La esposa del empleado hace lo que le diga

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Después de mi primer encuentro con Andrea en el seminario de Alicante, mi calentura por ella aumentó. No podía parar de follarla. Una de las ventajas de ser vicepresidente de una empresa es que no hay que explicarle a nadie el cumplimiento de los horarios. Otra ventaja importante, radica en el hecho de ser el jefe del marido de Andrea. De esta forma mantenía siempre atareado al pobre infeliz, obligándolo a abandonar su casa muy temprano por la mañana y regresar tarde por las noches. Yo llegaba inmediatamente después de su partida, y Andrea me estaba esperando arreglada en una forma que a mí me hacía perder la cabeza. Generalmente estaba desnuda, cubierta con un sensual camisón transparente, y montada sobre zapatos de altísimo tacón que yo mismo le regalaba. Tanto me calentaba esa mujer, que apenas cerraba la puerta de calle, abría sus piernas para empezar a embestirla con mi polla extremadamente dura. Luego pasábamos un largo tiempo en el cual yo la obligaba a chupármela hasta el hartazgo y generalmente terminaba sodomizándola, porque, ella me había confesado que gozaba más cuando le rompían el culo que con cualquier otra cosa.

Pero lo mejor fue, en una ocasión en que mi esposa tuvo que marcharse de la ciudad para atender asuntos de su familia en el campo. Conociendo esta situación, se me ocurrió invitar al matrimonio Camacho, a gozar de un espléndido fin de semana a bordo de mi yate. Planeaba follarme allí a Andrea en las narices de su marido.
Para esto, contraté los servicios de una espléndida prostituta de 26 años, a la que aleccioné para hacerse pasar por una sobrina mía. La idea era que luego de zarpar, se dedicara descaradamente a provocar a Camacho hasta hacerlo sucumbir y una vez logrado esto, me aseguraría de su posterior silencio. El “summum” del plan, era gozar a la perra de Andrea ante los ojos de su marido.

Mi yate, les cuento, es espectacular. Me ha costado cerca de medio millón de dólares y está equipado con tres habitaciones y un salón que, combinado con su espaciosa cubierta, lo hacían ideal para fiestas en navegación.
También es altamente maniobrable por lo que no necesitaba de tripulación adicional.

Así fue que, recibí a mis invitados un soleado y caluroso sábado por la mañana e inmediatamente, luego de acomodarlos a bordo y de mostrarles sus habitaciones zarpé. Yo me dediqué inicialmente a mostrarle a Camacho los secretos de maniobrabilidad de la nave, para luego comenzar la tarea de poner el orden lo que sería nuestro almuerzo, mientras Andrea y Cristina (así se llamaba la prostituta) se dedicaban a tomar sol en cubierta dejando sus senos al viento sin ningún pudor. Parte del secreto plan, era “entonar “ a Camacho con abundante Champagne que yo había decretado como bebida oficial del paseo. La mañana transcurrió tranquila. Andrea y Cristina habían congeniado y el champagne ya había empezado a circular. Distraídamente yo aprovechaba cualquier situación para manosear a Andrea, y cuando eso sucedía, Cristina trataba de ablandar a Camacho que quedaba algo cortado ante la situación.

Durante el almuerzo, todos mis invitados ya estaban sufriendo los efectos del alcohol, cuyo consumo en mí mismo yo había dosificado pero que no se escatimo ni en las mujeres ni en Camacho. Andrea comía y bebía, mientras su mano, oculta bajo la mesa meneaba mi polla manteniéndola con una dureza permanente. Camacho no podía darse cuenta de ello. Estaba muy ocupado tratando de disimular los descarados avances que mi aleccionada puta hacía sobre él. Después de almorzar, todos nos tiramos en proa a gozar del sol y también de algún ocasional chapuzón. En algún momento, Camacho, vencido por el alcohol y la modorra del almuerzo, quedó dormido dejándome solo con ambas perras que ya daban claras señales de estar más que entonadas. En ese instante, Cristina decidió que yo debía quitarme el bañador y, entre risas, Andrea la apoyó en su iniciativa. Unos minutos mas tarde, con Camacho durmiendo el sueño de los justos, Cristina tenía toda mi verga en su boca, mientras yo lamía el coño de Andrea que se había colocado en cuatro patas. Poco tardé en sentir que mi calentura deseaba sodomizar a Andrea y, apartando su tanguita, la penetré y comencé a bombearla.
Esa situación excitó tanto a Cristina, que decidió bajar el traje de baño de Camacho y dejar al descubierto su polla tan dormida como su dueño. Aún estaba bombeando a mi perrita, cuando observé que Cristina, a fuerza de comerse la polla de Camacho, había logrado erectarla y se aprestaba a cabalgarlo. Camacho, entreabrió los ojos con sorpresa y cuando se percató de la situación a la que era sometido, se dejó llevar sin ningún tipo de resistencia.

Cual fue su sorpresa cuando vió que a pocos pasos, yo sodomizaba a su propia esposa. Pero no fue violento. Creo que la situación lo puso a cien, porque empezó a bombear a Cristina con una furia de la cual yo no lo creí capaz nunca. Entonces me desentendí del asunto y me concentré en mi puta. Tomándola de sus cabellos atraje su oreja hacia mis labios y comencé a susurrarle: “Perrita, no me digas que no te calienta que te rompa el culo frente a los ojos tu esposo” ó “ Esta vez tu maridito verá como se hace para gozar a una buena perra”. Estas palabras hacían enfurecer de placer a Andrea, que no paraba de acabar. Para esto, Camacho y Cristina se estaban incorporando y se sumaban a nuestro juego. Camacho se paró con su inmunda verga llena del semen propio y de los jugos de Cristina delante de la boca de Andrea para que esta se la chupara. Cristina, en cambio, se colocó detrás de mí y lamía alternativamente el coño de Andrea y mis pelotas, al tiempo que con una mano se masturbaba. No sé cuanto tiempo habrá durado, pero Camacho llenó de semen la cara de su esposa, yo acabé el recto de Andrea y Cristina lanzó un alarido de autosatisfacción. Luego de esto, todos nos tiramos de nuevo al sol y yo procedí a traer otra ronda de champagne que bebimos hasta quedarnos dormidos.

Esa noche, yo había planeado tener una fiesta. En realidad, inicialmente esa fiesta era el momento para que todo se desencadenara, pero, como les he contado, la cosa se me fue de las manos durante la tarde. Sin embargo, ya les he relatado que lo que más me fascina de Andrea es la sofisticación que tiene para vestirse y la sensualidad con que se mueve en sociedad. Así que, la fiesta no se suspendió. Quería poseerla vestida y quería verla vestida con el ajuar que yo le había comprado para ese viaje. Con ese objetivo, nos separamos para prepararnos para la noche. Camacho y su esposa ocuparon una recámara y Cristina y yo, por separado, ocupamos las restantes. Yo me vestí, al igual que Camacho (a quien antes de zarpar había informado sobre la ropa a llevar) de etiqueta rigurosa. Fuimos los primeros en estar listos y nos sentamos en el salón a compartir unos whiskies sin hacer referencia alguna a los acontecimientos de la tarde. Yo creo que el tipo aún creía que lo había soñado. La primera en unírsenos fue Cristina. Debo decirles que Cristina no es una prostituta común, sino una bastante cara. Tenía un doctorado en Derecho que había pagado con sus encantos como chica de alterne y se desenvolvía muy bien en la alta sociedad. Esa noche vestía lujuriosamente bella. Su vestido azul era a la rodilla, estaba diseñado para realzar su ya magnífico culo, y dejaba (¡vaya detalle!) uno de sus perfectos senos al descubierto. Llevaba también un collar de diamantes y de oro, que seguramente había obtenido de premio en Marbella de manos de algún petrolero árabe y que resaltaba su hermoso cuello. Todo lo completaba con aretes tipo argolla de oro muy grandes y sandalias plateadas de tira que envolvían sus pantorrillas con mil vueltas.
Pude percibir en los ojos de Camacho un lujurioso brillo y un rápido bulto en su pantalón. Así que me aparté un poco para que Cristina pudiera hacer su trabajo.

Unos minutos después llegó Andrea. Era realmente una cortesana la muy perra. Llevaba un vestido transparente ajustado en la cintura, que, si bien dejaba cubiertos sus pechos, con la más leve inclinación los haría salir al descubierto. A trasluz pude observar que no llevaba bragas. Y lucía unas sandalias doradas que resaltaban el rojo intenso de sus uñas en sus preciosos pies. Yo me adelanté a recibirla y la saludé con un beso en la boca y metiendo frente a todos mi mano en sus vestido para acariciar uno de sus senos. Camacho dio un respingo, pero la naturalidad de su esposa para encarar la situación y el hecho de que ella se acercara a él y le pasara un brazo por la cintura lo dejó algo cortado. Así empezó la fiesta. El ambiente era tenue, la música suave y la bebida abundante. Todo invitaba a bailar. Así que tomé a Cristina por la cintura y empecé con ella algunos pasos. Andrea me imitó al instante con su marido. Mientras bailábamos, la bebida seguía corriendo y las manos de todo estaban en movimiento. Cristina acariciaba mi polla descaradamente y Andrea lamía el oído de su marido con lascivia inocultable.

Un rato después cambiamos de parejas. Automáticamente yo tomé a Andrea por el culo para guiar sus pasos, mientras Cristina animaba a Camacho a acariciarle los senos. Un rato después Cristina ya mamaba la polla de Camacho arrodillada en el suelo, mientras este se apoyaba en la mesa y no dejaba de beber. Andrea se acercó a Camacho y lo besó en la boca y el cuello. También le decía al oído: “Vamos papito, demuéstrale a esta puta cachonda lo animal que eres practicando el sexo. Camacho tenía una calentura de aquellas. Su pija estaba a reventar por lo que yo decidí que era el momento de atender mi propio placer. Aparté a Andrea de su esposo y comencé a besarla frente a sus ojos y a desprenderle el vestido para que cayera al suelo. Luego, la llevé de la cintura, sin dejar de besarla hasta el sillón cercano y con ella de pie y de espaldas a mí, comencé, a lamer su culo y su raja. Camacho ya estaba penetrando a Cristina por detrás y los jadeos de placer de ella acompañaban como fondo toda la escena. Yo penetré a Andrea en su raja, y ella tuvo su primer orgasmo tan solo con eso.
La bombeé con fuerza, la acosté en el sillón y pude darme cuenta que Camacho me observaba sodomizar a su esposa. Yo gozaba viéndolo. El pobre tipejo tenía tan poca autoestima que no podía rebelarse a su jefe y se consolaba bombeando a Cristina cada vez con mas fuerza. El observó como su esposa, vestida tan solo con sus sandalias, me comía la polla con avidez de hambrienta. Cristina no paraba de gritar de placer. Camacho, en su furia, la estaba cogiendo como seguramente nadie nunca la había cogido.

Otra vez perdí la noción del tiempo, pero hasta el amanecer alternamos el sexo con charlas y bebida que compartíamos como si ese ambiente de aquelarre existiera en realidad. Es más, Cristina logró que Camacho probara unas rayas de polvo, lo que hizo al pobre infeliz poner fuera de sí. Cuando desperté, estaba con Andrea abrazado en la cama y el sol llegaba al cenit. Luego de cogérmela por enésima vez y de exigirle que me la chupara sin tregua hasta llenar su boca, la dejé descansar. Así fue que descubrí que Camacho aún estaba cogiendo con una Cristina exhausta, en el sofá de la sala. Horas más tarde la compostura había vuelto a la nave, aunque ya Camacho aceptaba mis arrumacos interminables con su perra esposa dado que él había conseguido hacer de Cristina su putita particular y hacía lo propio. Mientras ponía proa de regreso, Camacho se acercó a mí para agradecerme la experiencia y rogarme que la repitiéramos más seguido. Yo sonreí. Claro que lo haríamos. Pero eso se los contaré más adelante.

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