Mi querida zanahoria lo acaricio suavemente
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Su pelo cobrizo me parece tan hermoso que lo acaricio suavemente. La beso pero ella no reacciona; no puede hacerlo a no ser que yo se lo ordene específicamente. Está aprendiendo cómo tratar a su maestro, su dios.
Muerdo fuertemente su labio inferior y un ligero reguero de sangre empieza a fluir; qué dulce sabe su sangre. Penetro su boca con mi lengua intentando alcanzar su garganta, sé que no puedo. Retrocedo unos pocos pasos y la observo. Ella lleva puesto un traje de alta costura parisina con un escote increíble y medias de seda. El único indico que muestra su esclavitud es el collar de cuero con su nombre “Zanahoria” (en honor al color de su pelo). No lleva zapatos; están tajantemente prohibidos en esta estancia. Yo mismo obedezco esta regla (no quiero que nadie me ensucie el suelo).
También luce largos guantes de seda que le llegan a los codos; parece una dama de la alta sociedad. Sus ojos están fijos en el suelo cuando le ordeno que se desnude. Empieza insinuante quitándose su carísima chaquetilla y la insto a continuar con blusa de encaje. No quiero que todavía se quite su sujetador de seda roja. Una vez más, como todas, me sorprendo con su aspecto de diosa griega, ampulosos y elevados pechos, el ombligo más bello que jamás he visto con un aro dorado perforado, realmente excitante. Sus pezones rosados luchan contra la tiranía de la seda de su sujetador pero no pueden escapar de su prisión. Le ordenó que continué quitándose las medias.
Tiene que subirse la falda para desatarse las ligas de sus bragas y quitarse las medias. Le ordeno que me las de. Las huelo y descubro (como me esperaba) una ligera humedad. Su conejo empieza a emanar zumos de hembra casi de inmediato, pero afortunadamente ella tarda mucho tiempo en alcanzar su orgasmo (su mayor virtud exceptuando su belleza, naturalmente). La hago parar durante el tiempo suficiente para que desaparezca cualquier brizna de excitación de su cuerpo o mente. Cuando ella está tan seca como el tiempo afuera le ordeno que se quite la falda. Ahora ella únicamente lleva puesta la ropa interior y me doy una vuelta alrededor de ella disfrutando del panorama. Cojo un látigo de la mesa y empiezo a dar latigazos al aire con un sonido tan cortante que sé que ella cree que voy a azotarla. No está del todo en lo cierto. Acarició el látigo, me pongo a sus espaldas y le abro el sujetador con mis dientes lamiéndole la espalda.
“Bájate las bragas, esclava” ordeno y ella obedece sin rechistar. Cuando las bragas alcanzan la altura de sus rodillas le ordeno tajantemente detenerse. Está sorprendida. Alargo el látigo y suavemente froto los labios de su coño con la cabeza del látigo. Le doy un lametazo y me cercioro de que continua suficientemente seca.
“Súbete las bragas, esclava” Se vuelve a sorprender pero obedece mi deseo.
“Dame tu guante izquierdo”, y me lo da.
“Mastúrbate con tu mano derecha” ella levanta la vista y sus ojos se encuentran con los míos.
“Échate en el suelo, esclava” grito.”Ya te enseñare a no mirar a los ojos a tu maestro”.
Le doy una buena azotaina con el látigo (que no pensaba utilizar) aunque pese a todo sé que no deja de ser una suave tunda; ella resiste infinitamente más y no es mi deseo terminar tan temprano. Sus glúteos están completamente enrojecidos cuando se vuelve a poner las bragas y le ordeno otra vez que se masturbe con su mano derecha. Ella está como alucinada pero obedece. Empieza a tocarse tan suave y delicadamente que más parece una virgen adolescente que una esclava medio entrenada. Cuando me harto de su pasividad le grito que sea más decidida. La intensidad de sus caricias se incrementa considerablemente y sus bragas empiezan a mostrar signos de humedad. Su coño gotea como una fuente pero ella no está realmente excitada. Me doy cuenta de esto por sus movimientos (conozco perfectamente bien todos los movimientos de mis esclavos).
“Metete dos dedos en el coño” Contemplo extasiado como sus guantes sedosos se empapan, particularmente los dedos.
Empieza a jadear como una posesa. Cuando siento que ella está realmente cerca de correrse le ordeno que pare. Pone cara de niña buena, quiere que se lo termine pero se va a quedar con las ganas. Sus bragas están tan empapadas como si hubieran sido rescatadas del hundimiento del Titanic. Hay un lago bajo sus piernas y el maravilloso guante parece papel mojado. Le quito el guante y se lo pongo en la boca para que pueda disfrutar de sus abundantes jugos.
“Mira el suelo. Límpialo de inmediato”
Ella intenta usar el guante pero yo me doy cuenta y le ato las manos a su espalda con una de sus medias. Ella tiene que lamer su propio zumo. Mientras lo hace juego con su chochito para mantener el grifo abierto pero evitando cualquier contacto con su clítoris. Cinco minutos más tarde, y con otro lago del néctar de su conejo de similares dimensiones al anterior le hago parar. Se incorpora; tiene la tanto la barbilla como la nariz absolutamente empapadas. Aprieto fuertemente sus bragas mojadas contra su chorreante coño con mi mano izquierda. Le quito las bragas y le ordeno que se acueste en una mesa en el centro de la habitación. Cuando ya está en posición horizontal hago un bulto con sus bragas empapadas (pringándome las manos), se lo pongo en la boca y lo utilizo como mordaza, atándolo tan fuerte como puedo. Sé que se está ahogando con sus propios jugos y no puedo evitar una sonrisa maliciosa.
Le vendo los ojos y finalmente le coloco unos auriculares en sus oídos al máximo volumen con el heavy metal más potente que conozco. Ella no puede verme ni oírme, ni tan siquiera gritar. No pertenece a este mundo. Cojo unos grilletes especiales con los aros separados por un único eslabón y se los colocó en los pies. Los grilletes son perfectamente apropiados para ser enganchados por una cadena. También recojo una barra separadora. Si pudiese ver lo que voy a hacerle se pondría a rezar. Acaricio sus fuertes y perfectamente torneados muslos. Separó sus piernas y cuando parece relajada e incluso disfrutando ato a sus rodillas la barra separadora. Su cuerpo se pone en guardia y sus piernas se tensan mientras su coño se abre.
Inicialmente coloco la barra separadora en la mitad de lo que ella puede resistir (de acuerdo con mi calculo anterior). Sus gruñidos infrahumanos se filtran a través de la mordaza y se incrementan mientras aumento la separación de sus rodillas muy despacio, muesca a muesca, quedando sus tobillos fuertemente unidos por los grilletes. Cuando creo que ha alcanzado ya 3/4 partes de su resistencia paro, permitiendo que sus piernas se adapten a la nueva situación. Acaricio sus muslos que están tan tensos como un arco a punto de disparar una flecha. Su coño está realmente abierto y cojo una pluma de avestruz de una estantería. Acarició los labios de su coño con la plumita y mientras tanto, con la otra mano añado otra muesca a su tormento.
Observo detenidamente su lucha y tan pronto como se relaja, otra muesca. La barra separadora alcanza el grado de separación que previamente he calculado, añado otra muesca. Dejo que descanse un momento y en esos instantes cojo una maquinilla de afeitar. Afeito en seco su mata de cobrizo vello púbico. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez en que la afeite (habitualmente afeito el vello púbico de mis esclavos una vez a la semana pero el de Zanahoria llevaba más de un mes sin afeitar); he estado preparando esta sesión durante mucho tiempo.
Deslizo un dedo en su coño abierto. Juego un poco y cuando empieza a lubricar quito la mano. La giro con dificultades sobre la mesa y le ato un palo de dos metros de largo a su espalda; a su cadera, entre sus manos atadas, por debajo de sus pechos y a la altura de su frente, no quiero que arquee su espalda durante su futura excitación. Ella no puede mover ninguna parte de su cuerpo. Caminó a través de la habitación y alcanzó una polea de dos metros y medio. La pongo al lado de la mesa y fijo la rueda al techo. La cadena de la polea termina con un gancho. Muevo la manivela y la cadena cae. Cuando llega a la altura de los grilletes introduzco el gancho dentro del eslabón. Aseguro fuertemente la unión.
Una vez más accionó la manivela y la cadena empieza a tensarse y ascender, y con ella también asciende mi esclava. La subo tan rápidamente posible y bloqueo la rueda cuando sus pies tocan el techo. Parece un punching- ball y no puedo evitar empujarla. Se balancea ferozmente y el estruendo de la música inunda toda la habitación. Recojo un par de pinzas de una estantería y coloco uno en cada pezón. Añado una pesa, no tan pesada como habitualmente, a cada pinza. También le coloco una pinza con su correspondiente pesa en el anillo de su ombligo. La gravedad y las pinzas hacen que sus pezones se estiren lo que me excita realmente. Su respiración se entrecorta pero ella no intenta moverse. Sus piernas (con su extraña forma de rombo) están tan sudadas que brillan. Hago que la cadena descienda rápidamente y paro cuando su cabeza está a escasos centímetros del suelo.
Cojo mi vibrador más especial; el más corto pero el más ancho de todos. No llega a los diez centímetros de largo pero es casi tan ancho como un puño. Ato un par de cadenas a la base del vibrador y se lo inserto en el coño de un solo golpe. Soy tan hábil con el vibrador que evito tocar su clítoris, no quiero que se corra. Su chocho no estaba lo suficientemente húmedo (seco sería la palabra adecuada) y su gruñido se oyó como si no tuviera puesta una mordaza. Estiro las cadenas del vibrador y cuando están totalmente tensas las engancho a sus estirados pezones. Enchufo el vibrador y su movimiento se transfiere a sus pezones que sufren dos presiones distintas y antagónicas. Su cuerpo se estremece como si alguien hubiese conectado un motor en sus entrañas.
Cojo la zanahoria más grande que encontré esta mañana en el mercado y empiezo a lamerla impacientemente. Cuando está suficientemente húmeda deslizo un dedo en su culito. Separo ambos glúteos y le meto la zanahoria. Puedo percibir que le duele una barbaridad por la forma en que su cuerpo sufre convulsiones y se balancea. Lentamente introduzco toda la zanahoria. Nunca le he metido absolutamente nada por el culo; lo estaba reservando para una ocasión especial. Ella está sumida en un continuo gemido que es absolutamente inútil. Hago subir la cadena hasta que su cara alcanza el nivel de mi polla. Paro y me quito la ropa. Mi pene está erecto y quiero follarle la boca. Le quito el esparadrapo y las bragas. Acaricio sus suaves labios, húmedos de sus jugos y de su saliva. Sabe que quiero que abra la boca y obedece.
Le meto la polla entre los labios. La cojo del cabello y muevo su cabeza atrás y adelante, rítmicamente con mis movimientos; es uno de los mejor coños que he visto en la vida. Intenta chuparme la polla pero ella no puede porque cambio de ritmo a mi antojo. Se que me voy a correr en unos segundos y que además serán cinco chorros, experiencia. Los primeros dos chorros dentro de su boca; incapaces de alcanzar su estomago en esta posición. El tercero pertenece a su cara metiéndoselo en la nariz y manchando la venda. Los dos últimos van directos a su cabello y unas pocas gotas caen al suelo. Su pelo pelirrojo se vuelve viscoso y pierde su aspecto inmaculado. Me limpio la polla con su pelo y le saco el vibrador del conejo. Está completamente empapado aunque ella todavía no se ha corrido. Una vez más empapo sus bragas con su humedad y se las vuelvo a meter en la boca como mordaza.
Su boca se llena de una extraña mezcla de saliva, semen y jugos de hembra. Igualmente retiro la zanahoria de su ahora dilatado culo. La coloco sobre la mesa y la desencadeno de la polea. Le desato el palo de la espalda. Me coloco cerca de ella, con su entrepierna y piernas absolutamente separadas sobre la mesa. Follo su coño como si estuviese poseído por un demonio. Sé que puedo estar haciéndolo durante horas sin correrme. Estoy absolutamente bajo autocontrol (la semana pasada me estuve follando el coño de una esclava durante más de una hora y me corrí no de excitación sino de cansancio). Estoy follándola cerca de media hora y creo que ya tiene más que suficiente. Sus movimientos me indican que ella está en un orgasmo continuo, no en una sucesión de multiples orgasmos. Me corró fuertemente en su interior; la última humillación. Le quito la barra separadora y los auriculares. Igualmente le quito la mordaza y la venda y le doy la zanahoria para que se la coma (no sabe que ha estado dentro de su culo unos escasos segundos antes).
Empiezo a jugar con las pinzas y las pesas mientras se relaja. Un cuarto de hora más tarde le ordeno que baje de la mesa y le ato al collar una cadena de perro. Hago que vaya caminando como un perro a otra habitación. La sesión ha concluido pero el castigo acaba de empezar (un maestro nunca olvida los errores de sus esclavos).
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