Primera Vez | 1.846 lecturas | 04:00

Las apariencias engañan

Las apariencias engañan 2

Siempre supe que no era una chica normal, siempre miré a la gente con una perturbada perspectiva por sobre su intimidad, no había conocido con el que no hubiera fantaseado al menos una vez en mi mente, desde que tengo uso de razón mi inocencia se vio perdida en mi imaginación de persona adulta… o al menos de persona lujuriosa, ya que un adulto (a mi parecer) no podría fantasear con sus más allegados, talvez por moral o talvez porque esas cosas no se hacen, se guardan en lo más profundo de la conciencia y por lo general, se tira la llave para no caer a esos bajos instintos que la mente te puede llevar.

Si bien no era una situación que me consuma la vida, podría decir que dentro de mi cabeza las situaciones ocurrían.

Desde mi más lejano pensamiento en el despertar de mi conciencia, recuerdo pensar en lo rico que hubiera sido besar en la boca al medico que me atendía. Es mi primer recuerdo, por lo menos el que llega a mi mente a veces, recordar mi cuerpo semi desnudo frente a el, que me tocaba sin titubear, y sentía sus manos duras por sobre mi espalda, mi cuerpo temblaba y el incipiente vello de mi piel se erguían como pidiendo más… por favor, una caricia más, esta vez con un poco más de saña que de contención, con un poco más de sensaciones que de profesionalidad, con un poco más de intención que de cuidado.

Repito, no era siempre, a veces los pantallazos llegaban en cualquier momento, con mi vecino Jonatan en las tardes de siesta, donde el, un poco más inocenton que yo, pedía que me levante la pollera larga solo para saciar la curiosidad de lo que había debajo, no más que lo que cualquier chica tenía, sin embargo me excitaba de alguna manera pensar que lo que estábamos haciendo no estaba bien, no era lo correcto.

Pasaban los años y esa rebeldía seguía allí, intacta, buscando el momento adecuado, una peatonal San Martín abarrotada por los turistas, un colectivo lleno en hora pico, una salida de colegio donde a los chicos no les interesaba pegarse uno a otro con tal de salir de esa “prision” cualquier excusa era buena para sentir un roce, el pecho de algún chico lindo o la cola de alguna chica voluptuosa, cualquier cuerpo era válido a la hora de saciar esas fantasías.

No era algo rutinario y podía hacer mi vida como cualquier otra chica hasta que de la adolescencia llegó como un torbellino para revelarme todo un submundo al que nunca había accedido antes.

De pronto la lencería de mamá comenzó a ser una constante en mi cuerpo en desarrollo, el liguero, aún fuera de mi alcance, era ambrosia de los dioses en mi piel lechosa y el sostén (que poco sostenía valga la redundancia) se sentía cada vez más erótico en mi cuerpo salpicado levemente por las pecas heredadas.

No me daba cuenta lo que hacía, mi cuerpo cambiaba todos los días y mis ganas de llegar a otro nivel eran tan grandes como mi libido en ese tiempo.

Recuerdo no ser una adolescente destacada, más allá de las buenas notas que nutrian mi boletín en la escuela piloto no era la ilusión de nadie, talvez la ropa súper abultada que llevaba no dejaba ver a los demás todo lo que ocultaba, porque a mi parecer fui una chica muy Bonita en ese tiempo.

Recuerdo las tardes encerrada en mi cuarto donde desnuda me observaba en el enorme espejo que había en la pared y era inevitable tocarme frente a el hasta ahogar los gemidos mordiendo la almohada, fiel compañera de todas esas tardes cuando no había nadie en casa y el experimentar con mi cuerpo era una regla inamovible, sea invierno o verano, las ventanas cerradas y la música fuerte para no levantar sospechas que mi cuerpo disfrutaba de todos esos placeres culposos, con la mente fija en acabar todas las veces que el cuerpo me lo pidiera y terminar agotada con mis piernas temblando mis pezones duros y mi entrepierna toda empapada pensando en todos esos hombres que alguna vez deseé en todo ese tiempo.

Scroll al inicio