El señor de las mudanzas

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Muy cerca de mi casa había un señor que hacía mudanzas, manejaba un camión de gran tamaño y, por ende, era un tipo muy fornido, enseñado a las faenas arduas y pesadas. Al enterarme de su trabajo y de que, al parecer, le daba trabajo a chicos de mi edad, supe que era italiano y que se llamaba Fausto Maldrini.

Veía que iba mucho chico nuevo, ya fuese del barrio o de otros lugares, a buscar empleo, y todos tenían entre 18 y 20 años. En mi caso, ya contaba con 18, y movido por mi curiosidad, pregunté cuánto pagaba.
Fui a visitarle un martes temprano, porque el lunes había sido festivo. Toqué a la puerta de su casa y no tardó mucho en abrir. Don Fausto se sorprendió al verme, puesto que no era de los chicos que conocía, y me preguntó qué quería. Le respondí que trabajo.

Me miró de arriba a abajo, me examinó y me invitó a entrar. Luego se recostó sobre una mesa sin dejar de recorrerme con la vista y me preguntó qué hacía. Le contesté que lo que me tocara hacer. Yo en el fondo lo veía muy fuerte. Él era musculoso, alto y tendría unos 40 años. Solo llevaba puesta una pantaloneta ajustada que marcaba su vientre y su enorme verga. Me dijo que me quitara la camiseta para ver si estaba bien y no dudé en hacerlo.

Giro alrededor de mí y luego me puso las manos sobre los hombros, me apretó un poco y, enseguida, dándome una palmada en las nalgas, me dijo que también me quitara el pantalón. Me turbe un poco, me lo quité y, hasta ese momento, pensé que calculaba si servía para el trabajo. Hasta que sentí su mano apretándome las nalgas. Me estremecí, sorprendido, pero él, como si nada, siguió tocándomelas. Me di la vuelta para retirarme un poco y lo vi apretándose entre las piernas.

Yo estaba sonrojado y él, sin más, se sacó su enorme verga y se la mostró de lleno. Nunca había visto a otro hombre tan macizo desnudo y con su miembro así frente a mí. Los nervios me invadieron, y aún más cuando me dijo que se lo agarrara, que lo hiciera con confianza y que también se la podía chupar. Me quedé paralizado, a la vez que se acercó a mí, me puso la mano en su pene ya erecto y lo noté como un cartílago duro y extraño. Fausto me metió de nuevo la mano por las nalgas y su manoseo se tornó en cosquilleo. Entonces, mis nervios me hicieron ponerme el pantalón y la camisa.

Él no dijo nada, solo sonreía mientras se tocaba. Yo, sin saber muy bien por qué, terminé diciéndole que mejor otro día. No entiendo cómo se me ocurrió decir esa estupidez, si no era propio de mi persona.
Salí de allí como asustado y demasiado nervioso. Llegué a mi casa y no dejé de pensar en esa experiencia. No sabía explicarme lo que sentía ni por qué, y a medida que pasaban las horas me veía agarrando la verga de ese señor y su mano grande y caliente tocándome mientras sonreía. Esa noche fue una lucha conmigo mismo; era como si ya se hubiera encendido una chispa dentro de mí y fuera difícil de apagar. Mi mente se resistía y mi cuerpo decía lo contrario.

Para mí aquello era muy sucio, pero ese señor me había dado todo el derecho de hacerlo y lo hice, así que, si me daba la gana, podía hacerlo. ¿Maldita sea, qué debo hacer? ¡Su verga es más grande que la mía y me está dando el derecho de tocársela!.

Entonces me dormí con esa idea en la cabeza, como un tormento chino.

Al día siguiente lo pensé y decidí no volver. Pero algo extraño me llevó a darme una vuelta por allí. No sabría decir cómo, pero decidí llamar a la puerta. Al verme don Fausto de nuevo, me miro de arriba a abajo sonriendo, me preguntó si quería entrar y así lo hice callado. Estaba en el interior y, desde la puerta, me abrazó por la cintura y bajó la mano hasta mis nalgas. No dije nada, me di la vuelta y lo miré a los ojos, luego bajé la vista hasta su entrepierna. Me acarició la mejilla y llevó mi mano a su entrepierna haciéndome sentir su verga debajo de la ropa interior.

Sabiendo que podía hacerlo, le palpé el miembro. Él se lo descubrió, bajó un poco su pantalón y me alegré; entonces se lo agarré y empezó a bajarme el short con el que fui esta vez y empezó a tocarme. Casi de inmediato sentí cosquillas al sentir su mano por mis nalgas, aguanté un poco y, mientras le masturbaba su verga, ya muy empalmada, con mi otra mano lo acaricié. Quería sentir su piel y él me lo permitía.

En unos dos minutos, sus caricias se volvieron agradables y empecé a disfrutar de sus manos manoseándome.
—¿Te gusta mi amor? —me dijo, y no le respondí, pero me gustó que me llamara mi amor.

Me bajó el pantalón corto y terminé de desnudarme. Se dio la vuelta, empezó a besarme las nalgas y, cuando las separé para besarme el culo, me cosquilleó haciéndome reír y estremecer. Insistió varias veces hasta que terminé disfrutando de su lengua en mi trasero. Era rico que me hiciera así y ya quería sentirla adentro también.

—No te vayas a comer este culo hermoso y rico —dijo el, urgandome con la lengua, y yo obedeciendo a un impulso, con mis manos ayude a abrir un poco mis nalgas. A veces sentía su lengua entrar en mi culo y me encantaba cuando lo hacía. Entonces Fausto me dijo que fuéramos a su cama y, durante el camino, siempre tuvo la mano en mis nalgas. Al llegar, se acostó boca arriba, me pidió que se la chupara y lo hice. Me dijo que continuara, que le gustaba mucho y eso me animó a seguir haciéndolo y me gustó chupársela. Continué por un buen rato chupándosela hasta que sentí su mano por mis nalgas y un dedo comenzó a entrar por mi culo.

De pronto me sentí indefenso ante él, como si fuera su nena. Y, justo en ese momento, noté que ya no era un dedo, sino dos dentro de mi culo. Lo que me hacía me gustaba mucho y perdí la noción del tiempo. Aquellos dedos hicieron su trabajo y yo encantado los disfrutaba.
—¿Te gusta mi vida? —preguntó él, y esta vez le respondí que sí.
—Ven, dame un besito —me volvió a decir, y yo intenté darle un beso en la mejilla, pero él me agarró de la cabeza y me besó en la boca. Su lengua forcejeó por entrar en mi boca y terminé chupando su lengua mientras sus dedos me penetraban el culo.

Unos minutos después me puso boca abajo y, después de lubricarme el culo, me penetró despacio con su verga. Yo le ayudé hasta que entró toda y, después de sentir un orgasmo increíble, ya no imaginé que pasaría. Yo abría las piernas para que me comiera bien su verga, mi culo, que rico, mi amor, le dije sintiéndome su nena y él encima de mí me bombeaba con más ganas enloqueciéndome cada vez más. Me fascina tu culo, mi vida, me respondía él.

—Bueno, hay una segunda parte. Por el momento me disculpan, no tardaré.

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