El primer orgasmo fue increíble y satisfactorio

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Esto sucedió hace ya 15 años: yo tenia 25 y ella 36. Es la hermana de mi mejor amigo, conocida de muchos años y con muchísima confianza mutua. Ella separada desde hacia casi 10 años. Mi amigo abre un café-bar y ella (vamos a llamarla Elsa) le ayudaba a atender. Como ya dije yo soy muy amigo de ambos y de su familia, así es que a la noche, terminada mis “andanzas” me iba para el bar a tomar algo y a hacerles compañía a quien fuera que le hubiera tocado en suerte quedarse hasta cerrar.

Las bromas de tenor sexual eran muy habituales entre nosotros, pero también las charlas de tono íntimo. Elsa me confeso que, por ser criada por sus padres con aquel concepto de que la mujer sólo cocina, lava, cría a los hijos y satisface todas las demandas de su marido que “es el que trae la plata a casa”, su vida sexual prácticamente no existió. Estaba totalmente convencida que nunca tuvo y nunca tendría un orgasmo. Lo consideraba un mito de sus amigas y conocidas. No sabia lo que era una calentura. Nunca se excitó por una caricia o un beso. En síntesis se consideraba la mujer mas fría que podría existir. El sexo no le interesaba ni siquiera como curiosidad. Una de esas noches de bohemia, charlando nuevamente este tema entre nosotros dos, yo le dije:

– Lo que pasa es que nunca te cogieron bien.

– Y que es ser bien cogida?.

– Y… que te dejen temblando las piernas y con ganas de más.

– No. La verdad es que nunca me pasó eso…

– Si yo te agarro… – fue mi amenaza.

– Ya te dije que no siento nada – fue su respuesta.

– Te repito: nunca “supieron” hacerte sentir…

La charla quedó en eso. Noches después, en tono de broma, surgió nuevamente el tema: esta vez llegó porque me comento que ella nunca había conocido un Motel, un hotel alojamiento por horas, que era el lugar que más utilizábamos en esa época para poder coger.

– En serio?- le pregunté.

– Es verdad – me aseguró ella – Para que iba a gastar plata en un hotel si para mí era lo mismo que me cogieran en cualquier lado: no sentía nada.

– Bueno: esta noche, cuando te lleve a tu casa, antes te voy hacer conocer un o- le prometí.

– Bueno… – acepto ella, como una de las tantas jodas divertidas que hacíamos entre nosotros.

La cuestión es que ninguno de los dos tenía otra intención que pasara de eso: una diversión, entrar y salir de la cochera del motel en cuestión. Cerramos el bar. Subimos a mi auto y allá partimos, entre risas de las anécdotas provocadas por los parroquianos de esa noche. Al acercarnos al motel, recordé la promesa. Puse el guiño del auto y comencé a doblar, encarando la entrada del motel, entre la risa de ambos. Al estacionar en la cochera que me fuera indicada, paré el motor del auto y le propuse tomarnos el ultimo trago en la habitación, para que ella conociera el interior. Elsa acepto de buen grado, sobretodo apoyándose en su teoría de que ningún hombre podría hacerle sentir absolutamente nada. Entramos y luego de pasar varios minutos divirtiéndonos con todas las boludeces que por lo general tienen estos lugares nos tiramos en la cama a tomar nuestros tragos y a charlar un rato. Entrando ya en la intimidad le pregunte cuál era su Punto G. Ella se sorprendió por la pregunta. No sabia que era y mucho menos que tuviera un Punto G. Le explique lo mejor que pude que era eso luego de lo cual a ella no le quedó ningún tipo de dudas: No tenía un Punto G, aseguro decididamente.

– Es imposible – dije yo.

– Me toquen donde me toquen, no me provoca nada, salvo cosquillas – me dijo.

– No lo puedo creer. Cierra los ojos – le pedí.

– ¿Qué quieres hacer, loco de mierda? – se asustó ella.

– No seas boluda. Confía en mí. Tengo que comprobar que es así.

Elsa cerro lentamente los ojos. Le pedí que se relajara. Que pusiera sus brazos a lo largo de su cuerpo y se relajara. Así lo hizo. Yo me le acerque a la cara lo mas que pude sin tocarla: solo respirándole un poco mas fuerte de lo normal, que ella sintiera el aire. En su rostro y en su cuello no sentí que su cuerpo diera ninguna reacción. Por ello seguí con mi exploración. Llegue a sus brazos que estaban desnudos y tampoco paso nada. Pero al llegar a sus manos sentí que su cuerpo se tensaba todo. Se sentó con tal violencia en la cama que casi me golpea. Estaba desencajada de miedo.

– Que fue eso? – pregunto.

– Ya ves que siempre existe algo que nos dispara los botones. Solo hay que saber buscar… acostate de nuevo.

– No!!! – me dijo asustada en serio.

– Acostate que no te voy a hacer nada.

Con mucho recelo y muy lentamente se recostó nuevamente. Le obligue a cerrar los ojos. Volví a sus hombros y recomencé mi camino hacia las manos. Ya en la altura del antebrazo sentí que comenzaba a tensarse. Al llegar a sus manos las cerro fuertemente en forma de puño. Yo me había sentado sobre sus piernas, así es que, lentamente, comencé a cruzar de un lado de su cuerpo al otro en búsqueda de su otra mano. Al pasar por su vientre hubo otra convulsión: ya teníamos dos lugares: las manos y el vientre. Me paré de golpe al pie de la cama y me quede mirándola. Le sople los ojos y, sobresaltada, los abrió. Se quedo mirándome con una mueca de real miedo.

– Nunca sentí lo que sentí ahora – me aseguró.

– Y que fue?.

– No estoy muy segura pero era como cosquillas por dentro del vientre.

Yo me convencí que en años de noviazgo y matrimonio, su pareja nunca se detuvo a “jugar” con ella: iba, cogía, acababa y listo. Para que perder tiempo. Por eso ella estaba tan convencida que nunca sentiría nada.

– Bueno… de aquí en más ya es más peligroso el jueguito… Te animas a descubrirte? – le pregunte.

– No sé – me dijo – Realmente me da miedo.

– OK. Yo empiezo y vos me decís cuando parar… quieres?.

Luego de dudar bastante, se recostó nuevamente y sola cerro los ojos. Fui directamente a sus manos. Le obligue a abrirlas y le bese la palma de la mano. El quejido que lanzó me aviso que ya no había barreras. Le empecé a chupar los dedos uno por uno mientras ella forcejeaba para retirarlos de mi boca. Siempre con los ojos cerrados y la boca apretada. Había cruzado sus piernas y veía como las restregaba. Entonces metí una mano bajo su camisa y comencé a acariciarle el vientre. No miento si digo que saltó sobre la cama literalmente. Con los ojos bien abiertos y una respiración casi de asmática, quedó dura. Lentamente, aun asustada, metió su mano por debajo de su pantalón y se toco la concha. Saco la mano y estaba empapada, como si la hubiera metido bajo una canilla. La miraba sin poder creer.

– Eso es un orgasmo? – me preguntó.

– No tengo ni idea – le dije – ningún orgasmo es similar a otro. Puede serlo. No sé. Quieres comprobarlo? Acostate de nuevo.

Ya mucho mas relajada se dejo caer de espalda en la cama. Nuevamente me puse a horcajadas sobre sus piernas y volví a acariciarle el vientre y ahora se lo besé, pasándole la lengua desde el corpiño hasta el primer botón del cierre del pantalón. Se retorcía y apretaba fuertemente los labios. Bese sus pezones por sobre el corpiño y luego los busque con la lengua por debajo de este. Tenia unos pechos pequeños pero unos pezones que, erectos, eran inigualables. Le desprendí el corpiño y comencé a chuparle y morderle, cada vez con mas violencia, sus pechos. Ahí tuvo la segunda convulsión fuerte. (Vaya sorpresa para ambos!!! De creerse toda la vida anorgásmica paso a saberse multiorgásmica en cuestión de poco tiempo).

Se “desparramó” en la cama. Me recosté a su lado y me quede allí, acariciándole la cabeza. Cuando se recuperó, me besó largamente y luego recostó su cabeza sobre mi pecho. Tome su mano nuevamente y le volví a besar su palma. Con agrado sentí que su cuerpo se tensaba nuevamente. Le lleve la mano hacia mi pija que estaba al palo desde el principio. Ella me acarició por arriba del pantalón. Me baje el cierre y lo deje libre al fin. Ella lo acarició muy despacio y yo le empuje la cabeza hacia abajo, dándole una clara señal de lo que quería.
Comenzó con suaves besos en la base de mi pija y en mis bolas y poco a poco fue subiendo hasta llegar a la cabeza roja y turgente. Abrió un poquito su boca y me lo besó. Paso su lengua por toda la cabeza y sentí que su mano comenzaba a apretármelo casi al limite del dolor. Ahí fue cuando abrió bien la boca y se metió toda la pija adentro y me pego la mejor chupada que me hubieran hecho hasta ese momento. Casi se ahoga con la cantidad de leche que le largué en la boca, pero luego de recuperarse, siguió chapándola con una dulzura y un cuidado que me hizo volver a calentarme…

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