MaryCarmen y el Chico de Antro
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Después de cerrar el capítulo con Sergio, su último novio, MaryCarmen había recuperado su libertad. Aunque hubo ciertos coqueteos fugaces con Rolando, un carismático futbolista que parecía tan inalcanzable como efímero, su corazón estaba despejado de ataduras. Ahora, más que nunca, se sentía dispuesta a disfrutar cada instante como si fuera el último.
Por eso, cuando Brenda y Liliana le propusieron salir el fin de semana, ni siquiera dudó. La invitación prometía una noche de baile y descontrol, el escenario perfecto para despejar su mente y encender su espíritu.
Así que se pusieron de acuerdo, y fue Brenda quien pasó a recogerlas a ambas alrededor de las 10:00 de la noche. Como siempre, llegó puntual, con su característico entusiasmo que animaba a cualquiera. A las 10:20 ya estaban llegando a la zona de antros, un lugar iluminado por neones vibrantes y lleno de vida nocturna.
Después de encontrar un lugar para estacionarse, pagaron el costo del aparcamiento y caminaron juntas, dejando que el sonido de la música y las risas de los transeúntes las envolvieran. Su destino era claro: el antro de mayor fama en el área, aquel al que todos parecían dirigirse, buscando también su momento de diversión y escape.
La fila para ingresar era considerablemente larga, pero siempre existía la posibilidad de que un grupo de chicas decididas lograra abrirse paso directamente con el cadenero. Eso fue exactamente lo que hicieron.
No era de extrañar que el portero no opusiera resistencia al verlas. Brenda, la pelirroja de grandes senos, llevaba unos jeans ajustados y una blusa vaquera con suficientes botones desabrochados como para que cualquiera notara que no había nada debajo. Su seguridad y su sonrisa pícara hablaban por sí solas.
Liliana, por su parte, destacaba por su figura curvilínea. Aunque tenía 4 o 5 kilos de más, los llevaba con orgullo, especialmente porque sabía que su trasero era su mejor carta. Lucía unos jeans tan ajustados que parecía que hubieran sido pintados sobre su piel, resaltando cada curva de su figura redonda y perfecta. Su rostro angelical completaba el contraste que volvía imposible no mirarla dos veces.
Finalmente, estaba MaryCarmen. Su morena piel brillaba bajo las luces del lugar, y con su imponente 1.75 m de estatura y cuerpo atlético, atraía todas las miradas. Llevaba un vestido blanco de una sola pieza que le llegaba justo a medio muslo, dejando al descubierto unas piernas torneadas y fuertes que parecían diseñadas para cautivar.
El cadenero, al verlas acercarse, sonrió. No hizo falta que dijeran mucho; bastó con su presencia para que él simplemente las dejara pasar, con una leve inclinación de cabeza que parecía una reverencia disfrazada.
Ya adentro, las chicas tenían la intención de encontrar una mesa libre, pero aquello resultó ser imposible. Todas estaban ocupadas, y el lugar se llenaba rápidamente. Parecía que no tardarían en cerrar el acceso. Sin muchas opciones, se acercaron a la barra y pidieron tres botellas de agua. Por supuesto, su plan era ahorrar y no gastar más de lo necesario. Con las botellas en mano, se alejaron de la barra, caminando alrededor de la pista para observar el ambiente.
Pasaron unos 20 minutos antes de que el primer chico intentara acercarse. Fue directo hacia Liliana, pero algo en él no terminó de convencerla, y tras un breve intercambio, el joven se retiró. Apenas habían pasado 30 segundos cuando otro hombre, más apuesto, se aproximó al grupo. Con una sonrisa segura, lanzó un piropo para cada una antes de dirigirse a Brenda. “¿Me concederías esta pieza?” le preguntó, ofreciéndole la mano con una mezcla de cortesía y picardía. Brenda, coqueta, aceptó, y ambos se dirigieron a la pista.
Un par de minutos después, apareció otro joven, este de camisa blanca ligeramente desabotonada, dejando entrever su pecho. Llevaba un pantalón gris de gabardina impecable, sin una sola arruga. Alto, probablemente entre 1.80 y 1.85 m, su cabello castaño peinado con un aire despreocupado y su tez perlada llamaron de inmediato la atención, pero lo que más destacaba era su sonrisa perfecta, casi desarmante.
Con total confianza, saludó primero a Liliana y luego a MaryCarmen, acompañado por un amigo que repitió el gesto. Pero fue el chico de camisa blanca quien se inclinó ligeramente hacia MaryCarmen, acercándose a su oído con una naturalidad que destilaba seguridad. “¿Te gustaría bailar?” le preguntó con una voz suave y firme.
MaryCarmen sonrió y asintió sin decir palabra. Él entonces extendió su mano izquierda, esperando que ella la tomara con la derecha, lo que hizo sin dudar. La guió con elegancia hacia la pista, colocando con sutileza su mano derecha en la parte superior de su espalda, en un gesto que fue tan delicado como seguro, marcando el inicio de un baile que prometía ser inolvidable.
Junto a ellos caminaba también el otro chico, guiando a Liliana con una mano sobre la parte baja de su espalda. Ambas parejas se dirigieron hacia la pista, aunque tomaron direcciones distintas una vez que llegaron. Mientras avanzaban entre la multitud, MaryCarmen alcanzó a divisar a Brenda, quien bailaba con entusiasmo junto al chico que la había sacado antes, moviéndose con una energía desbordante que llamaba la atención de quienes estaban cerca.
Cuando MaryCarmen y su pareja llegaron al centro de la pista, la música electrónica resonaba con fuerza. Las luces estroboscópicas iluminaban los cuerpos en movimiento, y el espacio estaba tan abarrotado que apenas quedaba lugar para maniobrar. Aun así, comenzaron a bailar, adaptándose al ritmo del entorno. Estaban cerca, tanto que apenas un paso los separaba.
Sin embargo, el bailarín detrás de MaryCarmen parecía tener otros planes. Con movimientos exagerados y torpes, la empujó accidentalmente una vez, y luego otra. Al segundo empujón, MaryCarmen giró molesta, lanzándole una mirada fulminante, pero el chico ni siquiera parecía notarlo, absorto en su propio espectáculo.
Entonces, su pareja de baile tomó las riendas. Sin decir nada, sujetó suavemente las manos de MaryCarmen y la giró, cambiándola de posición con un movimiento firme pero elegante. Ahora, era él quien se colocaba entre ella y el efusivo intruso.
El bailarín exagerado no se detuvo. En su siguiente intento, chocó contra el muro que su pareja de baile representaba, rebotando de manera casi cómica. Aun así, insistió una vez más, solo para ser rechazado con la misma contundencia. Finalmente, después de su tercer intento, el intruso se rindió, alejándose de la pareja con evidente frustración.
Aprovechando el momento, el chico de camisa blanca se inclinó hacia MaryCarmen y le susurró una broma al oído sobre el torpe bailarín. Su voz, cargada de confianza, arrancó una sonrisa en ella. Pero esta vez, no retrocedió. Permaneció a la misma distancia, sus cuerpos tan cerca que apenas un suspiro cabía entre ellos. MaryCarmen tampoco dio un paso atrás; no quería ceder, no esa noche.
Siguieron bailando durante otros 15 o 20 minutos, mientras el ritmo de la música se iba desacelerando poco a poco. Entonces, entre las luces y la gente, MaryCarmen vio a Liliana pasar cerca de ellos. Su característico contoneo hacía que su trasero robara miradas mientras caminaba, ahora acompañada por un chico diferente.
Por su parte, Brenda ya no estaba en la pista. Ahora ocupaba una mesa, sentada junto al mismo chico con el que había comenzado la noche. Él, con una copa en mano, no hacía ningún esfuerzo por disimular su mirada fija en el generoso escote de Brenda, devorándola con los ojos mientras ella jugaba con la copa entre los dedos, aparentemente indiferente pero disfrutando del poder que ejercía.
A medida que el ritmo de la música los envolvía, los movimientos de los bailarines se tornaron más cercanos, casi inevitables. Fue entonces cuando él colocó su mano derecha en la mitad de la espalda de MaryCarmen, ejerciendo una leve presión que la acercó unos centímetros más. Ella, lejos de resistirse, estiró su brazo derecho, tomando con naturalidad la mano izquierda de él. Aquel gesto selló un acuerdo tácito entre ambos, aceptando el contacto creciente.
Sus cuerpos se encontraron completamente. Con cada movimiento al ritmo de la música, el pecho de MaryCarmen rozaba el torso de su pareja, un contacto que ambos parecían disfrutar sin prisa pero sin pausa. La mano derecha de él comenzó a descender con una lentitud casi imperceptible, dejando en su recorrido una sensación que electrizaba cada fibra de su cuerpo.
Mientras tanto, su pierna derecha se deslizó entre las de ella, creando un roce persistente y cargado de tensión. MaryCarmen pudo sentir la textura del pantalón de él contra la delicada piel interior de sus rodillas, mientras el espacio que los separaba se desvanecía poco a poco.
Aunque aún no había un contacto completo, la evidencia de la excitación de él se hizo inconfundible. Ella lo percibió sin esfuerzo, un descubrimiento que no la tomó por sorpresa, pero que aumentó la intensidad de aquel momento compartido. La danza, ahora más que un simple intercambio de movimientos, se había convertido en un lenguaje físico que hablaba de deseo sin necesidad de palabras.
El ritmo de la música comenzaba a transformarse, bajando su intensidad como una señal de que el momento debía ser aprovechado antes de que se desvaneciera. El chico, cuya mano ya descansaba parcialmente sobre el firme y redondeado trasero de MaryCarmen, decidió no esperar más. Se inclinó hacia ella y, con voz baja y segura, le propuso tomar una copa.
MaryCarmen, con una ligera sonrisa que denotaba su aprobación, asintió. Mientras caminaban juntos hacia la barra, la mano del chico no solo permaneció firme sobre su cuerpo, sino que ahora se movía con una seguridad descarada, posándose completamente sobre la parte derecha de su trasero. El contacto era evidente, intencional, y ella no hizo ningún intento por apartarlo.
Al llegar a la barra, MaryCarmen se apoyó con soltura, colocando su codo derecho sobre la superficie. Observó de reojo cómo él se dirigía al bartender para pedir las bebidas, su voz apenas audible entre el bullicio del lugar. La escena, cargada de electricidad, marcaba un punto de inflexión en su noche, una pausa antes de que las cosas avanzaran aún más.
La mano de él se apartó solo lo necesario para que pudiera acomodarse frente a MaryCarmen, pero no tardó en regresar, esta vez posándose con firmeza sobre su cintura. Los dedos descendieron apenas un poco más, rozando la curva de su cadera con una confianza que ella no parecía dispuesta a detener. La barra estaba abarrotada, un detalle que él aprovechó como pretexto para dar un paso y medio hacia adelante, reduciendo aún más la distancia entre sus cuerpos y ajustando su posición para un contacto más cercano.
Desde donde estaba, la vista que tenía del escote del vestido blanco de MaryCarmen era perfecta. El diseño del atuendo ofrecía un pequeño pero generoso vistazo, suficiente para captar su atención de manera descarada. Él se inclinó levemente, bajo el pretexto de decirle algo al oído. Las palabras, triviales y sin importancia, eran solo una excusa para mantener su cercanía y disfrutar de lo que sus ojos exploraban con detenimiento.
Mientras ella respondía con la misma ligereza, la conversación parecía un telón de fondo para lo que en realidad ocurría. A través de la fina tela del vestido, su mano percibió un detalle que no pasó desapercibido: una tanga, apenas una delgada y delicada pieza que marcaba su presencia en cada roce. El descubrimiento le arrancó una sonrisa apenas perceptible, mientras sus dedos continuaban explorando con la sutilidad que el momento exigía.
Llega la bebida, y el chico maldice para sí mismo, con una clara expresión de mal humor en su rostro. Saca el dinero, paga y su billete es mucho más alto que el costo de las bebidas, pero le dice a la bartender que se quede con el cambio, claramente no quiere ser interrumpido de nuevo. MaryCarmen toma su copa, dando un pequeño sorbo, humedeciendo sus labios mientras él continúa con su conversación trivial, hablando sobre las bebidas.
Sin previo aviso, el chico se inclina de repente y atrapa sus labios con los suyos, un beso voraz y decidido. Ella no lo rechaza, permitiendo que su lengua se deslice dentro de su boca, respondiendo con la misma urgencia, su lengua chocando con la suya. Las manos se mueven sin descanso: MaryCarmen coloca su mano derecha en el cuello de él, mientras él retoma su camino sobre su cadera, ahora con un toque mucho más atrevido. Su mano sube y baja por el costado de la cadera de ella, cada vez más audaz, hasta que uno de sus dedos se engancha en el borde del vestido. Con un movimiento hábil y decidido, comienza a levantar el tejido, subiéndolo lentamente, hasta que su mano completa queda por debajo de él.
El cuerpo de ella y la barra misma impiden que alguien más pueda observar sus movimientos. La mano del chico sube nuevamente, lo suficiente para confirmar lo que hacía rato había sospechado: debajo de ese vestido hay un diminuto tanga. El pequeño hilo alrededor de la cintura de MaryCarmen es la prueba de ello. Ella siente el contacto sobre su prenda y le sujeta la mano. Aunque sus cuerpos no se separan ni un milímetro, él está más motivado por la excitación que siente y por lo que MaryCarmen es capaz de expresar tocando su vientre.
Él le susurra al oído, su voz baja y grave, que si quiere ir a otro lugar. Ella no contesta, simplemente lo mira fijamente a los ojos y, sin soltar la mano que segundos antes le había tomado, empieza a caminar hacia la salida, arrastrándolo con ella. Se dirigieron hacia el mismo estacionamiento donde Brenda había dejado su carro. Él le abre la puerta, ella sube, y mientras él sube al lado del conductor, saca su teléfono de su bolso y le manda un texto a las chicas, explicándoles que volverá a casa por su cuenta. Mientras él conduce, ella guarda su teléfono y saca un labial para retocarse los labios frente al espejo de la visera.
Él, mientras tanto, coloca su mano sobre su pierna desnuda, acariciando su muslo lentamente. MaryCarmen solo sonríe, y la tensión entre ambos se intensifica.
El trayecto hacia el motel fue breve, no duró más de cuatro minutos. El coche se detuvo frente al edificio, y la puerta automática se cerró con un suave zumbido. MaryCarmen, sentada en el asiento del pasajero, ajustó con delicadeza los pliegues de su vestido, alisando la tela sobre sus piernas mientras esperaba a que él saliera del vehículo y le abriera la puerta. Cuando lo hizo, ella le dirigió una sonrisa cálida, casi cómplice, y salió del coche con determinación, dirigiéndose directamente hacia las escaleras que conducían a la habitación. Sus tacones resonaban contra el suelo con cada paso, marcando un ritmo que parecía anticipar lo que estaba por venir.
Al entrar en la habitación, MaryCarmen dejó caer su bolso sobre un pequeño sillón que se encontraba cerca de la puerta. El mueble, de aspecto modesto pero funcional, parecía esperar su llegada. Ella se detuvo un momento, observando el espacio con mirada curiosa. Las paredes estaban pintadas en un tono neutro, la iluminación era tenue y la cama, amplia y cubierta con sábanas impecables, dominaba el centro de la habitación. Tras ella, el chico entró y cerró la puerta con un clic suave. Se sentó en el borde de la cama, mirándola con una mezcla de expectación y deseo.
—¿Quieres algo de beber? —preguntó él, su voz baja pero cargada de intención.
MaryCarmen negó con la cabeza, sin pronunciar palabra, mientras él se levantaba y se acercaba a ella con pasos lentos y deliberados. Cuando estuvo a menos de medio metro de distancia, ella pudo sentir la tensión en el aire, como si el espacio entre ellos estuviera cargado de electricidad. MaryCarmen desabrochó el cinturón de él con un movimiento seguro, dejando que cayera al suelo con un sonido metálico. Luego, deslizó sus manos hacia su pantalón, desabrochándolo y dejando que la prenda resbalara por sus piernas hasta amontonarse en el suelo. Bajo el pantalón, llevaba un bóxer negro que dejaba poco a la imaginación; la tela ajustada revelaba claramente la erección que se ocultaba debajo, imponente y firme.
Con dedos hábiles, él deslizó el elástico del bóxer hacia abajo, liberando su miembro, que emergió con una tensión palpable. MaryCarmen no dudó. Extendió su mano derecha y lo tomó con firmeza, sintiendo el calor y la textura de su piel bajo sus dedos. Luego, inclinó la cabeza y acercó su boca, comenzando a lamer la punta con suavidad, trazando círculos precisos alrededor del glande mientras su mano seguía un ritmo constante y pausado. Los gemidos de él comenzaron a mezclarse con el sonido húmedo de su boca trabajando, creando una sinfonía de placer que llenaba la habitación.
En un momento, MaryCarmen alzó la mirada y lo observó. Sus ojos estaban cerrados, su rostro reflejaba una mezcla de éxtasis y concentración. Ella sonrió levemente, satisfecha por la reacción que estaba provocando, y decidió llevar las cosas un paso más allá. Comenzó a introducirlo en su boca, primero con lentitud, midiendo la profundidad que podía alcanzar sin perder el control. La sensación era abrumadora para él, y sus gemidos se hicieron más intensos, más urgentes. Una de sus manos se posó sobre la cabeza de MaryCarmen, acariciando su cabello mientras intentaba, sin éxito, moderar el ritmo que ella imponía.
Tras un par de minutos, él intentó frenéticamente disminuir la intensidad, pero ella ya había captado la señal. Abrió los ojos y redujo el ritmo, separándose ligeramente de él para darle un respiro. Al mirarlo, notó que su respiración era agitada, su pecho subía y bajaba con rapidez, y su camisa, antes impecable, ahora estaba completamente abierta, revelando su torso. Él se deshizo de la prenda con movimientos bruscos, arrojándola a un lado, y luego se liberó por completo del pantalón que aún colgaba de sus tobillos. MaryCarmen lo observó con una sonrisa juguetona, disfrutando de la vista mientras él se despojaba de las últimas barreras entre ellos.
Finalmente, él extendió sus manos hacia ella, invitándola a levantarse. Ella aceptó, poniéndose de pie frente a él. Sus cuerpos se acercaron de nuevo, y esta vez fueron sus bocas las que se encontraron en un beso profundo y apasionado. Mientras se besaban, sus manos exploraban mutuamente. Él deslizó las suyas por su espalda, acariciando cada curva hasta llegar a sus glúteos, que apretó con firmeza antes de continuar bajando. Sus dedos encontraron el borde de su vestido, y comenzó a levantarlo lentamente, deslizando la tela hacia arriba mientras sus cuerpos se separaban solo lo necesario para permitir que la prenda subiera. Cuando llegó el momento, ella levantó los brazos, permitiendo que él le quitara el vestido por completo. Sus labios se separaron brevemente, pero la conexión entre ellos era tan intensa que apenas importaba. El aire en la habitación parecía vibrar con la anticipación de lo que estaba por venir.
El momento era íntimo, cargado de una tensión que solo podía resolverse en la cercanía de sus cuerpos. Ahora, él podía admirar sin restricciones la figura que había estado acariciando y deseando durante gran parte de la noche. Sus ojos recorrieron cada curva, cada línea, confirmando lo que ya había intuido: MaryCarmen llevaba un conjunto de lencería blanco, un tanga diminuto que apenas cubría lo esencial, acompañado de un sostén a juego, igualmente delicado y provocativo. Las manos de él, ávidas y ansiosas, se movieron con rapidez hacia el broche del sostén, deshaciéndolo con destreza mientras su boca se ocupaba de explorar el cuello de MaryCarmen. Sus labios mordisquearon suavemente la piel, chupando y besando con una mezcla de ternura y deseo que hacía que ella contuviera la respiración.
El sostén cayó al suelo, uniéndose al vestido que ya descansaba en un rincón de la habitación. Él la tomó entonces por la cintura, sus manos firmes pero cuidadosas, y la levantó ligeramente antes de depositarla sobre la cama. La suavidad de las sábanas contrastaba con la calidez de su piel. Sin perder tiempo, su boca comenzó a descender, dejando un rastro de besos y caricias que seguían el contorno de su cuerpo. Primero llegó a sus senos, donde su lengua se detuvo en los pezones, ya erectos y sensibles. MaryCarmen arqueó la espalda, ofreciéndole más de sí misma, pero él no se detuvo allí. Continuó su camino hacia abajo, su lengua trazando una línea imaginaria sobre su abdomen, deteniéndose brevemente en su ombligo, rodeándolo con movimientos circulares que provocaron un estremecimiento en ella.
Antes de llegar a su destino final, sus manos se adelantaron. Una de ellas se deslizó entre la piel de MaryCarmen y el delgado hilo del tanga, mientras la otra se dirigió directamente al centro de su placer. La prenda ya estaba húmeda, y al sentir el contacto de sus dedos, MaryCarmen emitió un gemido ahogado, una mezcla de sorpresa y satisfacción que llenó la habitación. No había tiempo para más preliminares; MaryCarmen enredó sus dedos en el cabello rizado de él, tirando suavemente pero con firmeza, indicándole que era hora de retribuir lo que ella había hecho por él minutos antes.
Él obedeció sin dudar. Con una habilidad que solo la experiencia podía otorgar, se dirigió rápidamente al clítoris de ella, comenzando a jugar con él, alternando entre suaves caricias y presión firme. MaryCarmen, con las rodillas flexionadas y los pies apoyados en el colchón, movía su pelvis al ritmo de sus caricias, controlando la intensidad de cada movimiento. Pero cuando él bajó aún más y metió su lengua entre sus labios, mientras su dedo índice continuaba frotando su clítoris, ella perdió el control. Su cuerpo se tensó, sus músculos se contrajeron, y finalmente, explotó en un orgasmo intenso que la dejó temblando. Los fluidos que brotaron de ella fueron abundantes, y el chico no pudo evitar sonreír, satisfecho por el placer que había provocado.
Sin perder más tiempo, él se levantó y buscó el preservativo que descansaba en la mesita de noche. Lo deslizó sobre su erección con movimientos rápidos y precisos antes de volver a la cama. Colocó las piernas de MaryCarmen sobre sus hombros, y con un movimiento suave pero decidido, la penetró. La humedad de ella hizo que el deslizamiento fuera fácil, casi natural. Ambos se ajustaron el uno al otro, sintiendo cómo sus cuerpos se sincronizaban en un ritmo que solo ellos podían entender.
Él comenzó a moverse lentamente al principio, permitiendo que ambos se acostumbraran a la sensación. Poco a poco, el ritmo se aceleró, y la habitación se llenó con el sonido de sus respiraciones entrecortadas y los gemidos de placer que escapaban de sus labios. MaryCarmen agradeció mentalmente la flexibilidad y elasticidad que aún conservaba, permitiéndole disfrutar plenamente de cada movimiento.
Después de unos minutos, él disminuyó el ritmo, y MaryCarmen lo miró con una expresión que mezclaba reproche y deseo. Para darle un respiro, pero sin perder la conexión, le pidió que cambiaran de posición. Él se recostó, y ahora era ella quien estaba encima. Con una mano, guió su erección hacia la entrada de su vagina y, con delicadeza pero determinación, se dejó caer sobre él, sintiendo cómo la llenaba por completo. Se reclinó hacia adelante, ofreciéndole una vista magnífica de sus pechos, y comenzó a mover sus caderas en un ritmo lento pero constante, subiendo y bajando, complementando cada movimiento con un giro circular que aumentaba la fricción y el placer.
Poco a poco, el ritmo se intensificó. MaryCarmen calculaba cada movimiento, saliendo casi por completo antes de dejarse caer de nuevo sobre él con una fuerza salvaje pero controlada. Cuando notó la tensión en el rostro del chico, supo que el clímax estaba cerca. Aceleró sus movimientos, buscando llevarlo al borde junto con ella. Finalmente, el cuerpo de él se tensó, y ella pudo sentir cómo su pene palpitaba dentro de ella, liberando su placer en oleadas. MaryCarmen se dejó llevar, sintiendo cada contracción, cada temblor, hasta que finalmente se dejó caer sobre su cuerpo, exhausta pero completamente satisfecha.
Permanecieron así, entrelazados, durante lo que parecieron eternos minutos. La habitación estaba en silencio, excepto por el sonido de sus respiraciones agitadas, que poco a poco se fueron calmando. MaryCarmen podía sentir el ritmo del pecho de él subiendo y bajando bajo su mejilla, un recordatorio tangible de la intensidad de lo que acababan de compartir. Cuando finalmente recuperó el aliento, se movió con suavidad, recostándose a un lado de él. Sus dedos comenzaron a trazar un camino lento y sensual sobre su pecho, sintiendo la textura de su piel, antes de deslizarse hacia su abdomen, donde los músculos aún estaban tensos por el esfuerzo. Luego, su mano descendió aún más, tomando su miembro entre sus dedos y comenzando a masturbarlo con movimientos lentos y pausados, mientras su boca se ocupaba de besar y mordisquear su pecho, dejando pequeñas marcas que hablaban de su deseo renovado.
Al principio, él parecía resistirse, pero bajo la persistencia de sus caricias, la erección volvió a aparecer, firme y decidida. MaryCarmen no se detuvo, continuando su ritmo hasta que comprobó que la dureza era total. Entonces, levantó la mirada y lo miró directamente a los ojos, una sonrisa juguetona dibujándose en sus labios. Él no necesitó más invitación. Con movimientos rápidos, buscó en su billetera, que descansaba en el bolsillo de su pantalón, y sacó un nuevo preservativo. Mientras se lo colocaba, MaryCarmen se deslizó hacia el borde de la cama y se colocó en posición de cuatro patas, ofreciéndole una vista que no podía ignorar: su trasero, redondo y perfecto, invitándolo a continuar.
Él no dudó. Con un movimiento firme, la penetró desde atrás, sus manos agarrando sus pechos con fuerza, pellizcando y jugando con sus pezones mientras ella se entregaba por completo a la sensación. Esta vez, el ritmo fue más lento, más controlado, permitiendo que ambos disfrutaran cada instante. MaryCarmen notó que él duraba más, y eso le dio la oportunidad de alcanzar el clímax antes que él. Cuando llegó el momento, su cuerpo se tensó, y un gemido ahodago escapó de sus labios, seguido de una oleada de placer que la dejó temblando.
Una vez que se recuperó, MaryCarmen decidió terminar lo que antes no había podido completar. Con movimientos seguros, le retiró el preservativo y, sin perder un segundo, llevó su boca hacia él, tomándolo por completo. Esta vez, no había nada que la detuviera. Sus movimientos eran precisos, su lengua jugueteaba con la punta mientras su mano seguía el ritmo. No pasó ni un minuto antes de que él llegara al clímax, liberándose en su boca con un gemido profundo y gutural. MaryCarmen no se separó, manteniéndolo en su boca hasta que no quedó nada más que unos pocos restos, que limpió con delicadeza antes de finalmente retirarse.
Él se recostó a su lado, exhausto pero satisfecho, mientras sus dedos jugueteaban con los pezones de MaryCarmen, trazando círculos suaves que la hicieron estremecerse una vez más. Pero ella ya había decidido que era hora de irse. Se levantó de la cama con gracia, caminando hacia el baño con paso seguro. Cerró la puerta tras de sí y abrió la ducha, dejando que el agua caliente corriera por su cuerpo, lavando los remanentes de su encuentro. Se secó con una toalla suave y salió del baño, encontrándolo sentado al borde de la cama, observándola con una mezcla de admiración y deseo.
MaryCarmen no dijo una palabra. Tomó su tanga y se lo puso con movimientos deliberados, seguido de su vestido, que deslizó sobre su cuerpo con elegancia. Enrolló el sostén y lo guardó en su bolso, preparándose para partir. Él se acercó a ella, intentando obtener algo más, un beso, una promesa, un número de teléfono, pero ella ya estaba satisfecha. Sabía que él no podría lograr una tercera ronda, y no tenía intención de quedarse a esperar. Se sentó en el sofá, cruzó las piernas con elegancia y comenzó a observarlo mientras él se vestía, sin perder detalle de cada movimiento.
Mientras él se colocaba los zapatos, MaryCarmen abrió la puerta de la habitación y bajó las escaleras con paso firme. Subió al auto y esperó, impaciente pero serena. Dos minutos después, él la seguía, arrancando el coche y conduciendo en silencio mientras ella le indicaba el camino hacia su casa. Cuando estaban a dos cuadras de su destino, ella le pidió que se detuviera. Él obedeció, y en un último intento, le preguntó si podían intercambiar números telefónicos.
MaryCarmen lo miró con una sonrisa enigmática. Se acercó a él, sus labios encontrando los suyos en un beso profundo y lleno de promesas que nunca cumpliría. Sus lenguas se entrelazaron por un momento, pero antes de que él pudiera profundizar más, ella se separó. Bajó del auto y, antes de cerrar la puerta, lo miró directamente a los ojos.
—Por supuesto que no —dijo, con una voz suave pero firme.
Y entonces, comenzó a caminar en sentido contrario a la circulación, alejándose sin mirar atrás, dejándolo allí, con el eco de sus palabras y el sabor de su beso aún en sus labios.
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