La patrona caliente que no se resistió a mi verga
Todo comenzó con la confianza que nos teníamos. Yo trabajaba con Doña Marcela, una mujer madura, hermosa, con un culo redondito y una vagina peludita que, aunque nunca la había visto, me la imaginaba caliente, mojada, perfecta para montarla hasta dejarla temblando.
Desde que entré a trabajar con ella, siempre fue muy abierta conmigo. A veces salía del baño con solo la bata medio abierta, dejándome ver de reojo esas tetas medianas, paraditas, que a mí me dejaban con la verga dura sin poder disimular.
Yo tenía 20 años y la calentura a tope. Me pasaba saliendo del baño de la casa sin toalla, porque vivíamos en la misma propiedad, ella arriba, yo abajo, y un par de veces me pescó con la verga parada, dura, cabezona. Solo se reía y me decía con voz pícara:
—Mijo, cúbrase eso que lo va a picar una avispa.
Pero la tensión se empezó a volver insoportable. Doña Marcela llevaba meses separada de su marido, sin tocar un hombre, y yo con el deseo a flor de piel. Una noche, mientras ella dormía en el sofá del negocio, me senté al lado para ver televisión. Estaba usando un shortcito flojo, sin sostén, y cada vez que respiraba, esas tetas se le movían despacio, provocándome una erección que me dolía.
Sin darme cuenta, me quedé medio dormido ahí, con la verga parada, notoria bajo el pantalón. Ella se levantó para cubrirme con una manta, pero su mano pasó justo por mi bulto, se quedó quieta un momento, y después… me lo sobó.
No dije nada, fingí que seguía dormido, pero ella ya tenía mi verga en la mano, la estaba masturbando despacio, como si quisiera probar lo que tanto miraba con disimulo. En segundos me hizo venirme, chorros calientes que ella recogió con la mano, se la llevó a la boca y la probó con una sonrisa traviesa, creyendo que yo no lo había sentido.
Al día siguiente, cuando bajé a desayunar, ella ya me miraba diferente. Y yo igual. No aguanté más, me acerqué por detrás mientras cocinaba, le pegué la verga dura en el culo disimuladamente, la abracé, y sentí que su respiración se cortó.
—Anoche… —me dijo en voz baja— vi lo que tenías ahí, mijo… tremendo animalito.
Yo, con la cara caliente de vergüenza y deseo, solo le dije que me perdonara, pero ella sonrió, se mordió el labio y con una voz ronca me soltó:
—No, no te disculpes… ahora tengo curiosidad.
Me llevó al sofá, se sentó a mi lado, bajó la mirada, y con esas manos calientes me sacó la verga de la pijama.
—¡Ay, papito! —dijo en susurro— grande y cabezona… ¡qué rica está!
Me la masturbó lento, con la mano untada de su saliva, mientras yo me mordía el labio tratando de no acabarme tan rápido. Luego bajó la cabeza, me miró a los ojos y empezó a mamarla. Despacio al principio, luego toda, hasta el fondo, haciéndome gemir con fuerza.
—Tráguese mi leche, patrona… —le dije con la voz entrecortada.
—Sí, papito, quiero probarla toda —me contestó con la boca llena de verga, y segundos después le llené la boca de semen, y la muy puta se lo tragó todo, sin quitarme los ojos de encima.
Me tomó de la mano, me llevó a su habitación, se quitó toda la ropa, y ahí estaban esas tetas ricas, esa vagina peluda, ese culo redondo que tantas veces imaginé.
—¿Te gusta lo que ves, mijo?
—Me encanta, patrona…
Se montó sobre mí, me agarró la verga, se la metió de golpe y empezó a cabalgarme como una profesional. Su cuerpo maduro se movía con hambre, con malicia, con placer puro. Yo le chupaba las tetas, ella gemía como loca, me pedía más, más duro, más rápido.
Después la puse de misionero, le abrí bien esas piernas calientes y le di verga con todo el deseo acumulado de meses.
—¡Sí, papito, dame toda esa pinga, lléname, dame más!
Diez minutos después ya no aguantaba más.
—Me voy a venir, patrona…
—Adentro, papito, quiero sentirte llenándome —me suplicó con voz rota, y con un último empujón le reventé toda la leche adentro, llenándola mientras ella me apretaba con las piernas y gemía con locura.
Nos quedamos dormidos, desnudos, abrazados, sudados, satisfechos… y cuando desperté, me estaba mamando otra vez, con esa maldita boca caliente, tragándose todo, haciéndome acabar con la misma facilidad con la que empezó todo.
Desde ese día, cada vez que nos quedamos solos, nos buscamos. A veces en el negocio, a veces en la casa, a veces hasta en el baño… ella solo me mira con esa malicia madura y yo ya sé que mi verga tiene trabajo que hacer.
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