Mi Novia Confiesa la Verga más Grande 24CM que se ha comido
Pablo había conocido a Elisa en un momento en que ambos estaban perdidos en sus propias vidas. Él, con una relación monótona y sin chispa, y ella, atrapada en una relación tóxica con un hombre que la hacía sentir insignificante. Su encuentro fue casual, en un bar de la ciudad, donde las miradas se cruzaron y las sonrisas se convirtieron en conversaciones que duraron hasta el amanecer. Ambos sabían que estaban siendo infieles, pero la conexión que sentían era demasiado fuerte para ignorarla. Con el tiempo, se distanciaron, cada uno regresando a sus respectivas vidas, pero el destino los volvió a unir meses después, esta vez con una claridad que no tenían antes.
Elisa era una mujer que desprendía sensualidad en cada movimiento. Su piel blanca resaltaba bajo la luz del sol, y su cabello largo y sedoso caía en cascadas sobre sus hombros, enmarcando un rostro que combinaba inocencia y deseo. Medía 1.60 metros, pero su presencia llenaba cualquier habitación. Su cintura estrecha y su trasero perfectamente redondeado eran la envidia de muchas y el sueño de muchos. Pablo se sentía afortunado de tenerla a su lado, pero también sabía que ella llevaba un pasado que lo intrigaba y, a veces, lo atormentaba.
Una noche, mientras compartían una botella de vino en el apartamento de Pablo, la conversación tomó un giro más íntimo. Elisa, con los ojos brillando bajo la luz tenue de la lámpara, le confesó algo que lo dejó sin aliento. “Isaias, mi ex, tenía una verga enorme”, dijo ella, bajando la voz como si temiera que alguien más pudiera escuchar. “¿Cuánto?”, preguntó Pablo, sintiendo un nudo en el estómago. “24 centímetros”, respondió ella, mirándolo directamente a los ojos. Pablo tragó saliva, intentando procesar la información. Él, con sus 17 centímetros, siempre se había sentido seguro de sí mismo, pero esa cifra lo hizo dudar por un momento.
“¿Y cómo…? Quiero decir, ¿cómo te sentía con algo así?”, preguntó, intentando sonar casual, aunque su curiosidad era evidente. Elisa sonrió, una sonrisa que mezclaba nostalgia y morbo. “Al principio era incómodo, pero con el tiempo… aprendí a disfrutarlo. Isaias sabía cómo usarlo”, dijo, jugueteando con el borde de su copa. Pablo sintió un calor en su pecho, una mezcla de celos y excitación que no podía ignorar. Le intrigaba la idea de que ella hubiera estado con alguien que lo superaba en ese aspecto, y al mismo tiempo, quería demostrarle que el tamaño no lo era todo.
Al día siguiente, Elisa le confesó algo que lo dejó aún más sorprendido. “Tuve un sueño”, dijo ella, con las mejillas sonrojadas. “Estábamos Isaias, tú y yo… en una situación que me dio mucha vergüenza contarte”. Pablo la miró, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. “¿Qué pasó en el sueño?”, preguntó, acercándose a ella en el sofá. Elisa bajó la mirada, jugueteando con sus dedos. “Soñé que los dos me poseían… y que yo les pedía que se vinieran dentro de mí”, susurró, casi inaudible. Pablo sintió un escalofrío recorrer su espalda. La idea de compartirla con otro hombre, especialmente con Isaias, lo llenaba de un morbo que no podía negar.
Decidido a hacer realidad ese sueño, aunque fuera de una manera diferente, Pablo planeó una sorpresa para Elisa. La llevó a un motel de lujo, un lugar que desprendía lujo y privacidad. Al entrar en la habitación, le vendó los ojos con una seda suave, susurrándole al oído que tenía algo especial preparado para ella. “Confía en mí”, le dijo, guiándola hacia la cama. Elisa, intrigada y excitada, se dejó llevar, sintiendo cómo su corazón latía con anticipación.
Pablo la hizo sentarse en la cama, arrodillándose frente a ella. Comenzó a besarle los muslos, subiendo lentamente hacia su sexo, ya húmedo por la expectación. “Hoy voy a hacerte sentir cosas que nunca has sentido”, murmuró, mientras sus labios rozaban su clítoris. Elisa gimió, arqueando la espalda, sintiendo cómo sus dedos se deslizaban dentro de ella, explorándola con una lentitud que la enloquecía.
“Quiero que imagines que es Isaias quien te toca”, susurró Pablo, mientras sus dedos se movían con ritmo. “Quiero que recuerdes cómo se sentía su verga dentro de ti”. Elisa cerró los ojos con fuerza, dejándose llevar por la fantasía. Aunque Pablo no tenía los 24 centímetros de Isaias, sabía cómo usar sus manos y su boca para hacerla sentir plena. Sus labios bajaron hacia su sexo, lamiendo y chupando con una intensidad que la hizo gritar de placer.
“¡Pablo! ¡No puedo más!”, jadeó Elisa, sintiendo cómo su orgasmo se acercaba. Pablo sonrió, saboreando su excitación. “Aún no hemos terminado”, dijo, levantándose y despojándose de su ropa. Se colocó detrás de ella, guiando su erección hacia su entrada. “Quiero que imagines que es él quien te penetra”, susurró, empujando lentamente hacia adentro. Elisa gimió, sintiendo cómo su cuerpo se adaptaba a él, aunque sabía que no era lo mismo.
Pablo comenzó a moverse con ritmo, sus caderas chocando contra las de ella con fuerza. “¿Te gusta, verdad?”, preguntó, besando su cuello. “¿Te gusta imaginar que es Isaias quien te llena?”. Elisa asintió, avergonzada pero excitada. “Sí… me gusta”, confesó, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba con cada embestida. Pablo sonrió, sintiendo cómo su morbo crecía con cada palabra. “Entonces pide más”, dijo, aumentando la velocidad.
“¡Isaias…! ¡Quiero más!”, gritó Elisa, dejándose llevar por la fantasía. Pablo cerró los ojos, imaginando la escena en su mente. Sabía que no podía competir con el tamaño de Isaias, pero podía hacerla sentir deseada, podía hacerla gritar su nombre mientras imaginaba a otro hombre. Era una sensación extraña, una mezcla de placer y celos que lo impulsaba a seguir.
Finalmente, Pablo sintió cómo su orgasmo se acercaba. “¿Quieres que me venga dentro?”, preguntó, jadeando. Elisa, perdida en la fantasía, asintió con fuerza. “Sí… ¡hazlo!”, gritó, sintiendo cómo su cuerpo temblaba con cada embestida. Pablo cerró los ojos, dejándose llevar por el momento, y se derramó dentro de ella, sintiendo cómo su semen la llenaba.
Cuando terminó, Pablo se recostó a su lado, quitándole la venda de los ojos. Elisa lo miró, con una sonrisa satisfecha en su rostro, pero también con una mirada que delataba su secreto. “Gracias”, susurró, besándolo suavemente. Pablo la abrazó, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. Sabía que había abierto una puerta que no podía cerrar, pero también sabía que no podía resistirse a la idea de incitarla a extrañar esa verga tan grande. El morbo lo consumía, y estaba dispuesto a explorar hasta dónde podía llegar.
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