El lenguaje de la piel termina en sexo
📋 Lecturas: ️
⏰ Tiempo estimado de lectura: min.
Desde que tengo uso de razón mi vida ha estado marcada por una auténtica fascinación por las palabras. Supongo que algo tendrá que ver en ello, el que mi madre fuera profesora de literatura y una gran lectora. Recuerdo, que siendo muy pequeña, me gustaba trastear en su escritorio mientras ella estaba trabajando, ojear sus libros, ver los dibujos, imaginar que historia contaban esos trazos, que en aquel entonces no tenían ningún sentido para mí. Tal vez por eso, cuando apenas tenía unos dos años, mi madre empezó a enseñarme a leer: Comenzó por sentarme en su regazo y abriendo un libro frente a mí, me leía historias de Princesas encantadas y valientes príncipes que iban en su rescate a lomos de brillantes corceles. (Sé que no es una versión nada realista del mundo que había tras las puertas de mi hogar, pero han de admitir que es bonito soñar). Yo solo sé que a fuerza de oír su voz todos los días leyéndome, empecé a identificar los sonidos con aquello que había escrito en aquellas páginas.
Aquel fue el comienzo de una “obsesión” que se ha mantenido intacta hasta el día de hoy.
Conforme fui creciendo, hubo muchas cosas que cambiaron a mí alrededor, pero hubo algo que se mantuvo invariable: mi amor por los libros y las palabras. No recuerdo como fue, pero el descubrir que el mundo era una torre de Babel en el que cada país tenía una cultura, una religión, pero sobre todo un idioma que lo identificaba como tal, añadió un apéndice a ese amor ya enraizado en mi: El de conocer el idioma, la cultura y la literatura de cuanto más países mejor… Mi ansia de conocimientos siempre fue desmedida en ese sentido. Si bien hubo una pregunta que conforme iba ampliando mis estudios nunca he podido contestar: “¿Realmente hay un idioma con el que todos los pueblos podamos expresarnos?. ¿Hay un lenguaje que no entienda de países, religiones ó edades?.
Durante mucho tiempo creí que ambas preguntas no tenían respuesta posible. Sin embargo, la vida me ha demostrado que no se puede dar nada por sentado en este mundo. Y que cuando pensamos que no hay solución posible, sucede algo que nos hace ver lo equivocados que estábamos.
Algo que da nuevamente a tu vida un giro de ciento ochenta grados.
Tal vez por eso me he decidido ha comenzar un relato en el que por primera vez, la protagonista no sea un personaje de ficción, sino la escritora que les ha dado vida a durante todo este tiempo. Aunque una vez tomada la decisión, resulta paradójico que las ideas se agolpen en mi mente sin ningún orden ni concierto y yo no sea capaz de ordenarlas. Se piensa que los escritores somos domadores de la palabra y tendríamos que poder con ella. Pero hay cosas, que por mucho tiempo que pasen aún me siguen superando.
Sin embargo, antes de continuar, creo que lo más correcto sería presentarme, -más que nada por educación-; bueno, pues ahí va: mi nombre es… bueno, ahora que lo pienso creo que tal vez no tenga demasiada importancia; al fin y al cabo, no es algo que nosotros elijamos, sino que lo escogen por nosotros; incluso en ocasiones, antes de que vengamos a este mundo. En cuanto a mi profesión, como ya se habrán podido imaginar, es esta, la de ser vehículo para contar una historia que flota en el aire. La de alejar al lector de sus preocupaciones diarias en un viaje que le lleve lejos de la realidad. Sin embargo, hasta hace bien poco mi trabajo era otro; bueno, para ser sincera muchos otros. Al fin y al cabo, los que nos dedicamos a la literatura sabemos que vivir de nuestra pluma los 365 días de año no es nada fácil.
Aunque ahora que pienso en lo del nombre, si tuviera que elegir uno que realmente me definiera, supongo que sería Mediterráneo; ya que desde que vine al mundo, mi vida siempre ha girado alrededor de sus aguas y su luz. Pero supongo que me tendré que conformar con el que me pusieron en la pila bautismal: María Ángela, ahora con Marián bastará. Y el lugar en el que vine al mundo fue Valencia, ciudad del fuego, la luz, la música, cuna de las fallas y de la paella; sin embargo estos no dejan de ser tópicos que no definen por completo estas calles. Si hay alguna descripción posible para esta ciudad, sería la de esencia de lo Mediterráneo, el lugar al que siempre regresaré, mi punto de referencia. Por que extrañamente, desde niña, pese a que amo a este lugar con locura, nunca me he sentido arraigada en él. No sé como explicarlo, pero se podría decir que sentía como si al caminar por ella, no pudiera sentir el suelo bajo mis pies, como si lo hiciera sobre nubes. Seguramente por eso, el destino me ha ofrecido la oportunidad de conseguir aquello que siempre había deseado: Un puesto como redactora en una revista femenina en roma, y la oportunidad de comenzar una nueva vida siendo la mujer que siempre había deseado ser.
Razones para rechazar la oferta había miles, no millones; (de hecho, durante un tiempo dejé la idea aparcada en un rincón, porque aquellos argumentos pesaban mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir). Sin embargo, he llegado un punto en que he tenido que sopesar si realmente merecía la pena seguir huyendo de lo que realmente deseo: Vamos a ver, sé que no hablo ni una palabra de italiano y que eso dificultará mucho mi existencia en mi nuevo hogar, pero por mucho que me digan, yo no lo veo como un impedimento, sino como un reto que me servirá para ponerme de nuevo a prueba. Una vez, descartado el problema del idioma, las nubes comenzaron a disiparse en el horizonte. Tanto es así que ni tan si quiera me importaba tener a mi familia repitiéndome constantemente:“ No estás hecha para vivir la vida del emigrante“; cosa que dudo, porque ellos nunca se han tomado la molestia de conocer a la persona en la que me he convertido, así que no veo porque tienen que emitir juicios de valor sobre algo que desconocen. O el eterno “piénsalo bien, tu padre te necesita“, – aunque ahora que lo dicen, ese era otro motivo a tener en cuenta para largarme; poner espacio entre mi y mi progenitor; quizás es lo que ambos necesitamos para volver de nuevo a la vida-. No me entiendan mal, lo quiero mucho, pero a veces es muy difícil ser hija única y vivir sola con un hombre que ha perdido al gran amor de su vida. Además, tengo el aliciente de que mi amiga Anna y su esposo viven en Roma, por lo que serían un buen punto de apoyo; sobre todo en los primeros tiempos. Y como seguir enumerando todos los pros y contras se puede hacer eterno, simplemente diré que soy plenamente consciente de todos y cada uno de ellos y que pese a ello no pienso darme por vencida a la primera de cambio. Por lo que la idea resulta cada vez más seductora…, haciendo que por primera vez me sienta segura de que no voy a desistir hasta haber alcanzado mi objetivo.
En cierta manera es como volver a reinventarme: Un nuevo país, un nuevo trabajo, un nuevo hogar, nuevos amigos, así tal vez la mujer que fui hasta ese momento muriese y como el ave fénix, una nueva renaciese de entre sus cenizas. Supongo que se me pasó por la cabeza la idea de que si era capaz de “estrena una nueva vida” , quizás los errores, miedos e inseguridades que me había marcado desde niña se quedarían enterrados en el pasado y podría comenzar de nuevo con energías renovadas.
No obstante, creo que antes de hablar de hablar de mi presente debería echar un vistazo a lo que ha sido mi pasado, ver como fue mi vida hasta llegar aquí y lo que me llevó al punto en que estoy en este momento:
Como ya he dicho antes, nací en Valencia. En cuanto a mi familia, se podría decir que era un clan de “bohemios”, -lo entrecomillo por que no todos mis parientes tienen inclinaciones artísticas, pero a estos últimos los obviaré por razones evidentes, ya que los que realmente influyeron en mi vida fueron los primeros-. De ellos, mis padres estarían a la cabeza de la lista, sobre todo por lo que a mi madre se refiere; su inteligencia, su cultura y su forma de comportarse siempre marcaron mi vida. Aunque lo cierto es que en algunos aspectos no me lo han puesto demasiado fácil… ¡¡No me entiendan mal!!, los adoro y a su manera fueron unos padres geniales, sin embargo habían puesto el listón tan alto que no me veía capaz de superarlo. Imagínense lo que es crecer en una casa que es el vivo ejemplo de lo que puede pasar si encuentras a tu alma gemela, a la persona con la que estás destinado a estar… Eso te pone muy “nerviosa” a la hora de comenzar a buscar pareja. Ahora bien, una puntualización para aquellos que piensen que hay una edad para enamorarse: mis padres se conocieron cuando habían cumplido los 35 y se casaron apenas un par de años después; cuando todo el mundo se había dado por vencido y les preparaban una vida de solteros al cuidado de sus mayores.
Respecto a mí…
Huelga decir que no empezaré desde el principio de los tiempos, creo que es obvio que la mía fue una infancia feliz, como la de muchos otros niños de este mundo; no veo que haya nada de especial en ello. Acaso lo más destacado de aquella época era que ya entonces tenía claro que mi destino era ser escritora. Incluso antes de saber lo que esa palabra significaba. Para ser honestos, hasta más o menos los veinte, tuve claro como sería mi futuro y el tipo de vida que vida me esperaba; ni tan si quiera me lo plantee, es más lo daba por sentado. Sabía los pasos que tenía que dar para alcanzar todos y cada uno de las metas que me había propuesto y lo más importante, estaba dispuesta a hacer lo que fuese para conseguirlo. Tal vez eso era lo que me hacía destacar sobre las demás chicas de mi edad: Cuando ellas ni tan si quiera sabían que harían la próxima semana, yo tenía mi vida planeada a muy largo plazo. Sin embargo, ahora que lo pienso, creo que todo lo que me sucedió, fue una jugada del destino para enseñarme que la arrogancia, en dosis excesivas no es buena. En la vida se necesitan ciertas dosis de humildad para aceptar los golpes que te van dando por el camino. Y yo, no la tenía, por lo que evidentemente caí derrotada. Miedo y sensación de no poder encontrar el camino empezaron a ser mis compañeros de viaje. En pocas palabras, en algún punto entre el examen de fin de carrera y la entrega de diplomas, me perdí. Pero fue un extravió en el sentido más amplio de la palabra que te puedas imaginar.
¿Una causa, un motivo para sentirme tan desorientada?. Me sería imposible ponerle un nombre ó dar solo una; posiblemente lo más importante sería que tenía miedo, -al fin y al cabo, nunca he negado mi naturaleza cobarde y asustadiza-. Pero en este caso, no sería un simple y llano temor, ni tan si quiera me bastaría con la acepción del diccionario de la real academia de la lengua española; si no que lo mío era algo mucho más basto y tal vez más complicado de explicar. Sin embargo, ahora que veo mi historia reflejada en estas páginas, no deja de sonarme a excusa; y lo peor de todo, de las baratas.
Buscar un termino que describa lo que me sucedió no es sencillo, técnicamente podría ser depresión, ó inmadurez o las dos cosas juntas. Ahora, no creo que solo sea ese la verdadera raíz del problema. Posiblemente tengamos que buscar la raíz de todo ello en el hecho de que soy hija única. Vamos a ver, sé que en este momento muchos se estarán echando las manos a la cabeza y que habrá miles a los que no les haya afectado de la misma forma; pero ese no es mi caso. Me explico: Es cierto que siempre quise tener un hermano, – como cualquier otro niño en mi caso-, y que soy totalmente contraria a la idea de un solo retoño, sin embargo nunca se lo he echado en cara a mis padres. Posiblemente en una de mis rabietas infantiles, no lo niego, pero de adulta, no, nunca lo hice. Cuando creces de esta forma, te falta un referente, alguien del que tomar ejemplo, piensas que los demás tienen razón y si no tienes un carácter fuerte acabas dejándote influenciar por cualquiera. Al menos a mi me paso. Desde siempre he intentado cumplir con las expectativas que todo el mundo tenía sobre mí: Mis padres, mis familiares, mis amigas, pero sobre todo yo misma; – al fin y al cabo uno siempre es su peor juez-. Eso, cuando lo haces constantemente acaba convirtiéndose en un mal hábito del que no sabes como salir.
Esa si que creo que sea el verdadero origen de mi problema.
Pero cuando te pasas la vida intentando ser la mejor de las hijas, la mejor alumna, la mejor de las amigas, acabas agotada. Nadie puede ser perfecto 24 horas al día, y menos yo. Supongo que ahí estaba la verdadera dificultad: Me daba tanto miedo defraudar a los que realmente me importaban mostrándome tal y como yo era, que fui incapaz de ser yo misma durante siete años y acabé viviendo de cara a la galería; lo que me hizo sentir tan vacía y tan agotada, que apenas tenía fuerzas para moverme.
Lo que no tuve en cuenta es que cada momento es irrepetible y que cuando pasa, por mucho que lo intentes, no puedes volver a repetirlo; y si intentas vivirlo a destiempo, acabas quemándote. Dicho así sé que puede sonar a jeroglífico chino, pero creo que lo entenderán perfectamente cuando aclare unas cuantas cosas: Tuve los primeros síntomas de la depresión con apenas quince años, en plena adolescencia; haciendo que mi ritmo de crecimiento se viera, cuanto menos, alterado. Sé supone que esa es la etapa más conflictiva, en la que te cuestionas todo, la que intentas encontrar tu lugar en el mundo. Durante aquel precioso tiempo, yo simplemente me encerré en mi dormitorio convirtiéndome en una mínima expresión de mi misma. Pero por suerte, la vida me fue dando una serie de tortazos que me ayudaron a reaccionar y a darme cuenta de que debía salir del pozo a toda costa.
Creo que no todo el mundo estará de acuerdo conmigo en opinar que de todos ellos, si pongo a la cabeza de la lista la muerte de mi madre como el golpe más duro que la vida pudo darme.
Desde niña, mi madre había sido mi valuarte, la persona que realmente más me atendía y me apoyaba, (aunque no me entendiera en absoluto). Y como cualquier hijo, pensaba que siempre estaría ahí, que nunca se marcharía. Nunca me imaginé que podía perderla en apenas tres horas por culpa de un ataque al corazón. Se quedaron tantas cosas en el tintero. Me hubiera gustado decirle tantas cosas. No puedo olvidar que apenas quince días antes habíamos celebrado su 65 cumpleaños, y todos los planes que ella y mi padre habían hecho para disfrutar de su recién estrenada jubilación. Todo eso se fue al garete de la mañana a la noche.
Aquello fue un golpe muy duro para mí del que muchos pensaron que no me recuperaría, pero sin embargo, no se como, logre sacar de él unas cuantas lecciones: Para empezar, me hizo darme cuenta que la vida es muy corta; que como dice el refrán “solo son dos días” y que si no disfrutas plenamente de cada minuto, como si fuera el último, es casi un sacrilegio. Con ese nuevo convencimiento hice el corazón fuerte y comencé a dar los primeros pasos para recuperarme. Pero como a cualquier preso que han tenido incomunicado durante mucho tiempo, la luz del sol me cegó y durante un momento fui incapaz de ver nada. Ahora, poco a poco, con paciencia, comencé a parpadear, y a encontrar soluciones para todos y cada uno de mis problemas; me pareció que era lo mejor que podía hacer en memoria de ella. Al fin y al cabo mi madre había sido la que más había lidiado conmigo para que reaccionara, para que viviera de nuevo, sin ningún resultado por otra parte. Creo que se lo debía. Tal vez así, si me estaba viendo desde alguna parte, su espíritu podría descansar finalmente en paz.
También tengo que admitir que mi pobre madre debió de hacer horas extras allá arriba para que saliera indemne de tantas tonterías que cometí y dije. Pero pónganse en mi lugar, era una adolescente de veintiséis años que querría comerse la vida a bocados. Durante un tiempo ande pasada de rosca, lo reconozco, – de ello, el que peor parte se llevó fue mi padre, que se vio obligado a lidiar conmigo y mis enfrentamientos constantes con mi familia por lo que ellos denominaban un “supuesto abandono de mis funciones de ama de casa”-, pero me sirvió de mucho. Aprendí que tenía los límites mucho más elásticos de lo que pensaba. Aun así, me puedo considerar afortunada, por que en plena “locura” mis pasos se fueron encaminando milagrosamente hacia una vía en la que realmente me sentía bien, realizaba. Y llegados a este punto, creo que lo mejor sería hacer una mención especial a todas aquellas personas que se cruzaron en mi vida y que me ayudaron a establecer definitivamente el rumbo; como Anna, la bella editora italiana que me ha dado la oportunidad de mi vida.
Pero creo que antes de hablar de ella, debería por lo menos dedicarle unas líneas a mis amigas, tanto a las de toda la vida como a los nuevos; a las primeras por haber estado allí en mis peores momentos, en aquellos que no creí que sobreviviera, y a las segundas por haber abierto ventanas que me mostraban nuevos paisajes, lugares que nunca había visto. Sin los primeros no se entiende mi pasado, sin los últimos, se entiende mi presente y el cambio que ha dado mi vida.
En estas páginas quiero dar especialmente las gracias a dos personas, que a parte de mis padres, lo han significado todo durante muchos años. No sé dónde oí que a quien Dios no le da hermanos, el diablo le da; no me acuerdo como sigue, pero bueno, no importa lo que quiero decir es que aunque no tuve gente de mi sangre junto a la que crecer, si que tuve buenas amigas. Creo que nada más con eso me puedo considerar afortunada. Junto a ellas crecí y me formé, en cierta manera opino que les debo la persona que soy hoy en día. Y ahora que me marcho, su amistad es un valuarte que me llevaré allá donde vaya.
Sé que no les va a gustar que hable de ellas y que no quieren ver su nombre reflejado en estás paginas, pero es igual, aunque se enfaden, no me pienso arrepentir: Alba y Marta, gracias por ser mis amigas, por quererme y por soportarme durante todo este tiempo.
Uno de los motivos que me ha impulsado a hablar sobre todas estas personas, es porque están ligadas a Valencia, a la ciudad que me vio nacer y forma parte de mi historia. Quiero rendirles tributo, que sepan lo mucho que me importa, ya que siento que tal vez no les he dado todo lo que debiera; que en cierta forma no han conocido todo de mí… ¡¡¡Dios, ¿porque me he de sentir tan culpable?!!!… No sé, me duele tanto dejarlos.
Pero de toda la gente que ha pasado por mi vida, hay una persona que está a medio camino entre ambos mundos: Forma parte de mi pasado, de aquello que me liga a Valencia; y también forma parte de mi futuro, de la nueva vida que me espera en Italia. Indudablemente me estoy refiriendo a Anna, mi bella editora romana. Sin embargo la nuestra no es una relación solamente laboral, sino que además es una de mis mejores amigas y en cierta manera, la culpable de que iniciara mi carrera de escritora con energías renovadas.
Aunque pensándolo bien, la tres están unidas de una forma, yo diría bastante curiosa. Ya que de no haber sido Marta una de mis mejores amigas y la que más me había insistido en que fuéramos a esa fiesta; tal vez nunca la hubiera conocido y mi vida no estaría a punto de dar este cambio. Me explico: Anna es prima de Paula, una antigua compañera del colegio de Marta y buena amiga suya, y por ende también mía. Y si bien antes de conocerla había oído hablar de ella durante mucho tiempo, no fue hasta el año pasado cuando me la presentaron; durante aquella celebración a la que fui casi por casualidad, (y de bastante mala gana, -todo hay que decirlo-). Pero no me arrepiento de haberlo hecho…
Recuerdo que cuando me propusieron que asistiera, me negué en redondo desde un principio, pero como ellas me conocían lo suficientemente bien, habían aprendido a no hacerme ni puñetero caso.- He de decir en su descargo, que aguantarme cuando me pongo en plan depresiva-cabezota, es casi una tarea de titanes: -. Así que simplemente, el día en cuestión se plantaron en mi casa con sus mejores galas y no se menearon de allí hasta que salí del cuarto de baño arreglada para ir a la fiesta; -cosa que hoy les agradezco desde lo más profundo de mi corazón-, pues de no haber sido así, tal vez mi vida seguiría siendo el mismo pozo negro y oscuro en el que me había sumido.
Paula se había comprado un estudio en un edificio de nueva construcción camino del palacio de congresos; un lugar “ no demasiado grande“, pero muy acogedor; al menos así nos lo había vendido cuando nos invitó a la fiesta “pequeña e intima“ que iba a celebrar para inaugurarlo. Si bien, al llegar aquella tarde contamos que había más de 50 invitados en una casa que no debía de superar los 60 metros. La mayoría de ellos era conocidos, pero había muchos que no me sonaban; entre ellos, Anna. Me acuerdo que cuando entré, lo primero que logré vislumbrar entre la marabunta de gente fue a ella, que permanecía al fondo, como escondida. Llevaba un traje de chaqueta negro que contrastaba con su flamante cabellera rojiza y unos ojos color miel tremendamente cálidos. Eso me llamó poderosamente la atención, pero aún así no dejó de ser un hecho anecdótico. Hasta que minutos después, su prima y ella se acercaron a mí sonriendo:
– Marián, ven quiero presentarte a una persona – Y señalando a Anna con una sonrisa, agregó: – Creo que no conoces a mi prima.
– No, la verdad es que no tengo el placer.
– Bueno, pues os presentaré. Creo que podéis llegar a ser muy buenas amigas,… siempre he pensado que teníais muchas cosas en común… Anna, esta es Marián, la escritora de la que te hablé… Marián esta es mi prima favorita, Anna. – Agregó mirándola con una irónica sonrisa.
– Encantada. -Dije mientras nos dábamos los dos besos protocolarios. Y acto seguido, añadí intentado quitarle hierro al asunto: – No le hagas demasiado caso a tu prima, a veces exagera. Ella solo me ve con los ojos de la amistad, y eso, a veces no son demasiado imparciales.
– Pero si los de una escritora amateur como tu, que ha leído toda tu obra. – Afirmó mientras me miraba directamente a los ojos. – Esos si que son imparciales.
Eso me dejó descolocada. Supongo que no esperaba una salida como esa. Hasta el momento, las únicas personas que habían leído lo poco que había escrito eran: Alba, Marta, Paula y alguna profesora de literatura. A todas les había gustado, es más, me habían alentado a seguir adelante, a continuar escribiendo, aunque por mucho que se lo agradeciera y lo intentara una y otra vez, no sé que pasaba, pero en algún punto a medio camino, siempre acababa desinflándome. Nunca lograba terminar algo de lo que me sintiera orgullosa. Todos pasaban a ser un cúmulo de folios metidos en carpetas que guardaba al fondo de uno de los cajones del escritorio… No sé, era demasiado complicado. Me temo que como siempre, me había dado por vencida antes de ni tan si quiera iniciar la batalla.
Desde que la conocí, siempre he pensado que Paula es como una especie de hada, un ser etéreo que atiende las necesidades de aquellos que la rodean, sin que apenas se note su presencia, sin que apenas sea visible a nuestros ojos. Y me mantengo en ello. Aquella noche, no sé como se las ingenió, pero desapareció como por arte de magia, dejándonos a solas en lo que parecía la zona más tranquila de la casa.
Extrañamente, cuando me quedé a solas con ella sentí un súbito nudo en el estómago que me pilló por sorpresa y que me costó bastante… ¿identificar?… No sé si esa sería la palabra. Admito que era insólito en mí, -sobre todo cuando tuve claro que era lo que me pasaba-, porque nunca antes me había sentido intimidada por una mujer. Puede que tuviera algo que ver el que mi auto-estima estaba en la cuerda floja desde hacía bastante tiempo, por lo que no era capaz de verla como una persona en si, sino como un espejo en el que se veían reflejados mis fracasos. Ella personificaba todo lo que había ambicionado en aquella primera adolescencia y no había conseguido: Un marido arquitecto, un trabajo en el mundo editorial por el que hubiera matado, un físico de espanto que hacía a los hombres que se giraran solo para contemplarla. Ahora, pasado ese mal trago y con cierto regusto amargo en los labios, me di cuenta de lo equivocada que estaba: Anna era una mujer dulce e inteligente, capaz de escuchar, y saber comprender; una persona que muy fácilmente se podía convertir en mi amiga. Es más, vi que había fundamentos más que sólidos para fundar una afecto, cuanto menos, diferente.
A partir de entonces, comenzamos a construir los cimientos de una amistad que para mí fue toda una novedad. Hasta ese momento no había conocido a nadie que escribiera o que estuviera relacionado con el mundo de la literatura, – es cierto que Anna era escritora amateur como yo, pero además de ello trabajaba en una de las mejores editoriales Italianas-; así que era agradable tener por fin a alguien como ella en mí vida. Eso me dio nuevas fuerzas, energías renovadas, y de pronto, fui consciente de que había vuelto a escribir a un ritmo que ni yo misma conocía… Logró que por primera vez terminara algo de lo que me sintiera realmente orgullosa…
Lo que nunca me imaginé, fue lo que sucedió a partir de entonces:
Como es natural, Anna regresó a su país poco después de aquella fiesta, (solo estaba aquí para asistir a una boda), así que seguimos en contacto a través de Internet, teléfono ó incluso vía carta. Sin embargo no era fácil… A veces el stress de la vida diaria, nos tenía tan ocupadas, que cuando llegaba la noche, ni tan si quiera teníamos fuerzas para encender el ordenador y concertarnos; aún así conseguimos no perder el contacto. Por lo que si no tenía noticias de ellas durante algún tiempo, no me preocupaba, sabía que entre su marido y el trabajo estaba muy atareada. Pero de pronto, un día cambió todo: Una mañana al abrir el buzón saqué una carta muy extraña. Al principio ni tan si quiera me fijé en el remite, simplemente vi que era de Italia, por lo que supuse que ella me la había enviado, -ya que no conocía a nadie más allí-, así que me la guardé en el bolso y me fui corriendo a clase, ya que para variar, llegaba tarde.
La carta estuvo todo el día allí, entre las paginas del último libro de Isabel Allende que estaba leyendo y ni tan si quiera sentí la más mínima curiosidad por leerla. Pensé que ya tendría tiempo. Solo cuando llegué a casa y comencé a sacar las cosas del día, me percaté de que aquel sobre no era de los que solía enviar mi amiga, sino que tenía el membrete de una empresa que no conocía, con sede en Roma. Eso me puso los pelos de punta.
Antes de continuar, creo que debo hacer un pequeño inciso para aclarar mi reacción. Como un mes antes de recibir esa carta, me encontré con Anna en el messenger, como en tantas otras ocasiones; no hubo nada de extraño en ello. Aunque recuerdo que aquella ocasión me hizo una ilusión especial, porque tenía ganas de hablar y ella era una de las personas que mejor sabía en el punto en el que me encontraba en ese momento. No sé, ni tan si quiera me acuerdo que hablamos, pero en un punto de la conversación, le pedí información sobre Roma; tenía una idea para escribir una novela histórica y necesitaba información sobre el periodo clásico. Ella estuvo muy amable, me habló de una serie de libros, me dijo donde podría encontrarlos y yo se lo agradecí. Hasta ahí, todo normal. Poco después recuerdo que hice un comentario sobre la ciudad, sobre su historia y lo bonita que debía ser, a lo que ella me contestó: “Eso lo descubrirás cuando vengas a verla”, ó algo parecido, no me acuerdo muy bien. Si que recuerdo, que cuando quise profundizar en el tema, se negó a hablar de ello, me dio a entender que ya me enteraría y ahí se quedó la cosa.
Después de aquella oportunidad nos seguimos encontrando en Internet, e incluso recibí un par de cartas suyas, pero nada más. No volvimos a hacer referencia al tema y yo acabé olvidándolo. Sin embargo, cuando tuve esa carta frente a mí, lo vi todo claro. No sé cuanto tiempo estuve sentada en mi escritorio, con el sobre frente a mí, mirándolo, pero sin ni tan si quiera tocarlo. Estaba segura que si lo abría, si conocía su contenido, mi vida daría un giro de 180 grados y por primera vez, dude de sí realmente estaba demasiado dispuesta a hacerlo. Había habido tanto movimiento en los últimos tiempos, que estaba un poco mareada y comenzaba a desear solo un poco de paz. Pero por lo visto estaba escrito en mi destino que el mío era un camino sin tiempo para el descanso.
Mi padre llegó como una hora después que yo y cuando me vio así, se asustó, no comprendía porque no abría la carta; así que al final acabó abriéndola él y leyéndola. Por lo que el pobre hombre pudo entender, era una propuesta en toda regla de una editorial para publicar uno de mis manuscritos que supuestamente yo les había enviado. Eso me aturdió. Hasta ese momento, las únicas personas que tenían lo poco que había logrado terminar pertenecían a mí circulo más intimo y estaba casi segura de que no había salido de allí. Entonces mi padre dijo: “La carta viene de Italia, ¿No tienes una amiga que vive en Roma?”. Aquello hizo que automáticamente se me encendiera la luz y comprendiera muchas cosas. Una de ellas, porque Anna estaba tan misteriosa en los últimos tiempos. Lo que sucedió a partir de ese momento fue una autentica locura…
Intenté ponerme en contacto con Anna pero estaba fuera de cobertura. Por lo visto había tenido que salir en el último minuto en un viaje de negocios y tardaría en regresar. Esperar a que ella volviera, era imposible; antes me daba un ataque que estar con los brazos cruzados; así que comencé a hacer averiguaciones por mi cuenta:
El primer paso fue recabar información sobre la editorial. Sabía que no era en la que trabajaba Anna, – muchas de las cartas que le había enviado, habían sido a su oficina-, así que tuve que ponerme a investigar para saber que tal era la empresa. Por suerte, Paula era profesora de italiano y varias compañeras del colegio hablaban el idioma con fluidez; por lo que me pudieron corroborar dos datos sumamente importantes: Que existía y el más importante, que era una de las mejores del mundillo literario. Eso me dio cierta tranquilidad. El segundo, fue ponerme en contacto con ellos, cosa que por cierto, me costó bastante. Durante días, estuve sentada delante del teléfono dudando en si debía llamar ó no, pocas veces en mi vida había estado tan asustada como en este momento. Y no sé que era peor, sentir el terror paralizando todo mi cuerpo ó la rabia por notarlo. Se suponía que con los avances que había hecho en los últimos tiempos, no tenía porque volver a quedarme sin poder moverme. Pero por lo visto estaba equivocada. No pude superarlo. Estaba tan petrificada, que tuvo que venir Anna y montarme en un avión, para dar el paso definitivo.
La visita a las oficinas de la editorial, fue toda una aventura; no tan solo por lo que significaba el viaje en si, sino también por la ciudad que me recibía. Nunca antes había estado en Roma, pero desde el mismo momento en que se abrieron las puertas cristalinas del aeropuerto, tuve la sensación de que había vuelto a casa; de que finalmente estaba en el lugar que me correspondía; eso en parte ya era una compensación en sí misma. (Supongo que lo intentaba era parar el golpe por si no salía bien lo de la novela). Pero en el fondo, tenía el presentimiento de que no sería así.
Quedamos un viernes a eso de las diez de la mañana. Recuerdo que para esa cita me puse un traje de chaqueta negro que me había comprado el día anterior y una camisa de raso blanco. Me recogí el pelo en una cola de caballo bastante discreta y como únicos complementos los pendientes que llevaba a diario, mi cadena de oro con la cruz de la Victoria, y a última hora cogí el anillo de compromiso de mi madre. Creo que en cierta manera fue un gesto inconsciente, -ya que aunque siempre lo llevaba conmigo, no me lo ponía demasiado a menudo-, pero en aquel momento fue como si así sintiera que estaba más cerca de mí en uno de los momentos más importantes de mi vida.
Pero por suerte no estaba sola. Cuando bajé Ana me estaba esperando en el hall del hotel con su dulce sonrisa y su eterno pelo cobrizo:
– ¿No tenías que estar trabajando?. -Pregunté desconcertada. La noche anterior, habíamos quedado que en cuanto saliera, la llamaría con lo que fuera que hubiera sucedido durante la reunión.
– Efectivamente. Pero he pedido permiso a mi jefe para poder acompañarte.
– ¿Y que pensara si tus jefes te descubren visitando a la competencia?.
– Seguramente nada… Es cierto que hay muchas suspicacias y mucho miedo al espionaje dentro de este mundillo, pero aún así he logrado hacerme una reputación lo bastante sólida, como para que no se me ponga en duda si voy a visitar las oficinas de otra editorial con una amiga. – Afirmó al mismo tiempo que con la mano hacía un gesto fuerte y rotundo que daba por concluida la conversación.
La editorial tenía su sede en una enorme torre de oficinas que había a las afueras de la ciudad. Por suerte, al ir en el coche de Anna, llegamos a tiempo para la cita, ni antes ni después; si bien eso no sirvió de mucho, ya que de todas formas tuvimos que esperar en el hall durante unos veinte minutos más ó menos. Hasta que finalmente una secretaria de mediana edad salió a recogernos, guiándonos por una maraña de pasillos que apenas recuerdo, hasta una oficina situada al fondo de aquella misma planta. Una vez allí, la mujer desapareció para dejarnos a solas con un hombre de pelo claro y enorme sonrisa, que sentado tras una enorme mesa de roble nos recibió muy cortésmente. La conversación se desarrolló en una mezcla de español e italiano, y en la cual me comunicaron que no tan solo estaban muy interesados en publicar el manuscrito que les había enviado, si no que además tenían otros muchos proyectos para mí. Por lo que nos explicaron, su objetivo a corto plazo era abrir mercados a través de la nueva narrativa, y yo, era una de las personas por las que más fuerte pensaban apostar.
Aquello me dejó de piedra, sin palabras durante un buen rato. Siempre había deseado ganarme la vida como escritora, pero no pensaba que precisamente aquel, fuera un sueño que pudiera convertirse en realidad… Intentaba ser prudente, tomarme lo que me estaba pasando de la manera más realista posible. Pero era realmente muy difícil no ponerse a saltar allí mismo.
Me dijeron que se pondrían en contacto con mis abogados, -mejor dicho, los de Anna-, y que en tres días tendrían listo el contrato. Es más, mencionaron que mientras esperaba los gastos de mi estancia correrían por cuenta de la empresa. Ni tan si quiera me atreví a preguntar si eso era lo normal, pero en el fondo lo agradecí. Tres días, con todos los gastos pagados en una ciudad como Roma eran todo un regalo. Además, me vendrían muy bien para pensar. Necesitaba reflexionar muy seriamente sobre mi futuro, y hacerlo en Valencia hubiera sido imposible. En aquel momento me ataban demasiadas cosas a esa ciudad. Igualmente, desde que había muerto mi madre, no me había tenido la oportunidad de tener unas vacaciones en toda regla y la verdad es que ya estaba comenzando a necesitarlas urgentemente.
No obstante, una cosa es lo que piensas y otra muy distinta la que el destino tiene preparado para ti; y el mío, por lo visto tenía preparado una nueva jugada con la que no contaba:
Después de la reunión, Anna y yo comimos en un restaurante del centro a donde brindamos por mi recién estrenada carera de escritora; después, ella regresó a su oficina y yo, la verdad es que en un primer momento no supe que hacer. Se suponía que tenía tres días por delante única y exclusivamente para mí y no se me ocurría nada. Al final, me di cuenta de que no había porque decidir, sino que la ciudad lo había acabado haciendo por mí… Roma, dulce y acogedora, me arropo en su seno y poco a poco me fue descubriendo su sempiterna belleza.
Lo que se presumía que debía ser un corto trayecto de apenas cinco minutos, se convirtió en un paseo de horas. Ande por callejuelas empedradas a donde los edificios altos e enhiestos se erguían contando en sus fachadas la historia de una ciudad que había nacido para ser eterna. Me senté en fuentes de aguas cristalinas, mientras ante mis ojos transcurría la vida diaria de una ciudad que no me sonaba como extraña, sino que me traía ecos de un pasado tal vez demasiado lejano. Me maravillé ante obras de arte de una forma que nunca antes había hecho.
Uno de las paradas finales en mi trayecto fue una biblioteca; aunque no entré en él con la intención de curiosear entre sus obras, sino más bien por el edificio en sí. Me pareció un maravilloso palacio que debía encerrar miles de historias en sus paredes; es más, casi se podía ver a damas de otro tiempo, paseando por el patio o sentadas en uno de los bancos del roble del claustro. No fue hasta momentos después descubrí el uso que le habían dado en la actualidad: un punto de referencia para estudiantes y amantes de la literatura. Tal vez por eso paseé por sus salas oyendo repicar mis tacones en la quietud del estudio de una tarde estival, ojeé algunos libros con bastante interés, deseando que algún día uno que llevara mi nombre se alojara en aquellas estanterías, hasta que finalmente me detuve en una.
Si alguien me preguntara porque cogí aquel libro, tendría que decir que no lo sé. Creo que como un niño, me llamaron la atención los dibujos dorados del lomo y el brillante cuero rojo en el que estaba encuadernado. Recuerdo que lo saqué del estante y reclinándome en una columna, comencé a ojearlo con ávido interés, pensando en que visto que tendría que regresar a Italia con bastante frecuencia, no sería demasiada mala idea apuntarme a un curso de italiano cuando regresara a Valencia; pero aquellas ideas pronto fueron desterradas de mi mente, dejando solo espacio para aquellas páginas que tenía entre manos.
Aunque no hablara ni leyera el italiano, ambos idiomas tiene cierta similitud, por lo que con un poco de esfuerzo, pude ver que trataba; y si tenía alguna duda, las ilustraciones era bastante explicitas. Si bien no quedaba muy claro la identidad del autor, era evidente que aquel libro era una especie de manual para el buen amante; vamos, una especie de Kamas-Utra del renacimiento. Pero lo que más me impactó no fue eso, sino el poder que parecía tener sobre mí; sentía como si algo me impulsase a seguir leyendo esas páginas.
Hasta ese momento, mi idea de la literatura se circunscribía por lo menos a otros géneros; ¡vamos a ver!, no era tonta, sabía que la literatura erótica había existido desde el principio de los tiempos, pero no sé porque nunca me había sentido tentada por investigar ese tema. (También es cierto que en aquella época tenía la misma sensualidad que un calamar); y que tal vez era precisamente eso lo que me subyago más de aquella obra: Que me mostraba lo que me había estado perdiendo durante los últimos tiempos.
Estaba tan absorta en la lectura del libro que apenas me di cuenta que una persona se me había acercado por detrás hasta que oí una voz de hombre susurrándome al oído:
– Se dice que ese libro lo escribió Casanova.
¡Dios, que susto me llevé!. Aunque creo que esa no era la palabra correcta; fue como cuando eres pequeña y tu madre te pillaba comiendo chucherías entre horas. Pero lo cierto es que cuando me di la vuelta y descubrí el poseedor de esa voz tan sensual, fue como si me catapultaran al séptimo cielo en una milésima de segundo: un metro ochenta y cinco, pelo negro azabache, ojos azul cielo, y un rostro tallado que parecía tallado por el mismísimo Miguel Ángel:
– Perdón, ¿qué decía?. – Le pregunté intentando infructuosamente que mis labios se mantuvieran en una sonrisa seductora; pero es evidente, que cuando no se sabe, no hay mucho que hacer.
– El libro que tienes entre las manos, no está documentado, pero la leyenda dice que lo escribió Casanova.
Aunque hablaba bastante bien el español, tenía un fuerte acento italiano que le hacía mucho más atractivo si es que era humanamente posible.
– Creía que el diario de Casanova era solo un mito. – Atajé sin dejarlo terminar de hablar.
– Y es así, nunca ha habido constancia de él. – Pero hace unos años se encontró este libro. Lo tenía un anticuario de Paris y aunque no está firmado, por la época y por la manera de escribir mucha gente cree que su autor fue Casanova ; que aparte de dejar por escrito sus aventuras amorosas, quiso escribir una especie.
– De manual del buen amante. – Terminé de decir yo, como si hubiera podido leerle la mente. Lo que en cierta manera debió de pillarle por sorpresa, porque me miró con una expresión entre divertida y recelosa, y antes de que pudiera tener tiempo para reaccionar, o para puntualizar algo más acerca del libro, acerqué mi rostro al suyo para besarlo en los labios.
No sé porque lo hice. Bueno, para ser honesta, si lo sé: no pude ni quise resistirme a la tentación de aquellos labios carnosos con sabor a fresa. Es más, solo pretendía eso, probarlos. Pero en cuanto entraron en contacto, fue una locura, de pronto sentí como si nuestros cuerpos pudiesen inflamarse espontáneamente, envolviéndonos en una hoguera de fuego y deseo.
Perdida en el hechizo de sus labios, ni tan si quiera me percaté que el libro cayo involuntariamente de mis manos, con un ruido quieto y sordo perturbando la quietud de la sala. Aquello nos hizo volver del “limbo” a la dura realidad de un solo plumazo. Recuerdo que cuando abrí los ojos pensaba que todo el mundo a nuestro alrededor estaba observarnos. Nunca antes me había sentido tan sofocada. Pero por lo visto, él tenía la situación mucho más controlada que yo, porque después de aquello, ni tan si quiera se inmutó. Recogió el libro del suelo, lo puso sobre el estante, me besó en los labios y amarrándome de la mano me sacó de allí como si de su”novia formal” se tratase. ¿Destino?, ni lo sabía ni me importaba.
El último piso del palacio había sido acondicionado como almacén, taller de restauración y oficinas para los empleados de la fundación; pero las dos últimas partes eran de acceso restringido, así que acabamos buscando un lugar en el que no pudiéramos ser descubiertos entre la maraña de pasillos que formaban las estanterías a donde se apilaban, libros, litografías y diversas obras de artes a la espera de una futura exposición. Allí se paró y rodeándome con sus brazos me volvió a besar de nuevo.
Aquellos besos no tenían nada que ver con el recuerdo que tenía de los que furtivamente me robaba mi primo en el hueco de la escalera de casa de sus padres, ni tampoco nada de lo que sucedió después: Para empezar, por mucho que quiera a mi pariente, ese maravilloso desconocido parecía saber más sobre la anatomía femenina que él; aparte de que era mucho más atractivo que él. Aunque he de admitir que no todo estaba en el físico, ¿o tal vez lo estaba mitificando por el simple hecho de que lo acababa de conocer?. No sé, todo es posible.
Yo nunca antes había hecho algo semejante, -es más siempre fui de una moral un tanto puritana-, por lo que esa manera de comportarme era algo totalmente nuevo, que despertaba en mis sentimientos encontrados: por una parte me sentía cómoda, dispuesta a llegar hasta el final, pero por otra había miles de reticencias, de puntos que me hacían alejarme ¿pero, a quien no le pasaría lo mismo?. Sin embargo él, con cada nuevo beso, con cada nueva caricia sobre mi piel, sobre mi cabello las fue destruyendo una por una las nubes negras, hasta conseguir que mi mundo se circunscribiera única y exclusivamente a ese almacén.
Sus labios, besaban los míos con una dulzura exquisita, mientras su lengua se movía por dentro de mi boca con una paciencia infinita, componiendo pequeñas piezas que junto a nuestros gemidos era lo único que podía oírse en aquella sala. Pero lo que al principio era ternura, en minutos se convirtió en pasión, y poco tiempo después se trocó en una lucha fraticida por ver quien conquistaba antes el cuerpo del contrario. Recuerdo sentir sus manos bajo el raso de mi falda, explorando la cara interna de mis muslos, subiendo hasta mis bragas, metiéndose furtivamente dentro de ellas, mientras a la espalda, el lomo de lo que parecía una antigua enciclopedia aludía al lugar en que nos hallábamos. Ahora, no era fácil hallar un punto de apoyo entre tanto libros, trastabillamos un poco, y nos hicimos unos cuantos moratones, hasta que finalmente topamos con el lugar ideal en una de las esquinas al fondo del almacén.
Fue allí donde él volvió a meter las manos bajo mi falda, hizo a un lado el tanga y pasó un dedo por mi húmedo sexo mientras me musitaba al oído:
– ¡Uuuhmmm!. Esté justo en su punto perfecto. Tal y como a mí me gusta.
– Me alegro, porque yo también veo algo grande que me gusta no demasiado lejos de aquí. – Apunté mientras palpaba su pené, que comenzaba a endurecerse con cada nuevo roce de mi cuerpo, luchando por buscar una salida del vaquero.
– Y seguro que puedes hacer que se ponga aún más grande y duro.
– Eso aun no lo sabemos, pero si no lo intentamos no lo podremos saber. – Argüí mientras descendía hasta que mi rostro quedó a la altura de su cintura.
Hasta entonces, se podía decir que mis conocimientos de anatomía masculina se circunscribían al entorno de las películas porno y lo poco que había podido atisbar en los encuentros ocasionales con mi primo. Por lo que se podía decir que no tenía demasiada idea de lo que estaba haciendo; sin embargo pensaba que haciendo caso de mi instinto todo saldría bien y podría disfrutarlo a conciencia. Uno a uno abrí los botones del vaquero hasta que llegué al final y su miembro salió disparado casi directamente a mi boca… Era enorme, o al menos me lo pareció; desde luego fue toda una sorpresa. Posiblemente por eso mi confianza en mi instinto falló y sentí un poco de aprensión por lo que estaba a punto de hacer. Por fortuna, apenas duró un instante. Tras esos primeros momentos de duda logré superarlo y concentrarme en él.
Recuerdo que le acerqué un dedo, pasándolo desde la punta hasta el glande y en sentido contrario; como si quisiera cerciorarme de su longitud, para acto seguido comprobaba su grosor envolviéndolo con toda mi mano y realizando de nuevo el mismo camino; lo que hizo que él comenzara a lanzar gemidos involuntarios de puro placer. Aquello me hizo levantar la vista divertida, observando la expresión de su rostro cada vez que pasaba la mano por su miembro, oyendo sus suspiros y como su cuerpo se contraía con cada uno de mis gestos. Aquello, creo que en cierta manera me envalentonó, me hizo sentir que podía probarlo todo. Me parece que estaba tan absorta en la situación, disfrutando del frenesí, de esa creciente sensación de éxtasis, que ni tan si quiera me di cuenta que había rodeado su poya con mis labios y la había introducido en mi boca, degustándola tranquilamente, a placer. Regocijándome con cada lametón, con cada nuevo mordisco, con cada nuevo beso; como si de un nuevo sabor de helado se tratase, listo para mi exclusivo consumo.
De pronto me alzó del suelo y levantando mi pierna izquierda me introdujo su miembro en mi sexo, haciendo que con cada acometida nuestros cuerpos se movieran con tanta violencia, que tuve que rodear su cuello con mis brazos, buscando un punto de apoyo en medio de la tormenta que acababa de estallar en mi interior. Mi sexo estaba ya húmedo de expectación mucho antes de que él me penetrara, pero con cada nueva embestida, con cada nuevo roce de sus dedos en la cara interna de mis muslos, sobre mi clítoris, subía más allá de cualquier límite conocido. ¿Orgasmo?, en aquella época no tenía ni idea de lo que era eso, pero las sensaciones fueron tan increchendo que llegué a un grado en el que era como si un castillo de fuegos artificiales hubiera estallado en mi coño. Sinceramente, pensé que no lo soportaría mucho más. Pero por lo visto aquel maravilloso romano tenía planes muy distintos para mí.
Cuando creí que no podría soportarlo más, él cogió mi otra pierna haciendo que ambas quedaran rodeando su cintura, dejándome totalmente suspendida en el aire; mientras me seguía penetrando con igual furia. Pero aquella posición la pudimos aguantar durante apenas unos momentos, – más que nada por pura incapacidad física-. Así que bajándome de nuevo al suelo buscamos una posición más cómoda para poder seguir nuestro pequeño combate particular; hasta que al final nos decidimos por: Yo de pie, en medio del pasillo, las piernas abiertas y él a mi espalda, introduciendo su miembro por detrás.
En aquel instante sucedió algo que añadió un punto de morbo a la situación. Hubo un momento en que la embestida fue tan fuerte, que hizo que todo mi cuerpo sé tambalear de tal forma que tuve que abrir los ojos para no perder de nuevo el equilibrio. En ese momento atisbé algo; al principio no estaba demasiado segura de lo que era, pero pronto los contornos se fueron dibujando y descubrí que era una mujer, que oculta entre las sombras observaba la escena. Y no tan solo eso, sino que al prestar un poco más de atención a los detalles, se podía ver como se había subido la falda y una de sus manos se movía debajo de sus bragas. Eso desbordó todas mis previsiones, nunca antes había estado tan excitada, con tantas ganas de follar como en ese momento.
Arqueé mi espalda buscando sus labios, asiendo su cuello con uno de mis brazos en una postura imposible, mordiendo en aquellas parte de su cuerpo que podía descubrir en uno de nuestros raptos frenéticos; buscando nuevas formas de excitar a nuestra furtiva observadora. Entonces él me musitó al oído:
– No te muevas, por favor. – Y antes de que pudiera reaccionar, sacó su miembro de mi sexo y masturbándose durante unos segundos, se corrió allí mismo, sobre mi culo.
Después de aquello me bajó la falda y dándome la vuelta, me abrazó de nuevo mientras me besaba hasta dejarme sin respiración, para luego decirme:
– Gracias. – Aquella afirmación me pilló fuera de juego, pero también es cierto que hasta ese momento no tenía demasiada idea de lo que se hacía después de aquello. Así que mi única arma en ese instante era la sinceridad:
– Gracias a ti… Ha sido estupendo.
– Entonces, ¿tengo que tomar eso como que te ha gustado?.
– ¡Bromeas!. – Exclamé divertida. – Me ha encantado.
– ¿Tanto como para volver a repetirlo?.
– No antes.
– Antes, ¿de qué?. – Me preguntó nervioso, sin dejarme terminar la frase.
– De que nos presentemos. – Acabé de decir mientras esbozaba algo que se parecía a una tierna sonrisa.
– Cierto… Sería hora de que nos presentásemos. – Agregó con cierto sarcasmo mientras me estampaba un beso en la frente. – Mi nombre es Daniel Caradini.
– Y el mío es Marián, Marián Jordá.
– Mucho gusto en conocerte. – Y para sellar sus palabras estampó un sonoro beso en los labios.
Tras aquello, salimos de allí y nos dirigimos hacía una cafetería cercana, adonde nos sentamos frente a un expreso doble. Fue allí donde me enteré que Daniel era profesor de arte en la facultad de Historia, además de trabajar como restaurador para la fundación a la cual pertenecía la biblioteca. Aunque lo que más me llamó la atención fue su manera de comportarse, de tratarme. No tan solo era un buen amante, sino también todo un caballero: dulce, educado y comprensivo; nada parecido a la clase de hombres con la que había tratado hasta ese momento.
Nos despedimos a la puerta del hotel, con la promesa de que al día siguiente sacaría algo de tiempo para disfrutarlo junto a él. Pero en cuanto entré, bajé a la realidad de un bofetón al toparme de frente con un rostro pelirrojo plagado de pecas, que me miraba con expresión divertida:
– ¿Se puede saber que estabas haciendo con semejante Adonis?. – Me preguntó haciendo clara referencia a Daniel.
– ¿Y tu?, ¿que haces aquí?. – Le devolví la pelota, esquivando innegablemente el tema.
– ¿No querías que Carlo y yo te invitáramos a comer en esa tratoria de la que te había hablado?.
¡Ups!… Buena respuesta pero mala memoria por mi parte.
Supongo que si dijera que durante aquella cena no tenía la cabeza en lo que estábamos hablando, creo que más de uno me entendería… Mi mente estaba en ese cuerpo fibrado y musculado, y en esos ojos del color del Mediterráneo… Imagino que fue allí donde comencé a caer en la cuenta que tal vez había un idioma con el que no había contado: el que se hablaba con un beso apasionado, con una caricia sobre una piel ardiente de deseo, con dos cuerpos dispuestos para el placer. Algo que indudablemente yo no dominaba.
Imagino que Anna debió de intuir lo que me sucedía, -más que nada, porque se pasó toda la noche observándome demasiado atentamente-, sin embargo tuvo el buen sentido de no decir nada. Aunque lo cierto es que si hubiera sacado el tema, no habría sabido como explicarlo; en aquel viaje se me habían removido demasiados sentimientos, despertado partes que ni tan si quiera sabía que existieran, como para pretender poner una etiqueta a lo que me estaba pasando.
Tras la cena, estuvimos tomandonos unas copas en un local de moda de la ciudad, hasta que a eso de la una de la madruga, me despedí de ellos a las puertas de mi hotel. Recuerdo que me quedé unos momentos allí, viendo como el coche desaparecía calle abajo, feliz por habermelo pasado tan bien durante mi primera noche en la ciudad. Y cuando se hizo un fundido a negro, comencé a buscar las llaves en el fondo de mi bolso, deslumbré una figura apoyada en la pared, mirándome con expresión divertida.
Era Daniel:
– ¿Que haces aquí?. – Le pregunté mientras oscilaba entre el miedo y la sorpresa.
– Nada, solo es que no me podía quedar en casa, se me caían las paredes encima pensando en tí y en ese maravilloso cuerpo. ¿Te molesta?.
Durante un segundo estuve tentada a decir que sí, -más que nada porque no sabía nada de él, y no estaba demasiado segura de querer saberlo-, pero en el último segundo decidí dejar mi parte lógica guardada en un cajón y hacerle caso a mi instinto mientras afirmaba con una sonrisa:
– En absoluto. ¿Quieres subir a mi habitación?.
No me respondió, pero la expresión de triunfo que se dibujó en su rostro cuando se lo pregunté, valía muy bien de disolvente para cualquier duda que pudiera tener. Y el beso pétreo y ardiente que me dió después, me ratificó en mi decisión. No, con él no me equivocaba.
Puede que fuera el sentir esa seguridad, el tener aquella certeza, lo que me hizo comportarme de esa manera, o puede que simplemente necesitara echar un polvo; pero fuera una cosa ó la otra, lo cierto es que después de hacerle esa pregunta lo cogí por las solapas de la chaqueta y lo besé con toda la carga de sensualidad y erotismo que tenía almacenada desde hace años. Y debia de ser mucha, porque no me acuerdo de mucho más después de eso. Solo sé que cuando comencé a ser minimamente consciente, estaba en el ascensor, con la espalda apretada contra la pared y Daniel entre mis piernas con lo que comenzaba a ser una potente erección:
– ¡Dios!. – Exclamé finalmente, bebiendo de su aliento, luchando inútilmente por separar sus labios de los mios.-Necesito oxigeno.
– ¿Seguro?. Me preguntó con evidente sarcasmo.
– No, pero algo tenía que decir. – Contesté volviendole a besar.
Lo cierto es que llegamos a mi habitación con cierta dificultad, -más que nada porque apenas nuestros labios apenas se separaron; lo que me impedía tener un buen campo visual-, pero cuando logré meter la tarjeta en la cerradura de la entrada afirmé:
– Ya no te puedes escapar.
– ¿Quién a dicho que quiera?.
Aquella noche fue increible, apenas dormí, y los dos días siguientes no variaron demasiado. El sexo llegó a ocupar una parte tan importante de mi existencia, que apenas había sitio para mucho más; solo le puse una condición: No querría ni planes, ni informaciones adicionales que no me fueran útiles. Querría disfrutar de esos dos días plenamente, sin presiones, sin remordimientos. Lo demás, diós diria. Si me tuviera que quedar con algo de aquella experiencia, serían tres cosas: Daniel, Anna, y Roma. La ciudad me enamoró desde el primer momento, creo que por primera vez sentí que pertenecía a un sitio, que ese era mi lugar; que por fin podía dejar de caminar entre nubes. Es posible que por eso me doliera tanto el pensar en regresar de nuevo a Valencia y a lo que había dejado allí.
Pero la magia se esfumó la mañana del tercer día, cuando Anna me recogió en mi hotel para ir a la editorial a firmar. Había estado reunida con Los abogados el día anterior para dar la conformidad al contrato que habían negociado, -he de admitir que nunca pagué más a gusto una factura como esa, ya que habían logrado algo, que a mi parecer era casi imposible-. A pesar de eso, era incapaz de mostrar alegría, de hecho, en aquel coche la única que parecía estarlo era ella.
– ¿Que te pasa?. – Me preguntó Anna al parar en un semáforo. -Deberías estar eufórica.
– Y lo estoy, ¿porque lo dices?.
– Es evidente, porque no lo pareces… – Y antes de que lograra intervenir, agrego: – Creo que tu relación con Daniel te ha afectado mucho más de lo que estás dispuesta a admitir.
Di la callada por respuesta, porque en ese momento era lo único que podía hacer; ya que ni tan si quiera yo me comprendía. Unido a Roma, unido a Daniel, había tanto, que era imposible explicarlo en unas pocas palabras; hubiera necesitado horas. Y en ese momento no las teníamos… Supongo que en la base de todo ello estaría el hecho de que no quería renunciar a lo que tenía, a esta felicidad que me embargaba y que nunca pensé que me mereciera. Sabía cuales eran mis obligaciones, sabía lo que me unía a Valencia y que debía regresar a ella, pero no lo deseaba. Es más, rezaba para que sucediera algo que me retuviera en esa ciudad. Creo que ese era el verdadero problema.
Firmé un contrato por cinco años en el cual comenzaría escribiendo cuentos, relatos y artículos de opinión para diferentes medios. Podría hacerlo desde mi casa en Valencia; aunque me dejaron claras dos cosas: Primero, que debía estudiar italiano, y segundo, que en un futuro no demasiado lejano me instalaría en Roma con la intención de potenciar mi carrera. Lo cual me permitía ser fiel a mis deberes como hija, sin renunciar a lo que eran dos de mis grandes aspiraciones. Tras la firma, salí contenta, pero un poco alicaída, como si me hubieran quitado el regalo más preciado de este mundo:
– ¿Que quieres hacer hasta que vayamos al aeropuerto?. – Me preguntó Anna mientras envolvía mi cintura con su brazo.
– ¿Puedes llevarme a casa de Daniel?.
– ¡Claro!, pero pensé que ya te habías despedido de él.
– No, simplemente desaparecí de su casa sin decirle nada y no se lo merece. Ha hecho demasiado por mí.
– Tanto como tu has hecho por él.-Alegó con tal determinación que me dejó fría. Y es que por mucho que lo intentara, no podía acostumbrarme a esa especie de don premonitorio que parecía tener.
Daniel vivía en un espacioso ático en pleno centro histórico desde el que se contemplaba una bella panorámica de la ciudad en la que como telón de fondo, tenía el tañido de viejos campanarios y el resonar de siglos de historia. Un lugar precioso, del que me había enamorado desde la primera vez que puse los pies en él. Recuerdo que en aquella ocasión Anna me dejó en la esquina, y que me dirigí hacia allí con paso firme, siendo consciente de cada palabra que saldría por mi boca, pero justo un poco antes de llegar, me paré en seco y me escondí en uno de los soportarles, a donde pude observar la escena atentamente: Allí, parado en el portal de su edificio estaba él, hablando con una auténtica belleza que parecía sacada de la portada del último play boy. ¿Celos?, posiblemente. Pero aunque así fuera, no tenía derecho a reprochárselo ya que había sido yo misma la que le había pedido nada de información adicional sobre nuestras vidas.
También es cierto que intentando ser objetiva, la mujer parecía mucho más interesada en dejar un buen recuerdo de su encuentro que él; – al menos, a mí me dio la impresión que el simplemente se dejaba querer-. Y cuando vi que lo cogía de la barbilla para estamparle un beso en los labios y acto seguido se subía a un taxi que la estaba esperando, no me quedó ninguna duda. Aún así esperé a que el taxi desapareciera de mi vista para salir de mi escondite y dirigirme lentamente hacia él, viendo como una expresión de terror comenzaba a dibujarse en su rostro y miles de excusas se agolpaban en sus labios, pero antes de que pudieran salir las sellé con mis labios:
– Lo siento.
– Recuerda, nada de historias pasadas, – le contesté mientras volvía a besarlo de nuevo -, nada de disculpas, nada de resentimiento, – terminé la frase estampando mis labios en los suyos -. Aparte no tenemos tiempo para ello. Dentro de un par de horas tengo que salir para el aeropuerto. – Añadí echando mano a su entrepierna.
Era un domingo por la mañana, a prácticamente primera hora, así que la mayoría de la gente o bien estaba durmiendo ó había salido a pasar el día fuera; por lo que nadie salió a investigar cuando el ascensor se paró bruscamente entre dos pisos:
– Vas a hacer que nos detengan por escándalo público. – Dijo bajándome la cremallera de la falda vaquera, haciendo que se deslizara sigilosamente por mis caderas hasta el suelo con un simple toque de sus dedos.
– ¿Te importaría mucho?. – Pregunté mientras le desabrochaba la hebilla del cinturón.
– No. En absoluto. Lo cierto es que te voy a echar mucho de menos cuando te vayas.
Intenté que no me afectara, ser fría, pero no pude; por mucho que lo pretendiera no dejaba de ser una chica de la vieja escuela a la cual a veces pueden más los sentimientos de lo que está dispuesta a admitir:
– Bueno, al menos hagamos que quede un buen sabor cuando nos despidamos. – Repliqué pasando
Distraídamente la mano por su pené, notando como este se iba poniendo cada vez más duro, al mismo tiempo que él, distraídamente recorría con sus labios mi rostro, mi cuello, bajando hasta mis senos, al mismo tiempo que sus manos jugaban entre mis piernas, apartando las bragas solo lo justo para poder masajear mi clítoris libremente.
Pensé que iba a enloquecer si no me penetraba inmediatamente, es más, deseaba,… no, la palabra correcta sería necesitaba sentir su miembro en mi sexo, ¡ya!. Por lo que supongo que n
Tendencia ahora