La licenciada que me me divorcio
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Me llamo José, soy del norte de Veracruz (México) y tengo una complexión delgada, ojos claros y nada extraordinario. Hoy les contaré una de las muchas historias de mi vida sexual. Empezaré por la experiencia que tuve con una licenciada que llevó mi caso de divorcio.
Pues resulta que, después de 14 años de noviazgo y matrimonio, decidimos separarnos y todo era normal hasta que se complicaron las cosas con mi ex, pues se alargó el proceso y el trato con la licenciada se volvió más frecuente, ya que había más confianza. Hablamos de temas ajenos al caso, y a veces también de sexualidad y de relaciones maritales.
Al día siguiente, tras una reunión en el departamento jurídico, la llevé a su oficina, pues por la confianza que habíamos establecido cuando teníamos que ir a ver mi situación judicial, yo la transportaba y la dejaba en su oficina.
Ese día, al despedirnos, como siempre, con un beso en la mejilla, nos besamos accidentalmente en la boca. El beso surgió y los dos nos correspondimos, sin decir nada más. Ella bajó del coche y yo continué mi camino.
Al día siguiente, por mensaje, tocamos el tema del beso. Yo le dije que me había gustado el beso, que besaba muy bien, y ella también me dijo que a ella también le había gustado, pero que sentía mal por su esposo (cabe recalcar que también lo conozco, ya que somos vecinos), y así quedó el tema.
Pasado unos días, nos volvimos a ver y ese día yo le llevé el rayo a su casa. En el camino, volví a tocar el tema y le pedí que me regalara otro beso. Ella se negaba, hasta que me orillé en el camino y la convencí de darnos ese beso. Nos besamos con mucha pasión y empecé a acariciar sus brazos hasta llegar a sus pechos.
Ella reaccionó diciéndome que no está, que está mal, que es casada y que, además, nos pueden ver. Yo solo le respondí que me disculpara, es que me encantan sus besos y quería besarla mucho. Ella respondió que a ella también le gustaban mis besos, pero que podíamos ir a un lugar más íntimo donde no nos vieran. Primero se negó argumentando que estaba casada. Que ella no podría engañar a su esposo. Yo solo me limité a decirle:
—Está bien, será como tú digas, pero quiero que sepas que muero por besarte.
Continuamos nuestro camino. Se hizo un silencio total y, de repente, dijo:
—Está bien, vamos, pero solo serán besos.
—Está bien, será lo que tú digas —le contesté.
Nos desviamos y llegamos a un motel. Entramos. Ella, toda tímida, nos besamos apasionadamente. Le empecé a besar el cuello y a decirle lo rico que olía. Ella solo asintió con la cabeza. Le quité la blusa y mis besos empezaron a bajar de su cuello hacia sus pechos. Mientras bajaba su blusa, llegué a sus pechos y me posicione en ellos dándole unas buenas chupadas. Ella solo gemía disimuladamente hasta que salió de su boca las palabras que esperaba con ansias oírla decirme: «Tú eres mía». Me aparté de sus pechos, la besé en los labios, me quité la playera, subí su falda, posesionándome de sus nalgas, acariciándolas y estrujándolas. Ella empezó a quitarme el pantalón hasta dejarme en bóxer y quedando incóda, sacó mi verga y empezó a darme una mamada de campeonato, chupando mis huevos, el tronco y la cabeza se la tragaba toda. Así estuvo un buen rato hasta que se puso de pie, me besó, le bajé su calzoncito.
Así, con la falda enrollada a la cintura, me abrasó con sus piernas y facilitó la entrada de mi verga en su vagina. Así la penetré un ratito y la llevé a la cama. La cogí de mis manos, pero un ratito después, en cuatro, terminó montada y me corrí dentro de ella. Se puso a saltar sobre mi verga hasta que me corrí. Se bajó, se acomodó la falda, se puso el vaquero, la blusa y su calzoncito. No se lo di, me lo medí para el recuerdo.
Ella, toda apenada, mientras se vestía, me preguntó qué le había parecido y me dijo que bien. Pero me siento mal, ¿qué vas a pensar de mí por mi marido? Yo no pensé que le haría esto y empezó a llorar. Me acerqué, la abracé y solo le dije: «No tienes que sentirte mal, solo pasó lo que pasó. Por tu marido no te preocupes, no se enterará, y por lo que yo pienso de ti tampoco, porque eres una excelente mujer». Ella me miró y me susurró apasionadamente al oído, y terminamos. Volvimos a comer rico, pero esta vez fue más intenso, con palabras sucias que ella me decía.
Me decía «papi, dale más, que rica verga, soy tuya hasta que…». En un momento dado, le dije que era mi puta y me contestó: «Sí, papi, yo soy tu puta, cójeme así rico, hasta que nos venimos juntos y terminamos desnudos acostados. Ella estaba sobre mí y le dije que rico había estado. Me contestó: «Te gustó». Mucho me gustaría acostarme contigo así siempre. Ella me dijo que no porque soy casada, y le dije que, aunque eres muy putita, eso me lo has dicho tú y me dijiste que eso era para mí. Me dijiste que eso me ibas a dar y que querías que eso fuera así. —Yo, si tú quieres, ella bueno, está bien, lo seré, pero nada más tu puta.
—Sí, y en eso quedamos.
Después les contaré más encuentros con mi putilicenciada.
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