Historia de un día de paro gremial con un final cachondo

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Tras un tiempo de descanso vuelvo a las andadas y con un relato tan veraz como los 105 cm de pechos de la protagonista. Trataré de ponerlos en ambiente para que comprendan como sucedieron los hechos, el lugar y los motivos que provocaron la situación final.

Es sabido que en cualquier parte del mundo, se protesta de diferentes maneras cuando el dinero que se recibe como sueldo no alcanza y la Argentina, no es la excepción.

Como en algunos relatos anteriores he comentado, me desempeño en dos escuelas manteniendo el laboratorio de informática y el día miércoles próximo pasado (16-6-04) se llevó adelante una jornada de protesta en la que no se presentaron docentes en las escuelas. Eso me permitía ser poco menos que el dueño de la escuela en la que trabajo en el turno mañana, ya que sería el único habitante de la misma desde las 8 horas hasta las 11:50 en que llegaría la Directora a ocupar su cargo y custodiar las instalaciones. En función de esto me dispuse a trabajar, con la música a un buen volumen, el termo y el mate haciéndome compañía.

Habrían transcurrido unos 15 minutos cuando comenzaron a llamar a la puerta (timbre mediante) con bastante insistencia. Muy a regañadientes me dirigí a la puerta de acceso a verificar quien venía a interrumpir mi tranquilidad y al abrir la vi y no pude dar fe a lo que estaba observando. Gachy, una de las preceptoras estaba plantada frente a la puerta, vestida con un pantalón tipo calza que la marcaba totalmente de la cintura hacia abajo y una campera que se abultaba notablemente a la altura de sus senos.

“¿No sentías el timbre? Me estaba partiendo de frío aquí afuera” dijo mientras cruzaba la puerta e ingresaba al hall central de la escuela. Aún sorprendido por su presencia, solo atiné a negar con un movimiento de cabeza. “Creí que iba a estar solo toda la mañana, me puse la música bastante fuerte y me dedique a actualizar unos programas en la máquina de la dirección” comenté mientras la seguía, y claro está observaba ese culito que se meneaba delante de mí. “Yo sabía que estabas, me dijo Raquel que venías vos. Y la verdad, no tenía ganas de quedarme en casa, preferí venir a la escuela así aprovecho para hacer unas pavadas que me quedaron y después veré que hago” siguió con sus dichos mientras se quitaba la campera, dejando a la vista una polera blanca que parecía reventar en su parte superior.

Se las describo un poco, Gachy tiene 49 años, es alta (1,75), muy buenas tetas (105 cm de contorno) y una cola bastante interesante. Para resumirlo más sencillamente, cuando trajo las fotos del casamiento de su hija, parecían hermanas más que madre e hija. Y claro está, ambas se partían de lo buenas que estaban.

“¿Te molesto si me vengo a trabajar acá? Tienes buena música y no quiero quedarme sola allá, parece un cementerio la escuela vacía” comentó mientras traía una pila de libros de temas y registros. “Para nada”, le respondí mientras seguía en lo mío pero recordando las imágenes de su figura que jamás había visto tan marcada en la ropa que solía portar. En un ambiente de laburo, entre silencios cortados solo por la música transcurrieron los primeros 60 minutos de la mañana. Habiendo terminado con la máquina de la dirección, me dispuse a tomar unos mates para descansar un rato y después abocarme a las PC del gabinete que usan los alumnos. “Preparo unos mates en la cocina, si quieres venid los tomamos juntos y después me voy a la sala de informática” le dije mientras me encaminaba a la puerta. “Ok, termino este registro y voy” respondió.

Cuando llegué a la cocina, pareció despertase el indio que llevo en el interior. En esos diez minutos de soledad me imaginé todo lo que había visto de la figura de Gachy, pero me rondaba en la cabeza la idea que aquella mujer había venido vestida así para ver si me tiraba a la pileta, ya que más de una vez habíamos tenido choques, roces y broncas por mi buena relación con las jefas que había provocado celos profesionales de su parte. Siendo la más antigua de la escuela junto a la directora, jamás había tenido ciertos privilegios que me atribuían, cada vez que se reunían todas las brujas de la escuela. Trataba de evitar la idea de pegarle una brutal encarada porque suponía que estaba todo muy bien orquestado. Solos los dos, sin testigos, serían mis dichos contra los de ella en una eventual disputa si algo pasaba. Rematé mis pensamientos con un dicho en voz alta, sin tomar conciencia de que podría escucharme: “Es al pedo, ella está hecha un buen tronco y yo no tengo el hacha para cortarla en pedazos” y me reí de modo bastante fuerte.

Estaba de frente a la cocina, por lo que obviamente no la vi llegar. Cuando giré, me miraba extrañada. “¿Qué decías, loco? ¿Necesitas leña?” preguntó con aires de no entender. “Nada, recordaba un dicho que dice mi viejo de vez en cuando ve lo buena que está una muj…” dije, al tiempo que me daba cuenta que había quedado demasiado expuesto con el cometario. “¿La que esta buena soy yo? ¿Eso quisiste decir?” mencionó mientras me quemaba con la mirada. Tenía que zafar de algún modo y traté de hacerlo de la mejor manera posible. Adularla un poco y cambiar el tema lo más rápidamente posible: “Si llegas a venir vestida así cuando están los negros, te bajan la caña al toque. Estás bastante provocativa. ¿Cómo tomáis el mate, dulce o amargo?”
“Amargo, pero¿ te parece que me queda bien esta ropa? No la usaba desde hace un año y medio, pensé que me quedaba chica” respondió mientras se miraba y alisaba un poco la polera para luego pasar sus manos alrededor de su cintura. “Te queda como pintada, muy llamativa” respondí mientras le extendía un mate.
Recibió el mate y lo empezó a tomar, “muy bueno el mate, y gracias por el halago”. Cambié de tema, y la charla se fue para el lado de los paros, los reclamos y los sueldos que no alcanzan. Se descomprimió un poco la situación y casi como que pasó al olvido la charla inicial.

Tras media hora de descanso y mates, me levanté y le avisé que me iba al laboratorio. “Si te llegáis a ir, avísame así me vengo adentro por si suena el timbre o llaman por teléfono” dije y me encaminé al laboratorio que queda cruzando el patio. Abrí las puertas y me dediqué a encender todas las máquinas para chequear su funcionamiento. Estaba bastante frío por lo que encendí el calefactor y comencé a controlar las PC. Cuando llegué a la última, que tiene conexión de Internet me tenté y abrí ésta página. Estaba leyendo relatos bastante calentitos y como no podía ser de otra manera “me puse al palo”. Casi de inmediato recordé las curvas de Gachy, esas tetas que parecían reventar la polera, ese culito muy marcado y la parte delantera de la calza que se perdía entre los labios de su conchita. Como un acto reflejo crucé una silla contra la puerta y volví a los relatos. Ya no los leía sino que me imaginaba protagonizándolos con ella, mi mano se fue instintivamente rumbo a mi verga. Perdí noción de tiempo y espacio y en medida que avanzaba en la lectura me concentraba más y más en la fantasía. El ruido de la puerta contra la silla me trajo a la realidad y la voz de ella me hizo guardar, a duras penas, la verga en el pantalón pero sería poco menos que imposible ocultar la “carpa” que se formaba en mi bajo vientre. Como pude, fui a destrabar la silla de la puerta. La abrí y me escondí detrás de ella esperando que se tratara de un aviso de partida pero no, otra vez el termo y el mate indicaban que venía con intenciones de quedarse ahí. “¿Qué estabas leyendo que te encerraste? Estabas en una pagina porno, seguro” dijo tratando de avanzar rumbo a la máquina que quedaba prendida. “Algo así, estaba mirando una pagina de relatos calientes. ¿Queréis verla?” le conté casi de manera inconsciente. “A ver, dale mostradme” respondió mientras se sentaba en una silla casi frente al monitor.

Elegí sexo con maduras y le mostré uno de mis relatos, sin decirle que era yo quien los escribía. “Este trata de sexo entre un docente y una alumna, parece muy real” comenté mientras se abría la pantalla del relato. Lo leyó detenidamente, casi imaginándolo. Noté como su pecho subía y bajaba acelerando el ritmo en tanto avanzaba el texto. “Ah bueno… que bien el profesor, así cualquier alumna aprueba” comentó mientras giraba para alcanzarme el mate. No pude ocultar mi mirada rumbo a sus tetas, noté que sus pezones se marcaban más que antes. Tomé el mate y casi sin solución de continuidad abrí otro relato donde mantenía relaciones con Teresa en la escuela. “Este otro habla de cómo un profe se enreda con la jefa” le dije mientras devolvía el mate vacío.
Volvió a la lectura y yo a perder mi mirada en sus tetas. Cuando noté que ya respiraba muy agitada, me dirigí rumbo a la puerta “Me parece que sonó el teléfono, ya vuelvo” comenté y salí dejando la puerta entreabierta.
Observó que había salido y se aproximó un poco más al monitor, tomó el mouse y avanzó en el texto.

Volví sobre mis pasos tratando de no hacer ruido y me dedique a espiar sus reacciones, cuando supongo que estaba a mitad del relato, soltó el mouse y bajó su mano rumbo a sus piernas. Segundos después podía ver como su brazo se movía lentamente y por momentos tiraba su cabeza hacia atrás, hundiendo más adentro su mano. “Está súper caliente, esta es la oportunidad” pensé. Volví a la puerta que comunica el patio con la galería donde esta la sala (a escasos dos metros) y cerré la puerta con algo de ruido como para avisar de mi presentación inminente. Avancé esos dos pasos y abrí la puerta del gabinete. La imagen era fenomenal, estaba tan metida en lo suyo que no sintió ni la puerta del patio ni mi ingreso a la sala. Se estaba dando placer solitario a más no poder. “Gachy, ¿te gustó lo que leíste?” dije socarronamente. “Eh, ¿qué? No te oí entrar” musitó mientras trataba de disimular y sacaba su mano rápidamente de la calza, pero la sorpresa y la torpeza del movimiento la complicó fatalmente. Volcó el mate sobre sus piernas y con un gritito se paró y giro hacia mí.
Tenía mojada una de sus piernas con el agua del mate y su triangulito con flujo, ambos en igual medida.
Di tres pasos y llegue junto a ella, quité la yerba de la calza rápidamente con un deslizamiento de mi mano sobre su pierna en forma descendente y al volver a recorrer el camino en forma ascendente prolongué el camino hasta su triángulo húmedo.

Instalé mi mano entre sus piernas y mi boca sobre la suya tratando de evitar que pudiese decir algo.
Le froté mi dedo mayor entre sus labios vaginales, los que podía sentir muy claramente a través de la tela mojada. Sentí como se le aflojaban las piernas y con mi mano libre rodee su cintura. Aceleré el masaje de mi mano derecha y noté como entreabría los labios dejándome meter mi lengua dentro de su boca. El sabor de su boca pasó a ser parte de la mía, mientras se aferraba a mi cuello. La senté sobre el escritorio que estaba a nuestro lado para dejar libre mi mano izquierda que enseguida encontró uno de sus pechos para depositarse sobre él. El manoseo que le estaba propinando a través de la calza y la polera la dejaron sin defensas. Se prendió al beso de manera dominante. Fue su lengua la que invadió mi boca mientras revolvía mi pelo con sus manos. Tan rápido como pude, pasé mi mano derecha dentro de su calza y noté que no llevaba ropa interior en la zona baja. Topé mis dedos contra su raja mojada y enrosqué mis dedos en el vello que la cubría.
Gimió y se despegó un instante de mis labios, “seguí, seguí rápido guachito” dijo mientras buscaba otra vez mi boca. La atraje hacia mí para que se levantase del escritorio, en cuanto lo hizo bajé como pude su calza y dejé su culito al aire. Me prendí de él con una mano en cada cachete y la senté en el borde del escritorio.
Bajé su calza hasta los tobillos con mi rodilla y liberando una de mis manos desprendí mi pantalón que cayó al piso como si tuviese plomo en los bolsillos. Liberé mi verga por sobre el elástico de bóxer y le arrimé la verga caliente y parada a la puerta de su raja.

Pareció retomar algo de cordura: “No, no no la mentas, por favor” susurró. Se la froté unos segundos por toda la raja mojada y dejo de hablar. Separó las rodillas y me atrajo hacia ella. Ese movimiento me llevó a metérsela totalmente. Pegó un gritito y se recostó sobre el escritorio mientras comenzaba a bombear dentro de ella. Solamente en ese momento me pude dedicar a amasar por completo esas dos tremendas montañas de carne. Le levanté la polera y subiendo su corpiño de tazas liberé sus tetas al aire libre. ¡Qué pedazos de carne tenía escondidos bajo esas prendas! Pezones oscuros pero bien gordos con una corona un tanto amarronada. Se los apreté, pellizqué los pezones y cuando los veía paradísimos y muy duros me lancé a chuparlos y morderlos.
El bombeo y el movimiento de sus caderas se hizo frenético, fueron quizá 10 minutos de velocidad pura, hasta que gritó: “Acaba afuera, no me llenes la concha de leche!!”. Se movió hacia atrás y me la dejó afuera justo en el momento que saltaba todo el contenido de mi interior. Le embarré toda la raja de leche y también parte del abdomen. Un gemido profundo escapó de su garganta, había llegado a un orgasmo brutal, pero sin recibirme en su interior. Quedó ahí tendida por un rato. Las 10:30 marcaba el reloj de la sala.

Se recompuso, se sentó sobre el escritorio que tenía restos de la batalla y se rió. “Aprovechaste muy bien la situación y que bien manejas las manos, quise apartarme pero no logre despegarme de esos dedos. Cuanto hacía que no cogía en un lugar que no fuese una cama” dijo mientras se paraba. “Sois una hembra hermosa, que bien te movéis” respondí. “Mejor me muevo en la cama, además ahí hago cosas que acá (en la escuela) no me animaría nunca” comentó. Volví a mirar el reloj, eran las 10:45. “Te invito a un hotel, así me muestras que más haces. Vamonos ya.” Me despaché. “Pero ¿y quien cierra acá, a quien le dejas la llave?” dijo con una sonrisa en los labios. “La llamo a Raquel y le aviso que le dejo la llave en lo de Adriana. Dale vamos, además no podes llegar a tu casa así toda manchada.” Aseveré. “Ok, llamo a casa y aviso que me voy hasta el shopping a buscar algunas cosas y vuelvo tipo 1 de la tarde” mencionó, se levantó, nos dimos un beso muy profundo durante el que aproveche a manosearla un poco y nos fuimos hacia la dirección para hablar por teléfono.

Mientras ella hablaba a su casa, yo me coloqué detrás y bajándole la calza le frotaba mi verga, ya nuevamente parada, por toda su raja desde atrás hacia delante. Se mojó rápidamente. Esa lubricación me sirvió para clavarla. Dio un gritito y le dijo al marido que le había dado una puntada en el vientre, que colgaba pues tenía que ir al baño urgente. Imagínense la situación, ella hablando con el esposo y yo clavándola y bombeando en su conchita. Me puso como loco. La sacudía cada vez más, mientras ella trataba de frenarme para que su marido no sospechase nada. Tan pronto colgó el auricular, se afirmó con ambas manos a la pared y abriendo sus piernas me ofreció el panorama de su culito abierto y su rajita plena para que le llenara el hueco. Ahora si gemía muy violentamente, se sacudía muchísimo y en ningún momento dijo algo más que “si, si, más, más, todaaaaaa”. Ese último grito precedió a su segundo orgasmo y a la inundación de su cueva por la leche que tenía en la puerta de mis huevos.

Sin sacársela, estimulé por un rato su clítoris con una de mis manos y una de sus tetas con la otra. Trató de moverse pero no la dejé. Su tercer orgasmo fue muy rápido y solo lo logró con el accionar de mi mano en su cueva. Oprimió mi verga con los músculos de su vagina como si quisiera exprimirlo. Se aflojó y solo atino a decirme: “Basta o no vamos a tener fuerzas para el hotel” Se vistió y comenzó a cerrar las puertas de las dependencias mientras yo conectaba la alarma tras dar el aviso de mi partida a Raquel. Nos fuimos rumbo al auto, tras saludar a dos alumnos que eventualmente pasaron por la puerta de la escuela y que nada sospecharon de vernos juntos ya que nos tienen como los dos “molestos de la escuela” que siempre van, así llueva, truene o el cielo se venga debajo de las tormentas que suelen afectar a ésta región en el otoño.
Los rayos del sol nos daban de pleno en la cara y hacían dificultosa la visión desde adentro del vehículo hacia fuera del mismo. Si alguno más nos vio salir juntos, ni nos enteramos. Sin preguntarle nada, me dirigí a lo de Adriana. Me detuve en la esquina de su casa y con una leve corrida llegue a la puerta del domicilio donde ya me esperaba para recibir las llaves. Trató de iniciar una conversación, pero era tal mi urgencia por irme con Gachy que la dejé hablando sola y la saludé a la distancia con un ademán.

“Escóndete que la chusma de Adriana está en la puerta de su casa y si te ve no va a parar de preguntar mañana” le dije mientras cerraba la puerta del auto. Sin pensarlo, se tendió sobre mis piernas hasta el punto que nadie notaría su presencia en el vehículo. La proximidad de su boca a mi verga me comenzó a excitar de nuevo y la “carpa” se empezó a formar. “Eppa, que rápido se te levanta, ¿queréis que te haga algo en el camino?” dijo entre risas. “Ni se te ocurra que vamos a pasar por el centro prácticamente, a ver si choco” le respondí. El trayecto hasta el hotel transcurrió entre agachadas de ella, para acariciarme el instrumento y los manotazos míos para impedir que me calentara demasiado.

Eran las 11:10 cuando traspusimos el portón del motel. Pedí una habitación especial (de las más caras) para poder jugar con ella y disfrutar de todos los juguetes que suelen poner a tu disposición en el lugar. Puse en marcha el auto y traté de guiarlo rumbo a la habitación asignada. Recién allí levantó su cabeza de entre mis piernas y mirando en derredor notó que estábamos en el nuevo motel de la ciudad. “Este no lo conocía, vamos a ver que tal es” comentó mientras veía que al llegar a un sensor colocado estratégicamente en la pared, el portón de la habitación se cerraba. Cuando bajamos del auto, un visor encendió una luz tenue que nos permitió llegar a la habitación sin chocarnos con nada. La luz azul que daba ambiente a la habitación hacía que todo pareciera mágico. La cama estaba en ubicación central, con un piso formado por paneles traslúcidos que dejaban filtrar luces rojas y verdes oscuras que eran toda la iluminación de la que disponíamos. Rápidamente nos quitamos la ropa y nos fundimos en un beso furioso y desenfrenado. El contacto de nuestros pies desnudos sobre el sector perimetral de la cama nos indicó que había losa radiante para calefaccionar el lugar. Nos sorprendió la situación a ambos, que descubrimos como al descuido una bañera con jacuzzi en un apartado cercado por una mampara de cristal. Conscientes de nuestra falta de higiene tras las relaciones mantenidas en la escuela, nos dirigimos de la mano hacia allí.

“Primero te me das un buen baño, con un masaje relajante y después vamos a disfrutar el lugar y el momento, ¿ok?” dijo ella. Acepté la invitación y le pellizque el trasero con picardía. El baño en medio de aquellas burbujas perfumadas nos relajó los músculos y nos calentó de sobremanera. Lo que en un principio era un enjabonamiento mutuo terminó en una intensa sesión de caricias de todo tipo. Nos secamos muy poco e iniciamos una persecución rumbo a la cama. En el camino tomó un paquete de una de las pequeñas mesas que rodeaban la vitrina de la tina de baño y se zambulló en la cama. Cuando la alcancé, noté que tenía en su mano una caja de profilácticos saborizados. Me dispuso boca arriba y abrió uno de los estuches. Se colocó de piernas abiertas mientras mantenía las mías juntas y trabadas por las rodillas. Colocó el profiláctico en su boca y bajando sobre mi herramienta erguida, se dedicó a ponerlo con una habilidad espectacular. Demás está decir que la mamada que me propinaba mientras llevaba a cabo su labor fue genial. Por momentos hundía al máximo mi verga en su boca hasta rozar con sus labios la pelambrera de mi vientre.

Aquella situación se prolongó por un buen rato, hasta que notó la excitación que me provocaba. Se detuvo un instante y quitando sus labios del tronco de mi herramienta dijo: “Te gusta guachito y mucho, entonces dame vos también a mí”. Giró sobre mi cuerpo y me puso su conchita a centímetros de la boca. Nuestra diferencia de altura hacía que no llegase a contactarla bien. Se percató de aquello y me desplazó hacia la almohada que estaba en la punta de la cama de tal forma que la inclinación que aquella provocaba, me dejara hundido en la totalidad de su raja. Chupé sus labios, que tenían una mezcla entre salada y perfumada de las sales de baño que habíamos usado. Me encantaba la combinación, por lo que decidí ampliar totalmente el recorrido desde su clítoris inflamadísimo hasta el borde de su ano. Cuando rocé con mi lengua por primera vez el agujerito de su cola gimió profundamente y se tragó mi verga tanto como pudo. Consciente de la reacción me dediqué a estimular aquel pequeño orificio casi con exclusividad. La hacía llegar a un estado de éxtasis total. La enloquecía y quería que mi verga se hundiese hasta vaya uno a saber donde, pues la mandaba tan profundo que parecía rozar su campanilla. Si eso la estaba trastornando, no se imaginan que velocidad le imprimió a la mamada cuando mande uno de mis dedos en su agujerito. Primero se sorprendió por recibir a un intruso en su cola pero luego se desbocó literalmente, mamando como desesperada.

La vehemencia que puso a sus chupadas fue tal que me hizo llegar muy rápido y en forma tan abundante que reventó el látex que cubría mi verga, llenándole la boca de semen. La profundidad con que estaba mamando hizo que se ahogara con el chorro que deterioró la cobertura de goma. Tosió y trató de apartarse un poco, pero la incursión de mi lengua en su ano la hizo rendirse y caer con la boca abierta en mi verga que aun despachaba algunos disparos blancos. Giró hacia un costado tratando de recuperarse del momento pasado, pero dejó sus piernas abiertas al máximo. La imagen de aquel libro de sabiduría plena, abierto y preparado para ser absorbido me cautivó hasta hacerme caer en su interior. Ahora sí mi lengua era quien daba batalla a los labios, clítoris e interior de aquella vagina plena de experiencia. Me comí cada milímetro de aquel área, arrancando gemidos en cada mordisco que le propinaba. Fueron 15 o 20 minutos de comer y comer, hasta que la presión que ejerció con sus piernas y manos sobre mi cabeza avisaron de un nuevo orgasmo.

Rendidos ambos por la acción, quedamos tendidos uno junto al otro. Encendí un cigarrillo y aspire profundamente. Se lo alcancé y juntos disfrutamos de aquel momento de relax. “Jamás me hubiese imaginado que disfrutaría tanto con vos. Y pensar que te tenía un odio terrible. Me gustaría saber si también te moviste a las otras dos para tener tantas ventajas allá adentro” se despachó mientras me corría el pelo de la cara. “No Gachy, sois la única con la que me acosté de todas las de la escuela. Y ¿sabéis una cosa? Recién me animé a encararte hoy, cuando te ví masajeándote frente a la compu. Además, te viniste vestida como para levantársela a un muerto” le comenté mientras acariciaba uno de sus pechos. “La verdad es que estaba recaliente. Anoche me ví una película media porno y estaba a mil, pero mi marido no me quiso coger porque le dolía la cintura. Hoy cuando me levanté pensé en volteármelo pero no estaba y me masturbé como una hora. Me vine así vestida porque el roce de la ropa en la conchita me estaba satisfaciendo mientras caminaba. Estaba loca, necesitaba una cama urgente” se confesó. Y sí, estaba para pegarle una encarada monstruosa. Vestida así no le iba a costar nada conseguir quien se la montara. Y por qué negarlo, me encantó ser yo quien lo hiciera.

La vi levantarse e ir al baño a buscar otra ducha que la refrescara y allí caí en lo que había hecho. Me había encamado con la hembra veterana más deseada de la escuela pero a la vez la más complicada de todas.
Tiene un físico muy bueno, pero solo calienta a los tipos que trabajan ahí, ya que la mueve el marido siempre que quiere. Cuando volvió de la ducha, nos volvimos a enredar pero más calmados disfrutando de cada movimiento. Seguramente ella pensando en el marido y yo en la hembra que tenia encima. Cabalgó, se puso en perrito, en fin hizo todas las posiciones que uno pueda imaginar de una hembra caliente. Cuando se encendió la luz del aviso que el turno llegaba a su fin dijo algo como al descuido: “Me hubiese gustado probar que me hicieses la cola, es virgen y me puso loca que me hurguetearas con la lengua, no sé si me anime en otro momento pero hoy estoy justa para intentarlo” Esa confesión me hizo revisar el reloj, eran 12:30. Solo disponía de 30 minutos antes de volver a casa. Hacer un buen trabajo con aquel agujero tan chico llevaría algo más de tiempo. “¿Queréis intentarlo? Si sentís molestias o dolor lo dejamos, pero al menos podemos intentar” pregunté.
“Tratemos, pero despacio. Yo pago la diferencia con el turno” contestó.

Mientras ella avisó por el interno que prolongaríamos un tiempo nuestra estancia, busqué entre los potes del baño algún lubricante. Hallé uno que decía tener algo parecido a un relajante y volví a la cama. Buscamos la posición más cómoda para ella y traté de empezar a mojarla chupando y jugando con los labios de su vagina tratando de hallar humedad, costó un poco creo que por los mismos nervios que ella tenía. Cuando se fue relajando y mojando, abrí el lubricante y lentamente lo esparcí en derredor de su agujerito. Coloqué un dedo en él, mientras le relataba cada uno de los pasos que estaba haciendo. Formé círculos en su cola con mi dedo dentro en busca de algo más de dilatación. Se fue abriendo lentamente. Me situé a sus espaldas, arrodillado tratando de colocarme en posición como para ir depositando mi verga dentro de aquel agujerito. Mientras seguía estimulando su esfínter anal, me coloque un profiláctico y comencé a frotar mi verga contra su conchita mojada. Humedecí la cobertura de látex para que resbalase mejor.

Unté lubricante en el tronco y en el hoyito, luego enfrenté mi cabeza en aquel lugar y muy lentamente comencé a tratar de meterlo allí. Se contrajo al notar que empezaba hundirlo y le causó un poco de dolor. “Despacio, que me duele” murmuró, “Serénate, estás muy tensa y lo vas a hacer más difícil” traté de calmarla. Hice un nuevo intento y la cabeza se metió no sin dificultad. Esperé a que su cuerpo se amoldara, coloqué más lubricante y pasé mis dedos por su clítoris para evitar que se concentrase en la penetración anal y disfrutase del estímulo.
Cuando pareció relajarse, empujé bastante y soltó un grito fuerte “Basta por favor, me estas partiendo!” suplicó. Me detuve al instante, pero no lo saqué. Estábamos a mitad del trabajo, quise seguir pero me lo impidió. Haciendo fuerza, me expulsó de su interior. Hundió su cabeza en la almohada, levantando totalmente su cola. Estaba irritada, casi al borde del sangrado. Sus labios perlados por la humedad de su flujo me tentaron y tras quitarme el profiláctico la ensarté por allí. Dejó escapar un gemido ronco, pero comenzó a moverse con fiereza. El intento frustrado de sexo anal la había encendido. Se sacudía como poseída y bramaba buscando un orgasmo que se aproximaba feroz. El esfuerzo y la presión a la que me había sometido hizo que tardarse mucho más que ella en llegar. No sé por qué pero tenerla así, hizo que ensartase dos de mis dedos en su cola violentamente y sacudiese mi verga en su concha y los dedos en su culito. Se movía muy rápido y gimiendo mucho, como queriendo extraer los últimos vestigios de semen de mis huevos.

“Ahora, ahora, dale que quiero ya, apúrate que esta justo!” gritó. Sin mediar más palabras la quité de su raja y de un solo empellón la ensarté por la cola. Violentamente, sin piedad. Aulló de dolor y trató de sacarme, pero ya era tarde. Aquellos bombazos que segundos antes llenaban su conchita, ahora trataban de cubrir la totalidad de su cola. Fueron siete, tal vez ocho empujones hasta que llené sus intestinos con lo poco que me quedaba. Caí rendido sobre ella. Con rapidez me expulsó de su interior y se tomó el agujero. Lloraba y se quejaba. “Te pedí que me llenaras la concha de leche, no que me hicieras el culo!!!, no entendiste…” balbuceaba. Quedé perplejo, no le entendí y la forcé. Me levanté sintiendo culpa, la miré y la noté muy dolorida. Su cola dejaba escapar un pequeño hilito de sangre mezclada con semen. Se paró como pudo, caminó entre quejidos hasta la tina de baño, abrió el grifo y se sentó en aquel lugar para que el agua tibia relajase su pequeño tesoro deteriorado por mí. Fueron 15 minutos de silencio. Salió del agua, trató de secarse sin frotarse demasiado y comenzó a vestirse.
Me miró, se acercó y me dijo: “Fue muy doloroso, pero el placer que sentí es inexplicable. Con más tiempo hubiese sido hermoso”. Me besó muy profundamente y me ofreció uno de sus pechos. “Mamalo bien, quiero llevarme de este lugar el mejor recuerdo, porque de leche me voy llena”.

Tras aquella mamada, nos subimos al auto. Casi en silencio recorrimos el camino de vuelta hasta un sector cercano a su casa. Antes de bajarse me dijo: “Ya habrá otro paro y con él, tiempo para disfrutar de una buena sesión de sexo anal. Mi culito te estará esperando” Un beso en la mejilla como despedida. Gachy faltó los dos días siguientes, el lunes volvimos a vernos y en un momento al quedarnos solos me comentó: “Ya está listo, me lo hizo bastante mal pero lo dejó abierto para que puedas entrar sin dolor ni molestias. Mi culo está preparado para vos”.

Alejandro Gabriel Sallago
[email protected]

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