Marilyn detenido por un mal entendido
Me llamaba Felipe y tenía 28 años. les voy contar una fantasía, sumado con un sueño que tuve. Quedé detenido por un mal entendido. No se como pero cosas del sueño. No sabía lo que me esperaba. En mi celda, que era para diez personas, había veinticinco.
—Quédate quieto. —Me dijeron mis compañeros al poco de estar allí. «Ya viene el jefe».
El jefe era un hombrón de cuarenta años que apareció poco después.
—Aquí hay que pagar derecho de piso para vivir con nosotros.
—Pero yo no tengo dinero. —dije, y todos se rieron. Dije, y todos se rieron.
—Te propongo algo: si aceptas sumisamente ser nuestra mujercita, te trataremos bien, casi como una princesa; pero, si no lo aceptas, lo pasarás realmente mal. Hoy te voy a desvirgar, te voy a hacer mi mujer y vas a hacer todo lo que te diga.
Quise huir, pero los hombres me sujetaron, me desnudaron entre todos y me cogieron. El jefe de esa horda se me acercó por detrás. No podía creer lo que me estaba pasando.
—No tengas miedo, nenita —dijo—. Te va a doler un poquito al principio, pero desde hoy en adelante podrás usar el culito. Hoy te desvirgo y, a partir de mañana, podremos acostarnos contigo todos los días sin problemas; no sabes la cantidad de polvos que te vamos a echar.
Ante mi asombro me separó las piernas abriéndolas todo lo que pudo.
Intenté morderlos y sacudirme como una fiera, gritando. El jefe se puso entre mis piernas, abrió mis nalgas con una mano y apoyó su glande en mi ano. El miembro comenzó a empujar para poder meterse y el dolor se volvió tan grande que me hizo llorar. Sacaba su pene y lo volvía a meter, el dolor era insoportable. El jefe se acomodó entre mis nalgas y empujó todo su cuerpo sobre el mío, hundiéndome de un golpe que me hizo gritar. En ese momento comenzó a brotar semen por el pene.
Después de un rato, se incorporó y sacó su verga de dentro de mi cuerpo, que temblaba; casi no podía cerrar las piernas y el dolor empeoraba cualquier movimiento; parecía partido en dos. Los hombres quisieron volver a penetrarme y sentí unas palmadas en mis nalgas. Cerré las nalgas con todas mis fuerzas, pero me manosearon tanto que las volví a relajar. Sentí cómo me untaban algo en el ano.
Uno a uno me metieron por el culo.
A la mañana siguiente, estaba en una de las camas, muy adolorido, cuando entró el jefe acompañado por sus hombres. Intenté hacerme para atrás, pero no podía moverme.
—¿Traen a la nueva mujercita? —ordena el jefe.
Los hombres se me acercaron. Me alzaron como a una paloma frágil y me llevaron hasta el jefe.
—No voy a tener contemplaciones contigo —dijo el jefe—. Nosotros le pedimos a los guardias que, cuando llegara un muchacho, lo mandaran aquí. Queríamos un culito joven para llenarlo de semen y pasarla mejor. Cuando volvemos del trabajo es un horror, pero tenía que acceder de buena voluntad. Ahora vas a aprender lo que es mamar.
Me hicieron arrodillar delante de él, se desabrochó los pantalones, que cayeron al suelo. Tomó su verga con la mano y la fue acercando a mi boca. La apoyó en mis labios, en la punta del pene, y empezó a presionar para que entrara, pero yo no quería. Pero eso fue una mala idea, porque su verga entró en mi boca. Empezó a salir un poco de un líquido amargo y pegajoso. Cuando estaba a punto de volver a tener arcadas, el jefe empujó salvajemente su cadera contra mi rostro, enterrándome por completo el aparato hasta la garganta.
Yo apenas podía respirar. Pude tomar un poco de aire, porque unos segundos después me agarró y me lo volvió a meter en la boca, comenzando esta vez a taladrarme. Mi rostro iba y venía una y otra vez con vehemencia. Solo se oía el ruido de la succión. El jefe aceleró todavía más sus movimientos y descargó el esperma directamente en mi garganta, que no tuve más remedio que tragar para no asfixiarme.
—Desde ahora eres nuestra mujercita —dijeron los otros—. Te tenemos que poner un nombre de chica. Te llamarás Marilyn.
—Yo me llamo Felipe. —¿? Grité y el hombre solo unas carcajadas.
—De ahora en adelante serás Marilyn.
—¿Lo entiendes?
—Sí.
—¿Jefe, podemos hacerle una mamada a Marilyn?
—Por supuesto.
—¿No?.
Me afeitaron todo el cuerpo, solo me dejaron el cabello castaño largo, que después tiñeron de rubio. Decían que les encantaba acariciarme con la piel suave y me obligaban a bañarme todos los días con jabón perfumado y usar cremas humectantes para toda la piel, porque querían que tuviera la piel suave como la de una chica. Los hombres se turnaban para tener sexo conmigo, no me dejaban en paz ni un minuto.
Yo estaba arrodillado en una cama, con los brazos a los lados del cuerpo, la cabeza apoyada en la cama y la cola bien parada mientras un hombre me penetraba. Se movía rítmicamente y era bastante duro.
Uno de estos hombres me dijo:
—Marilyn, quiero que me hagas una mamada.
Me mostró su miembro, bien parado; no prestaba atención al hombre que estaba frente a mí con su miembro en la mano. Este se sentó a mi lado con las piernas abiertas.
—Es para que chupes el glande, nada más.
—Ay, no quiero. —No quiero.
—No me obligues, por favor.
—No quiero.
—Obedece, carajo. Me dijo el hombre molesto.
Me levanté un poco, pero el hombre que tenía detrás me tocó la espalda y me dijo:
—Ponte en la posición que estabas antes.
—Sí. —Sí.
—Dije, sumiso. Respondí con sumisión.
Me di la vuelta y me incliné de nuevo. El hombre que quería que se la chupara me acercó el miembro.
—Marilyn, quiero que uses la lengua para chupar el glande.
Me mostró su glande rojo. Yo quise hacerme hacia atrás, pero me sujetó de la cabeza y me obligó a acercarme. Me introdujo el miembro en la boca y yo hacía fuerza para alejarme. Ese hombre olía a pis. Al rato, empezó a gemir mientras me movía la cabeza rítmicamente.
—¡Hummm…! ¡Marilyn, qué rico! —Después, hablando con los otros, les dijo: —¡Ah! Chicos, esto es vida.
Esteban entró acompañado por los otros hombres, que volvían de trabajar.
—¿Cómo se porta Marilyn?
—Muy bien, jefe. Dijo el hombre que me estaba montando, me tomaba de la cintura mientras se movía ritmicamente.
—Estamos deseando hacerle la cola —dijeron los otros.
—Sí. —dijo el hombre al que le mamaba.
—¡Qué lastima que sea solo una, Marilyn! ¡Imagínate si llega otra!
—No tenemos dinero para eso. dijo Esteban riéndose.
—Nena. Me dijo cuando había terminado de tener sexo con esos hombres con los que el me vio y un hombre me tomaba ya de la cintura: «Te compramos todo esto para que, mientras estés con nosotros, te vistas como una buena mujercita».
Me quedé helado. Esteban parecía malo. Me invadió el pánico. No me atrevía ni a mirarlo. Me resigné a mi destino. Esteban mostró una a una las cosas que había traído: un sostén azul con relleno, un camisolín muy corto de seda roja con encajes, medias negras y portaligas blancas, zapatos de tacón alto amarillos, maquillaje y bisutería bastante vulgar.
Esteban se me acercó, me agarró del culo.
—¿Espera? Le dijo al hombre que me había tomado de la cintura:
—Espera, hay que vestirla como una chica.
El jefe cogió el sujetador y me se lo puso. Me costó abrocharlo en la espalda. Después, me puso las medias con las portaligas.
—Levanta los brazos.
—¿No quieres? Le grité a Esteban.
—¿Levantar los brazos? —le grité a Esteban. —Levanta los brazos —me dijo Esteban.
Después se quedó esperando a ver si obedecía. El jefe me puso el camisolín negro con encajes en la zona del pecho y las faldas de seda.
—¿El peine? Les dijo a sus hombres: «Estos se lo acercaron».
Procedió a peinarme, pero como mi cabello estaba muy enredado se le complicaba, pero lo consiguió. Después me maquilló con cosméticos que sacó de una bolsa.
Luego me puso los zapatos de tacón alto. Después se apartó un poco para observar el resultado final y mostró sorpresa.
—Muy bien, ahora pareces toda una mujercita —dijo, sorprendido. Dijo encantado. «Cuando llegaste, eras la más linda. Le pedimos a los guardias que te mandaran para acá. Pagamos mucho por ti. ¿Entiendes?
—Sí, lo entiendo.
No me atrevía a decirle lo que pensaba. «¿Qué fue lo que hice para que me traten mal?». El hombre que me había abrasado antes, pero que el jefe se lo impidió para vestirme, se puso boca arriba en la cama.
«Quiero sentir a Marilyn encima de mi miembro.
Ese tipo quería que el pene entrara en mi ano, pero no podía porque se salía.
El hombre frustrado dijo.
—No puedo hacerle el culo.
—Tal vez si usas crema? —Dijo un hombre.
—Entré mejor.
—¿Y la crema dónde está?
—Aquí —dijo. Dijo uno de los hombres entregándome la crema que me ponían después del baño. El hombre se untó bien el pene con la crema.
—Ahora levanten a Marilyn.
Este empezó a guiar su miembro, que rápidamente se fue incrustando por la crema hasta lo más profundo de mis entrañas. El hombre tenía un miembro fino pero largo y lo sentía clavarse en mi interior.
Dos se me acercaron para que les hiciera una mamada mientras el otro hombre me hacía la cola.
—No quiero.
—No entiendes, putita. Tus obligaciones son estar en la cola y en la boca, y estar siempre bien maquillada. —¿Me has entendido?
—Si lo entiendo, pero…
—No inventes, Marilyn.
—Estoy cansado.
Esteban se echó a reír.
—No me importa. —A mamar.
—Toma la pija y chúpala.
—Sí.
Tuve que coger el pene con una mano y pasarle la lengua.
—Dale, Marilyn, chupa.
—Sí.
El otro hombre que estaba al lado me dijo:
—Mientras chupas ese miembro, toma con la mano el mío.
Tuve que sujetar el pene del hombre mientras chupaba el otro, simulando que lo hacía con algo que me gustaba.
—¿Ah, no aguanto más? Dijo el hombre al que le sujetaba el miembro un rato después. Hazme una mamada a mí también.
Cuando iba a dejar de chupar el miembro, el otro hombre me lo dijo.
—Ni se te ocurra dejar de chupármela.
—Pero no seas egoísta. «Yo también quiero una mamada», le dijo el otro hombre.
—Pues bueno, pero que no deje de mamármela. No me importa cómo lo va a hacer, pero que no deje de mamármela.
Esteban los llamó al orden.
—Marilyn puede hacer las dos mamadas al mismo tiempo.
El hombre que tenía debajo me agarraba de la cintura y me movía el cuerpo en círculos mientras gemía de placer.
Yo seguí chupando el pene del primer hombre, lo dejaba un rato y chupaba el pene del otro hombre.
Tras un rato, el primero se separó un poco.
—Abrí la boca, quiero eyacular.
—¿No quieres?
—Abre la boca.
—Sí.
Sabía que tenía que obedecer. Entonces, del miembro empezó a salir un líquido blanco que inundó mi boca. El hombre tenía mala puntería y un poco de ese líquido me caía sobre la cara cuando terminó de eyacular.
—Ahora trágatelo.
No tuve más remedio que tragarme ese líquido horrible. Después se acercó otro hombre con su miembro en erección y me dijo:
—Mámamela, a mí también.
Tuve que coger ese miembro con una mano y empezar a chupar, y también el miembro del otro hombre que tenía al lado. Mientras hacía eso, miraba a Esteban, acompañado por otros hombres que fumaban y tomaban cervezas. Esteban me vio y levantó el vaso con cerveza.
—Así se hace, putita.
Cuando desperté me sentí raro; pero completamente de que todo solo era un sueño. Espero que les hay gustado mi fantasía.
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