Jovencita le gusta hacer beso negro

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No solíamos hacer experimentos ni cosas raras cuando nos poníamos a practicar sexo en pareja, pero esta vez quisimos ir un poco más allá y probar cosas nuevas y excitantes que nos sorprendieran de verdad. Quizá estábamos algo cansados de la típica postura del misionero y queríamos ponerle algo de erotismo extra a nuestras sesiones de cama. ¿Qué había de malo en ello? Absolutamente nada. Por eso, aquella noche nos mentalizamos para dar rienda suelta a nuestros deseos y dejarnos llevar hacia caminos del deseo por explorar. Queríamos dejar volar nuestra imaginación y comprobar por nosotros mismos hasta dónde éramos capaces de llegar.

Empezamos a desnudarnos lentamente, sin ningún tipo de prisa. Queríamos recrearnos en el cuerpo del otro, admirando cada recoveco y centímetro de piel para estimularlo como era debido. Nada más quitarte el sujetador y dejarte las tetas al aire, te las cogí con las manos y te lamí los pezones con un ansia inusitada. Me encantaba meter toda mi cara entre tus tetas y sentir toda su fragancia y calor que desprendían. También me volvía loco sentir su peso sobre mí y recrearme en ellas. La verdad es que tenías un buen par de tetas, y sería un pecado no aprovecharlas como es debido.

Cuando yo también estuve desnudo, te pusiste de rodillas y empezaste a comerme la polla con más ganas que nunca. Se notaba que le estabas poniendo un empeño extra, excitando todo mi capullo con la punta de tu lengua. Sabías muy bien como excitarme, y aquella noche lo estabas poniendo en práctica a las mil maravillas. Mi polla entraba en tu boca hasta rozarte la garganta, metiéndotela así por completo y sintiendo que te estaba follando tu preciosa cara. Parecías no tener fin, así que continué penetrándote bucalmente hasta que mi polla se puso completamente dura y erecta. Yo no podía estar más cachondo, ni tú podías estar más hambrienta de sexo. Había llegado el momento de disfrutar de aquella sesión diferente de sexo, y parecía que tú ya tenías varias ideas guardadas bajo la manga.

Sin más dilación, me dijiste que me tumbara boca arriba sobre la cama y levantara ligeramente las piernas. Tremendamente hábil, te metiste entre ellas hasta lamerme los huevos de arriba abajo. Te los metías a la vez en tu boca y los chupabas con unas ganas locas. Yo por mi parte me pajeaba y te golpeaba con mi polla en toda tu cara. Era una pasada sentir que me estimulabas las pelotas mientras yo me masturbaba a mi ritmo y como a mí me gusta. Al poco rato, empezaste a bajar y a besarme el perineo. Nunca me habías hecho aquello, pero me provocó un gusto que no había experimentado en toda mi vida. Poco a poco, fuiste bajando hasta llegar a mi ano. Pensé que no serías capaz o que te daría algún tipo de reparo, pero sin dudarlo dos veces sacaste tu lengua y me lamiste el ojete por completo.

Yo seguía masturbándome sin parar mientras con tu lengua te abrías paso entre mis nalgas y me regalabas aquel beso negro que tanto me estaba gustando. Nunca hubiera dicho que podría llegar a gustarme ese tipo de prácticas sexuales, pero he de reconocer que me pusiste como una moto con tu cara de viciosa y tus ganas de chupar irrefrenables. Cuanto más gemía de placer, más hondo me metías la lengua por el culo y más gustito me producías. Llegó el momento en el que literalmente me estabas penetrando el ojete, lo cual me provocó un placer repentino que me obligó a correrme sobre tu cara. Te dejé todo el rostro cubierto de lefa, y tú te relamías el semen y te lo tragabas mientras me seguías estimulando la zona perianal. Eras una auténtica bestia sexual desatada, así que ya que yo estaba servido, me dediqué a estimularte del mismo modo. Te comí el coño como nunca antes lo había hecho, y no sé si fue por el beso negro previo, pero tu orgasmo fue uno de los más intensos y ruidosos que puedo recordar. Nuestra cama vibró de deseo y pasión con aquella sesión de sexo oral innovador y refrescante.

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