Eddie a pesar de mi mirada de dominación y fogosidad
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Estaba sentada en mi estudio, acariciándome el pecho cuando de repente oí el motor de lo que parecía ser una gran moto. No pude evitarlo, me asomé a la ventana y allí estaba lo que nunca pude esperar, pelo blanco y largo, una cara monstruosa al igual que morbosa, una chupa de cuero negra, unas grandes botas y la mejor moto que yo hubiera visto jamás. Y una voz oscura que me gritó:
– Baja Rubia!
A pesar de mi mirada de dominación y fogosidad, lo que se escondía en mí era una plena sumisión al que aquella noche sería completamente mi amo.
Bajé, con una mirada húmeda y calurosa me subí en su moto, agarré su cintura, la acaricié, baje a sus piernas, a sus ingles, y con la punta de mis dedos toqué entera su berga.
– ¿Cómo debo dirigirme a ti encanto? – le pregunté.
Y él contestó:
– Me llaman Eddie.
Me dejé llevar, que cachonda me ponía el aire en mi cara, la velocidad, su trasero y mi delantera rozándole el cuero que cubría su espalda. Y de repente allí estábamos, bajamos de la moto y sonó su mano contra mi culo, me giré, y mi cara era la de una gata dispuesta a amamantar a uno de sus felinos con todo su cuerpo. Entramos a aquel extraño lugar, una sala de conciertos abandonada, con el escenario semi-quemado y casi en ruinas.
– Nena, ¿Quieres algo?.
– Si, una birra, que te hagas un peta, pones heavy metal, ven aquí y vamos a dejarnos de mariconadas.
Y así todo lo hizo, y mientras su pose y su mirada me hacían sentirme asustada a una distancia tan corta, y no supe que hacer, solo se me ocurrió bajarme los pantalones, las bragas y acariciar mis mojados labios, su expresión parecía más calmada y a la vez más expectante. Me quité también la camiseta, y el sujetador, le acerqué uno de mis pechos a la boca, con un piercing en mi pezón y él empezó a mamar, como el gatito que necesita sobrevivir de su madre.
Cada vez yo me sentía más mojada… Pero yo también quería alimentarme. Así que lo desnudé, y con las manos sobre el suelo, como una perra, empecé a chupar suavemente su verga. “Cariño”, le dije mientras acercaba sus manos a mi pelo:
– Guíame, métemela hasta dónde tú quieras.
Y yo me dejaba guiar por él, me encanta chupársela, era mi golosina preferida, me encantaba que me apartara la cara y me restregara su polla por dónde quisiera, que jugara conmigo, me sentía cómo una niña que se tiene que comer toda la verdura para que le den su piruleta como postre.
Luego empezó, suave y luego más fuerte, sentía su capullo en la punta de mi garganta, yo le miraba sumisa y a la vez cachonda y mis ojos le decían: si cariño, sigue así, y fóllame por la boca. Apartó su polla de mi cara por última vez, y allí lo soltó todo, y yo obediente y muy caliente me lo tragué con mucho gusto, levanté la cabeza y su leche resbalaba por mi barbilla hasta perderse en mi pecho. Menuda descarga.
Tiempo después, mientras seguíamos bebiendo y escuchando heavy metal su polla volvía a estar dura, se levantó imperioso ante mí, me abrió las piernas de par en par, me chupó el coño, y sentí que tenía la mejor lengua que yo jamás hubiera probado. Luego me metía el capullo y me lo sacaba, me lo metía y me lo sacaba, así sucesivamente hasta que de un golpe seco sentí toda su verga dentro de mí. Con mi aliento en su cuello, mis manos en su espalda y sintiendo que no podía más tuve el valor de cogerle la cara, mirarle de frente y decirle:
– Fóllame con más ganas joder! Métemela hasta el fondo del coño! No me seas nenaza!.
Y así lo hizo, me cogió las manos y empezó a follarme, a follarme sin parar, casi me hacía pegar votes del suelo, sentía que su polla sujetaba todo mi cuerpo y lo levantaba, yo gritaba, él rugía y me desperté frente a aquella bandera… Y tenía los cilindros muy duros y mi coñito muy lubricado.