La mamá de Marta era una viejita muy simpática y desenvuelta, ocultaba con cuidado su edad amparándose en la falta de memoria producto de arteriosclerosis, aunque por algunos datos calculaba que ya pasaba bien los ochenta. Desde que la conocí me cayó bien, porque me aceptó sin reparos como el amante de su hija; solíamos tener largas conversaciones cuando visitaba a su hija y yo me hallaba en Buenos Aires. Amalia, mi “suegra”, era jubilada y vivía sola a unas cuatro cuadras de la casa de Marta, pero pasaba buena parte de su tiempo en lo de su hija, pretextaba que era para ver a sus nietos, pero me daba cuenta de que lo hacía para no estar sola. De su primer marido se separó a los pocos años de casados, tiempo después volvió a casarse y tuvo la pena de enviudar luego de diez años.
Ya transcurrían dos años de mi relación muy caliente con Marta, yo estaba dejando algo mi profesión para dedicarme un poco más a mi vida, en consecuencia pasaba largas temporadas en Buenos Aires. Había comprado un auto para dejarlo allí a mi servicio, y para trasladarme desde Mendoza usaba el avión. Así fue que un mediodía llevé a Lu a almorzar a un restaurante de Palermo, y luego de una buena discusión la convencí de que fuera a la facultad, porque la mocosa quería faltar a clase para coger conmigo en cualquier parte. Regresé a la casa de mi amante dispuesto a ver alguna película de las varias que había comprado en DVD, pero a poco de entrar sonó el teléfono, era Marta.
– Sergio, que suerte que te encuentro, estuve llamando y me entraba el contestador.
– Es que acabo de llegar mi amor, fuimos a almorzar con Lu.
– Querido, me llamó mamá, dice que no se siente bien y quería que fueras a verla, pero no puedo dejar la clínica ahora, me preocupa. ¿Mi vida, podrías ir vos? – Advertí que comenzaba a llover muy fuerte, por fortuna tenía el auto en la puerta, si no me hubiera empapado aunque el trayecto era corto.
– Claro mi bien, voy enseguida.
– Ay mi amor, no sabéis cómo te lo agradezco
– Quédate tranquila, te tengo al tanto.
Tomé mi maletín, un paraguas de mujer que encontré, y salí. En instantes estaba llamando en la casa de Amalia.
– Ay Sergio, me avisó Marta que venías, para qué te molestaste, con esta lluvia.
– Amalia, vos sabéis que estoy a tus órdenes siempre.
– Pero pasa, te estás mojando.
Entramos al pequeño departamento de dos ambientes, me ofreció un coñac que acepté encantado, era de una botella que yo le había regalado.
– Bueno, contadme qué te pasa.
– En realidad nada, supuse que Marta te iba a pedir a vos que vinieras; y yo quería hablar con vos. Desde que estás con mi hija la veo tan bien, rejuvenecida. Ella misma me contó que ninguna de sus parejas la ha hecho tan feliz como vos.
– Hago lo que puedo suegra.
– Vos sabes que yo estoy sola hace años. Me casé con el padre de Marta, pero cuando descubrí que me metía los cuernos alevosamente le pedí el divorcio. Luego tuve tres parejas más, era joven y bonita; y al final volví a casarme. Desde que enviudé nada, y ahora que siento que me viene llegando la hora quiero coger otra vez antes de morirme.
La miré atónito, la viejita me estaba pidiendo que la cogiera, no lo podía creer. Pasaba mis ojos por esa figura en decadencia, llevaba un jogging strech que le ajustaba las piernas y el culo, y una remera de mangas largas que le destacaban las tetas, pero era todo ficticio, debajo debía estar todo blando.
– Ya sé que no soy nada atractiva, estoy vieja y mal conservada, pero te pido este último favor.
– ¿A vos te parece Amalia?. Es que no sabría a quién recurrir, siento algo que me quema, nunca me masturbé ni lo haré. Sólo vos me podéis calmar. Dale, si no te cuesta nada…
Dejó la frase pendiente, con su voz temblona de vieja. Mi experiencia me hizo comprenderla; había visto mujeres mucho mayor que mantenían sus deseos intactos y no se privaban de nada. Un consultorio enseña casi tanto como la vida. Pero no me atraía para nada, pensé que ni se me iba a parar. Hasta que al fin accedí a hacer al menos el intento.
– Bueno, vamos a probar.
Me llevó hasta su dormitorio, donde conservaba una cama de dos plazas, para dormir cómoda decía. En cuanto entramos me puso una mano en la verga, totalmente muerta.
– Ya me voy a ocupar de eso, no creas que soy una chiquilina inexperta.
Yo seguía mudo por el asombro. Con habilidad manipuló mi ropa, me quitó la campera, el buzo y la camisa, abrió la hebilla de mi cinturón y corrió el cierre de la bragueta, mis pantalones cayeron, yo acabé de sacarlos junto con los zapatos y las medias. El ambiente estaba caldeado por un radiador eléctrico. Ella se quedó en ropa interior. Parado desnudo la miraba. Como era de prever su carne se derramó en blanduras. Sin embargo su vientre era plano y no tenía rollos. Mi poronga seguía imperturbable, blanda y caída.
– Ven, te la voy a parar.
Me hizo acostar y colocó su cabeza entre mis piernas, tomó entre sus manos mi gusano muerto y lo empezó a lamer, descubría mi glande y lo aprisionaba entre sus labios en O apretando con suavidad. Cuando mi poronga respondió un tanto se la metió toda en la boca. Mamaba mejor que su hija antes de que yo la adiestrara. Mis hormonas respondían al estímulo y no tardé en tener la pija dura. Allí terminó de desnudarse, por suerte había poca luz y el ruido de la lluvia corría a favor en mi imaginario. Las tetas eran grandes, aunque blandas y caídas, el culo estaba un poco mejor, también era grande y no tan blando.
– Métemela toda, aunque sea por caridad.
Quería ayudarla y levantarle la autoestima. Y quería figurar en el Guinnes de los records cogiendo con tres generaciones de mujeres calientes.
– Caridad no, me tenéis re caliente. Te voy a echar un polvo histórico. Y sin forro (condón).
– Ven, cogerme con todo, que verga enorme que tenéis. Es la más grande que he visto. Me vas a hacer acabar como loca.
Se tendió a mi lado, boca arriba, y abrió las piernas. Me acomodé y quise penetrarla… seca como lengua de loro. Fui hasta mi maletín y traje un pomo de gel lubricante que siempre llevo conmigo, por si las moscas. Separé los labios carnosos de su vagina y la unté generosamente, lo mismo hice con mi verga ya bien parada. Se deslizó con facilidad.
– Ummmmm, qué grande, me siento toda llena. Es una belleza tu poronga, con razón Marta está tan contenta.
Yo había pensado encontrarme con una cacerola enorme, pero me equivoqué, sentía esa vagina estrecha para mi tranca, se ajustaba muy bien y la sentía a todo lo largo. Bombeaba como poseso, y la vieja se meneaba a compás. Empezaron sus orgasmos, era igual a la hija y a la nieta. Jadeaba y suspiraba.
– Uy, Uy, Uy, que bien que me estás cogiendo, me siento de veinte años, cuando debuté. Seguir cogerme bien fuerte, hacerme acabar más.
Estuve conteniendo mi eyaculación todo lo posible para dejarla bien satisfecha, la anciana era una víbora cogiendo, se retorcía y gozaba. Cuando no aguanté más le dejé toda mi leche en su concha.
– Gracias Sergio, me hiciste volver a sentir viva. Necesitaba tanto una buena cogida. Sois tan bueno.
– Amalia, vos también me hiciste gozar.
– Espera que todavía no terminó.
Se la saqué y me quedé derrengado. Amalia se sacó la dentadura y me la empezó a mamar de nuevo. Esa boca desdentada y esa sabiduría en la mamada eran deliciosas. Me limpió bien la pija, me trajo más coñac y mis cigarrillos. Mientras fumaba me la siguió chupando con tal arte que no tardó en parármela otra vez.
– Sergio, me han cogido muy poco por el culo, sólo dos de todos mis hombres eran aficionados al marrón. Pero a mí me gusta mucho. ¿Te animas?
– Hoy estoy para todo Amalia.
Se puso boca abajo, con un almohadón bajo el vientre. Otra vez el gel mágico y mis dedos dilatándole el ano. El culo se notaba durito, más de lo que imaginaba, porque los muslos eran blandos. Y el agujerito estrecho. Cuando le metí la poronga sentí que le dolía, pero me alentó a seguir entrando.
– Dale que ya me está gustando. La tenéis grande, pero es mejor para la última enculada de mi vida.
– Amalia, te voy a encular cada vez que me lo pidas.
– Sois demasiado bueno, cogerte una vieja.
– Una vieja que me hace gozar mucho.
Ya tenía la mitad adentro, y ese culo se sentía como un guante rugoso que se adaptaba justo a mi verga. Seguí empujando hasta tenérsela toda adentro, paré un minuto y me moví lento, la sacaba un poco y volvía a enterrarla. Amalia movía el culo en círculos, y yo me sentía muy bien. Con una mano le acariciaba el clítoris que estaba muy duro. Con la otra le amasaba las tetas que ya hasta me parecían lindas. Cuando le solté mi semen en su recto se estremeció en el enésimo orgasmo. Le dejé mi pija adentro hasta que se ablandó y salió sola.
Más coñac, más cigarrillos. Necesitaba descansar antes de irme, pero no me lo permitió.
– Quiero tu leche en mi boca.
Inició otra magistral mamada, sin dientes que estorben. Me hizo acabar de nuevo, y se tragó toda mi leche. Y allí sí, fui al baño a lavarme un poco y empecé a vestirme. Amalia había quedado satisfecha.
Cuando leo relatos de sexo con maduras me río porque consideran maduras hasta a mujeres de treinta y dos años. Para mí esas son pendejas, lo son hasta los sesenta y pico. Nunca había cogido con una de más de ochenta, y no me arrepiento de haberlo hecho. Amalia me dio muchas satisfacciones, no digo que tanto como sus hijas y sus tres nietas, pero fue muy competente. Con ella era algo distinto. Y me gusta la variedad; mientras el cuerpo aguante la voluntad sobra. Seguimos cogiendo cada tanto hasta tres meses antes de su muerte; un infarto de miocardio se la llevó en paz. Todavía la recuerdo con gratitud.
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