Conocí a Laura por casualidad una fría tarde de invierno. Yo había entrado en un concurrido chat para huir del aburrimiento. Su hermoso nombre me llamó la atención y le envié un mensaje. Comenzamos a charlar de temas intrascendentes, pero la conversación fue tan amena y distendida que quedamos para otro día e intercambiamos nuestras direcciones de correo. A partir de ahí nuestros encuentros se hicieron habituales, primero en el ICQ y después con un programa que nos permitía comunicarnos usando nuestra propia voz. El intercambio de fotografías se hizo inevitable, y así pude apreciar su belleza serena, su tez blanca, su pelo castaño, sus labios sensuales, sus verdes ojos arrebatadores.
Nuestras conversaciones, que se prolongaron durante más de un año, aunque cálidas, siempre se movían en una línea de cordialidad propia de dos personas adultas : ella tenía treinta y dos años, yo lindando los cuarenta ; ambos casados, con hijos y con profesiones de cierta responsabilidad social. Pero desde un principio esa mujer extremadamente culta, inteligente y sobre todo imaginativa, logró hacerme sentir bajo el dominio de alguna exótica droga que me privaba de la conciencia de la realidad y me blandía a su capricho en una atmósfera de encantamiento y seducción que hacía abandonarme a un fascinante placer que ahogaba mi interior.
Mi deseo por ella iba creciendo y no es extraño que en alguna ocasión le hiciera alguna sensual insinuación, a la que ella, tímidamente, respondía con evasivas. Pero una noche, encontrándonos bajo los efluvios de alguna bebida alcohólica, le propuse entrar en un chat erótico y ella asintió. Estuvimos leyendo las conversaciones ajenas hasta que ella hizo un comentario : » !qué real parece lo que aquí se describe!…». Con gran excitación le dije : «¿quieres hacer el amor conmigo en este chat?», y para mi gozo ella consintió. Yo me preguntaba hasta dónde podíamos llegar con nuestra fantasía.
Con cierto recato, pues siempre había sido muy comedido en mis expresiones, comencé a escribir :
«Laura, estamos en una playa desierta, te abrazo, siento tu cuerpo desnudo, tu piel de terciopelo fría y mojada … y te beso ; beso tus ojos con dulzura, con el roce apenas perceptible de mis labios …, y tu nariz, … mordisqueo el lóbulo de tu oreja derecha, te susurro al oído que te quiero y todo tu cuerpo se estremece al sentir el cosquilleo que te producen mis palabras. Beso tus labios y tú me acaricias el pelo. Mi lengua entra en contacto con la tuya. Siento su humedad, su calor, tu aliento refrescante, … y nuestras lenguas juguetean atrevidamente.
Te apartas de mí con brusquedad y me empujas sobre la arena, luego te tumbas a mi lado y me pides que siga besándote, pero no, ahora quiero admirar tu desnudez, ese cuerpo que hace que el deseo se haga más incontrolado. Las gotas de agua resbalan desde tu pelo, por tu cara, tu cuello y van a caer sobre tus pechos, y alguna más atrevida se posa en tus enhiestos pezones oscuros.
No puedo reprimir mi ansiedad, acerco mi boca a ellos y bebo esas gotas saladas, lamiendo tus pequeños pezones, succionándolos delicadamente los mordisqueo con suavidad. Tus pechos están duros, los acaricio con mis manos y siento que el deseo se apodera de mí.
Mi lengua juguetona recorre tu vientre, haciéndote cosquillas en el ombligo, y desciende más y más. Me pongo de rodillas ante ti y tomo una de tus piernas, la acaricio y chupo con mi boca los dedos de tus pies, pues sé que eso te gusta».
Creí que mi excitación había llegado a su punto álgido, pero entonces ella tomó la iniciativa y escribió :
«Te quiero Sergio, me estás volviendo loca con tus palabras. Esto es muy real. Estoy muy caliente. Mi coño está hinchado y húmedo de lujuria … estoy acariciando mi sexo con mis dedos mojados en saliva …».
En mis sueños yo seguía jugando, lamiendo los pies de Laura y recorriendo una y otra vez sus piernas, pero ahora fui directo a su sexo. Comencé a besarlo, y al contacto de mis labios ella se estremeció de placer, dejando escapar un gemido. Abrió sus piernas para permitir que mi lengua entrara en su vagina y sentí su calor y su humedad … La estaba penetrando una y otra vez, con mi lengua primero, con mis dedos después, al tiempo que acariciaba el clítoris en sentido circular, notando que ella, que movía sus caderas con frenesí dejando escapar el deseo por cada uno de sus poros, seguía vibrando de placer.
Nuevamente escribió Laura en el chat : «Ahora me toca a mí…». Hizo que me echara en la arena, tomó mi endurecido y erecto falo entre sus manos y principió a acariciarlo suavemente. Con su dulce lengua y sus labios carnosos jugueteó traviesamente con él, chupaba el glande y poco a poco iba devorándolo hasta que acabó por engullir el pene en su totalidad. Bajaba y subía la cabeza con movimientos rítmicos y expertos que lograron transportarme a extraordinarias cotas de placer.
No pude contenerme más y se lo hice saber. «Si sigues así voy a correrme». Entonces ella me miró pícaramente, con provocación y me dijo : «No, así no. Quiero que me folles, quiero sentir tu polla erecta en mi coño caliente, húmedo y blandito». Y cambiando de postura se tumbó en la arena y abrió las piernas. Me puse encima, acerqué mi duro, palpitante y ardiente rabo a su sexo y comencé a penetrarla ; empujaba con suavidad sintiendo cómo las paredes carnosas de su vagina aprisionaban mi miembro y comencé a morderle la boca. Mis movimientos fueron haciéndose cada vez más bruscos a medida que sentía su excitación, oyendo sus gemidos de placer. Noté que temblaba y no pude controlarme. Mi polla explotó derramando dentro de su vientre un torrente de semen que inundó su vagina, mezclándose con el flujo de su excitación, fundiéndonos ambos en un orgasmo tan largo e intenso como nuestra imaginación quiso.
Y entonces desperté y volví a la realidad. Estaba turbado, enrojecido, sentía fiebre y palpitaciones … . Las palabras que Laura escribía habían conseguido despertar en mí tal grado de deseo y de lujuria que ahora necesitaba sexo en forma irracional y desmedida. Y lo tuve, le hice el amor a mi mujer con violencia, con pasión, como nunca lo había hecho,… y con traición, pues acariciaba su cuerpo pensando en el de Laura, me imaginaba en esa playa que ambos conocíamos recreándome con la fábula que acabábamos de inventar.
Desde ese momento no hacía más que pensar en ella ; era una obsesión enfermiza. Rememoraba esa charla y sentía el deseo incontrolado de repetir la experiencia, lo que me producía graves apuros, al conseguir la erección en el trabajo, en la calle …, y me preguntaba si sería posible alcanzar el placer de esa forma. Pero el deseo era mutuo y pronto surgió nuevamente la ocasión, aunque ahora usamos el programa de voz, lo que hizo que mi confusión fuera total, al impedir que pudiera discernir entre lo que era realidad y fantasía.
Esa noche yo estaba sólo en casa y ella empezó a hablarme. La escuchaba con una claridad absoluta, sus palabras resonaban en mi cabeza tan cálidas que pronto surgió la pasión y fue vencida la inicial vergüenza y recato, comenzando a expresarnos de forma desinhibida y espontánea. «Te abrazo -le dije-, te beso, …» . Ahora las frases eran mucho más excitantes, todo era más sensual, oyendo su dulce y sugerente voz.
Me tumbé en la cama, apagué la luz y cerré los ojos; desabroché mis pantalones y comencé a acariciar mi pene, que ya estaba en erección.
Laura me hablaba así :
«Sergio, llevo una falda corta, una blusa ajustada y mi ropa interior es tan sugerente que te volverá loco. Chupo con lujuria uno de mis dedos que ahora, muy despacio, resbala por mi cuello hasta llegar a mi pecho. Voy dejando un rastro de saliva en mi piel para que tus labios lo sigan. Empiezo a bajar, primero acaricio mi vientre con suavidad y por fin llego a mi sexo que te espera impaciente. Introduzco en él un dedo , luego otro, y otro. Está caliente, palpitante, húmedo y blandito. Quiero ser tuya, quiero sentirte dentro de mí… Estoy frotando el clítoris mientras imagino que es tu lengua y ello me sitúa al borde del delirio…»
Yo seguía moviendo lentamente mi mano a través de mi empinado falo y seguimos soñando: Estaba tumbado en la cama y ella sobre mí en sentido inverso. Su lengua chupaba mi polla dura con gran vigor y pronto fue engullida por su boca, al tiempo que movía sus caderas pidiéndome que la devorara, ofreciéndome su rosado sexo para que lo lamiera frenéticamente. Yo besaba sus vigorosos muslos y sus consistentes y redondeados glúteos, jugando con mi lengua alrededor de su vagina. Tenía frente a mi cara su coño mojado y entonces me hundí en su selva oscura para besar y chupar con fuerza el clítoris, mientras ella suspiraba de placer. Aquello me parecía simplemente fuera de este mundo. Ante mis ojos tenía también su culo estrecho, pudoroso, provocando mi curiosidad y mi deseo. Comencé a explorarlo con mis dedos empapados con el flujo que salía de su coño y comencé a penetrarla tímidamente. Así estuvimos jugueteando hasta que finalmente no pude resistir más, me levanté e hice que se pusiera inclinada de rodillas y en esa posición acerqué mi rabo a la entrada de su culo y comencé a penetrarla, primero con mucha resistencia, que pronto fue vencida con la ayuda de un poco de saliva, introduciendo en ella todo mi pene, que fuertemente aprisionado en las paredes del recto, se movía con lentitud : dentro y fuera.
Ella gemía en una extraña simbiosis de dolor y placer, pero la lenta cadencia del movimiento de mi miembro, acompañada con las suaves caricias que mi mano diestra prodigaba a su clítoris, la hizo llevar al éxtasis, sintiendo que ella llegaba al orgasmo, en el mismo instante en que mi pene descargaba en su culo un torrente de semen caliente, llevándome también a alcanzar la cima del placer.
Y en ese momento ambos regresamos a la realidad. Nos estábamos masturbando. Laura empezó a describirme cómo lo hacía. Sus ardientes palabras, sus gemidos entrecortados y sus jadeos me permitieron comprobar que se trataba de una excitación real. Sólo imaginar que yo era el responsable del placer que sentía esa mujer me enloquecía.
Cuando pensé que ya no podría experimentar nada más extraordinario percibí un silencio. Laura se detuvo, oí uno de sus profundos suspiros y por fin recobró la voz. Entonces me fue dibujando su cuerpo que era recorrido en la oscuridad por sus húmedos y juguetones dedos. Los guiaba nuestro deseo y se movieron con una destreza tal que llegamos a las más altas cotas del delirio. Sus palabras se agolpaban en mi mente y apenas podía asimilar lo que estaba sucediendo. Su voz sonaba tan suave que casi palpaba su aliento cálido en mi oído. Me habló de sus pezones endurecidos de excitación, del movimiento circular que imprimía a sus senos mientras yo le susurraba con delicadeza palabras apasionadas. Separó sus piernas y un ligero estremecimiento la recorrió por completo. Yo percibí entonces un suave gritito de placer y le pregunté la causa : estaba introduciendo los dedos en su coño mojado acariciando también el clítoris con suavidad. La descripción cesó y la llamé pero sólo me llegó una serie ininterrumpida de suspiros. Estaba llegando al orgasmo.
Por entonces mi mano se movía con destreza y rapidez alrededor de mi hinchada polla, pletórico de excitación ante las palabras que salían de la boca de Laura, sugiriéndome ahora que mojara mis dedos con saliva y frotara el glande, imaginando que era su boca, y así lo hice. La sensación fue igual de placentera y un espasmo recorrió todo mi cuerpo, precipitándose en torbellino la leche pegajosa que escupía el miembro viril sobre mi mano y mi pecho.
Nuestra turbación fue mayor. El orgasmo había sido auténtico. Desde ese día ya no pensábamos en otra cosa más que en convertir en realidad esta experiencia ; sin embargo, y por extraño que parezca, ninguno de los dos queríamos conocernos personalmente para no perder la magia de nuestros encuentros. Mi sueño erótico era poseer a Laura como lo había hecho hasta entonces, guardando nuestro anonimato. Y una gran idea pasó fugazmente por mi mente y fue madurando poco a poco, hasta que finalmente encontré el momento idóneo para llevarla a feliz término.
Un día pude dirigirme a su ciudad, aprovechando que mi mujer se había ido a la playa con mis hijos, tomé una habitación en un conocido hotel de lujo y la llamé a su móvil concertando una cita. A continuación cerré todas las ventanas dejando la estancia con una oscuridad absoluta, me desnudé, entré en el baño y me di una ducha que aplacó momentáneamente mi lujuria, me enrollé una toalla y me senté en la cama esperándola.
Ella acudió pronto a la cita. Llamó a la puerta de la habitación, yo quité el pestillo y me retiré al fondo de la estancia. Cuando entró pude adivinar su silueta. Era como me había imaginado. Su cuerpo delgado pero exquisitamente armonioso y lozano, no muy alta, con el pelo corto. Sus pechos eran pequeños, como a mí me gustan, pero duros, pujantes y bien erguidos ; sus glúteos finamente esculpidos ; sus piernas largas y bien torneadas. Vestía de forma sencilla pero con muy buen gusto : falda corta, que traslucía sus muslos recios, sus pantorrillas prominentes y su culo firme y prieto ; blusa con pequeños tirantes y zapatos veraniegos que dejaban al descubierto sus minúsculos pies ; pero aún mayor fascinación causó en mí el aire de elegancia y seguridad que desprendía cada uno de sus movimientos.
A oscuras, tanteando los muebles, no sin dificultad, llegó a la cama y se sentó junto a mí envuelta en un aura de misterio y provocación. Comenzamos a hablar. Su voz sonaba tan dulce y melodiosa como en las ocasiones anteriores. Nos besamos con pasión desmedida tratando de aprovechar cada segundo y revivimos nuestros encuentros imaginarios. Ella notó mi excitación y me dijo con una increíble seguridad: «amor mío, creo que conseguiré llevarte al éxtasis muy pronto…». Hizo que me tumbara en la cama y tal como estaba, sin quitarse la ropa, besó mis labios y deslizó su lengua por mi cuerpo desnudo, por mi vientre y mi sexo. ¡Y ahora sí era real!… Chupó mi pene, lo introdujo en su boca y comenzó a acariciarlo, ayudándose con una mano, tímidamente primero y luego con movimientos más rítmicos que aumentaban su cadencia al sentir que mi excitación iba en aumento. Después bajó su lengua acariciando su base, chupando mis testículos que luego, de uno en uno, se introdujo en la boca con exquisita delicadeza.
Laura -le dije- «voy a correrme», y ella exclamó «hazlo», y siguió acariciando mi rabo empinado. Noté cómo el semen se deslizaba desde mis testículos, por todo el miembro, saliendo violentamente para ir dentro de su boca, que sin poder contenerlo lo derramó fuera de sí, esparciéndose por su cara y su cuello. Era la primera vez que experimentaba un orgasmo así. Nunca hasta entonces había eyaculado en el interior de la boca de una mujer y el placer que tuve al sentir que su lengua no se detenía en las caricias que prodigaba al glande mientras se producía la descarga del licor seminal fue indescriptible.
Exhausto seguí echado en la cama mientras ella se dirigió al baño. Escuché el ruido del lavabo y luego la ducha. A los pocos minutos ella salió y se tumbó junto a mí, dándome cuenta de que estaba desnuda. Charlamos nuevamente de cosas intrascendentes, y no había transcurrido media hora cuando ella cogió mi pene con sus manos y comenzó a acariciarlo de nuevo. Los besos apasionados se prodigaron ahora, como antes lo habían sido en la fantasía … y mi lengua recorrió su cuerpo, saboreando toda su piel: su cara, su espalda, sus pechos, su vientre, sus piernas, sus pies, y por fin llegué a su sexo y enterré mi lengua en la vagina, haciendo que sus piernas temblasen a causa del deseo. Su coño húmedo, muy caliente y blandito me pedía que lo follara sin demora.
Se puso de rodillas sobre la cama, apoyando sus manos en la almohada, y me acerqué a ella por detrás, jugueteando con mi enorme pene erecto alrededor de sus genitales, tocando con la punta sus muslos, sus glúteos, su ano, hasta que ella, descontrolada, me suplicó que la penetrara con fuerza, al tiempo que levantaba sus caderas y me decía : «quiero sentirte dentro, muy dentro». Comencé a penetrarla lentamente mientras ella movía sus caderas gozosa. Mis embestidas iban en aumento poco a poco, tratando de disfrutar al máximo cada momento. Cuando mis testículos se unían a su vello púbico, ella echaba las caderas hacia atrás para sentirse penetrada lo más hondo posible. Movía sus caderas pausadamente hasta que mi pene volvía a salir, repitiendo este proceso una y otra vez, estallando en desinhibidos alaridos de placer.
Yo estaba ya a punto de explotar en un intenso orgasmo, cuando ella se detuvo, hizo que me echara en la cama y se sentó sobre mi tieso falo, metiéndoselo lentamente en su ardiente coño, comenzando a hacer lentos movimientos : arriba y abajo, para sentir y disfrutar al máximo aquella rigidez penetrando en sus entrañas. Entretanto emitía incontrolados gemidos de dicha, se chupaba uno de sus dedos y mordía una mano, mientras con la otra se frotaba el clítoris delicadamente, saboreando al máximo cada segundo de placer.
Nos besamos de nuevo y nuestras lenguas se unieron cuando simultáneamente experimentamos un prolongado e intenso orgasmo. Nuestros cuerpos se retorcían de placer y Laura gemía como posesa. Mi polla estalló de gusto, vomitando como manantial salvaje un torbellino de leche blanquecina y viscosa que se precipitó en su coño húmedo, cayendo después rendidos en la cama.
Allí permanecimos dormidos, perdiendo la noción del tiempo. Desperté antes que ella y vi cómo su cuerpo pequeño se cobijaba entre mis brazos sintiéndola más mía que nunca. Aproveché para acariciarla con suavidad, para oler su piel, para recorrerla con mi mirada en la penumbra del cuarto intentando grabar en mi memoria aquella fascinante experiencia. Al poco abrió los ojos y me sonrió llena de felicidad tal como pude apreciar a través de sus expresivos ojos. Después nos vestimos, tanteando en la oscuridad nuestras ropas, y sin que hubiéramos podido aún percatarnos exactamente de nuestra apariencia física, nos despedimos con un intenso beso. Ella se marchó en primer lugar. Yo lo hice a los pocos minutos, pagué la cuenta del hotel y regresé a mi ciudad, a mi hogar y a mi rutina.
Sigo chateando con Laura casi todas las noches y vivo con la esperanza de volver a sentir su cuerpo junto al mío. He meditado mucho sobre la insensata fantasía en la que me hallo inmerso, que me ha privado de lucidez en la percepción de la realidad. En todo caso, aunque esta historia concluya, sé que jamás podré olvidar a esa mujer que ha logrado seducir mi ser y ahogar con su magia las fibras más sensibles de mi percepción, colmándome de un placer tan sublime como jamás podré experimentar.
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