La puta de Norma parecía una santa

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Hola, soy Diego, tengo 24 años y vivo en Lima (Perú). Esta es una historia real, y la contaré tal como pasó. Norma es una chica que trabaja en la misma empresa que yo. Tiene 22 años, la piel canela, el cabello oscuro, un rostro muy bonito y un culo espectacular. No sentía ninguna inclinación hacia ella hasta que cierto día vino a la oficina con una minifalda tan corta y transparente que estoy seguro de que produjo una erección entre todos los varones que trabajamos en la empresa. Desde ese día, pensé en poseerla.

El 28 de julio, nuestra empresa celebró el aniversario de las Fiestas Patrias y todos fuimos a un bar a celebrar por cuenta de la empresa. Ella llegó con una falda negra y una blusa blanca que dejaba entrever sus pechos, no muy grandes, pero sí de formas perfectas. No podía evitar que miradas se dirigieran constantemente a su falda y a sus largas piernas. Una de mis amigas se dio cuenta y me hizo un gesto para que no fuera tan evidente. Me dijo: «Oye, te estás comiendo a Norma con la mirada».

A eso de las 5, la gente estaba un poco mareada por el vino, así que la saqué a bailar varias veces y le decía lo guapa que se veía, pero ella ignoraba mis galanterías. Le pregunté si podíamos ir más tarde con algunos compañeros de la oficina a otro sitio. Ella se rió y me dijo que no porque su marido llegaría pronto del trabajo. Mierda, pensé, se ve que ese imbécil no se la tira como debiera, pero esta tiene que ser mía. A las 8 salimos del local y le ofrecí acompañarla en un taxi, pues vivía en un distrito cercano al suyo. Aceptó, aunque no muy convencida.

En el coche, no podía dejar de pensar qué pasaría si le tocaba las piernas, pero preferí probar otra cosa. —Mira —le dije—, me he traído un pequeño trago, vamos a beberlo. A pesar de estar mareada, ella miró la botella con desconfianza, pero tomó sin problemas. Bebimos durante el trayecto, se puso eufórica y caliente. Di indicaciones al taxista para que me llevara a mi casa. Y ahí bajamos. El taxista me dirigió una mirada cómplice y me preguntó si no le «invitaba». Estaría loco si compartía semejante bocado con él.

Mientras íbamos a la habitación, Norma sonreía de manera coqueta. Sabía lo que le esperaba. Mi corazón latía a mil por hora.

La arrojé a la cama y eso le gustó. Me preguntó qué hacía, que por favor sea delicado. Le dije cuánto la deseaba y que disfrutemos el momento, es más, le iba a gustar. Era más de lo que podía esperar. La cogí en brazos y la arrojé a la cama. «Por favor, no me hagas por atrás, Diego», decía, y la verdad no se me había ocurrido meterle por el culo; pero ella fue quien me dio la idea.

Su diminuta falda no me dio problemas y se la quité sin dificultad, así como la blusa. Le metí la mano por debajo del calzón y comprobé con placer que estaba húmedo. —Ah, ya lo sé —dije—, también deseas que te meta la verga. Le arranqué el calzón de un tirón, lo olí como si fuera un trofeo y me eché encima de ella. La besé repetidas veces y ella volteaba la cara cada vez, pero la sujeté y metí mi lengua por todo su hermoso rostro y lamí su cuello, que olía tan bien. Entonces le quité el sostén y quedó completamente desnuda. Eso me excitó aún más y me quité la ropa. Ella comenzó a dar gritos, le estaba gustando mas de lo podía admitir.

Ya estábamos los dos desnudos y le toqué todo el cuerpo con ardor. «Por favor, no le digas a nadie de esto, somos amigos», rogaba ella, diciendo insistentemente. Pero yo no le hacía caso. En un rato dijo mi marido: «Debe de estar buscándome». Eso me molestó y fue el punto de inicio para sujetarla con firmeza y penetrarla primero muy despacio y luego con dureza; jamás había disfrutado tanto de una mujer. Ella fingía indiferencia y, pese a que dejó de quejarse, seguí tratando de desasirme de ella, pero no se lo permití. Me vacié dentro de ella dos veces. Luego le dije que se de la vuelta, a pesar de que lanzó un leve grito de dolor, y la penetré por detrás. Qué deliciosa enculada le estaba metiendo. La vi tan agresiva que no me arriesgué a meterle el pene en la boca. Cuatro veces la llené de semen.

Sobre las 10 de la noche paré de montármela y la dejé levantarse. Mientras se vestía, decía en voz baja que no entendía cómo habíamos hecho eso. Me limité a decirle que, de ahora en adelante, me la montaría cuando quisiera. Ella me miró con cierta complicidad y se fue.

El sábado siguiente me llamó para decirme que lo haría conmigo de nuevo si le daba mas duro por el culo. Jeje, no lo podía creer.

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Juan Diego
Juan Diego
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