Mi primera fiesta universitaria a todo dar
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Soy Menchi otra vez y quiero que lean lo siguiente. Tras acabar el instituto cambié de ciudad para empezar la universidad. Mi primer año como universitaria no fue nada bueno. Acusé el cambio de ciudad, la dureza de los estudios y, para colmo, la residencia en la que vivía era lo más parecido a un campo de concentración. Total, que prácticamente el curso pasó sin pena ni gloria y no tuve tiempo ni ganas para aventuras sexuales. Para el curso siguiente dos de mis compañeras de residencia y yo decidimos irnos a vivir al típico piso de estudiantes. Las tres necesitábamos urgentemente un cambio. Una de mis compañeras, Yoli, tenía novio. La otra, Mª Jesús, estaba “soltera y sin compromiso”, como yo. El caso es que las cosas mejoraron y yo me sentí mucho más animada. Empecé a frecuentar las fiestas universitarias de los viernes por la tarde, a las que solían acompañarme la propia Mª Jesús y una compañera de la facultad, Leti. Me di cuenta de que en esas fiestas era muy fácil ligar, ya que había abundancia de chicos guapos con ganas de enrollarse. Dichas fiestas se organizaban en colegios mayores y residencias. Allí nunca faltaba la música y la bebida.
Uno de esos viernes uno de mis compañeros de clase me dio una invitación para que fuese a la fiesta de su colegio mayor, uno de los más prestigiosos de Valladolid. Le convencí para que me diese dos invitaciones más, para Leti y Mª Jesús, a fin de que mis amigas pudiesen acompañarme. Sin embargo Leti tenía cena familiar y Mª Jesús se iba al pueblo a pasar el fin de semana con sus padres, por lo que declinaron mi invitación. Por un momento pensé no ir yo tampoco, pero después de estar sola en casa todo el viernes por la tarde la verdad es que tenía ganas de salir un poco. Así que me decidí a ir sola a la fiesta de marras, ya que si me aburría siempre podría largarme cuando me apeteciese. Cené un poco, me duché y me vestí: vaqueros negros, zapatos negros, camisa azul y cazadora marrón de ante. Rematé el conjunto con unas gotas de perfume en el cuello, axilas y canalillo, y me apliqué un poco de maquillaje. La verdad es que a mis 20 años me sentía atractiva, lo suficiente para tener razonables posibilidades de éxito.
A eso de las nueve y media ya estaba cruzando la puerta del colegio mayor. Entregué la invitación al chico que estaba en la puerta y, por un largo pasillo, accedí al patio donde se celebraba la fiesta. Había ya mucha gente (estas fiestas solían empezar a las ocho), chicos y chicas que bailaban al ritmo de la música.
Vuelta de reconocimiento
Hacía una noche estupenda, por lo que dejé la cazadora en el ropero. Me acerqué a la barra y el camarero (se notaba que no era un profesional) me sirvió la bebida típica de esas fiestas: crema de whisky casera. Se hacía con café, whisky y leche condensada, mezclados en las proporciones adecuadas. Bebí un par de largos sorbos y seguí mirando el ambiente que había por allí. En una de las esquinas había una gran pantalla de televisión, en la que podía verse el vídeo clip de la canción que estaba sonando. Muchos de los chicos estaban acompañados por chicas que bailaban con ellos, agitando la melena y balanceando las caderas. Se veían muchos vaqueros ajustados, que marcaban paquete en ellos y nalgas en ellas. La música sonaba alta, pero no demasiado, por lo que alrededor de la pista de baile había gente hablando, con los vasos en la mano. Miré el reloj, las 21:50.
Cuando volví a mirar la pantalla de televisión me percaté de que las imágenes correspondían a una carrera de Fórmula 1. Los bólidos tomaban las curvas con rapidez y parecían seguir el ritmo de la música disco que sonaba por los altavoces. Me gustaba aquello.
Uno de mis hermanos (tengo tres, todos mayores que yo) era un auténtico forofo de las carreras de coches y alguna vez me había sentado en casa con él a ver algún gran premio. Yo no entendía mucho de deportes de motor, pero mi hermano se encargaba de explicarme cosas de los neumáticos, de los motores, de los monoplazas, de la parrilla de salida,… Me acerqué a la esquina de la barra más cercana a la pantalla, me acomodé en un viejo taburete alto y, mientras bebía, observaba la carrera. En cabeza se veía a un bólido rojo (un Ferrari, una “bala roja”, que diría mi hermano) y tras él otros dos coches muy juntos, que trataban de adelantarse uno a otro. Según mi hermano la sensación de ir en un chisme de esos a 300 Km por hora debía ser indescriptible. “Lo que daría yo”, decía él, “por poder conducir algún día uno de esos bólidos. Seguro que no hay sensación en el mundo que pueda compararse con eso”. En mi opinión un buen polvo y varios orgasmos estarían mejor y serían menos peligrosos que dar vueltas a toda velocidad por un circuito.
Estaba yo recordando estas cosas cuando me percaté que a mi izquierda había tres chicos que, alternativamente, miraban a la pantalla y a mi cuerpo. Los tres parecían bastante jóvenes y tímidos. Cuando el Ferrari que iba en cabeza paró en boxes para cambiar neumáticos y repostar gasolina, noté de nuevo la mirada de ellos sobre mí. Giré un poco el cuello y les sonreí. Estarían a unos cinco metros de mí y parecieron sorprendidos. Con un gesto de cabeza les indiqué que se acercasen y ellos obedecieron. Empezamos a charlar mientras seguíamos viendo las evoluciones de los bólidos sobre el asfalto. Se extrañaron de que a una chica le gustase el deporte de motor, lo cual me hizo sentirme halagada e interesante. Les conté que me encantaban las carreras de Fórmula 1 e incluso me atreví a dar pequeños detalles sobre el campeonato del pasado año (detalles que había visto en un resumen de una revista de mi hermano).
Los tres chicos eran jóvenes y guapos. Vivían en aquel colegio mayor, por el que sus papis pagaban una buena pasta al mes. El más alto de ellos, César, tenía unos grandes y preciosos ojos claros. Su pelo era castaño claro (casi rubio) y estaba muy elegante con su americana negra. Tenía 18 años y hacía dos meses que había empezado a estudiar arquitectura. Tony era algo más bajo, moreno y con una boca burlona. Vestía más informal y, aunque también tenía 18 años parecía más joven, ya que apenas tenía barba. Estudiaba biología en la facultad de ciencias. El tercero, Mario, era bajito y fuerte. Era su segundo año en la facultad de económicas. Tenía 19 años y se notaba que era el mayor de los tres. La verdad es que nada destacaba en él, por lo que consideré que era un “chico del montón”. Cuando acabé el vaso, los tres se precipitaron para pedirme otra bebida y yo me sentí muy bien con aquellos tres chicos jóvenes, sin pareja y que parecían dispuestos a responder a mis deseos. Así seguimos tomando copas y fumando. Ellos no bebían demasiado, pero yo les incitaba a que apurasen los vasos para pedir otros llenos. A la quinta copa ya estábamos los cuatro bastante contentos. Reíamos por cualquier cosa y no me molestó cuando Tony colocó su mano sobre mi muslo. La verdad es que el chico no estaba mal, por lo que cuando empezaron a sonar canciones lentas le cogí de la mano y le llevé a bailar.
Entrenamientos libres
Bailamos agarrados y muy juntos. Era agradable el calorcito que desprendía su cuerpo. Noté que se ponía algo nervioso cuando clavé mis pechos contra su cuerpo. Para tranquilizarle dije: “tranquilo, que estás en buenas manos”. Y acto seguido besé su cuello, a lo que él respondió dándome un increíble morreo. En la barra sus dos amigos seguían viendo la Fórmula 1, pero en realidad miraban nuestros arrumacos. Cuando acabó la canción volvimos con ellos, tomé otro par de tragos de aquella rica bebida y cogí a César para bailar con él la siguiente canción lenta. Acaricié su cuello y sentí que una de sus manos bajaba hasta mi culo, provocándome un hormigueo de lo más agradable. Acabamos besándonos en la boca y yo acaricié su fino pelo. Por un momento pensé que me estarían tomando por una puta, pero la excitación del alcohol y de la propia situación hicieron que no me importase lo más mínimo. A fin de cuentas allí no había nadie que me conociese. Después bailé con Mario, el cual cogió con firmeza mis caderas. Coloqué mi muslo contra su entrepierna y noté allí algo grande y duro. Besé sus labios y sentí su lengua juguetona en mi boca, produciéndome deliciosas cosquillas. Cuando volvimos a la barra seguimos bebiendo. El caso es que yo no me acababa de decidir por ninguno de los tres, pero me tranquilicé pensando: “tranquila, la noche decidirá cual de ellos”. Ninguno de los cuatro estábamos borrachos, pero teníamos ese puntito desinhibidor que el alcohol suele proporcionar. César quiso saber si yo tenía novio y respondí divertida que no, que no tenía éxito con los chicos. Todos rieron y dijeron que no se lo creían. Medio en broma, medio en serio, les dije que no tenía suerte con los chicos y que me costaba decidirme. Por ejemplo esa noche “no sabía con cual de los tres quedarme”, dije entre risas. Los tres chicos estaban excitados, se notaba a la legua. Pero yo decidí dar por terminada aquella agradable velada. A fin de cuentas aquellos tres me habían achuchado ya un poco, me había divertido y había visto una carrera de coches.
Mañana sería otro día y, como me había enterado de qué bares frecuentaban ellos, no descartaba verles pronto. Cuando dije que me iba a dormir vi una ligera mueca de decepción en sus rostros, pero no discutieron mi decisión. Tony dijo: “te acompañamos, no es bueno que una chica como tú vayas sola a casa a estas horas”. Accedí encantada. César trajo mi cazadora del ropero, apuramos los vasos y salimos de allí. Nos llevó un cuarto de hora llegar hasta el portal de mi piso. Cuando íbamos a despedirnos Mario abrió su cazadora y mostró dos botellas de aquel delicioso licor de la fiesta, una en cada uno de los dos grandes bolsillos interiores que tenía su cazadora.
– Había pensado que tal vez os gustaría tomar la última copa. Si a ti te parece bien, claro – dijo educadamente.
– Por supuesto que sí – dije sin pensármelo dos veces -. Subid, que en el congelador hay hielo de sobra para los cuatro. Además hoy no hay nadie en casa, así que no nos molestarán.
Entrenamientos oficiales
Yoli no aparecía en todo el fin de semana, ya que estaba siempre con su novio, y Mª Jesus, como ya he contado, estaba en el pueblo. Así que cogimos los cuatro el ascensor hasta el cuarto, abrí la puerta e invité a pasar a los tres chicos. Encendí la lámpara del salón y ellos se sentaron en el sofá y en los sillones, mientras yo iba a la nevera a por el hielo. Volví con cuatro vasos y una jarrita de cristal que contenía al menos dos docenas de cubitos. Me senté en un extremo del sofá, con César a mi derecha. Tony ocupaba el sillón de la izquierda, al lado de donde yo estaba sentada, y Mario, más alejado, estaba en el sillón de la derecha. Sus cazadoras y chaquetas se acomodaban en una silla, amontonadas. Puse un par de cubitos en cada vaso y Mario llenó los vasos. Brindamos “por nosotros” y, tras el brindis, César cogió una baraja de póker que había sobre la mesa. Era de Mª Jesus, muy aficionada al naipe. La chica sabía todo tipo de juegos y el año anterior, en la residencia, todas las noches me enseñaba diferentes juegos de cartas: mus, cinquillo, tute, póker, pocha, solitarios, etc. En ese momento César dijo, dirigiéndose a mí:
– Tony sabe un juego de cartas muy divertido. Si te animas podemos jugar un rato.
Me pareció una excelente idea, ya que notaba que nuestra conversación se iba agotando. Acepté y Tony me dijo que para preparar el juego necesitaba papel, tijeras y un boli. Conduje a los tres chicos a la cocina y les di media docena de folios, una tijeras y un par de bolis. Se sentaron en la mesa de la cocina y se pusieron manos a la obra. Yo aproveché para pasar por el servicio. Fui al salón y tomé otro traguito, mientras ellos trabajaban. Entre los tres acabaron en pocos minutos. Volvieron conmigo y se sentaron en los mismos lugares en los que estaban antes. Tony colocó el tapete verde en el centro de la mesa del salón y dejó caer sobre él un montón de papelitos doblados por la mitad. Cogió la baraja, la hizo crujir con suavidad y me preguntó:
– ¿Sabes jugar al póker?
– Por supuesto que sí – respondí -. Cinco cartas para cada uno, un descarte y gana el que mejor jugada tenga. Creo recordar que el orden de las jugadas es pareja, doble pareja, escalera, trío, color, full, póker y escalera de color.
– Ya veo que dominas el juego – contestó él sonriente -. Aquí la única diferencia es que no se pone dinero en las jugadas. Quien tenga la mejor jugada se libra, los dos siguientes se quitan una prenda y el que peor la tenga saca un papelito de estos – señaló al montón de papeles – y cumple lo que allí ponga. Si alguien consigue ligar un full, póker o escalera de color puede pedir lo que quiera a uno de los demás. Al principio sacaremos papeles del primer montón. Si te sigue gustando el juego empezaremos con el segundo, donde ya hay cosas más fuertes e interesantes. Como puedes ver el juego es muy divertido. ¿Qué te parece? – preguntó.
– Me parece perfecto. ¿Por qué no empiezas a repartir? – sugerí.
Así lo hizo. Nos dio cinco cartas a cada uno y empezamos a jugar. En la primera jugada conseguí una pareja de ases, pero me vi superada por el trío de jotas de César. Tony no logró ligar nada, por lo que debió coger uno de los papeles. Lo leyó en voz alta: “Haz cinco flexiones”. Se tiró al suelo y las hizo sin esfuerzo. Mario y yo debíamos de quitarnos una prenda y ambos nos quitamos los zapatos. Mario fue el siguiente en repartir. Al cabo de media hora ya nos quedaba bastante poca ropa a todos. César aún conservaba sus pantalones, mientras que Tony y Mario estaban en calzoncillos. A mí aún me quedaban dos prendas: el sujetador y las braguitas. Las pruebas de los papelitos habían sido bastante tontas y a mí me había tocado subir a la mesa y bailar “sensualmente”, cosa que hice sin ningún problema. La siguiente mano la repartí yo y, mientras daba las cartas, dije:
– ¿Os parece que pasemos al segundo montón?
– De acuerdo – contestaron ellos, al mismo tiempo.
Logré un precioso trío de reyes, que me dio la victoria en esa jugada. Tony quedó el último y debió sacar papel, pero antes esperó a que César y Mario pagasen la prenda. El primero de ellos se quitó los pantalones, quedando solo con unos apretados calzoncillos. A Mario no le quedó más remedio que quedarse en bolas. Se levantó del sillón y bajó tranquilamente sus calzoncillos, que le llegaban por medio muslo. Lo que vi me dejó de piedra. Tenía una polla enorme, mayor aún que aquella polla de Rubén, que tan bien me lo había hecho pasar. La tenía totalmente erecta y mediría más de 20 centímetros. Su capullo era grande y brillante. Se sentó de nuevo y yo, riendo nerviosamente, le dije:
– Buena talla gastas. Por lo menos veinte centímetros.
– Veintitrés, para ser exactos – respondió él.
Me costó trabajo apartar la vista de aquella polla impresionante, pero lo hice cuando Tony leyó el papel: “Desnuda a quien prefieras”. Evidentemente me prefirió a mí. Para que todos lo viesen bien me puse de pie sobre la mesa para que me quitase las dos prendas que me cubrían. Desabrochó mi sujetador de aros y lo quitó con suavidad, dejando al descubierto mis estupendas tetas. Después, muy despacio, fue bajando mis braguitas hasta quitármelas del todo. La verdad es que encantaba exhibir mi cuerpo desnudo delante de aquellos tres chicos tan simpáticos. Estaba excitada y podía notar el calor y la humedad de mi coño. Los ojos de ellos se posaron sobre todo mi cuerpo, especialmente sobre mi coño, de pelo corto y bastante depilado. A la siguiente jugada tanto César como Tony debieron quitarse otra prenda. Como no les quedaban más que los calzoncillos puestos, se los bajaron y pude ver sus pollas, más pequeñas que la de Mario, pero igualmente duras y apetitosas. La de César me pareció algo más delgada y blanca, la de Tony algo más gruesa. Ambas pollas eran de tamaño estándar: entre 12 y 15 centímetros. Mi excitación aumentaba por segundos y para que los chicos no se diesen cuenta de ello me encontré diciendo:
– ¿Seguimos el juego?
César cogió la baraja y empezó repartir de nuevo. No cogí más que una pareja de cuatros en aquella jugada y parecía que Tony iba a ser el ganador, ya que llevaba tres ases. Pero en ese momento Mario empezó a enseñar sus cartas una a una. Una tras otra aparecieron tres reinas y al final un comodín. ¡El muy cabrón tenía póker de reinas! Sonrió satisfecho y me di cuenta de que me miraba. Los otros dos chicos silbaron de admiración por la jugada y Mario dijo:
– Parece que yo soy el ganador y que esta preciosa jugada me da derecho a pedir un deseo. Bien, me gustaría que nuestra encantadora anfitriona me la chupase un poco.
Al oír aquello Tony puso una ligera cara de desaprobación, ya que estaba claro que no le parecían correctos los modales de Mario. Pero mi excitación ya no estaba para modales ni para nada parecido, así que respondí:
– Si así lo quieres no hay problema – y me levanté del sofá, sintiendo todas las miradas de ellos sobre mi cuerpo desnudo.
Mario no se movió del sillón. Me acurruqué entre sus pies y observé un momento su enorme polla. Estaba tiesa y dura y yo ardía de deseos de llevármela a la boca. Acaricié con suavidad sus testículos y él jadeó con fuerza. Cogí aquel enorme instrumento con la mano, al tiempo que acercaba la boca a la punta. Chupé su tieso capullo, con aquellos lengüetazos circulares que sabía que volvían locos a los tíos. Imprimí con mi mano (que parecía muy pequeña en comparación con su polla) un suave movimiento de meneo, agarrando justo encima de sus cojones. Mario disfrutaba ruidosamente de mi ardiente mamada, mientras que yo disfrutaba en silencio, cada vez más excitada. Lo cierto era que su polla estaba riquísima y su tamaño parecía crecer dentro de mi boca. Los otros dos chicos miraban silenciosos mi actuación sobre aquel enorme pene, de cuya punta ya empezaban a emanar algunas gotas del delicioso líquido preseminal. Tras saborearlas un poco decidí interrumpir mi labor, ya que tampoco era cosa de ir demasiado rápido. Con cierto pesar dejé de comer aquella rica polla y me levanté con el cuerpo aún encorvado, para permitir que los otros dos pudiesen ver bien mi culo y mi sexo húmedo. Sonriendo volví a sentarme en mi sitio y dije, como si nada:
– ¿A quién le toca repartir?
Parrilla de salida
Le tocaba a Mario, pero estaba medio atontado por el efecto de mis manipulaciones, por lo que Tony cogió la baraja y repartió él. Pero ninguno de los cuatro estábamos ya pendientes de aquello y, para demostrarlo, Tony se inclinó sobre mí y comenzó a pasarme la lengua por el pezón izquierdo, al tiempo que César, sentado en el sofá a mi derecha, manoseaba con precisión mis muslos. Ese doble cosquilleo fue delicioso y sentí mi coño aún más mojado:
– Chicos, os estáis saltando las reglas del juego – dije, entre risas y gemidos de placer.
Pero ellos ya no estaban para seguir con ningún juego, sino que decidieron repartirse el trabajo. Me colocaron sentada en el medio del sofá. César se puso a mi derecha y Tony a mi izquierda. Mario, por su parte, apartó la mesa sobre la que jugábamos y se arrodilló en el suelo, entre mis piernas. Acto seguido se desató una tempestad sobre mi cuerpo cachondo. Sentí las dos lenguas sobre mis pezones, moverse y vibrar. Eran dos lenguas calientes y suaves, y sus lametones sobre mis erizados pezones fueron estupendos. Al momento noté que la boca de Mario se pegaba a mi coño. Sentí su aliento en el clítoris y gemí. Sin dejar de chupar introdujo uno de sus dedos en mi coño empapado. Era delicioso sentir como tres chicos me daban placer. Acaricié la espalda de los dos chicos que me chupaban los pezones y dije para animarles:
– Mmmmm, que bien lo hacéis chicos. Segid así, me gusta mucho, ahhhh – sentí en ese momento que Mario introducía otro dedo más en mi coño mojado y noté que me iba a correr pronto.
Ellos siguieron a lo suyo, mordisqueando mis pezones y lamiendo mi clítoris. Mis caderas temblaron y tuve un precioso orgasmo, que expresé a gritos:
– ¡Ya, ya, ya! ¡Ohhh, que orgasmo, que corrida! – exclamé mientras notaba los jugos de mi coño resbalar a la cara de Mario.
– ¿Has quedado satisfecha? – preguntó Cesar.
– Sí, y ahora os toca a vosotros. Tranquilos, que voy a satisfaceros a los tres – dije levantándome del sofá.
Hice que Tony y César se sentasen juntos en el sofá y me arrodillé ante ellos. Cogí cada una de sus pollas en una de mis manos y empecé agitarlas con suavidad. Con la diestra tenía cogida la herramienta de César y empecé a chupar su capullo mojado. Mientras, con la izquierda hacía una suave paja a Tony. Estas dos pollas tampoco tenían desperdicio. Metí en la boca la de César, provocando que su respiración se acelerase, y moví la cabeza arriba y abajo, chupándola casi en todo su extensión. Después cambié a la de Tony, chupando de nuevo con ganas. Entre tanto no paraba de masajear sus lindos penes, haciendo que se pusieran cada vez más duros. Sus pollas goteaban de deseo y esto me volvía a poner caliente. Solo pensaba en seguir chupando aquellos pedazos de carne dura y caliente, cuya textura y sabor me hacían perder la cabeza.
Semáforo verde
Estaba a punto de cambiar de polla, cuando sentí que se me escapaba un gemido de la garganta. Debo decir que siempre me ha gustado gemir cuando hago el amor. Considero que es una forma de eliminar tensiones y, además, sé que los gemidos de placer de una mujer excitan mucho a los tíos. Pero esta vez fue algo diferente. Mi gemido fue totalmente involuntario, una especie de acto reflejo, provocado por la enorme polla que me penetraba por detrás. Tan ocupada estaba mamando las dos vergas de los chicos que estaban sentados en el sofá, que me había olvidado de Mario. Pero por lo visto él no había olvidado de mí y, en un movimiento rápido y firme, deslizó sus 23 centímetros de polla dentro de mi coño. Lo hizo con facilidad, ayudado por la gran cantidad de jugos que había de nuevo en mi almejita. Sentí aquella polla llenarme todo el cuerpo y frotarse contra las paredes de mi vagina. Estaba como loca, chillando cada vez que la enorme verga de Mario me penetraba hasta el fondo, al tiempo que meneaba cada vez más rápido las pollas que tenía en la mano.
César gritó algo así como “¡no puedo más!”. Metí su polla en mi boca y él empezó a correrse. Notaba la polla de Tony en mi mano, la de César corriéndose en mi boca y la de Mario partiéndome por detrás. Era maravilloso. Paladeé el rico semen que César me regaló y sentí que algunas gotas calientes resbalaban por mi barbilla. Cuando acabó de correrse se echó atrás en el sofá y yo me concentré en la polla de Tony, cada vez más gorda y tiesa. Mario aceleraba sus movimientos, metiendo y sacando con enorme facilidad su herramienta. Sentí que cada vez estaba más mojada y excitada, cuando Tony empezó a correrse en mi boca. Tragué parte de su semen calentito (estaba riquísimo, casi dulce) y dejé que el resto se deslizase por mis tetas. Entonces Mario clavó su gruesa polla hasta el fondo de mi coño y la dejó así unos segundos, proporcionándome un placer enorme. Cuando Tony se retiró de mi boca, apoyé las manos en el suelo y grité una vez más, al sentir la nueva embestida de aquel individuo. Sentí que se me aflojaban las rodillas y tuve otro orgasmo impresionante, corriéndome entre gritos de placer. Mario siguió follándome unos segundos más, sacó la polla de mi coño, acercó mi cara a ella y me deleitó con otra deliciosa corrida. Sentí en la cara su cálido chorretón y me agarró del pelo y sujetó mi cabeza contra su polla goteante, mientras decía:
– ¿Qué te parece mi lechecita? ¿Te gusta, te gusta?
– Síiiiii, me gusta, está muy rico uuummm – contesté yo sin parar de chupar aquel delicioso esperma caliente.
Después de esto él se derrumbó sobre el sillón y su polla perdió tamaño con rapidez. Desde luego había estado muy bien el recibir tres descargas de semen casi seguidas. Aun sentía los fluidos resbalar por mi barbilla, por mis tetas y por mi cara. Me encaminé al cuarto de baño para asearme un poco y, con ayuda de una esponja, me limpié. Cuando regresé al salón los chicos seguían igual que les dejé: desnudos, con las pollas flácidas y derrengados, Tony y César en el sofá y Mario en el sillón. Me senté en el otro sillón y, con los brazos colgando, dejé flotar mi mente.
Vuelta rápida
Cuando abrí de nuevo los ojos me di cuenta que solo Mario estaba despierto. Bebía con calma de un vaso y me guiñó un ojo. Me levanté y fui hasta su sillón. Preparé otro vaso para mí y me senté en sus rodillas, al tiempo que encendía un cigarro. Él preguntó:
– ¿Te lo has pasado bien?
– ¿A ti que te parece? – respondí -. Como para no haberlo pasado bien con esas tres pollas para mí sola.
– Follas muy bien, ¿lo sabías? – dijo él.
– Nunca me lo habían dicho así, pero muchas gracias. Por cierto, tú tampoco lo haces nada mal, aunque con ese instrumento no me extraña – contesté, riendo.
– Ya me di cuenta del gemido que diste cuando te la metí entera por detrás – continuó.
– Es que notar dentro esos 23 centímetros no es cualquier cosa – dije, acariciando su órgano, el cual respondió a mis caricias creciendo con rapidez en mi mano.
– ¿Te gustaría sentirlo dentro otra vez? – preguntó.
– La verdad es que me encantaría – contesté sintiendo un deseo imparable.
Me coloqué de espaldas a él y bajé mi coño a buscar su deliciosa polla. Apoyé la abertura de la vagina en su capullo y me empecé a clavar sobre aquella barra dura y gruesa. Iba entrando lentamente, sin prisa, provocándome estremecimientos de placer por todo el cuerpo. Su dura punta apretaba con fuerza la cara anterior de mi sexo, arrancándome un grito de placer. Me empalé del todo el aquella verga, llegando a rozar sus testículos con las nalgas. Fui subiendo y bajando, disfrutando cada vez de la deliciosa sensación de sentirme poseída por tan enorme miembro, al tiempo que jadeaba. Tony y César ya se habían levantado del sofá y, sin decir nada, aplicaron sus bocas sobre mis pezones. El placer se apoderó totalmente de mí y solo quería sentir esa polla y esas bocas por todo mi cuerpo. Mientras subía y bajaba sobre el pene de Mario, utilicé una de mis manos para acariciarme el clítoris. Tony se dio cuenta de este detalle y dijo:
– Tranquila, ya me ocupo yo.
Y bajó la cara hasta la altura de mi coño. Temblé cuando su lengua empezó a lamerme el clítoris, mientras César seguía chupándome un pezón y con la mano me pellizcaba el otro. Esto era demasiado para mí y la dura polla de Mario rozando las paredes de mi sexo estaba surtiendo efecto. La adrenalina se disparó por todo mi cuerpo y grité entre jadeos:
– ¡Ooohhhh! ¡Seguid así, no paréis!
En ese momento me sentí como si pisara a fondo el acelerador y mi bólido pasase de 120 a 300 en cuestión de segundos. Eché la cabeza atrás y me corrí de gusto sobre la polla de Mario. Me quité de allí y decidí dar placer a los chicos. Colocada de rodillas en el sofá indiqué a César que me la metiese por detrás, cosa que hizo de inmediato, mientras yo chupaba las pollas de los otros dos. Me sorprendió lo excitada que aún estaba, ya que el tremendo orgasmo que acababa de sufrir no había disminuido para nada mis ganas de follar con ellos. En realidad, eran unos chicos estupendos y me estaban dando muchísimo placer. La polla de Mario estaba muy rica, ya que tenía el sabor de mis abundantes jugos. Dado que él ya estaba muy caliente por la follada que acababa de propinarme no tardó en correrse, de nuevo en mi boca. Sentía las embestidas de César por detrás, que se movía muy rápido, entrando y saliendo de mi coño con un sonido delicioso. De vez en cuando me propinaba un azotito en las nalgas.
Hice que Tony se tumbase, me coloqué encima cabalgándolo y chupé la polla de César. Rocé el clítoris contra la pelvis de Tony y sus manos se cerraron sobre mis pezones, pellizcándolos. Decidí devolverle el favor haciendo lo mismo con sus tetillas, cosa que pareció agradar mucho al chico. Por su parte César tenía la polla cada vez más dura y noté que palpitaba en mi boca. Movía las caderas como una loca, metiendo y sacando cada vez la polla de Tony. Mi respiración se fue acelerando hasta llegar a un nuevo orgasmo, menos intenso que el anterior, pero también muy placentero.
Después me tumbé en el sofá y ellos, uno a cada lado y de rodillas, empezaron a menear sus pollas. Lo hacían despacio, como si quisieran darme tiempo para que gozase del espectáculo. Prefería dejar que ellos acabasen, pero acabé por acariciar con suavidad sus testículos. Podía oír sus jadeos de placer y el suave sonido que producían las pajas que se estaban haciendo. Yo, aún lacia de placer, disfrutaba con aquella sensación de ser el centro de los deseos de aquellos dos chicos, con aquellos cuatro cojones en mis manos. Sus meneos acabaron por llenarme las tetas de leche. El calor de su semen sobre mis pezones era algo muy agradable. Froté por todas las tetas su caliente líquido, igual que si me estuviese dando nivea. Finalmente, alcé un poco la cabeza y chupé las últimas gotas que brotaban de sus pollas, cogiéndolas con la lengua y llevándolas contra el paladar, para así saborear mejor aquel regalo que me daban aquellos dos estupendos amantes.
Banderazo a cuadros
Después de aquello Tony y César se vistieron con rapidez. Por lo visto tenían que marcharse, ya que debían ayudar a recoger todos los restos de la fiesta de su colegio. Al parecer ellos dos pertenecían a la comisión que organizaba la fiesta y explicaron que su presencia sería requerida. Se despidieron de mí con dos besos y se marcharon. Yo me quedé con Mario, que por lo visto no pertenecía a ninguna comisión de esas. Nos sentamos en el sofá, aún desnudos, y tomamos otra copita, mientras charlábamos. Me contó que, por lo general, a las chicas les asustaba el tamaño de su polla. Eran reacias a que algo tan grande entrase en su cuerpo. Por eso se había sorprendido cuando, al penetrarme la primera vez, yo no traté de resistirme y empecé a gemir de placer.
– Mira que eres tonto, si en realidad estaba deseando que me la metieras – contesté.
– Ya me di cuenta. Además ¿te fijaste con que facilidad te entró entera? – preguntó.
– Estaba muy caliente y eso facilitó las cosas. Además la metes de maravilla. Cualquiera se resistiría – dije riendo.
Así, a lo tonto, me percaté de que nos estábamos volviendo a excitar. Su polla ya no estaba tan relajada como hace un rato. Pero la verdad es que a mí ya no me apetecía follar, así que decidí anticiparme y dije:
– ¿Sabes lo qué me apetecería?
– ¿Qué? – preguntó él, curioso.
– Cascarte una paja. Quiero manejar esa enorme polla tuya, para ver que tal responde – sugerí.
– Sírvete tú misma – dijo él, acomodándose en el sofá.
La verdad es que me excitó mucho la idea de hacerle una paja. Sentada junto a él empecé a jugar con su polla. Toqué sus cojones diciendo “me gustan tus bolitas”. Acaricié más abajo, hasta llegar a su ano. Él respondía con caricias de aprobación en mi espalda y con frases tales como “ummmm, que bien, sigue así”. Puse de nuevo la mano sobre su polla y le empujé para que se tumbara sobre el sofá. Una vez que estuvo tumbado volví a poner una de mis manos sobre su polla, mientras con la otra le acariciaba los cojones. Cogí la punta de su polla y, con el dedo pulgar, acaricié su capullo suavemente. De repente empecé a meneársela, ya que aquella polla estaba en su punto. Me tumbé a su lado sin parar el meneo y con la punta de la lengua acaricié uno de sus pezones. Tembló y me suplicó que siguiera, cosa que, naturalmente, yo pensaba hacer. Me incorporé y pellizqué con la mano libre su otra tetilla. Noté que su cuerpo se retorcía, mientras mi manita, situada exactamente de modo que agarraba su polla por la mitad, seguía su implacable meneo. En ese momento me di cuenta de lo excitante que es masturbar a un chico. Yo le daba placer gratuitamente y esto me gustaba.
– ¡Aaahhhh! Sigue un poco más nena, un poco más, ya falta poco… – decía él, con los ojos cerrados.
No tardo en correrse. Mantuve su polla en vertical y su semen pegajoso resbaló por mis dedos. Estaba caliente y era muy espeso. Con tono burlón dije:
– Ummmm, que bien, cuanta lechecita. Eres un verdadero semental.
No pude resistirme a la tentación de llevarme la mano a la boca y chupar aquella delicia. Me llené la boca de su rico esperma, mientras él decía:
– Está rico mi semen ¿verdad pequeña? Anda, dime que te gusta.
– El sabor de tu leche me vuelve loca, ¿es que no lo ves? – contesté sin dejar de lamer.
La verdad es que tragué la mayor parte de su corrida, después de saborearlo. No estaban los tiempos para desperdiciar un manjar así. Él miraba con satisfacción el banquete que yo me estaba dando con el producto de su polla. Al poco rato él se fue, después de preguntar “¿Nos volveremos a ver algún día?”. Respondí con un “Nunca se sabe”. Pero lo cierto es que yo sabía en que facultad estudiaba y en que colegio se alojaba, por lo que no tendría problemas en encontrarle cuando quisiera. De momento la bandera a cuadros se había bajado y la carrera había terminado. Por supuesto, yo ocupaba el lugar más alto del podio.
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