Mi Hermana: sin pensarlo más, se la metí por el coño otra vez

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Todo empezó porque fui a casa de mi madre y esta me dio un paquete para mi hermana.

Cuando llegué a casa de ella, con la que había mantenido varias relaciones incestuosas —que es harina de otro costal, pero, en la actualidad, hacía 38 años de la última vez—, me abrió la puerta y me dio un paquete para mi hermana.

Me abrió la puerta de su casa y entré.

Había reformado algunas estancias que yo no conocía.

Después me sirvió una cerveza y me dijo que tenía que salir, pero que no me preocupara, que todavía tenía que ducharme. Me fui a la cocina y cogí otra cerveza.

Al salir de la cocina y hablar con ella, que estaba sola —su marido estaba de guardia—, me percaté de que la puerta del baño estaba abierta y ella en la ducha, cosa muy habitual entre nosotros cuando éramos niños. La puerta del baño nunca se cerraba por orden de mi madre para vigilarnos; no sé si se oía algo de lo nuestro, nunca hizo ningún comentario al respecto y ella, mi hermana, se ve que sigue con esa manía en su casa.

Entonces, me senté en la silla del pasillo sin darme cuenta y, mientras hablaba con ella, levanté la mirada y la vi en pelota picada delante de mí, eso sí, despaldada.

Mientras yo la observaba y ella se jabonaba sin parar de hablar.

Entonces tuve una erección de caballo.

Cuando se giró y se fue,

—¿Qué haces?

—Yo nada… Me quedé planchado y no supe qué decir.

Con la misma cogió la toalla, se cubrió todo como pudo y, al pasar por mi lado sin dejar de mirar mis entrepiernas, se dirigió a su cuarto.

Una vez allí, empezó a hablar como si nada hubiese pasado.

—Eso que te ha pasado es por mi culpa.

—Sí —respondí más cortado todavía.

—Yo creía que ya no despertaba ese tipo de pasiones. Me alegro de tener 59 años, ja, ja, ja.

—Sí, igual que yo —dije.

—No, tú tienes tres menos.

Continué diciendo a tu cuñado que no se la levanta ni la mitad, y mira que le trabaja bien el pene, pero muchas veces, más de la cuenta, nada.

Con la conversación y como yo seguía en el pasillo, pues no me enteraba bien, me fui acercando a la puerta de su dormitorio.

Allí estaba, totalmente desnuda, con el pelo recogido, eligiendo ropa del armario.

Cuando se percató de mi presencia, dijo:

—Sienta en la cama.

—Vale.

—De todas formas, ya estás más que harto de verme desnuda.

—Vale.

En uno de los movimientos, ella se giró.

—De verdad que te pones así por mí.

—Sí.

Se quedó completamente parada y dijo:

—Todavía te gusto como mujer.

—Sí, tiene tu edad, pero sí.

El cuerpo estaba más viejo que mis recuerdos (38 años casi nada), pero todavía podría pasarlo bien con ella.

—Me dejaría tocar eso —mirando mi miembro erecto, asentí con la cabeza.

—Denudaste para estar los dos en la misma igualdad.

—Vale.

Lo hice, así que ella se recostó a mi lado.

Con una mano empezó a acariciarme el pene y con la otra los testículos, diciendo:

—Se nota que te hiciste la baso-tenia.

—Por

—Lo tienes más caído que en mis recuerdos, pero ahora estos juegos son más seguros.

—Ya te digo, fíjate que yo siempre pensé que tú o yo éramos estériles.

—Pensaba yo lo mismo.

—Fíjate si en aquellos años te hubieras quedado embarazada, qué marrón.

—Por eso me casé contigo, y me fui corriendo de tu cuñado, porque pensaba que era estéril, y mira que dos hijas tengo de él.

—Y yo la parí, hija de mi mujer, pero si aquellos años… Desde los 10 hasta los 20, sin ningún método anticonceptivo y casi a diario.

Ella, sin dejar de acariciarme, me preguntó si se la podía meter en la boca y hacerle una mamada impresionante.

Cuando ya estaba a punto de correrme, se detuvo y dijo: «No te corras ahí, sino…».
Mientras montaba en ella, introduciéndome en su coño, ella empezó a cabalgar despacito, y poco a poco, aumentando la velocidad hasta que me corrí, como si le estuviera salvando la vida.

Se cayó en la cama, boca abajo, y yo me quedé boca arriba. No quedamos en esa posición durante unos quince minutos, sin hablar ni nada. Entonces, se giró sobre mi pecho y recorrió con los dedos el pelo de mi pecho.

—De verdad, no sabes en qué se ha metido tu cuñado con los años.

—No lo sabía, pero yo lo veo igual.

—Que va, no tenía dentro una polla como esta desde Juan.

—¿Quién es Juan?

—Un amigo de tu sobrina, que estuvo un tiempo en casa y, como yo estaba tan decepcionada con tu cuñado, pues los hicimos tres o cuatro veces.

—¿Y qué pasó?

—Que se cansaría de esta vieja y dejaría de venir, pero la tenía, BARBARA, claro, con 20 y pico.

—Normal, la edad.

—Pero la tuya con 56 no está mal, nada mal.

—Déjame que ahora te dé yo placer.

Empecé a comerle las tetas, algo caídas sobre mi recuerdo, y con la mano acaricié el chochete despacio y de abajo a arriba. Ella se tumbó boca arriba y yo continué con mis caricias, cada vez más cortas, pero centrándome en la vagina, hasta que ella empezó a sentir sacudidas como si le estuvieran metiendo calambre. Entonces soltó un chillido, por suerte no había nadie en el piso.

Me levanté, me cogí, me puse a cuatro patas y, sin pensarlo más, se la metí por el coño otra vez, pero esta vez en esa posición. Mientras empujaba, se me ocurrió meterle el dedo por el ojete del culo y notaba embestidas por la vagina en mi dedo; fue lo más grande que recuerdo haber sentido en mi edad en cuanto al sexo.

Ella se volvió a correr, se dejó caer sobre la cama y yo me puse detrás. Entonces me dijo:

—Ya no me folla más, me duele todo, pero qué rico, qué rico.

—Sí, como hace años.

Se quedó un rato callada y se acordó de que le esperaban.
—Me están esperando.

Nos levantamos, nos vestimos y, desde entonces, no he vuelto a saber nada de ella, ni siquiera me ha llamado.

Yo reviví mi infancia y fue como volver a la juventud; saber que está mal, que es prohibido, pero qué rico, de verdad, uf, uf, uf, uf.

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Sevilla1972
Sevilla1972
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