El amigo de mi padre tiene la polla bien dura
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Mi padre tenía un vecino, se llamaba Pedro, era un hombre super simpático. Vivía justo puerta con puerta. Pedro tenía unos 50 años, era moreno, de piel canela y de ojos color aceituna, yo era muy joven, pero lo veía todo un bombón.
Mi padre y él disfrutaban la tarde del domingo como niños viendo el fútbol, yo estaba muy acostumbrada de verlo en casa. Un día volvía de clase y cuando me dispuse a abrir la puerta de mi casa, me di cuenta que me había dejado las llaves otra vez, menuda cabeza la mía, llamé y llamé, pero no había nadie en casa. Resignada obté por sentarme en las escaleras a esperar. Oía el ascensor como subía y rogaba que fueran mis padres, pero sorpresa, era Pedro y como era natural me invitó a pasar a su casa mientras esperaba.
Nos sentamos en su viejo sofá de cuero negro, no me gustaba. Era muy frío y más con aquella falda a cuadros que llevaba. El sabía que no me gustaba nada su sofá, siempre lo cubría con una vieja manta suave al tacto.
– ¿Tienes novio Judith? – me preguntó, porque una chica tan guapa como tu seguro que debe haber recibido muchas propuestas.
Me sonrojé.
– Pues no, no tengo novio aún.
Pedro posó su mano en mi desnuda rodilla.
– ¿no? ¿y te gustaría tener? ¿has tenido alguno?
– No, no he tenido ninguno, es que aún no me siento preparada.
Su mano subía por mi muslo, por debajo de mi falda, lo cierto es que me estaba gustando, estaba haciendo que me sintiera una mujercita.
– ¿Quieres jugar? – le pregunté
– ¿A qué Judith?
– A que me enseñas cosas de mayores, pero sin llegar al final.
Pedro puso su mano en mi nuca y me besó, besó mis labios, fue descendiendo por mi barbilla, mi cuello, mi escote, fue desabrochando los primeros botones de mi camisa.
Sentía una sensación como la que no había sentido nunca, sentía fuego en forma de cosquillas en mi vientre. Empezó a chupar el lóbulo de mi oreja, sentía la humedad de su lengua en el interior de mi oreja. Su respiración entrecortada. Sentí como las paredes de mi vagina se separaban, se dilataban, se lubricaban. Nunca antes había tenido una sensación similar.
Sin dejar de besarme me cogió en brazos y me llevó a su habitación y me dejo sobre su cama. Me quité mis zapatos y me metí entre sus sábanas, él hizo lo mismo. Separó mis piernas y se puso entre ellas, nunca había estado tan abierta, me sentía indefensa y eso me excitaba aún más. Sentía como algo se clavaba en mi vientre. Con ansia me desabrochó la camisa del todo, me incorporó un poco y me la quitó del todo, lo mismo hizo con mi falda. Me bajó los tirantes del sujetador y dejó mis pechos desnudos.
Hostias Judith, como has crecido, estas hecha una mujer!
Sobaba mis pechos, los lamía, se aferraba a ellos; tenía ya los pezones super duros, cuando separaba los labios de ellos sentía como la saliva se enfriaba y eso hacía que se encogieran aún más.
Sentí su mano entre mis piernas, sus nudillos rozando los labios de mi coñito, Se estaba desabrochando los pantalones, notaba como se bajaba la bragueta y luego se bajaba la ropa interior, su polla se clavaba en mí, como queriendo atravesar mis braguitas blancas, ya húmedas.
Me cogió por la parte interior de mis brazos y me dio la vuelta, me trataba como si fuera su muñeca. Me cogió las manos y las puso sobre mi cabeza amarrándolas por mis muñecas y empezó a sobar otra vez su cuerpo contra el mío, mientras besaba mi nuca. Con la respiración entrecortada le dije que ya no quería seguir jugando, pero ignoró mis palabras.
Puso su mano en mi cintura y empezó a tocarme hasta que encontró mis braguitas. Empezó a tirar de ellas, cada vez más fuerte. Los labios de mi coñito empezaron a rasgarse, y de un tirón me las acabó de romper. Sentía su polla en mi culito, estaba goteando y palpitaba. Me dio la vuelta de nuevo y ató mis muñecas al cabezal de la cama con su cinturón. Quitó la sábana que me cubría, me dejo desnuda y empezó a acariciarme el vello, a poner su nariz sobre él.
– Ahora vuelvo – dijo.
En dos segundos estaba allí de vuelta con una cuchilla de afeitar, de estas antiguas, un barreño con agua y jabón. Sin decir nada se puso entre mis piernas, de rodillas, puso una toalla bajo mi culo y me separó bien las rodillas.
– No te muevas, te puedo cortar.
Sentí la fría cuchilla deslizarse por mi monte de Venus.
– Te lo voy a dejar como el de una niña.
Separaba mis labios e introducía la cuchilla entremedias, yo temblaba, Empezó a mojarlo con agua, a quitar los restos de jabón.
– Judith, te voy a hacer una mujer.
Se puso entre mis piernas, con la punta de su capullo buscando como loco mi vagina, hasta que la encontró.
– No por favor, no lo hagas – le dije mirándole a los ojos.
Pero él empezó a apretar más y más, ya tenía todo el capullo dentro de mi.
– Eres preciosa Judith, me siento orgulloso de ser el primero.
Y de un golpe me la metió hasta el fondo. Grité. Apreté las correas que me sujetaban y mi cintura se sacudió. Empezó a moverse, ya se había abierto camino. Sentía su polla entrando y saliendo, como bombeándome. Me empecé a correr, era mi primer orgasmo, los músculos de mi vagina empezaron a apretar su polla. No pude evitar gritar. Aún estaba aturdida cuando desató mis muñecas y me puso de rodillas en la cama. Me metió el capullo en la boca, lleno de mis fluidos y empezó a pajearse. Cogió mis manos y las puso en sus huevos. Empezó a metérmela y a sacármela de la boca, cogió mi cabeza y me follaba literalmente la boca, estaba como loco. Hasta que separó mi cabeza, allí me quedé con la boca abierta, esperando. Su semen salió a borbotones, cayó por mi barbilla y en mi boca. Con una cucharita empezó a recoger la leche y a metérmela en la boca, como si de un bebe se tratara. Chupé la cuchara con ansia, hasta que me lo tragué todo como una niña buena.
Me vestí y me fui a mi casa, mis padres ya habían llegado.