Dos obreros para Alicia, sus agujeros llenos de leche
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No sé cual de mis otras dos compañeras de piso se percató de que había obreros trabajando frente a nuestra casa. El caso es que no se nos ocurrió otra feliz idea para pasar la sobremesa de aquel día que tontear con ellos. Nosotras vivimos en un tercero y ellos estaban en un edificio en construcción que estaba justo enfrente de nuestro piso, pero estábamos separados por una calle no muy larga, de unos 50 metros. El edificio donde trabajaban tenía 5 plantas y un ático. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, son las 4:00 de la madrugada del viernes y nosotras les descubrimos el jueves. Solo tendría que levantarme e ir al balcón para ver esa oscura y solitaria mole de ladrillo. Pero no lo voy a hacer. Creo que no soy capaz de soportar esa imagen sin ellos allí. Tampoco sé lo que va a pasar el lunes, cuando ellos vuelvan al trabajo, y después de lo que ha pasado esta noche.
Veréis. En casa tenemos un ventanal bastante ancho en el salón y aquel día hacía tanto calor, que lo abrimos de par en par, con lo cual, les dejamos vía libre para que pudieran observarnos a su antojo, ya que el ventanal ocupa todo lo largo del salón y es precisamente allí donde hacemos más vida común. Total, que nos pusimos a ver la televisión, de espaldas al balcón abierto y ajenas a los obreros. No pasó mucho tiempo hasta que oímos una sarta de silbidos que nos llamó la atención. Quizás fue Marta la que se giró la primera, o tal vez fue Carmen… el caso es que no habían pasado ni 5 minutos desde que nos dimos cuenta de su presencia cuando ya estábamos todas mirando intrigadas a aquel grupo de albañiles que nos saludaban con los brazos alzados y con silbidos, todos ellos apoyados de codos en una especie de improvisada balaustrada y tratando de creerse lo que les estaba pasando. Y la situación no era para menos: tres chicas jóvenes, medio desnudas (es que hacía mucho calor, íbamos poco vestidas…) y observándoles trabajar desde la distancia.
Apenas podíamos oír todo lo que nos decían, pero eso sí: nosotras estábamos más revolucionadas que un corral de gallinas (y, por favor, que el símil no lleve a engaños), por lo que no tardaron en exasperarnos los simples gestos y la falta de comunicación… queríamos llegar un poco más lejos en aquel juego. Queríamos más. Y ellos lo notaron. De entre todos ellos había uno bastante lanzado. Y decir “lanzado” es quedarme corta. Estaba sobre un precario andamio colocando ladrillos en la zona más alta del edificio que estaban construyendo, vestido tan solo con unos pantalones azules. Según Carmen, aquel debía de ser el mejor dotado, comentario que pudimos corroborar, porque a la media hora se bajó los pantalones. Si, se los bajó. Hasta los tobillos. Claro que los slips no se los bajó aquel día, sino que fue al día siguiente, viernes, cuando debía e estar tan caliente que tan poco le importó mostrar su armamento en lo más alto del andamio, a diestro y siniestro y a más de 5 pisos de altura, en una calle no el todo vacía de personal y bajo el brillante sol de las 4:00 de la tarde. Estoy segura de que nuestras risas se tuvieron que escuchar a 20 kilómetros a la redonda.
Ya digo: revolucionadas como gallinas de corral.
Al poco decidimos que nos gustaban dos de ellos: el que se había desnudado, que se llamaba Paco, y otro bastante escuchimizado, pero guapo hasta el aburrimiento, que se llamaba Agustín.
Acabaron de trabajar sobre las 7 de la tarde y, al ver que se iban, les pedimos, mediante gestos que se acercaran a nuestra calle, para hablar.. dicho y hecho. A las 7 y cinco les teníamos bajo nuestro balcón, preguntándonos que si podían subir “a tomar un café”… Pero nosotras, pudorosas y cándidas, les negamos la subida a nuestra guarida. La razón era que Carmen y Marta se iban esa misma noche a una excursión que había organizado la Universidad, mientras que yo no podía ir porque tenía los exámenes finales a la vuelta de la esquina y tenía que estudiar. Y claro, me iba a quedar sola durante el fin de semana ¡¡ y no era plan de invitar a tres obreros estando sola!. Así se lo dijimos y quedamos con ellos a la semana siguiente para salir a tomar algo por ahí.
Hasta aquí todo normal. Mis compañeras se fueron a eso de las 9 de la noche y yo, al verme sola en casa, puse una suave música de jazz, me desnudé, y me metí en la ducha. No me había enjabonado aún cuando tocaron a la puerta de casa. Pensé, fastidiada, que serían mis compañeras. “Se les habrá olvidado algo y las llaves las tendrán al fondo de la bolsa” – pensé. Salí de la ducha, me coloqué el albornoz malamente y fui a abrirles… pero cual no sería mi sorpresa cuando me encontré a Paco y a Agustín en la entrada. Me quedé parada, sin saber qué decirles, mientras trataba de taparme mejor con el albornoz… un albornoz que tengo desde los tiempos del Paleolítico y que no me llega ni a las rodillas. Entonces me saludaron, presentándose formalmente y dándome os besos en las mejillas.
-Bueno, qué sorpresa… – musité – Mirad cómo me habéis pillado.
– Lo siento – dijo Paco – Pero es que pasábamos por aquí y, bueno, miramos al balcón y nos acordamos de que estabas solita y decidimos hacerte un poco de compañía… Si te molestamos no pasa nada, nos vamos y ya está.
Durante una fracción de segundo pensé en decirles que tenía cosas que hacer, pero lo pensé mejor. La verdad es que no me gusta mucho estar sola en casa, soy muy sociable. Así que les invité a pasar, y le dije que yo ya no tardaba nada en acabar de ducharme. Se acomodaron en el salón y yo volví a meterme en la ducha. Sopesé mi situación: dos chicos que me gustaban en el salón de mi casa. Nadie más. Nadie que nos molestara… y entonces quise, deseé, ser una mala chica… Sabía que me deseaban. Lo había leído en sus ojos, en sus gestos, en sus palabras.
Accioné el grifo de agua caliente y me fijé en el potente chorro de agua cayendo, perdiéndose por el sumidero… una chica mala… dos chicos para mí… ese chorro de agua cayendo… me arrodillé y lo toqué, por lo que se deshizo entre mis manos. Regulé el agua e hice que saliera por la alcachofa de la ducha. Noté cómo el básico elemento se deslizara por mi piel formando finos y gruesos regreros. Bajé la presión. Eché la cabeza atrás y sentí el agua directamente en la cara, cayéndome por la garganta, por entre mis senos y en ellos mismos, por mi vientre plano, mi sexo, mis muslos, hasta llegar al suelo de la bañera. Algunas gotas se quedaron en mi vello púbico… y sentí cómo me iba excitando poco a poco. Bajé la alcachofa, volvía subir la presión y el agua comenzó a salir en una furiosa hilera de finos chorros y yo, ansiosa, me lo llevé al sexo, aplicándole directamente el agua. Lo fui acercando y alejando, alternativamente y muy despacio, imaginando cómo los fluidos que yo producía por allí abajo se irían mezclando con el agua y cómo esto iba formando un riachuelo que nacía en mi sexo, se deslizaba por el suelo de la bañera y desaparecía a borbotones por el sumidero.
No pude evitar llevarme la mano al sexo, ya casi no podía mas, me eché gel directamente ahí y comencé a extenderlo por mis labios vaginales, por el pubis, hasta que se me quedó blanco de espuma, que pronto se diluyó por la cantidad de flujos que allí había. Me introduje dos dedos por la vagina, para comprobar cómo estaba… y decidí la forma de entretener a mis invitados. Acabé de lavarme y salí de la bañera. Me sequé bien todo el cuerpo y me puse de nuevo el albornoz de tal forma que mis abundantes senos quedaran poco ocultos. Salí del baño y me dirigí muy segura de mí misma hacia el salón. Los chicos, al verme, pusieron los ojos como platos. Yo, alegremente le dije que ya si que era verdad que no tardaba nada, que iba a mi habitación a vestirme… me di la vuelta y entré en mi cuarto. Encendí la luz y dejé la puerta abierta… Y obviamente ellos se picaron. Paco me preguntó que dónde estaba la cocina, que necesitaba beber algo. Yo le dije que al fondo del pasillo, pero claro… para llegar allí tendría que pasar por mi cuarto abierto y yo lo sabía. Me puse de espaldas a la puerta, consciente de sus lentos pasos que se acercaban y me deslicé lentamente el albornoz por los hombros, espacio, muy despacio, esperándole… me fui calentando pensando en la situación en la que me encontraba.
Paco se paró un rato en la puerta, mirándome, ignorando que yo le esperaba.. o quizás intuyéndolo, porque al poco, cuando yo ya estaba totalmente desnuda, entró cerrando la puerta a sus espaldas y se colocó detrás de mí sin ningún reparo. Yo me giré, me encaré a él y me dejé llevar. Empezó a besarme mientras sus manos se aferraban a mis pechos. Yo ya estaba tan humedecida, tan excitada, que me daba igual todo. Mis pezones parecían reventar de tan duros que estaban y el solo roce de sus dedos me estaba volviendo loca. Entonces Paco, al verme temblar de expectación, llevó sus dedos a mi sexo y me introdujo dos al tiempo que con el pulgar comenzaba a acariciar delicadamente mi clítoris. Entonces se agachó y me dio varias lamidas sobre el clítoris hasta que, finalmente, me introdujo su lengua y allí exploté sin contenerme y tuve mi primer orgasmo. Nunca había sentido nada igual. Y grité, claro. No pude contenerme y eso llamó la atención de Agustín, porque al poco se abrió bruscamente la puerta y apareció él, pillándome de pie, apoyada sobre los hombros de su compañero y a éste, arrodillado y con la cara hundida entre mis piernas.
Entonces Paco se alzó y, cogiéndome en brazos, me tumbó sobre la cama. Se giró y le hizo una señal a Agustín para que se acercara. Paco se colocó sobre mí y comenzó a desnudarse, ayudado por mí, mientras con su lengua me exploraba en un profundo y húmedo beso. Pronto sentí su enorme verga entre mis muslos, sobre mis labios vaginales y sentí cómo se deslizaba lentamente hacia mi interior. Mis músculos vaginales se adaptaron perfectamente a su miembro, aparte de que yo estaba muy lubricada por mis propios fluidos. Cuando estuvo bien adentro comenzó a entrar y salir, avanzando cada vez un poquito más, y cada vez más rápido, hasta llegar casi al final. Sus embestidas eran fantásticas. Se agarró a mi cintura y cogió un ritmo violento, casi insoportable, que me excitó al máximo. Estuvimos así un rato, hasta que exploté en un orgasmo que me dejó exhausta. Entonces aminoró el ritmo, hasta que se corrió dentro de mí. El hecho de sentir el líquido cálido de su semen me hizo correrme de nuevo. Si ese momento me hubieran obligado a ponerme de pie tendría la misma estabilidad que una muñeca de trapo.
Giré la cara, aún con el agotado Paco sobre mí, y vi que el otro obrero, Agustín, que hasta entonces solo había estado mirando, se había desnudado y tenía una erección increíble. Le sonreí. Él se acercó a nosotros y se tumbó a mi lado. Yo me zafé del abrazo de Paco y me senté lentamente sobre el enhiesto miembro de Agustín, penetrándome hasta el fondo. Mi cuerpo sintió un profundo escalofrío cuando me llegó al final. Entonces Agustín me cogió de la cintura y comenzó a impulsarme, yo gemía cada vez más y a medida que sus acometidas se volvían más fuertes.
Entonces vi cómo Paco me sujetaba del mentón y me obligaba a levantar la cabeza. Me encontré con su pene, recuperado de nuevo, justo delante de mi cara. No tuvo que pedírmelo… Comencé a mamársela suavemente. Estaba tan excitada que tuve un orgasmo y no pude evitar que se me escapara un grito de placer mientras lo hacía. Agustín estaba haciendo maravillas en mi clítoris con una mano mientras me penetraba. Volvía a introducirme el pene de Paco en la boca y proseguí con mi trabajo. Paseé mi lengua lentamente hasta llegar a la base del glande y retrocedí para meterle la punta de la lengua en el agujerito de la punta el pene, para luego regresar de nuevo a la base. Le daba vueltas con mi lengua alrededor del glande, me detenía en la corona, en el frenillo y trataba de introducírmela toda en mi boca… lo que no me era posible del todo debido a sus dimensiones. Le acaricié los testículos con mi mano y él empezó a estremecerse. Lo escuché gemir. Entonces noté el líquido preseminal y me apresuré a chuparle la punta para sacárselo todo. Paco ya no pudo aguantar más y se corrió, llenándome la boca de semen, que apenas me daba tiempo a tragar.
Prácticamente los dos se corrieron a la vez, porque casi enseguida sentí, en una última embestida de Agustín, todo el espeso y tibio semen dentro de mí, llenándome, colmándome las entrañas. Me sentí desfallecer de puro placer.
Escribo esto horas después de que ellos se fueran. ¡Me siento feliz, pletórica!… Pero estoy agotada. Ahora son las 5:24 de la madrugada y mañana será otro día.
Aliena del Valle
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