Hermanas de leche, comparte la misma verga
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Me llamo Valeria y tengo actualmente 33 años. Pero esto que quiero contarles pasó cuando acababa de cumplir los 22, y lo cuento porque a partir de allí mi vida cambió por completo. En ese entonces, mi hermana Lucía estaba de novia con un hermoso chico del vecindario. Era alto, divino, todo bronceado; su cuerpo parecía una escultura. Yo había aprovechado varias veces para tocarle los brazos y la espalda, al saludarlo, incluso solía tenerlo abrazado de la cintura cuando estábamos a solas con mi hermana y él. Era muy fuerte. ¡Soñaba con clavarle las uñas en el trasero! Se llamaba Fabio, y cuando me miraba con sus ojos claros y sonrientes, yo sentía que algo se derretía en mi interior. Mi hermana sabía que a mí me ponía caliente verlo, pero nunca me comentaba nada, sólo me daba alguna reprimenda en tono de broma.
De todos modos, mis intenciones iban más allá. Quería verlo desnudo, quería verlo cogiendo con mi hermana. Con sólo imaginar su miembro en erección me recorría un espasmo de excitación. Debí esperar la oportunidad que nuestros padres salieran a cenar y quedáramos los tres a solas en la pequeña casa para concretar mis planes. Por supuesto, yo sabía que ellos aprovechaban cada segundo en que no los estuvieran observando. Lucía me había confesado que habían hecho el amor en el baño, en la cocina y hasta una noche en la cama de nuestros padres. Yo no lo podía creer. Así que fingí salir a la casa de una vecina para dejarlos solos. Hice ruido de puertas, llaves, y ellos creyeron que me había ido. En verdad, regresé en puntas de pie y cuando pude escabullirme me metí en el ropero de Lucía, rápido antes de que comenzara el espectáculo. Allí, en la oscuridad del ropero, encendí la cámara que había preparado (mis amigas pagarían por ver eso) y me apronté a la espera de que la pareja viniera al cuarto. Dejé la puerta ligeramente entornada, apenas lo suficiente para asomarme.
Pasó un rato que pareció eterno, pero finalmente vi a Lucía entrando a la habitación. Estaba hermosa. Tenía puesta una falda muy corta y una playera que dejaba ver su ombligo. Estaba admirando su sinuoso cuerpo (ella entonces tenía 18 años) cuando mi corazón dio un vuelco. Lucía se había inclinado sobre la cama, con el culo alzado. En esa posición la falda se le había subido a la cintura. ¡No llevaba ropa interior! La muy salvaje. Estaba hipnotizada por la visión de su concha y el pequeño agujerito del ano. Lucía no tenía reparos en dar tremendo espectáculo a su novio. Yo sentí que me humedecía, excitada por lo que vendría a continuación. Mi hermana se estaba acariciando, mojaba sus dedos en los jugos de su vagina, se acariciaba el ano y los muslos y se los chupaba. Fabio no aparecía a la vista, pero sabía que él estaba allí cerca, disfrutando de la visión. Comencé a filmar.
La escena duró unos minutos en los que creí que me asfixiaba dentro del pequeño armario. Entonces llegó lo que yo ansiaba. Fabio se acercó. Estaba desnudo, relumbrante de sudor. Tenía un cuerpo fantástico, y lo mejor, un pene increíble, que me pareció enorme. Lo tenía duro, casi le golpeaba el estómago. Se acercó a Lucía agarrándose los huevos y le quitó la ropa casi arrancándosela del cuerpo. Mi hermana se contorsionaba, movía las caderas y alzaba más el culo como pidiendo que se la cogiera al instante.
¡Pues eso fue lo que hizo Fabio! Apoyó la punta de su enorme pene en la concha de Lucía y se la metió de un empujón. Mi hermana dio un grito, pero comenzó a moverse como una loca mientras el tipo se la cogía entre jadeos y suspiros. A veces se inclinaba sobre ella y le acariciaba las tetas, retorcía los pezones y tiraba del cabello de mi querida hermanita como si fuera una yegua. Yo no podía más y dejé de filmar un momento para tocarme la concha, completamente mojada en mis jugos.
Lo que siguió a continuación fue inesperado. Pensaba que Fabio acabaría sobre el culo de Lucía, quizás adentro, pero no lo que siguió. Mi hermana se incorporó, saliéndose de la enorme pija, y abrió el cajón de su mesa de luz. De allí sacó unas correas y empezó a atarse al respaldo de la cama. Eso sí que no lo podía creer. Su novio terminó de amarrarla, le vendó los ojos, y allí se quedó, mirándola. Lucía estaba totalmente expuesta, ciega, de rodillas, y seguía apuntando el culo hacia su novio, se movía suavemente. Fabio la golpeó con violencia, dejándole una marca roja en la nalga, y ella empezó a gemir como una histérica. Se movió sobre ella y le puso el pene sobre la mejilla, a lo que Lucía respondió abriendo la boca y tragándose todo ese pedazo de carne de un solo bocado. Mi hermana estaba chupando y lamiendo aquello como si fuera a morirse de placer.
¡Amarrada y con los ojos vendados! Fabio la dejó hacer y sorpresivamente arrojó un chorro de leche que rebalsó de la boca de mi hermana y corrió por su mejilla y cuello. Fabio esparció la esperma sobre sus pechos, le pegó otra nalgada y salió de escena. Lucía quedó relamiéndose. Jadeaba, y supe que había tenido un orgasmo por la forma en que temblaba.
Pasaron dos o tres minutos, no lo recuerdo con exactitud, hasta que me decidí y abandoné el armario. Con la excitación había olvidado prender la cámara, pero ya no importaba. Escuchaba a Fabio duchándose. Me acerqué a Lucía. La contemplé lentamente. Miré su hermoso trasero, su espalda transpirada. Miré las tetas colgando y húmedas de la leche de su novio. No pude soportarlo más y me incliné sobre ella. Lucía se sobresaltó. Era claro que no esperaba aquello, pues ni siquiera yo lo esperaba. La tomé del cabello, levantándole la cabeza. Ella dijo, muy bajo, “¿Valeria?”, pero no respondí. No podía verme, y eso me volvía más loca de excitación. Podía oler el perfume del semen que le bañaba parte del rostro. La besé. Ella mantuvo los labios apretados, pero enseguida abrió la boca y me dejó lamer el sabor del semen directamente de su lengua. Chupé sus mejillas y lamí la leche que le había resbalado por el cuello. El gusto era fascinante, y más me alucinaba poder comer ese riquísimo néctar del cuerpo de mi propia hermana. A continuación me acosté debajo de Lucía y lamí sus pechos como una perrita. Ella gemía, sin duda tan excitada como yo.
Luego de limpiarla, volví rápidamente al armario porque la ducha se había acallado. El corazón me estallaba. No tardé en sentir un intenso orgasmo que por poco me hace gritar. Lo que estaba pasando, lo que estaba haciendo, era una locura, pero diablos, parecía la gloria.
Y ni siquiera había comenzado.