Mi nombre es Ana, tengo 37 años, casada y con 3 hijos. Mi marido (Manu) es un empresario dos años mayor que yo, somos un matrimonio feliz y nuestra vida discurría por los carriles normales de cualquier familia de clase media alta. La cosa empezó a cambiar hace más o menos 3 años cuando un par de negocios desafortunados y algunas malas inversiones nos hicieron caer estrepitosamente nuestro nivel económico. A partir de entonces lo que para nosotros había sido una vida placentera, se convirtió poco a poco en un callejón sin salida. Tuvimos que dejar nuestros beneficios burgueses de vacaciones en hoteles de lujo, club de golf, salidas a restaurantes de primera, etc. Las discusiones y el mal humor dentro del hogar, comenzó a ser la moneda corriente por aquellos días.
Hasta nuestra vida sexual que siempre habíamos mantenido encendida, se había visto afectada hasta casi llegar al desinterés. Creo conveniente aclarar que ambos nos mantenemos en excelentes condiciones físicas, aunque nuestras amistades siempre nos han dicho que Manu se ha visto con fortuna al tener una mujer tan guapa como yo. Sin falsa modestia, me siento atractiva y orgullosa de mi cuerpo; delgado pero sin exagerar, mis pechos son normales en tamaño aunque los mantengo siempre altivos, mis piernas son largas y bien torneadas, rematando en un trasero de esos para darse la vuelta y mirar en la calle; Todas armas más que interesantes para cualquier mujer. Esto lo cuento porque tiene que ver con los acontecimientos que se sucedieron más tarde.
Después de meses sin poder levantar cabeza, surgió la posibilidad de realizar un negocio de importación que mi marido había estado gestionando infructuosamente durante dos años. De la noche a la mañana reverdeció el interés de quien tenía los derechos sobre el producto y si todo salía bien, nos reportaría una importante suma de dinero de forma inmediata, más la licencia para explotación del negocio por varios años.
Después de varias semanas de idas y vueltas, Manu consiguió una reunión para cerrar las bases del acuerdo. Esta se efectuaría con el empresario en cuestión, cena mediante, donde brindaríamos por el futuro del nuevo negocio (y el fin de nuestras penurias económicas). Carlo era un empresario de origen italiano, rondaba los cincuenta años y desde hacía mucho tiempo venía cada tanto a España para tomar vacaciones y descubrir alguna posibilidad de nuevo negocio; Ahora él tenía nuestro futuro en sus manos. La reunión era en Madrid, por cuanto viajamos un día antes y pensábamos quedarnos una semana después para descansar. Durante aquel día, mi marido y yo parecíamos estudiantes en los momentos previos a un examen final; estábamos nerviosos, ensayando las cosas que íbamos a decir o los temas que utilizaríamos para amenizar la cena. Cada uno se vistió con lo mejor que teníamos para la ocasión, Manu con un traje oscuro y camisa al tono sin corbata; yo con un vestido ligero, sobrio y elegante y una falda que mostraba orgullosamente mis piernas.
La cena se llevó a cabo en el restaurante de un importante hotel de la ciudad, cuando llegamos nos hicieron pasar al salón donde se encontraba Carlo con su esposa Diana, bebiendo unos aperitivos. Ambos me produjeron una agradable impresión, distinguidos, amables, cultos, pero muy sociables y nada distantes; eran gente de evidente clase. Al principio estaba algo contenida pero mi esposo y la agradable compañía hizo que me relajara y la cena fue de lo más divertida.
Carlo era un hombre elegante y atractivo, alto, bien cuidado en su aspecto y modales, parecía tener el manejo de la situación en cada momento y aunque mi marido era también un hombre acostumbrado a las relaciones comerciales, quedaba de alguna manera en un segundo plano frente a Carlo. Diana era más joven que él, supuse que tendría unos cuarenta años, rubia, ojos verdes y un cutis que haría envidiar a cualquier actriz de cine.
La velada estuvo estupenda y hacia el final tuve oportunidad de hablar con Diana mientras mi esposo y Carlo se dedicaban a la tarea que nos había llevado hasta allí. Para mi sorpresa no hubo brindis por el nuevo negocio y al final nos despedimos con un hasta pronto…nos veremos. Una vez que salimos del lugar Manu me explicó que había otra instancia antes de firmar y que tendríamos que esperar a que nos vuelva a llamar. Intenté consolarle pero estaba evidentemente afectado por lo que consideraba “su fracaso”. La espera duró muy poco ya que al día siguiente Carlo llamó para invitarnos a una nueva velada, esta vez en el apartamento que estaba alquilando en aquellos días. Si bien esto trajo satisfacción, mi marido no parecía tan entusiasmado, algo parecía molestarle, tal vez fuera la reciente postergación del evento largamente esperado.
Por la tarde pareció más animado hasta el punto de decirme que quería que me vistiera más suelta que la noche anterior. Os aseguro que así lo hice y me calcé un vestido blanco que se ajustaba a mi cintura y cadera como un guante. Dado el carácter de nuestros anfitriones y mi estupendo estado de ánimo me permití un escote sugerente y una espalda generosamente descubierta. Mi marido quedó impactado porque hacía tiempo que no me veía así vestida y además hacía demasiado tiempo que no nos dedicábamos al sexo, lo cual nos excitó mucho pero era la hora de salir y no podíamos darnos el lujo de llegar tarde a nuestra cita más importante de los últimos tiempos.
Diana nos recibió estupenda y radiante, vestía de largo y pude adivinar un cuerpo menudo pero bien formado. Carlo se acercó sonriente, espléndido en su traje de corte inglés. Me besó en las dos mejillas al tiempo que me felicitaba por lo bella que me encontraba “mucho más que anoche”, dijo sonriente.
Un servicio particular nos atendió durante la cena frugal pero exquisita y luego nos sirvieron las primeras copas. La conversación giró en torno a los viajes exóticos que habían realizado Carlo y Diana y las diversas experiencias con culturas ajenas a la nuestra. Carlo se sentó al lado de mi esposo y charlaban animadamente, entretanto, Diana trajo unas hierbas que dijo provenían de Asia, y preparó con ellas unas infusiones muy aromáticas. Mi esposo y yo, entusiasmados por la novedad bebimos con ellos aquellos extractos dulces mezclados con algo de buen licor. El ambiente se volvió más embriagador, era evidente que aquella bebida tenía algún efecto poco común.
– No se asusten, puede que al principio les ocasione algún tipo de mareo pero les aseguramos que no hay nada que los haga sentir mejor de forma natural – Comentó Diana mientras nos volvía a llenar las tazas. Ciertamente, me sentía muy bien aunque el calor se apoderaba de mi cada vez con mayor intensidad.
– Nos alegramos que estén aquí – dijo Carlo con su clásica sonrisa.
– No solemos invitar a gente a la cual no conocemos profundamente, pero en este caso mi mujer y yo coincidimos en que ambos nos resultan de total confianza; hacen que nuestra estadía aquí sea más agradable. Al mismo tiempo, no hay nada que me satisfaga más que hacer feliz a mi mujer y ustedes nos están dando un momento de felicidad.
Aquellas palabras sonaban tan dulces y encantadoras que no sabía qué decir.
– Mi esposo y yo también estamos felices de compartir vuestra compañía – dije algo torpe y sin darle tiempo a Manu para responder.
– Ven, quiero que me acompañes al salón.
Diana me tomó de la mano y me llevó a una sala contigua, enorme y llena de pequeños cuadros. De uno en uno me fue mostrando lo que era parte de su colección de pinturas que ella misma había creado en sus ratos de inspiración. Me explicaba el significado y la intención de mostrar sentimientos, alegrías y frustraciones en cada uno de ellos, mi cabeza giraba de uno a otro cuadro tratando de captar aquellas imágenes. De pronto me vi cara a cara frente a Diana.
– Eres muy bonita.
Levantó su mano y me pasó el cabello detrás del oído. Sus labios se acercaron hasta dar con los míos, en un contacto suave y tierno. Me sorprendí respondiendo con mi boca abierta hasta que el extremo húmedo de su lengua alcanzó la mía. Nunca había hecho algo así… sentí el movimiento de su boca y reaccioné dando un paso hacia atrás.
– Está bien, no te preocupes, has sido muy dulce – me dijo serena.
– Perdona creo que debemos volver, nos estarán esperando.
– De acuerdo volvamos por nuestros hombres.
Diana salió conmigo, una vez más tomándome de la mano. Cuando volvimos a la sala, ambos estaban fumando y bebiendo en animada charla. Diana le llamó a Carlo para que la ayudara con algo y me quedé un instante con mi marido.
– Me ha besado!! – exclamé.
– Qué?
– Te he dicho que Diana me ha besado en la boca!!
Manu comenzó a reír estruendosamente, parecía no entender lo que le estaba diciendo.
– Nos vamos – dije mientras me levantaba.
– Qué haces?, no podemos hacer este desprecio a gente que nos ha atendido tan bien!.
– Creo que no has entendido, es una situación extraña, ya hemos cumplido y nos vamos.
– La que no entiende eres tu!… no te das cuenta que está en juego nuestro futuro!, si nos vamos ahora todo se habrá perdido, nos iremos con las manos vacías y lo que es peor nuestros bolsillos seguirán vacíos!.
– Ana…comprende… -mi esposo acarició mi rostro y mirándome a los ojos, dijo: – Debemos quedar bien esta noche, complacer en lo que podamos… Ana, debes ser… amable.
Aquellas palabras retumbaron en mi cabeza hasta que comencé a comprender el significado.
– Pero…entonces… que pretendes… hasta dónde.
– Shhh… calla, no digas nada, solo piensa que pronto solucionaremos todos nuestros problemas.
Manu me besó ardientemente y su pasión pudo más, lo besé una y otra vez hasta que me dí cuenta que no estábamos solos. Carlo y Diana nos observaban desde la entrada.
– Perdón no queríamos interrumpir tan apasionado momento, es más, nos encantan las parejas que no pierden la pasión con los años de matrimonio, verdad querida? – Dijo Carlo, quien llevaba a Diana por la cintura.
Su mujer nos invitó nuevamente con algunos tragos y Carlo se fue con Manu al despacho para cerrar los temas del contrato. Fue entonces cuando Diana bajó la intensidad de la luz y se sentó a mi lado. Yo estaba confusa, entre el calor que tenía, la bebida, el contrato. Cuando quise reaccionar me estaba besando nuevamente; al principio opuse una ligera resistencia, pero de inmediato volvieron las palabras de mi esposo “debemos quedar bien esta noche…complacer…ser amable…”. Entonces, me incliné hacia atrás recostándome en el sillón, mi cabeza encontró el respaldo mullido, confortable, cálido. Cerré los ojos mientras su lengua jugueteaba dentro de mi boca; el aroma de Diana me absorbió, tenía un perfume exquisito. Mis manos ascendieron hasta su cabeza y los dedos se perdieron entre los cabellos sedosos de ella. Le dediqué un beso prolongado que, he de confesar, me excitó tremendamente. La mano de Diana buscó mi entrepierna…no dije nada… solo la miré a los ojos al tiempo que le empapaba sus dedos con mi braga ya mojada. Ella los metió dentro de mí, uno…dos…tres…los movía sabiamente.
– Por dios!!!… exclamé.
Sacó sus dedos y sin dejar de mirarme los lamió uno a uno. Luego me hizo girar y levantó la falda de mi vestido hasta la cintura, apartó suavemente el pequeño trozo de tela que cubría mi trasero, y comenzó a pasar su lengua por mi ano…creí morir de placer. Me mordía los labios cada vez que ella deslizaba su saliva por mi pequeño agujero y mis manos apretaban los pezones que querían saltar de mis pechos. Jamás había tenido tal sensación. Estaba a punto de tener un orgasmo, pero ella se detuvo.
– No!! Por favor!! – supliqué.
Aún tienes que esperar, me dijo tierna y dominante. Entonces se quitó la braga y levantó su vestido, inclinada hacia atrás abrió las piernas y me enseñó su vulva rasurada, rosada, húmeda…Me abalancé sobre ella y mi boca le dedicó por primera vez todo lo que sabía a un sexo femenino. Qué placer! aquellos pliegues carnosos y jugosos que pude chupar y morder sin descanso, hasta notar como Diana gemía locamente. Entonces levanté la vista un momento y allí estaban ellos, mi marido sentado en una silla y Carlo a su lado, de pie fumando un cigarro. No me detuve, no vacilé, regresé a la vulva de Diana convertida en un mar de jugos dulces.
Al cabo de un momento, Diana se levantó del sillón, caminó felina hacia Carlo y lo besó, él bajó las manos para acariciar sus glúteos apretados, luego la giró suavemente apoyándola por detrás. Ahora dedicaba sus manos a los senos de su mujer, yo apenas aguantaba masturbándome, estaba tan caliente. Carlo me miró y dijo:
– Quítate el vestido, solo puedes conservar la braga.
No lo hice esperar, suave pero diligente cumplí con su deseo, el vestido se deslizó hasta mis pies y desprendí el sostén sin dudar, mis pezones sobresalían enhiestos…quedé únicamente con el pequeño tanga que cubría escasamente mi depilada entrepierna y dejaba los hemisferios de mi culo a pleno descubierto.
– Bella, verdad cariño- susurró Carlo a Diana sin dejar de meter mano en su cuerpo. Diana volvió hacia mi, directo a lamer mis pezones
Nos dedicamos a chupar nuestros cuerpos una y otra vez sin descanso hasta que ella arriba y yo debajo alcanzamos furiosos orgasmos en posición de “69”. Aun estaba tendida en el sillón y algo aturdida por el placer que había tenido cuando Carlo se acercó hacia mí, me puso de pie, colocó sus manos sobre mi culo empujándome hacia él y para comerme la boca con un beso caliente en extremo. Le respondí lo mejor que pude hasta casi quedar sin aliento; al mismo tiempo noté debajo de su pantalón una tremenda erección con la que no dejaba de apoyarme. Mis manos fueron hacia allí, las moví una y otra vez sobre aquel bulto que buscaba salir, podía sentir la temperatura de su miembro en mis manos. Lo deseaba…no podía esperar más…metí mi mano debajo y extraje su pene no sin dificultad por el tamaño que tenía. Entonces lo ví…hermoso, grueso, tan duro.
Casi con desesperación me arrodillé para meterlo en mi boca…mmmm!!! que aroma y sabor tan exquisitos!!!. Trataba de cubrirlo lo más que podía pero su tamaño me impedía tragar todo lo que deseaba. Mi lengua trabajó toda la superficie desde los testículos hasta su cabeza llena de miel; chupé, lamí una y otra vez, mientras apresaba aquel tronco espléndido con mis manos. Diana se sumó a nosotros, alternamos las lenguas entre nuestras bocas y el palo de su esposo. Le tuve que pedir que dejara de masturbarme porque ya no resistía más.
Carlo se desnudó por completo y me condujo nuevamente al sillón para dejarme en posición de cuatro apoyada sobre mis rodillas. Casi me arranca la braga de un tirón lo cual me hizo calentar aun más. Sentí la cabeza de su herramienta bailando en la entrada de mis pliegues mojados, separé las piernas, recién entonces ví a mi esposo frente a mí sentado, sudoroso con la boca entreabierta… sin dejar de mirarlo supliqué:
– Carlo métela por favor que no aguanto más!!… Ahhhh… siiiii…!!.
La cabeza de aquel miembro comenzó a abrirse paso dentro de mí. No sé como pero en un momento la tenía metida hasta el fondo, creí que llegaría a mi garganta.
– Asiii… toda…! Qué placer!.
Mis caderas se movían al tiempo que él me clavaba con su enorme falo. Mi esposo no quitaba sus ojos desorbitados de la escena que tenía delante, se levantó suavemente y con una pequeña cámara comenzó a filmar. Nada me importaba más en aquel momento que el palo que me serruchaba por dentro, sentía como el vientre de Carlo golpeaba mis glúteos ante cada embestida.
– Te gusta cariño como lo hago?… mmm, estoy tan caliente!!!… no sabes que buen palo me está metiendo.
Esas eran las palabras que salían de mi boca extasiada de calentura y que sin pudor le dedicaba a mi esposo. Diana volvió a besarme ardientemente y luego se deslizó por debajo de mi cuerpo hasta alcanzar mi vagina. Su lengua se movía sabiamente entre mi clítoris endurecido y el pene de su marido que no dejaba de entrar y salir. Creí que me iba a desmayar de tanto placer, el orgasmo que tuve fue impresionante, no sé cuantos alaridos salieron de mi garganta. Luego Carlo me tomó por los cabellos y metió su miembro dentro de mi boca, para deleite de ambos. Oí el estruendoso orgasmo de Diana a quien su marido estaba masturbando; en ese momento sentí su cabeza henchida al máximo y el delicioso semen caliente explotó en mi boca tragué y tragué hasta limpiarlo todo.
Quedé exhausta, flotando en aquel ambiente ahora confuso. El beso de mi esposo sobre la mejilla me devolvió a la realidad, luego me acompañó al baño donde me duché y me vestí (excepto mi braga que nunca supe donde quedó), al rato nos despedimos de ellos quienes con una sonrisa me dijeron que era fantástica.
Mi esposo firmó el contrato y el negocio nos devolvió la estabilidad económica deseada. Aunque Manu se comunica con Carlo de tanto en tanto yo no volví a saber de ellos. Nunca supe si lo ocurrido fue planeado entre Carlo y mi esposo o fue algo que surgió allí en aquel momento. Aunque han pasado tres años, entre nosotros no hemos vuelto a hablar de lo ocurrido aquella noche; si bien yo he intentado hacerlo algunas veces, mi esposo no quiso afrontar la situación.
Hoy cumplo 40 años y desde Italia recibí un paquete con una tarjeta…era de Diana y Carlo: “Deseamos que en este cumpleaños siga viva la llama de la pasión”. Me encerré en el cuarto, ví la cinta de video un par de veces antes de que Manu llegue de la oficina, apenas podía creer las escenas. Tenía la boca seca… el aliento entrecortado, llevé mi mano debajo de la falda y me masturbé como hacía tiempo no lo había hecho. Espero que Manu llegue pronto, esta noche mi regalo de cumpleaños será una sorpresa para él.
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