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Mi pasión por un futbolista negro de buen paquete

A regañadientes asistí ese domingo al estadio. Mi novio es un fanático del fútbol y para él era casi sagrado acompañar a su equipo cada vez que este juega en la ciudad. En otras ocasiones ya me había pedido que lo acompañara, pero siempre encontré la disculpa perfecta para no hacerlo, pues me moría de tedio el ver a 22 hombres correr detrás de un balón. Sin embargo y para complacerlo, ese día accedí a su petición.

El transcurso del partido fue tal como me lo había imaginado, sólo alterado por el gol que marcó el equipo local, lo que despertó la emoción de todos sus seguidores, incluyendo claro está, a mi novio, quien me explicó que con ese triunfo, el equipo de sus amores lograba pasar a la otra fase del campeonato. La euforia colectiva llevó a que los seguidores se desplazaran hasta la entrada a los camerinos que ocupaba ese equipo. Hasta allí los acompañé, y fue precisamente allí donde comienza mi perdición.

Los jugadores entraban exaltados y bastantes emocionados, cuando lo vi venir. Era el único que se mostraba sereno y esa serenidad fue lo primero que hizo que me fijara en él. Se aproximaba caminando despacio, sobresaliendo dentro del grupo por su imponente figura -debía medir aproximadamente 1.83 metros y no tenía más de 28 años- y justo cuando pasó por delante del grupo de los seguidores, se despojó de su camiseta y pude comprobar lo que ya adivinaba desde que esta se le pagaba a su cuerpo por efectos del sudor. Era el cuerpo más hermoso que había visto de un hombre. Aunque no tengo perjuicios raciales, nunca me había sentido atraída por un negro, a pesar de haber oído a mis amigas hablar maravillas de ellos, pero tal vez esto se debía a las pocas oportunidades de estar cerca de uno. Este me impactó desde ese momento. Tenía la cabeza rasurada por completo, lo que le daba un toque mucho más exótico, y su pecho dejaba ver todo el trabajo físico que debía realizar para desempeñar su trabajo como defensor central de ese equipo, al cual había llegado hacía poco, según me enteré después. Sus brazos y sus piernas debían haber sido sometidas a un trabajo muy fuerte de gimnasio para tener ese grosor y esa perfecta definición de sus músculos, aunque también me dicen que los negros tienden a desarrollar sus músculos de manera natural.

Pues bien, no me lo pude sacar de mi cabeza. Esa noche en la intimidad de mi alcoba al despertarme excitada soñando con ese hombre, no tuve más remedio que masturbarme trayéndolo su imagen a mi mente. Lo hice en varias ocasiones en donde me imaginaba que ese macho me cabalgaba sin piedad. Definitivamente me obsesioné con ese negro, que para mí representaba el ideal del hombre que inconscientemente había deseado.

Mi desesperación llegó a tal extremo que me dediqué a seguir sus movimientos en mi coche desde la sede del equipo, en donde diariamente entrenaba y averiguar más sobre él. Fue así como pude saber, precisamente por mi novio, que su nombre era Roberto Carlos y por llamadas telefónicas que hice al Club, me enteré que aunque era casado, su esposa no vivía con él en la ciudad, y también pude darme cuenta que acostumbraba frecuentar un bar, en donde iba de vez en cuando a escuchar música y a beber unas cuantas cervezas.

Un día me propuse abordarlo y fue así como me vestí de manera muy sugestiva con una minifalda, resaltando mi cuerpo, que modestia aparte, lo tengo muy bien cuidado por mi rutina diaria de ejercicios, los que me han permitido mantener muy tonificadas mis piernas. Ese día dejé suelto mi cabello rubio que caía sensualmente sobre mis hombros. Me había hecho a la idea de que ese día no se me escaparía, y previendo lo que pudiera pasar, opté por tomar un taxi y dejar el mi auto en casa.

Al ver su auto estacionado frente a la taberna, pude comprobar que ya se encontraba allí. Mi corazón palpitó más rápido de lo normal al verlo sentando en la barra con una botella de cerveza en la mano. Llevaba puesta una camisa que dejaba percibir esa magnífica anatomía y unos vaqueros ajustados que resaltaban su redondeado y firme trasero. Me ubiqué diagonal a él y pedí un cóctel, y empecé a degustarlo de una manera muy sensual, esperando que él se fijara en mí. En ese punto ya mis jugos vaginales estaban comenzando a mojar mis bragas con sólo observar ese monumento. Él debió darse cuenta de mí coqueteo, pues al poco tiempo envió al mesero con otra copa de la que estaba tomando. Al sonreírle en señal de agradecimiento, se desplazó hasta donde yo estaba y me pidió permiso para sentarse a mi lado, que era precisamente lo que yo estaba esperando. Comenzamos a conversar sobre temas muy triviales, pero a medida que el lugar comenzó a llenarse de personas, el ambiente se ponía más intenso y nuestra cercanía indicaba que se estaba rompiendo el hielo. Le hice creer que no sabía quién era él, sin que sospechara las veces que en mis pensamientos me hizo el amor de manera desenfrenada.

Me pidió que bailara con él y no dudé un minuto en aceptarlo. Era una de esas canciones que invitan a la cercanía corporal y desde que me pasó su mano por la cintura, pude percibir por mi instinto que estaba frente a un animal sexual. Lo pude percibir casi por el olor, me imagino que es casi lo mismo que siente la hembra frente al macho en el reino animal. Su proximidad me excitaba de tal manera que con todas mis fuerzas deseé que me apretara a su cuerpo. A medida que transcurría la canción, mis deseos se iban haciendo realidad y fue así como en un momento, su pelvis estaba pegada a mi cuerpo y los movimientos que realizan los negros cuando están bailando y que yo sólo había visto en la tele, acrecentaron más mi excitación. Pude percibir, cómo su tronco quería salirse por la tela de su pantalón, traspasar mi falda y devorarme en ese momento. El roce que me estaba proporcionando en mi conchita, me puso a mil y él sabía lo que estaba logrando.

Al cabo de dos cócteles más y de bailar otras piezas, le pedí, casi le supliqué, que nos fuéramos a un sitio más tranquilo, donde pudiéramos estar sin ser molestados. Salimos rápidamente de allí con rumbo a su apartamento. El licor, junto con la brisa que entraba por las ventanas de su coche ocasionaban en mí oleadas de placer, que Roberto Carlos hacía aumentar cuando separaba mis bragas para introducirme su grueso y negro dedo por mi cuquita, que destilaba gran cantidad de jugos, los que él lascivamente chupaba introduciéndose luego el mismo dedo a su boca. Yo por mi parte no aguanté más y puse mi mano en su bulto, masajeándolo y tratando de adivinar su dimensión, lo que no era muy fácil debido a lo apretado de su pantalón.

Tan pronto llegamos al parqueadero en el sótano de su edificación, desabotoné rápidamente sus vaqueros liberando esa masa que estaba ansiosa por conocer. La sorpresa fue mayúscula, pues aunque sentía esa barra en mi vientre, nunca hubiera podido imaginar lo grande, gruesa y hermosa que era, y su color le añadía un toque más a esa maravilla. No resistí más y como pude me introduje ese carbón en mi boca chupándoselo como si fuera lo último que iba a hacer en mi vida. Sentía ese calor de macho recorrer mi cavidad bucal, mientras él provocado por la excitación, intentaba hundir más profundo su herramienta en mi boca mientras con su dedo continuaba masajeando mi huequito y provocándome un placer que nunca imaginé sentir. En su preciosa verga comencé a sentir un sabor algo salado de sus líquidos preseminales los que junto con ese olor de macho que se desprendía de sus testículos, me estaban enloqueciendo.

Él detuvo mi labor con una tierna caricia en mi cabeza, indicándome que estaba próximo a venirse y quería que esa primera venida fuera dentro de mi gruta, por lo que subimos a su apartamento, besándonos de una manera muy apasionada en el ascensor, repitiéndome a cada rato lo hermosa que yo era.

Al cruzar la puerta sentí cómo la fuerza de ese hombre se quería salir por sus poros. Con un frenético abrazo me tiró sobre su cama y continuó besándome de una manera grandiosa. Sentí su lengua recorrer sin pudor cada centímetro de mi cuerpo y llegar hasta los puntos más íntimos de mi ser. Todavía vestido se deshizo de cada una de mis prendas, dedicando una especial atención a mis grandes tetas, que saboreó como el más rico manjar con sus grandes labios de negro. Nunca me había sentido tan deseada y el calor que se desprendía de su ser me arropaba, sintiendo esa pasión y energía de sus ancestros africanos. Fue así como llegué a mi primer orgasmo que provocó que me contorsionara sobre esa cama como si fuera una estrella de circo y mis jadeos pudieron haberse oído en todo el edificio.

Le pedí que me dejara desvestirlo. Casi que arrancándosela le quité la camisa y con la punta de mi lengua juguetee con sus pezones que estaban enmarcados por unos perfectos pectorales por donde resbalaban las gotas de nuestro sudor. Él de pie y yo arrodillándome, pasé por sus bien formadas abdominales, hasta desprender uno a uno los botones que aprisionaban esa negra verga. Al caer el pantalón, por la luz que provenía del baño de la habitación, pude observar que traía puesto unos bóxer blancos que contrastaban deliciosamente con su negra piel. Por la parte superior salía la cabeza de ese enorme animal y al bajárselos pude apreciar ahora sí, en toda su dimensión la verga que me marcaría mi vida. Debía medir unos 22 a 24 cm, y su grosor provocaba miedo. Él lo percibió así y para tranquilizarme me dijo que si la ensalivaba bien, no me iba a hacer daño. Procedí a meterme nuevamente ese monstruo en mi boca, haciéndolo jadear de placer, el cual aumentaba, cuando le pasaba suavemente mi lengua por su cabeza descubierta de color marrón y por sus bolsas, que las tenía rasuradas, lo que hacía más agradable mi labor.

Le rogué que me penetrara pronto y sin contemplaciones, pues mi chochita a esa altura pedía ser atendida por esa majestuosa pija ya que nunca había probado nada igual. Me tendió sobre su cama y como todo un maestro me estuvo provocando, introduciéndome sólo unos pocos centímetros y no avanzaba así yo se lo suplicara. Después de un rato en donde ya no aguantaba más, de un solo golpe me la clavó todita, haciéndome que diera un grito de dolor, pero él se mantuvo quieto, sin moverse hasta que yo me acostumbrara a esa vergaza. Al sentir que el dolor inicial se fue cambiando por muestras de placer, comenzó a bombearme de manera salvaje, como me imagino lo hacen los africanos con sus mujeres. Yo le pedía que me diera más, que me hiciera sentir la mujer más feliz esa noche. No demoré y allí tuve mi segunda venida. El roce de esa cabezota en mis entrañas estaba acabando conmigo, sin embargo él no se detuvo ante mi reacción orgásmica, antes por el contrario, esto hizo que aumentara sus embestidas y apoyando mis caderas en el borde de la cama y él sobre mí con las piernas en sus hombros, estuvo dándome verga por casi media hora hasta sentí una violenta descarga de su leche caliente que me inundaba por dentro. Nunca había visto a ningún hombre reaccionar con el placer de una venida como lo hizo Roberto Carlos. Se veía que de verdad sentía su papel de macho dominador. Fue espectacular.

Descansamos yo recostada sobre su fuerte pecho, y él acariciándome los cabellos y repitiéndome lo delicioso que había estado. Era una persona que además de tener un físico como el que tenía, era además muy dulce y cariñoso. En ese estado nos dormimos abrazados.

En la mañana cuando sentí entrar los primeros rayos del sol a la habitación, desperté y lo vi dormido en un estado felino, tan sensual y con la verga en reposo, pero igual de provocativa, decidí no dejar las cosas así y me puse a la tarea de levantar nuevamente ese objeto de mi placer a punta de suaves lengüetazos y rápidamente y sin que Roberto Carlos se despertara del todo, me subí sobre él y la introduje en mi huequito nuevamente. Mis movimientos desenfrenados hicieron que él despertara definitivamente, y agarrándome la cintura con sus manazas siguió el ritmo de mis cabalgadas. Lo tenía integro dentro de mí y el sonido que provocaba el roce de mis nalgas en sus bestiales huevos, hizo que nuevamente me viniera cayendo en brazos de mi negro amante. No fue condescendiente esta vez y de un brinco me hizo colocar en cuatro patas para clavarme al estilo perruno por mi almejita. La escena tuvo un aditamento nuevo y que por la oscuridad de la noche no había apreciado y fue un espejo pegado a la pared que reproducía la imagen por demás excitante, de un negro clavándole su verga a una rubia como yo. Al ver nuestro cuadro reflejado no tuve más que excitarme aún más y pedirle que me echara esa leche que estaba por venir en mi boca, para ver cómo se resbalaba por la comisura de mi boca. Alentado por esa petición Roberto Carlos sintió próxima su venida y así me lo anunció y retirando su verga de mi gruta, me apuntó con ella a la boca y yo evitando que se me fuera a perder una sola gota de ese líquido por tanto tiempo deseado, me la introduje totalmente en mi boca, para disfrutar plenamente de ese manjar.

Ese día hice realidad una fantasía, nacida más por el azar que por cualquier otra cosa. Desde esa ocasión continuamos nuestra relación de manera clandestina, pues tampoco me interesaba terminar con mi novio, hasta que Roberto Carlos fue contratado por otro equipo de otra ciudad. Y desde ese día despertaron en mí dos pasiones: la pasión por el fútbol, a tal punto que soy yo la que le pide a mi novio que me lleve al estadio cuando ese equipo viene a jugar a mi ciudad, ante su extrañeza, y la pasión y el deseo por los hombres negros.

Dedicado a Roberto Carlos, el dueño de mis mejores orgasmos.

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