Mi novia quiere 2 vergas de 24+CM
Elisa se recostó en el sofá, sus piernas aún temblorosas después de la confesión que acababa de hacerle a Pablo. La luz tenue de la lámpara de la sala iluminaba su rostro, resaltando la mezcla de nerviosismo y excitación que la embargaba. Pablo, sentado en el borde del sillón frente a ella, la miraba con una expresión que ella no lograba descifrar del todo. ¿Estaría enojado? ¿Sorprendido? ¿O acaso también él sentía esa extraña mezcla de emociones que la consumía a ella?
—No sé cómo decirte esto, Pablo —había comenzado Elisa, jugueteando con el dobladillo de su camiseta—. Es algo que me da vergüenza admitir, pero… necesito contártelo.
Pablo la observó en silencio, sus ojos oscuros fijos en los de ella, invitándola a continuar. Elisa tomó una bocanada de aire, como si necesitara todo el oxígeno del mundo para pronunciar las palabras que la atormentaban.
—Después de estar con Isaias… —comenzó, su voz apenas un susurro—. Me di cuenta de algo sobre mí. Algo que no puedo ignorar.
Pablo frunció el ceño, pero no interrumpió. Sabía que Elisa había estado con Isaias antes de que ellos se conocieran, pero nunca habían hablado de ello en detalle. Ahora, por alguna razón, ella parecía decidida a abrir esa caja de Pandora.
—Él… tenía una verga enorme —continuó Elisa, sus mejillas enrojeciendo al pronunciar las palabras—. Veinticuatro centímetros, para ser exactos. Y… me gustó. Mucho.
Pablo sintió un nudo en el estómago, pero se obligó a mantenerse calmado. Elisa era su novia, la mujer que amaba, y si ella necesitaba hablar de esto, él estaría allí para escucharla.
—No es solo el tamaño —añadió ella, como si leyera sus pensamientos—. Es la forma en que me hacía sentir. El sexo con él era… salvaje. Brutal. Y yo… me di cuenta de que me gusta eso. Me gusta sentirme llena, usada, como si mi cuerpo no me perteneciera.
Pablo tragó saliva, sus manos apretando los brazos del sillón. No podía negar que las palabras de Elisa despertaban algo en él, una mezcla de celos y curiosidad que lo hacía sentir incómodo.
—Y ahora… —continuó ella, su voz temblorosa—. Ahora siento que no puedo conformarme con menos. Es como si mi cuerpo hubiera sido entrenado para desear algo más grande, más intenso.
Pablo la miró, buscando las palabras adecuadas para responder. No quería hacerla sentir mal, pero tampoco podía ignorar la incomodidad que crecía en su pecho.
—Elisa… —comenzó, su voz suave pero firme—. No tienes que sentirte avergonzada por lo que te gusta. Todos tenemos nuestros deseos, nuestras fantasías.
Ella asintió, pero su expresión no se relajó. Parecía haber algo más, algo que aún no había dicho.
—Pero no es solo eso —confesó finalmente, sus ojos clavados en el suelo—. He estado pensando en hacer algo… algo que tal vez te parezca loco.
Pablo la miró, su corazón acelerándose. ¿Qué más podría haber?
—Quiero hacer un trío —dijo ella, las palabras saliendo de su boca en un susurro apresurado—. Con dos hombres. Dos vergas grandes. Y… quiero que tú estés allí. Que me veas.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Pablo sintió que el mundo a su alrededor se detenía, como si el tiempo mismo se hubiera congelado en ese instante. La idea de ver a Elisa con otros hombres, de saber que su cuerpo sería compartido, lo llenaba de una mezcla de emociones contradictorias. Celos, excitación, miedo… todo se entrelazaba en un nudo que no sabía cómo deshacer.
—Elisa… —comenzó, su voz ronca—. No sé qué decir. Esto… es mucho para procesar.
Ella asintió, sus ojos llenos de una mezcla de esperanza y miedo. Sabía que lo que pedía no era fácil, pero también sabía que no podía ignorar lo que su cuerpo le pedía a gritos.
—No tienes que decir nada ahora —murmuró—. Solo… piénsalo. Sé que es mucho pedir, pero… necesito esto. Necesito sentirlo de nuevo.
Pablo la miró, su mente trabajando a toda velocidad. ¿Podría hacerlo? ¿Podría ver a la mujer que amaba siendo tomada por otros hombres, sabiendo que ella disfrutaba de cada segundo? La idea lo atormentaba, pero también despertaba algo en él, algo primitivo y oscuro que no podía ignorar.
—¿Y si no puedo? —preguntó finalmente, su voz apenas un susurro—. ¿Y si la idea me destroza por dentro?
Elisa se acercó a él, sus manos tomando las suyas con suavidad.
—No te pido que lo disfrutes —respondió, su voz llena de ternura—. Solo te pido que me acompañes. Que estés allí conmigo, sin importar lo que pase.
Pablo la miró, sus ojos buscando los de ella en la penumbra. ¿Podría hacerlo? ¿Podría ser el testigo silencioso de los deseos más oscuros de Elisa, sabiendo que ella lo necesitaba?
En ese momento, no tenía una respuesta. Pero mientras miraba a la mujer que amaba, con sus ojos llenos de deseo y miedo, supo que no podía simplemente decir que no.
—Déjame pensarlo —dijo finalmente, su voz firme pero gentil—. No es algo que pueda decidir en un instante.
Elisa asintió, una pequeña sonrisa curvando sus labios. Sabía que había dado un primer paso, aunque el camino que tenían por delante fuera incierto.
La noche avanzó, y la conversación se desvió hacia temas más triviales, pero la confesión de Elisa seguía flotando en el aire, como una sombra que los acompañaba en cada palabra, en cada gesto. Pablo no podía sacar de su mente la imagen de ella con otros hombres, sus cuerpos entrelazados en un baile de carne y deseo. La idea lo consumía, lo atormentaba, pero también despertaba algo en él, algo que no podía ignorar.
Mientras se preparaban para dormir, Elisa se acurrucó junto a él, su cabeza apoyada en su pecho. Pablo la abrazó con fuerza, como si temiera que ella pudiera desaparecer en cualquier momento.
—Gracias por escucharme —murmuró ella, su voz apenas audible en la oscuridad—. No sabes lo que significa para mí.
Pablo besó su cabello, sus pensamientos girando en un torbellino de emociones.
—No tienes que agradecerme —respondió, su voz ronca—. Solo… prométeme que no te arrepentirás de lo que quieres.
Elisa sonrió, sus dedos entrelazándose con los de él.
—No me arrepentiré —susurró—. Porque esto es parte de mí, Pablo. Y si me amas, tendrás que amar también esta parte.
Pablo cerró los ojos, las palabras de Elisa resonando en su mente. ¿Podría amar esa parte de ella? ¿Podría aceptar sus deseos más oscuros, sabiendo que lo cambiaban todo?
La noche avanzó, y el silencio se convirtió en su compañero. Pero en la oscuridad, mientras el mundo dormía, Pablo sabía que nada volvería a ser igual. La confesión de Elisa había abierto una puerta que no podía cerrarse, y ahora, solo el tiempo diría hacia dónde los llevaría.
Mientras el sueño finalmente lo reclamaba, Pablo no pudo evitar preguntarse si estaba listo para lo que vendría. Pero una cosa era cierta: no podía dejar a Elisa enfrentar sus deseos sola. Aunque el camino fuera incierto, aunque el futuro fuera desconocido, él estaría allí, a su lado, sin importar lo que pasara.
Y en ese momento, mientras la ciudad dormía y el mundo seguía su curso, Pablo y Elisa se abrazaron con fuerza, como si temieran que el mañana nunca llegara. Pero el mañana siempre llega, y con él, nuevas decisiones, nuevos desafíos, y tal vez, nuevas formas de amor.
¿Te gustó este relato? Descubre relatos para mayores de edad en nuestra página principal.