Amor Filial | 3.384 lecturas | 15:00

Elina y su padre se entregan al sexo salvaje

Amanecía en la ciudad de Panamá. Elena se despertó con los primeros rayos del sol. Cuando intentó incorporarse sintió el dolor de los moretones en los brazos y la inflamación de su vulva, lo cual le recordó lo ocurrido la noche anterior. El culo le ardía en sobremanera. Ella se negaba a creerlo, pero sí… era cierto: su padre la había cogido la noche anterior. Pero había algo más que la inquietaba. Algo que le causaba más incomodidad, y era el hecho de que lo disfrutó. Se acusaba de tener una mente podrida. Aún así, poco a poco, lo iba aceptando.

De repente, una interrogante se apoderó de ella: ¿Dónde está su padre? ¿Estará tranquilamente en el comedor tomando el desayuno? ¿Qué puede estar haciendo en este mismo momento el hombre que la obligó a sentir su pene erecto dentro de ella?. Tímidamente abrió la puerta de su habitación, y salió. Cada paso que daba le provocaba dolor en el ano, producto de la culeada que le dio Don Ricardo. Caminó por el corto pasillo, topándose con la entrada a la habitación de su padre. La puerta estaba entreabierta. Con las manos temblorosas, abrió la puerta un poco más, y vio que Don Ricardo aún estaba durmiendo boca arriba, completamente desnudo. No pudo evitar, durante varios segundos, el contemplar el pene del varón, el cual, a pesar de la flacidez, tenía longitud y grosor de grandes proporciones.

Todo empezó unos meses antes, cuando Elena finalmente decidió ingresar a la universidad. Había pospuesto iniciar sus estudios superiores durante dos años por perseguir muchachos, cada uno quienes, según ella, eran el amor de su vida. Para ella era fácil atrapar a esos jóvenes, pues sus gruesas y tiernas piernas, sus magníficos senos, sus firmes y gruesas nalgas, y su bello rostro, le hacían todo sencillo. Elena tomaba el amor como un juego con el cual entretenerse.

Un buen día la madre de Elena le sugirió:

– Hija, déjese de tanto jugar con los hombres. Mire cómo su papa se divorció de mí. Use su tiempo para estudiar, que le va a dar más provecho. Aunque no lo crea, llegará el día para envejecer…

– Pero mamá, el Centro Regional de la U en Chipre no da la carrera que me gustaría estudiar – replicó ella

– Váyase a Panamá con su papa, pues…

– ¡Yo no voy con mi papá! – protestó Elena

– Deje a un lado el orgullo. Es verdad que me dejó, pero siempre ha estado pendiente de usted, y siempre le manda dinero. La cosa está dura, y ahorraríamos dinero si se queda a viví en casa de su papa.

La señora tenía razón. Una carrera le aseguraría un futuro en caso de que fuera abandonada por quien llegase a ser su esposo. Con 20 años, aún estaba a tiempo para estudiar. Además, nadie come del orgullo; y si bien era cierto que su padre dejó a su madre, él siempre se mostró atentó a cualquier necesidad que ella tuviese. Tenía que decidirse rápido, pues la fecha para la presentación de exámenes de ingreso estaban cerca. Decidió inscribirse en la universidad. Elena llamó a su padre para consultarle si podía hospedarse en su apartamento durante el periodo de exámenes de admisión (Elena usaría ese periodo para probar si era buena idea vivir con su papá). Don Ricardo aceptó, y varias semanas después, Elena viajó a la capital.

Su padre la recogió en la terminal de transporte. No se habían visto en casi seis años. Don Ricardo no pudo evitar el contemplar las blancas y gruesas piernas de Elena, y sus voluptuosos senos. Luego se reprendió por mirar con lujuria a su propia hija. Por otra parte, Elena notó que su padre, a sus 55 años, estaba algo obeso, aunque conservaba su robustez. De hecho, Don Ricardo siempre fue un hombre de contextura gruesa y robusta. Llegaron al apartamento.

Ya estaba anocheciendo. Conversaron durante un rato, por mera formalidad. Elena no estaba cómoda, pero le daría una oportunidad a la idea de vivir con su padre. Don Ricardo trataba de ser ameno. Al principio él creía que debía hacer que Elena se sintiera como en casa, pero luego no le quedó más remedio que admitir que la lujuria se había apoderado de él: Elena había despertado en él instintos morbosos…perdiendo la noción de lo correcto y lo incorrecto. Quería agradar a la mujer para tomar ventaja, y obtener el tan preciado premio sexual. De vez en cuando, Don Ricardo se recreaba la vista con las tetas, nalgas, y piernas de Elena. Al rato suspendieron la charla, y Don Ricardo se quedó en la sala viendo TV, entre tanto Elena desempacaba.

Mientras Elina terminaba de desempacar, Don Ricardo tocó la puerta de la habitación que había preparado para su hija. Al abrir Elena, Don Ricardo no pudo evitar el contemplar, una vez más, las tremendas tetas que tenía enfrente de él. Disimuló un poco, y dijo:

– Sólo quería decirte que me voy a dormir. Sírvete en la cocina de lo que gustes si tienes hambre o sed. Recuerda que estás en tu casa.

– Sí papá – replicó ella

En la cama, Don Ricardo no podía contener las ganas. Esa falta de control por el placer sexual hizo que su esposa lo dejara por infiel. Don Ricardo tuvo muchas relaciones amorosas, pero siempre acababan por no poder resistirse frente a un cuerpo sensual y jamonudo como el de Elena. La verdad es que Elena tiene un cuerpo muy tentador. Así pasó Don Ricardo las primeras horas de la noche. Revolcándose en la cama, sin saber qué hacer para controlarse. Decidió ir a la cocina a tomar agua. Acostumbrado a vivir sólo, o con sus amantes, no se puso los pantalones, y salió de la habitación en calzoncillo bikini, como solía dormir. Llegó a la cocina, tomó un vaso de agua fría, y cuando se disponía a regresar a la cama se topó a Elena, que tenía puesto un baby-doll crema. La blusita dejaba poco de sus senos a la imaginación, y el panty cubría muy poco de sus nalgas y de su pelvis. Don Ricardo quedó atónito, gozando visualmente del cuerpo de su hija, sin dejar a un lado el placer que le causaba el que lo viera en calzoncillos.

Elena, a su vez, no pudo evitar el notar el enorme bulto en la entrepierna de su padre. Hacía tiempo que no veía algo así (desde su novio Juan). Se extrañó de no haber notado desde antes lo bien provisto que está Don Ricardo. Por alguna razón, también le gustó la figura obesa de su padre. En realidad, a Elena le gustan los hombres gruesos, ligeramente obesos y robustos. Don Ricardo vio interrumpido su disfrute cuando notó que su miembro estaba ganando tamaño. Elena también notó la erección. En ese momento, Don Ricardo se zafó de la situación con una sonrisa despreocupada, como si nada estuviera pasando, a lo que Elena también correspondió con una leve sonrisa. Entonces, Don Ricardo salió rápidamente de la cocina, y fue a su habitación. Ambos pensaron que lo mejor era simular que aquello fue un incidente de ninguna importancia. Sin embargo, en la cama, Don Ricardo no olvidaba las fantásticas curvas de la hembra, y el placer morboso de ser visto por ella en calzoncillos.

– De seguro notó el enorme tamaño de mis huevos, y la gran masa de pinga que tengo – pensó

Gracias a los bultos de su padre, Elena recordó las horas de placer que vivió con Juan en la cama. Sintió fuertes deseos de masturbarse, y lo hizo. Al rato, Don Ricardo escuchaba en su habitación (contigua a la de Elena) los gemidos de placer. Pensó:

– De seguro se está pajeando imaginando que me la estoy comiendo. ¡Debo aprovechar! ¡Este es el momento!

Sin pensarlo dos veces, se levantó de la cama, se quitó el calzoncillo, y desnudo caminó hasta el cuarto de Elena. Por la conmoción del incidente en la cocina, Elena olvidó asegurar la puerta, por lo que Don Ricardo no tuvo más que girar la perilla para a abrirla. Elena estaba tan sumida en el placer de la paja, que no se percató de que su padre había entrado en la habitación. Don Ricardo sacudió su pene ya erecto, sin hacer ruido para no prevenir a Elena. Luego, súbitamente, se abalanzó sobre ella. Elena pegó un grito por el susto:

– ¿Papá, qué haces? ¡Bájate! ¡Quítateme de encima!

Don Ricardo le sujetó las muñecas con una mano, y con la otra le desgarró la blusa del baby-doll.

– ¿Qué piensas hacer? ¿follarme? ¡Nooo! ¡Por favor, nooo!

– ¡Cállate perra! – le exigió el macho a la hembra – ¡Estás muy buena como para no comerte! ¡Y ve callándote, o verás de lo que soy capaz!

Esas advertencias fueron suficientes para controlar a Elena. La superioridad física de su padre era obvia. Luego, con la gran fuerza de su robustez, Don Ricardo le rompió el panty, y sin ningún aviso le enterró su enorme pinga por la vulva. Elena dio un grito de dolor y de terror, pues el gran tamaño del invasor sexual le causó temor de que la lastimaran. Suplicaba a su padre que parara, pero lo único que conseguía con esas súplicas era excitar a Don Ricardo, quien satisfacía su placer machista al someter a la hembra. Don Ricardo comenzó su movimiento alternativo, metiendo y sacando, a lo largo de toda su gran longitud, su grueso pene. Elena sentía los testículos del macho golpeando la parte baja de sus nalgas, el enorme pedazo de carne fálica penetrándola, y el gran peso del obeso y robusto hombre que la estaba follando. Ella no podía esperar que todo esto la llevara a sentir placer, pero así fue: al rato Elena sentía placer con cada arremetida que le daban, y seguido vinieron los gemidos de placer. Al percatarse de que su víctima estaba gozando, le soltó las muñecas, pasó uno de sus brazos por la parte superior de la espalda de Elena, y el otro lo pasó por las nalgotas de la hembra. Elena estaba prisionera. Al tener los brazos sueltos, tímidamente Elina los fue ubicando sobre la espalda de Don Ricardo, y acarició todo el macizo torso de su padre, sus brazos, sus cabellos.

Luego, se estiró cuanto pudo para hacer llevar sus manos a las nalgas de Don Ricardo, y las apretó. Aquello hizo que el hombre se excitara aún más. Entonces Don Ricardo aceleró sus movimientos, penetrando con más fuerza Elena, hasta que finalmente se vino dentro de ella. Elena sintió el calor del espeso fluido de su padre; inclusive sintió las palpitaciones del pene mientras brotaba el semen. Exhausta, Elena no tenía fuerzas para nada; pero el corpulento cuerpo de Don Ricardo daba para más: se abalanzó sobre los senos de su víctima, y los chupó, los mordió, y los apretó. Elena apretaba las sábanas, para ayudarse a resistir el dolor, y para contener los gritos de placer que aquello le causaba. Después, Don Ricardo volteó a Elena, poniéndola boca abajo, y pasó sus manos por el frente de ella, agarrándole a su vez las grandes tetas.

– ¡Qué ricas tetas tienes! Pero hay algo más que quiero de ti. Y tú sabes qué es.

– ¡No, papá! ¡Por el culo, no! ¡Me va a doler mucho!

– Pues entonces aguantarás, como mujer – replicó él.

Hacía tiempo que Elena no recibía por el culo. Cuando era novia de Oscar, este la convenció de que le diera el culo. Con un poco de práctica, Elena fue acostumbrando a recibir por ahí. Pero desde que rompió con él, no permitió que ningún otro hombre la penetrara por el ano. El culo de Elena estaba fuera práctica, pero la enorme pinga de Don Ricardo le haría recordar aquellos días. Al primer intento, Don Ricardo no consiguió abrirle el culo a Elena. Pero en el segundo intento, aplicó saliva y presionó constantemente hasta que el glande penetrara. Durante este proceso, Elena mordía las sabanas para contener el dolor de sentir cómo el grueso pene de Don Ricardo le desgarraba los tejidos del culo y le estiraba el esfínter anal. Después de un rato, cuando Elena estuvo un poco más acostumbrada a la penetración, y más relajada, Don Ricardo empujó hasta que toda la gran longitud de su pene se alojó dentro del culo de Elena. Ese momento fue anunciado con un desgarrador grito de dolor de Elena. Un delgado hilo de sangre corría por las piernas de Elena. Y así, una vez más, Don Ricardo inició sus movimientos rítmicos de mete-y-saca, golpeando las gruesas nalgas de Elena con sus enormes huevos. Buen rato estuvo Don Ricardo gozando de la penetración anal, cuando sintió las ganas de eyacular.

– ¡Me voy a venir en tu culo! ¡Vas a sentir el calor de mi leche una vez más!

– ¡Sí, papá! ¡Vente, vente! – gritó Elena, quien para ese entonces ya había dejado de sentir dolor, y ahora sentía placer.

Finalmente, Don Ricardo no pudo retener más su semen dentro de sí, y soltó toda su descarga dentro del culo de Elena. Al sentir que había botado todo el semen, Don Ricardo sacó su pinga del culo de la hembra, y se recostó sobre ella. Así estuvieron durante unos minutos, y luego el se retiró a su habitación, quedando dormido casi al tocar la cama. El agotamiento hizo que Elena se durmiera unos segundos antes de que Don Ricardo saliera del cuarto. La verdad era que Elena había disfrutado mucho el sexo con aquel hombre que yacía desnudo en aquella cama. Ese enorme pene la había penetrado, había sentido esos grandes testículos golpeando sus nalgas, y había sentido el peso de ese cuerpo grueso y robusto. De repente, Don Ricardo despertó. Algo hizo que Elena no saliera corriendo a su cuarto, sino que se quedara allí. Ella quería que él se percatara de que ella lo había estado mirando. Padre e hija se miraron fijamente, como queriendo hallar el uno en el otro una razón para mirarse, no como hombre y mujer, sino como padre e hija.

By: Elina

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