Ella y yo estábamos ansiosos de besarnos y lo hicimos
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Fundimos nuestros labios; nuestras bocas; nuestras lenguas en largo y apasionado beso. Nos fuimos entregando uno al otro, acariciándonos totalmente; ojos, labios, cuellos, hombros, espaldas, caderas, muslos, piernas, tobillos, pies. Besé lenta, sutilmente cada milímetro de su cuerpo, desde sus ojos hasta sus pies, pasando por su espalda, por su abdomen. Besé suavemente todos y cada uno de los dedos de sus pies, sus plantas, su empeine, sus tobillos. Tomé sus pies y los alcé suavemente a fin de poder ir dando vueltas en espiral alrededor de sus piernas, por las cuales fui subiendo, con suaves, sensuales besos, hacia sus rodillas, sus corvas, sus muslos hasta llegar al vello púbico, me detuve, aspiré su aroma, lo besé con ternura, y con mucha delicadeza lo empecé a retirar hacia los lados. Era muy hermoso; de color castaño y tornasolado. Cubría sus labios mayores. Lo besé dulce, muy dulcemente, pero sin separarlos, sin penetrar para nada su intimidad. Ella, en ese momento, me susurró: – yo también te deseo, permíteme acariciarte. Tomamos unas toallas, que colocamos bajo sus caderas, nos pusimos cómodos sobre la cama, e iniciamos esa forma apasionada e intensa, conocida como sesenta y nueve, y que, a juicio de ambos, es una de las formas más expresivas de entrega mutua que puede disfrutar una pareja.
¡ Que penetrante y a la vez delicado aroma se aspira al tener cerca el sexo de la mujer amada ¡ Sus efluvios recuerdan un concierto de armonía sideral, que podemos definir, comparándolo con este fragmento hermosamente escrito, para otras circunstancias, por el poeta nicaragüense Rubén Darío:
¡Oh la selva sagrada! ¡Oh, la profunda
emanación del corazón divino
de la sagrada selva ¡Oh, la fecunda
fuente cuya virtud vence al destino!
Bosque ideal que lo real complica,
allí el cuerpo arde y vive y Psiquis vuela;
mientras abajo el sátiro fornica,
y ebria de azul deslíe Filomela,
perla de ensueño y música amorosa
en la cúpula en flor del laurel verde,
Hipsípila sutil liba en la rosa,
y la boca del fauno el pezón muerde.
Allí va el dios en celo tras la hembra
y la caña de Pan se alza del lodo;
la eterna vida sus semillas siembra,
y brota la armonía del gran Todo.
El profundo, excitante aroma del sexo de la mujer amada nos coloca, a los hombres, en una posición difícil de sostener, ya que ella espera de nosotros dulzura y delicadeza de trato, pero su aroma enerva los sentidos, dispara nuestra libido, y nos ordena poseerla ya, de inmediato, garantizando así la continuidad de La Vida. La posición conocida como sesenta y nueve es un reto para el hombre. Pero, debemos reconocerlo, es un reto subyugante.
Mi amada, me toma con delicadeza, lo besa dulcemente, lo acaricia en toda su extensión, introduce la punta de su lengua haciéndome estremecer de placer. Poco a poco lo hunde en su boca al tiempo que yo iba besando y acariciando sus labios mayores, lentamente, separándolos con mis labios, recorriendo de arriba abajo y viceversa su hermosísimo sexo. Siento el calor de su boca, la suavidad de su lengua, la calidez de su saliva, abrazando, rodeando, abarcando todo mi pene, con una delicadeza, una dulzura, una entrega, una forma sublime de amor, que es muy difícil describir. Yo, en tanto continúo dando tenues besos entreverados con pequeños pellizquitos. Van apareciendo sus labios menores, jugosos, de enervante aroma y viscosa suavidad. Con los dedos de ambas manos, mantengo abiertos con suavidad los labios mayores para permitir las caricias que mis labios prodigaban a su sexo aromático y jugoso.
Sin prisa, pero sin pausa, empiezo a utilizar la punta de mi lengua sobre los labios menores; poco a poco los voy separando hasta abrirlos completamente y degustar los fluidos vaginales que la empapan. Con la lengua, disfruto de ellos, mientras ella, también sin descanso, acariciaba con sus labios mi falo alternándolo con mis testículos, los cuales introduce sabia y suavemente en su boca, sometiéndolos, con delicia, al húmedo calor y firme caricia de su lengua. Yo, me voy acercando a su clítoris, lo tomo entre mis labios y lo beso dulce y apasionadamente, tanto así, que se estremece y aprieta mi pene entre sus labios dándome uno de los instantes de mayor éxtasis hasta ese momento. Como deseo retener lo más posible el placer que nos llena, opto por no insistir en las caricias a su clítoris por el momento. Buscando la entrada a su vagina, deslizo mis labios junto con mi lengua con lentitud hasta sentir su profundidad; su hermosa cueva de amor, poco a poco y girando en derredor acaricio su circunferencia, introduzco lentamente, pero con firmeza, mi lengua en busca de su punto más sensible, el cual halló un poco hacia dentro. Lo acaricio ejerciendo un poco de presión con lo que mi preciosa amada se vuelve a estremecer, aunque tarda un poco más que cuando besé su clítoris. Decido buscar su orgasmo, para lo cual me dirijo nuevamente al clítoris el cual acaricio con lengua y labios. Beso, aprieto suavemente, succiono. Se produce la explosión de sensualidad y energía; se tensa, detiene sus caricias en mi aun cuando me retiene entre sus labios, secreta una considerable cantidad de fluido vaginal, suave, de consistencia muy viscosa, excelente sabor, y exuberante aroma, que tomo con fruición, lo degusto como lo que es, manjar de dioses. En tanto mantiene mi pene atrapado entre sus labios sin acariciarlo, pero sujetándolo con firmeza y suavidad, y, al mismo tiempo, rozándolo con sus dientes suavemente; no desea que escape de su boca.
Después me confesó que los fluidos vaginales correspondieron a un solo orgasmo muy intenso, me dijo además que no quería perder el contacto de mi pene, y que deseaba profundamente mi eyaculación en su boca en ese momento, pero será en otra ocasión. Paso mi lengua en toda la amplitud de su sexo, con suavidad, pero con cierta energía. Ella suelta mi pene. Me volteo y la penetro lentamente sin detenerme hasta llenarla completamente. Nos besamos intensa, apasionadamente, fundiéndonos en uno de los momentos más emotivos y plenos de sensualidad y amor. Sin despegar nuestros labios durante los minutos que duró este hermoso acto de amor, me introduzco y retiro con rítmicos y acompasados movimientos que ella acompaña desde el primer instante, logrando orgasmos casi simultáneos muy intensos. Sin despegar nuestras bocas, nos proporcionamos un estrecho y sensual abrazo, ya que hasta ese momento, no había tocado para nada sus hermosísimos pechos, ni siquiera había rozado sus pezones, a propósito, en ese abrazo se manifestaron erectos, hermosos, sensuales, exquisitos, dignos de ser besados con delicadeza y mordidos con pasión. Esperé a perder la erección y me retiré lentamente, quedando uno al lado del otro, cada uno sobre su costado, viéndonos de frente, besándonos con infinito cariño, exhaustos y felices.
Rodrigo.
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