El primer trío de mi vida fue difícil, pero muy placentero
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Hola, les voy a contar algo que me ocurrió hace dos años, fue un sueño que hasta ahora no puedo olvidar. Empecé a contarles cosas sobre mí: tengo actualmente 23 años, soy de estatura mediana, delgada, con buenas piernas y senos pequeños. No tengo las nalgas muy grandes, más bien tengo un cuerpo de modelo de pasarela. Soy de origen asiático (japonesa). Vivo con mis padres, un hermano mayor que yo en dos años y dos hermanas menores. Mi familia tiene un negocio familiar: una tienda de electrodomésticos. En el piso de arriba de la tienda está nuestra casa.
Todo ocurrió un domingo, día en que solo estábamos en casa mi hermano mayor y yo, ya que mis padres habían viajado con mis hermanas a una boda y regresarían esa noche. La noche anterior me había quedado hasta muy tarde viendo la televisión y no me di cuenta de que me había dormido con el televisor encendido. Eran casi las 9 a. m. cuando mi hermano John, de 23 años, entró en mi habitación y me dijo que el desayuno estaba listo y que saldría a casa de sus amigos, que vivían a dos manzanas de la nuestra. Le dije que estaba bien, él apagó el televisor y dejó entrar a Peggy, nuestra perra dálmata, que se acostó junto a mí. No pude dormir más, pero no quería levantarme de la cama cuando, de repente, escuché un ruido. Pensé que era John, que aún estaría por ahí dando vueltas, pero el ruido volvió a escucharse. Me levanté y me di cuenta de que John no estaba. Miré por la ventana y no estaba el coche, así que me di cuenta de que ya se había ido.
Bajé las escaleras hasta llegar a la puerta que comunicaba con la tienda, que estaba cerrada y no se escuchaba nada, así que subí de nuevo, entré en el baño, me lavé los dientes y volví a oír el ruido, esta vez más fuerte y que provenía de abajo. Peggy comenzó a ladrar. Inmediatamente supe que era el gato de la vecina que se había vuelto a meter en el estacionamiento que comunica con la tienda, porque ya lo había hecho otras veces. Me dispuse a bajar para sacar al gato. Peggy iba a mi lado, no quería que se formara una pelea de perro y gato. Revisé la cochera, pero no vi el gato, así que tomé las llaves y abrí el portón que comunica con la tienda, pensando que se había colado por una ventanilla muy pequeña que estaba junto a la puerta.
Abrí la puerta, entré, pero no la cerré del todo porque no quería que Peggy entrara. Estaba algo oscuro y, cuando me di la vuelta para encender la luz, un hombre me tapó la boca y me sujetó de los brazos. Me quitó las llaves y me dijo que me quedara quieta. Yo hacía movimientos para que me soltara, pero era imposible, era alto, aproximadamente 1,83 m, y fuerte. Pero no estaba solo, le dijo al otro que callara al perro, que estaba al otro lado de la puerta ladrando. Abrió la puerta y sentí cómo Peggy se lanzaba sobre él. Yo no podía ver porque me encontraba de espalda a la puerta. Él comenzó a pegarle a Peggy y creo que logró amarrarla. Le puso algo en el hocico para que se callara. Yo estaba muy asustada. Luego, el otro tipo que había amarrado a Peggy me amarró a mí con unas cuerdas, me hizo una pelota con hojas de papel, me la metió en la boca y me amordazó con un pañuelo. Me soltaron y traté de correr, pero no tenía a dónde ir. Entonces los vi allí parados riéndose. No sabía cuál de los dos me había sujetado primero, ambos eran altos, casi de la misma estatura, pero uno era un poco más robusto que el otro. El más robusto vestía todo de negro. Traía una gorra negra y un pañuelo negro que le cubría la nariz y la boca, solo le veía los ojos. Era blanco. El otro llevaba pantalones negros y un suéter azul, y solo una gorra. Supuse que el pañuelo que le cubría parte del rostro fue el que usaron para amordazarme. Era moreno claro. Se acercaron a mí, me tomaron de los brazos, que estaban atados a la espalda, y me decían que me tranquilizara, que si me portaba bien no me pasaría nada. El que vestía todo de negro se agachó y yo traté de patearlo, pero me tomó de la pierna y me tumbó. Iba a amarrar mis piernas cuando, al mirar, vi que me decía:
—Mmmmmm, qué lindas piernas.
Comenzó a tocarme con la yema de los dedos hasta llegar a mis muslos, muy lentamente. Yo solo llevaba una camiseta y unos shorts muy cortos, que era lo que había usado para dormir; no llevaba nada de ropa interior. Su mano volvió a bajar y, de repente, se dirigió a mi conchita y dijo:
—¿Qué tenemos aquí?
Metió la mano y se dio cuenta de que no llevaba ropa interior interior y comenzó a tocarme. Yo movía las piernas para que no lo hiciera y comenzaron a salirme lágrimas de los ojos, estaba muy asustada. El otro sujeto que me sujetaba por los brazos para que no me moviera, me acostó en el suelo, me agarró con fuerza de las piernas y las abrió, tenía mucha fuerza, yo solo gemía y lloraba. El de negro bajó mis bragas hasta los tobillos y el otro que me sujetaba por los tobillos lo acabó de sacar. Sentía mucho dolor de espalda y en los brazos por la posición y me movía para apartarlos de mí y aliviar un poco el dolor. Mientras tanto, el de negro seguía tocándome: primero me recorrió todos los labios vaginales con dos dedos, luego llegó a mi clítoris y comenzó a dibujar círculos con su dedo; aquello que sentí era extraordinario: un cosquilleo y electricidad recorrieron todo mi cuerpo y sentía que mis piernas temblaban; me empezaba a gustar esa sensación cuando, de repente, dijo:
—Te gusta, ¿no? Ya empiezas a mojarte, me gusta que estés así, mojadita. Esto que viene ahora te va a gustar más, así que ábrele más las piernas.
Quitó el pañuelo, sacó la lengua y la pasó por mi vientre mientras seguía estimulando mi clítoris. Luego bajó hasta mi conchita virgen, qué delicia, algo nuevo para mí. Ya no movía las caderas para defenderme, sino para sentir placer. Cerraba los ojos y me gustaba sentir su lengua chupando mi clítoris y mordiéndolo. No me di cuenta de que el otro me había soltado las piernas porque, de repente, estaba junto a mí, levantando mi camiseta y tocando mis senos. Eran pequeños, por cierto, y apretaba mi pezón, que me dolía, pero luego comenzó a mamarlos. Sentía que mis pequeñas tetas se habían vuelto grandes, me dolía al principio, pero luego se me hincharon, me mamaba con desesperación y, con la otra mano, me tocaba el otro pecho. Así se intercambiaba, qué placer.
—¡Ah, pero si es una putita, que bien gozará!
Y comenzó a bajarse los pantalones y los calzones. Cuando vi salir esa pija por primera vez, calculo que medía unos 15 cm, pero era muy ancha y allí tmbien estaba el otro con su pene en la mano. Si la había visto grande antes, esta era mucho más grande: medía unos 20 cm, igual de gruesa que la otra. Me miró y me dijo:
—¿Te gusta?
Yo solo me quedé mirando y me volvió a preguntar, pero yo no moví un dedo. Se bajó totalmente el pantalón y se colocó sobre mí, en cuclillas y con su enorme pene frente a mí, comenzó a pasarla por mis senos mientras se masturbaba y veía claramente cómo crecía más. Quizás alcanzó unos dos centímetros más de tamaño. La pasaba por mi cuello, bajaba a mi pecho, mis tetas. Tenía la cabeza hinchada y roja, sus venas dilatadas como si fueran a reventar. Luego se acercó a mí y, con el pañuelo de su compañero, se limpiaba el pene. Después, comenzó a limpiarme la conchita con el mismo pañuelo. Se colocó junto a mí y me dijo:
—Te quitaré la mordaza, pero no puedes gritar, si lo haces te irá muy mal.
El otro sujeto seguía paseando su enorme pene por mi cuerpo. Este otro comenzó a quitarme la mordaza, sacó los papeles de mi boca y, de inmediato, me besó para evitar que hablara. Sus besos eran muy salvajes y sentía que su lengua llegaba hasta mi garganta, lo que en una ocasión me provocó toser. De repente, noté la enorme pija del otro rozando mi conchita, así que cerré las piernas, pero él las abría y el otro seguía con sus besos. El roce de su glande en mi conchita hacía que me volviera a mojar. Me gustaba mucho. Luego comencé a sentir que me penetraba, moví las piernas y lo sacó. Sentí alivio, pero no habían pasado dos segundos cuando la introdujo con toda su fuerza. Grité fuerte. El otro me tapó la boca y preguntó:
—¿Qué haces?
—Disfrutando, ahhh, qué rico, no sabes lo bien que se siente esta conchita calientita, mojadita y estrechita… Um, ah, ah, la desvirgué.
—¿Era virgen? —preguntó—. Ummm, interesante. Entonces ese culito también debe serlo y será mío.
Siguió besándome en el cuello y retiró su mano de mi boca. Ya no gritaba, no tenía fuerzas; sentía mucho dolor en todo el cuerpo, en la espalda, el vientre y la vagina, pero era un dolor placentero que me gustaba. Mientras uno me besaba en el cuello y en las tetas, el otro me cogía. ¡Qué placer sentía! De repente, noté una corriente más intensa que la primera vez que sentí cuando tocaba mi clítoris. Temblaba, sentía como si me fuera a orinar y trataba de aguantar, pero no pude más y me corrí. Oh, ¿qué era? Mi primer orgasmo, fascinante. Sonreí y él siguió cogiendo, a los pocos segundos se corrió. Sus gemidos me excitaban y me movía tratando de aprisionar su pene dentro de mí.
Me sentía inundada y sentía unas palpitaciones dentro de mí. Sacó su pene, deseaba que siguiera dentro, pero no había terminado: comenzó a lamerme, qué rico sentía, mis movimientos eran de placer, chupaba mi clítoris. Mientras tanto, el otro se colocó sobre mí y, para mi sorpresa, lo que había visto al principio, que medía 15 cm, se había convertido en una enorme pija de 23 cm. Sin decir nada, lo metió en mi boca y sentí asco; pensé que iba a vomitar, era muy grande y la posición en la que estaba acostada no era favorable para mí, tocaba hasta mi garganta. Y la introducía cada vez más, no me gustaba, y se lo hice saber con mis gestos.
Él la sacó de mi boca y tomé aire. Me tomó de la mano, me levantó y me sentó, quedé recostada en una silla y él se puso de pie frente a mí. Me introdujo su enorme pene en la boca. Comencé a pasarle la lengua, lo metía y lo sacaba. Me estaba gustando, y a él también por sus gemidos.
De repente, volví a tener el corrientazo, mi segundo orgasmo, mientras salían mis flujos. Notaba cómo él metía su lengua hasta donde podía en mi rajita. ¡Qué placer! Él comenzó a penetrarme nuevamente y me dio un poco de risa porque su cabeza apareció debajo de las piernas de su amigo, mamando mis tetas mientras me penetraba.
Luego, la enorme pija que tenía en la boca comenzó a hincharse, ya se estaba corriendo, era caliente, iba a vomitar, era mucha leche y la escupí; cayó en mi pecho, mis tetas y hasta en la cabeza de la persona que me mamaba las tetas. Logré tragar cierta cantidad de leche. De repente, el otro también se iba a correr y, lo mejor, yo también. Nos corrimos al mismo tiempo, qué placer. Estaba cansada, sudada, cerré los ojos y pensé que me dormía por un instante, cuando uno de los dos me dio la vuelta. Estaba boca abajo, sentí alivio en mi espalda y brazos, y aún más cuando noté que me soltaban las cuerdas. Traté de incorporarme y me sujeté a la silla que estaba a mi lado, quedando de rodillas.
El que me había desvirgado abrió mis piernas y se sentó sobre mí, su pene estaba allí parado, grande. Me volvió a decir que me sentara y él mismo me tomó de las caderas y me sentó. Sentí cómo su pene se resbalaba y no lograba entrar, así que yo la dirigí hacia mi conchita. Si lo anterior había sido placer, no había palabras para describir esto otro. Comencé a cabalgar sobre su pene, iba muy rápido y no tardé en tener mi cuarto orgasmo.
Él me decía que fuera despacio. Me tiré sobre él y lo besé. ¡Qué diferente eran sus besos a los del otro! Eran besos tiernos y sentía cómo su pene palpitaba dentro de mí. Al inclinarme para besarlo, mi culito quedó en alto y él me metió su pija en mi culito. Grité muy fuerte y comencé a llorar, pero él me decía que no llorara y siguió con sus besos tiernos. El dolor se fue aplacando. Los movimientos de mete y saca de mi culito eran fuertes, lo que hacía más placentera la penetración en mi conchita. Sentí cómo se corría por mi culo y, al sacarla, sus gemidos. ¡Qué alivio! Yo seguía cogiendo con el otro. Comencé a cabalgar nuevamente muy rápido y lo miraba; veía cómo cerraba los ojos de placer y yo también. Cuando volvimos a correr al mismo tiempo, me di cuenta de que él también me miraba.
Ya eran las dos de la tarde, llevaba cuatro horas allí, estaba agotadísima y me quedé tirada en el suelo. Se vistieron y me dijeron que esperaban que me hubiera gustado, se fueron sin decir nada más y no se llevaron nada.
Me levanté, me dolía mucho el cuerpo, me vestí y me puse a limpiar toda la leche y los jugos vaginales que habían quedado en el suelo. No sabía qué hacer… No lo tenía claro, así que me di un baño y me tiré en la cama, quedándome dormida. Al rato llegó mi hermano. Eran las 8 de la tarde y me dijo:
—¿Te sientes bien?
Le contesté que sí, que había dormido todo el día y que se me había olvidado comer. Me dijo que me cambiara de ropa, porque mis padres llegaban en media hora y saldríamos a cenar fuera.
Me vestí y salí a cenar con mis padres. Fue entonces cuando me desperté completamente húmeda; mi coño estaba lleno de mis jugos vaginales. Ufff, parecía tan real que lo disfruté muchísimo masturbándome. Este es el relato casi real. Espero que les haya gustado.
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