El asalto atado de manos tras el respaldo de una silla

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Llevaba una vida algo desorientada, luego de ciertos impedimentos en ciertos casos descubría que los mismos eran parte de una personalidad en la que había miles de privaciones culpa de mi propia culpa. Incluso había llegado a manifestar en lo físico eso que en ciertos lugares de mi personalidad eran graves falencias. Terquedad, egoísmo. Creer que no era yo parte del problema sino damnificado.

La cantidad de veces que había culpado a otros en mi lugar, justificando la posibilidad de crecer en base a caminos que me daban o no otras personas.

Llegaba a casa luego de pensar y hacer unos llamados, los que eran necesarios para mantener mi relación con la fotografía. Al intentar ingresar me acongojaba el deseo, ese que me perseguía desde hacía tiempo. Quizás lo hubiera saciado como siempre, mirando páginas de sexo por Internet o mirando fotos de mujeres descomunales que tenía reservadas para la intimidad. Una buena masturbación hubiera logrado que todo se desarrolle normalmente, aunque ese día esperaba algo diferente para mí, sin embargo me invadían los nervios cuando al poco tiempo de encendido el televisor sonó el timbre.

Al asomarme una mujer pregunta si no era esta la casa con un número de teléfono que sí, era el mío. Al abrir la puerta un golpe sacude la puerta y entran dos mujeres y un hombre violentamente. Las tres personas tenían un claro objetivo, nefasto para mí seguramente. Apagaron la Tv., se pusieron cómodos y miraron alrededor tranquilamente sin entender que podían querer. Dinero, objetos, la máquina de fotos o quién sabe. El hombre se recostó sobre el sofá, las mujeres se distendieron… Nadie respondía preguntas, pero ellas dos se arremolinaban por un objetivo claro que yo desconocía. Mis preguntas flotaban en el aire sin respuesta, lo extraño era que nadie parecía temer si yo estaba armado o algo, cosa que realmente no era así.

Mis preguntas seguían sin respuesta, no tenían necesidad de ser respondidas ni por atisbos, ni por ningún síntoma que me dieran. Sin embargo parecían no tener apuro, no era un robo, estaba claro.

Al cabo de un rato él pidió lo que para mí era una señal, una cuerda y fue allí cuando la mas alta trajo de mis cajones una que yo usaría para cualquier problema con mi moto. Esta vez serviría para maniatarme, allí comencé a transpirar. Los diálogos entre ellos parecían distendidos, como a sabiendas de lo que estaban tramando, él miro la hora y dijo:

– Tenemos tiempo.

A mí ya me habían atado de manos tras el respaldo de una silla, como en el centro de un espectáculo del que indudablemente sería protagonista, aunque no tenía muy claro el guión. Se sirvieron algo de tomar, incluso me ofrecieron a mí, a lo que accedí, entonces la mas alta de ellas se acercó y me dio de beber con las molestias obvias, me volcó lo suficiente como para hacerme sentir más incómodo que con la misma sed. El hombre se fue al interior de la casa no lo vi mas, ellas dos se quedaron conmigo observándome. Cuando por fin una de ellas pareció intentar explicarme que deseaban:

– Nos refugiamos acá ya que nos están buscando, necesitamos un tiempo hasta que los “ratis” se vallan de la zona, están por todos lados.

– Para eso no es necesario atarme – respondí.

– No somos ingenuos, cualquier sospecha nos delataría y llevamos un precioso embarque de merca en el bolso, si se nos escapa somos boleta – aclararon las dos mujeres asintiendo.

Parecía que todo sería así por un tiempo, sólo había que esperar a que tomen confianza. De todos modos eso parecía que ya era obvio, ya que el tipo estaba recostado en mi dormitorio.

Creo que las circunstancias, luego de un trabajo agobiante, y con el silencio de la casa se sumaron en contra, estaba a punto de dormirme, y de echo es lo que hice, despertando alguna hora después, algo perdido y confundido.

La mujer me provocaba con sus diálogos, con mi estado civil y el tiempo que hacía que yo no hacía el amor ni tenía sexo. Mas allá de eso ella, la que hablaba era la más linda de las dos, su altura eran el exclusivo adelanto de dos torres excitantes, era rubia, llevaba un pantalón ajustado y una remera con dos hermosos pechos asomando desde su interior, como pujando por ir mas lejos de esa atadura, algo mas suave que la mía, claro. La otra mujer, morena y tranquila estaba con una pollera ejecutiva la que disimulaba con su aspecto perfectamente su profesión de estafadora, según me enteraba con los diálogos fue la artesana de la arremetida con otros traficantes. Estaba con una camisa blanca y no tenía muchas intenciones de dialogar conmigo.
La mas alta quería divertir el tiempo y comenzaba a pasearse insinuante por mi cercanía sin un mínimo impedimento de ninguno de ellos, uno dormía en el dormitorio, y las otras me vigilaban en el living.

De pronto una de ellas, obviamente la mas alta me propuso diversión, me negué, no obedeciendo a mi deseo, sino por el terror que me daba la condición de detenido, algo temeroso de lo que pudiera suceder, pensando en no poder complacer a semejante mujer causando la risa humillante debido a mi falta de erección. Sin embargo ella parecía no tener en cuenta eso y se dedicó a moverse delante de mí. Su altura parecía exacta, las piernas estilizadas, formadas por la práctica de algún deporte, al menos antiguamente. Una cintura que hacía más prominente su cola, detenida en la real altura del cielo, como un dibujo elaborado a medida. Sus movimientos eran vaivenes lentos de un lado a otro, dejando caer las prendas que se quitaba con una lentitud exasperante, aunque nunca me dejaba ver que llevaba debajo, siempre se quedaba con alguna prenda íntima a medio retirar.
Su tanga quedaba como si estuviera por bajársela, pero dejando ver apenas el inicio de su sexo detenía la tarea y comenzaba con su corpiño, su sujetador, sin los breteles de los hombros y caído, apenas sostenido por la curvatura de sus pechos. Aún desabrochándoselo no lograba caerse, las formas de sus pechos, pronunciados, erizados, eran el freno que detenía la caída. Parecía profesional del streep tease.

Poco a poco se aproximaba más a mí, la sinuosidad de sus movimientos, repetitivos, elásticos, como subidos a una ola de humo lograban excitarme después de tanto tiempo de no tener mas que fotos de mujeres o pantallas de televisión con esas figuras casi irreales.

Sin terminar de desvestirse me desvestía a mí, primero quitándome el pantalón, bajando el cierre con una lentitud que era ideal para predecir el contexto que se encontraba dentro, que clases de circunstancias acontecían debajo. Ya erecto del todo me tomó con fuerza el pene aún dentro de mi ropa interior, provocando un dolor ideal, placentero. No se molestó en quitarme del todo los pantalones, dejándolos sobre mis tobillos, cuando repitió la tarea con mi única prenda inferior, recostando la mejilla en mi sexo sin llegar a su boca se movía agachada como una gata en celo, recostándose mas y más sobre mi cuerpo, acariciándolo con su cara, luego con sus pechos quitando su sujetador que todavía yacía desprendido recostado sobre sus curvas. La voracidad de mi excitación era propia de un árbol enraizado sobre su tierra en día de tormenta, húmedo, rígido, incapaz de inmutarse entre el viento de su lugar y de su posición, de su dureza.

Parecía que este juego no terminaría nunca, cuando la morocha se paró del sofá y de su condición de espectadora, se acercó y sin mirar atrás la quitó a la rubia de su juego.

– Ya basta, vos no sois mas que una obediente, retírate.

Ella obedeció ofuscada. Y la morocha se bajo su tanga sin vueltas, subió un poco su pollera de ejecutiva, abrió sus piernas y se sentó bruscamente sobre mi sexo ardiente, lo colocó en su interior, lubricado, cómodo, con una temperatura que evidentemente desde hacía rato venía subiéndose de tono. Comenzó a moverse sobre mí de adelante hacia atrás forcejeando sin intentar demorar el trámite, no gritaba, no parecía inmutarse, sólo se limitaba a movérmela furiosa como probando ver hasta dónde aguantaría.

– Vas a sentir como te hago acabar.

Por mas que resistiera el proceso eso llegaría pronto, sentía cómo el dolor se apoderaba de mí mientras ella me miraba emitiendo unos sonidos guturales, temerosos. Yo sentía mi orgasmo subir a la cúspide irremediablemente, sería una tormenta blanca buscando su entrepierna apretándome contra la silla, sus piernas se apretaban contra las mías y así fue, no pude evitar gritar. Ella complacida se tomaba del respaldo de la silla, con la cabeza hacia atrás, con su sexo penetrado y sintiendo el fluir de mis flujos en plena eyaculación. Se retiró aún con mi pija expidiendo mi semen caliente, haciendo hinchar mi sexo con cada despedida rítmica y fervorosa. Todo el contenido quedó esparcido por mi pene, volcado, chorreante, espeso, ella tomó de los pelos a la otra y la obligó a beberlo todo, sin dejar rastro de ninguna eyaculación.

– Tómatela toda, a vos te gusta.

– Hacerlo de nuevo, puta.

Entonces ella, la rubia, continuó, pero introduciendo mi pene en su boca, succionando una y otra vez con la prontitud de una obediente, temiendo represalias. Se movía de arriba abajo y me miraba exclamando complicidad, como avisando que podría ser peor sino me apuraba a acabar nuevamente. Fue cuando estuve a punto de hacerlo y nuevamente la morocha retiro a su compañera de su tarea.

– Ya sabes que hacer.

Entonces la morocha se recostó sobre la mesa dejando su culo apenas expuesto, ya que aún conservaba su pollera ajustada puesta.

La rubia me desató, no sin antes mostrarme la pistola que llevaba en un bolso y me indicó el camino, era el culo de su cómplice y jefa de tareas. Mi pene erecto fue ayudado con las manos de la rubia a introducirlo en el interior de la morocha, abrió bien las nalgas de su par y se dedicó a masajear mis testículos por debajo, desde atrás, mientras yo le daba a la otra. No podía tomarla con las manos ya que ellas permanecía atadas, pero si podía empujar mi sexo en el interior de la morocha seducido por los dedos blancos de la rubia obediente y complaciente. Mi tarea era ya difícil ya que no podía llegar al orgasmo y detener la función, entonces, quien daba las órdenes grito ofuscada y parecía un huracán en mi casa La rubia se quiso vestir la otra no la dejó, le pidió que le limpiara el culo con su lengua, entonces procedió a lamer sus curvas prontamente, como acariciando esa península expuesta, esas nalgas mojadas, abiertas para la tarea de su servidora, su lengua se detenía en cada espacio, mas aún en su orificio al que complació largo rato con la punta de su lengua, masajeando con las tibias manos. Luego le pidió que la vistiese bien, le ordenó que se recostara boca a bajo sobre sus piernas y le pegó con sus manos tantas veces que el rojo de su piel se convertía en un gran río colorado, impiadoso. Recriminaba que no me preparó lo suficiente como para que pudiese acabar sobre ella, como ella misma merecía. Casi sin decirlo la rubia se puso en cuatro, la morocha tomó una herramienta del cajón y le introdujo su mango en el culo. Advirtió que si no me la chupaba hasta acabar ella no se detendría con la herramienta.

– Vos vas a acabar – me dijo.

– Hasta que no lo hagas no paro.

Entonces la rubia comenzó gritar, aunque debió proceder a succionar mi pene una y otra vez, mezclando el dolor de su culo penetrado furiosamente, con mi pija en su boca y tomándome con ambas manos los testículos masajeándolos de todos los modos posibles. Confundido con una actuación que intentaba conformar a su pareja, hasta que pude terminar en un orgasmo, acabando con la tortura proferida a esa mujer. Su cara de bañó en leche de un sexo obligado, me excitaba la escena de dominación, de penetración sin consentimiento, como aflorando una sensación extraña de placer y miedo. Ver a la mujer toda mojada de mi sexo, con cara de dolor, exhausta, sin poder retirar la herramienta de su culo, sin energías, era una escena demencial.

No podía creer que esto me sucediera, al cabo de unas horas estaba otra vez atado, como al principio, hicieron unas llamadas, el hombre salió por fin de su sueño e hizo una señal de orden y como si nada, se retiraron, dejándome atado y debiendo rebuscármelas para zafar de semejante escena.

Seguramente si lo hubiera contado en una página de Internet era un cuento que trascendía lo policial, se inmiscuiría en lo erótico, como la penetración de la rubia con la herramienta de su amiga por detrás, pero con el placer de mi sexo en su boca.

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