Leche derramada sobre mi vientre
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Adrián me siguió hasta la cocina y me abrazó por la espalda, rodeándome la cintura con sus fuertes brazos mientras yo ponía el agua a hervir y llenaba una jarrita de leche para los cafés. Comenzó a besarme el cuello, a sabiendas de que a mí, cuando me besan en esa zona del cuerpo, no respondo de mis actos. No lo puedo evitar, es una de las zonas más sensibles que tengo. Si un hombre me besa el cuello, estoy perdida. Así que me relajé bajo el peso el cuerpo de Adrián, que, al notar mi abandono, me sujetó con más fuerza, apretándome más contra él. Sentí a través de la finísima tela de mi vestido, en el inicio de mis nalgas su pene duro, enorme. Apoyó sus manos extendidas sobre mi bajo vientre y subió, acariciándome, hasta llevar a mis pechos, parcialmente desnudos dado el generoso escote el vestido (no alcanzaban a verse los pezones, pero casi…).
Entonces vi como Adrián alargaba una mano y cogía la jarrita llena de leche. Empecé a ensayar una sonrisa, nerviosa…
– Adri, ¿Qué piensas hacer con eso?.
– Shsssss…, calla, princesa.
Y derramó el cálido líquido blanco por mi canalillo y por mis pechos, mientras que con la otra mano lo iba extendiendo por la piel. Me estremecí ante aquella nueva sensación. Entonces Adrián me hizo dar la vuelta, para quedar frente a él y, con sus manos en mi espalda y sus brazos apoyados a lo largo de mis costados, comenzó a lamerme la leche de mi piel, tan pausadamente que me excitó más aún de lo que ya estaba, sintiendo su lengua por entre mis suaves pechos… yo cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás, extasiada, concentrándome en sus caricias. Me bajó un poco el empapado vestido y alcanzó uno de mis endurecidos pezones, delimitándolo con la punta de su juguetona lengua.
Fue entonces cuando, sin alzar la cabeza, abrí los ojos y le descubrí.
Mi vecino de enfrente, de pie tras el enorme ventanal de su salón, tenía la mirada clavada en nosotros. Era un chico joven de unos 30 y pocos años. Pensé que acabaría de ducharse o iría a hacerlo, porque solo llevaba una toalla atada a la cintura. Mi primera reacción fue la de apartarme de la ventana, pero entonces tendría que cortar la magnífica sesión de lametones que me estaba regalando Adrián y eso sí que no. Además, me pareció excitante que mi atractivo vecino nos estuviera observando. La sola idea me hizo gemir. Yo sabía que él estaba allí y él sabía que yo lo sabía. Solo tenía que procurar que Adrián no se diera cuenta… deslicé los tirantes de mi vestido de hombros hacia abajo y con un coqueto movimiento hice que cayera al suelo. Adrián imitó el sonido de un león mientras lo hice, lo que me hizo reír con ganas.
Adri ya había pasado a chuparme los pezones a la vez, sujetándome el pecho desde la base para mantener los pezones juntos, alargó a ciegas la mano y cogió de nuevo la jarrita de leche. Entonces me empujó suavemente hasta la mesa de la cocina y yo me tumbé, divertida, mientras que con la otra mano sujetaba la jarrita. Desde aquella posición mi vecino podría vernos mucho mejor. Adrián comenzó a verter la leche sobre mi cuerpo, mi vientre, me sexo, observando maravillado mi desnudez expuesta sobre la mesa de la cocina, dándome la luz de media tarde directamente. (La ventana estaba situada de forma paralela a la mesa).
Luego se inclinó sobre mí y, mientras daba cuenta de la leche derramada sobre mi vientre, yo giré la cabeza hacia la ventana y miré directamente a mi vecino, quien al ver que yo le estaba observando, se quitó la toalla ceremoniosamente, como si me estuviera dedicando el último toro de la tarde, y dejó al descubierto un enorme falo enhiesto, de una base oscurecida por el vello y de una piel bronceada… pensé que tomaría el sol desnudo y eso me excitó más… imaginar al sol acariciando aquel delicioso cuerpo totalmente expuesto a sus rayos.
Y así, comenzó a hacerse una monumental paja. Y yo mirando, embobada y cociéndome en mi propio caldo por culpa tanto del espectáculo que se ofrecía ante mis ojos como por los místicos lametones de mi querido Adrián. Entonces mi chico me puso la mano suavemente sobre mi sexo y ya no pude aguantar más. Entre sollozos le pedí que me penetrara… me coloqué en el borde de la mesa, aún tumbada, con los brazos extendidos hacia atrás y totalmente abandonada al placer, rodeando la cintura de Adri con mis piernas y atrayéndole con ellas hacia mí. La mesa quedaba a la altura de su pelvis, por lo que, estando él de pie, podía introducirme su enorme estaca perfectamente. Noté cómo él me acariciaba con la punta de su pene mis labios vaginales, buscaba y acariciaba mi clítoris con el mismo… ahí me sobrevino mi primer orgasmo. ¡Me desesperaba, ya no podía más!… Pero en seguida Adrián, compadecido al verme tan mal, me apuntó con su aparato, me sujetó de la cintura con ambas manos y se introdujo dentro de mi, calmadamente, haciéndome sentir cada centímetro de su polla.
Le miré y me extasié al verle con los ojos cerrados, concentrándose en la penetración, sintiendo él, a su vez, cada centímetro de piel que introducía dentro de mi vagina… me hizo el amor como pocas veces. Sacaba su pene casi por completo para luego volver a metérmelo, esta vez más y más rápido, con movimientos de pelvis secos y controlados, hasta hacerme llegar casi el paroxismo y digo “casi”, porque no solo fueron sus embestidas las que me llevaron a ese extremo, ya que décimas de segundo antes de correrme, abrí los ojos y vi cómo mi apuesto vecino manchaba violentamente el cristal de su ventanal con espesos y blancos chorros de semen que salían disparados de su pene para ir a estrellarse contra el frío cristal.
Una corrida en mi honor. Lástima que aquel semen se desperdiciara de esa forma.
Aliena del Valle