leche, y yo gemí, sí gemí como una puta desgraciada al acecho de su potro salvaje.
– Aaaahhhh… rómpemelo todo, no pares hasta que me haga toda encima – dije.
Tras su largo orgasmo lo sacó dejando mi culo chorreando leche sobre la alfombra. Yo estaba excitada como nunca, pasé la lengua por la alfombra saboreando su semen y lo miré con ojos de animal. Finalmente le arrebaté el miembro y me lo metí en la boca, hizo intentos de sacarlo porque le había quedado muy sensible tras el orgasmo, pero me lo metí en mi boca y empezó a retorcerse y a gemir de nuevo, mamé sacándolo de mi boca y produciendo un ruido de chupadas descomunal. Lo hice unas treinta veces… hasta que su leche saltó de nuevo hacia mis labios. La tragué toda, la paladeé como un manjar… la leche caliente de mi macho.
Luego nos duchamos juntos, y en la ducha me chupó la concha, y yo le metí deditos en el hermoso culo que tiene y le dije:
– Qué ganas de cojerte con mi lengua y mis dedos querido sobrino.
Como respuesta me besó y metió su lengua hasta el fondo de mi boca. Cuando salí del baño fui a la mesita de luz por los papeles, no fuera que me los olvidara por segunda vez, ya no tendría qué explicación dar a mi marido. Cuando me despedí me volví hacia atrás a verlo, sus ojos brillaban, creo que se estaba enamorando, y no sé yo… sino lo estaba ya.
Desde ese día me encamo tres veces a la semana con mi sobrino. Me visita toda vez que puede cuando mi marido no está. Estoy embarazada y no sé si el padre es mi marido o mi joven y adorado amante que me sigue cogiendo. Nunca dejaré de amar su miembro y sus arremetidas, aunque me siga ardiendo el culo… más aún ahora, pues el hecho de estar embarazada le despierta muchas más ganas, ya me está pidiendo que la primera leche de mis tetas sea para su boca.