Doma y castigo de una novia rebelde
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Mi novia y yo tenemos algo más de cuarenta años, somos separados y nos conocimos casualmente en una conferencia sobre arte; me fijé en ella, estaba algo más llenita que ahora, pero enseguida noté que podía tener un cuerpo muy sensual. Coincidimos en la siguiente conferencia- era un ciclo de varios sábados-, nos hablamos y nos cruzamos teléfonos y direcciones de email. Lentamente fui persiguiéndola con emails, amables y sólo muy ligeramente incitantes, hasta que la invité a cenar, en esa época todavía vivía con su marido y me dijo que era imposible, pero salimos a comer y le propuse claramente establecer una relación, se negó, pero nos vimos algunas veces más y seguí con mis emails hasta que un buen día tomando unas cervezas me permitió besarla, pero tuve que devolverla pronto a su casa.
Al día siguiente me llamó y me dijo: “llévame a cenar”. Cenamos y mientras me dijo:” Quiero estar contigo”. Fuimos a un hotel y descubrí un cuerpo muy erótico y a una gran folladora. Follamos muy a gusto pero con algo del síndrome de “la primera vez”, al acabar me dijo: “la próxima vez será mejor”. A la mañana siguiente me llamó y me ofreció pasar la noche en mi casa, ella tenía un concierto, pero vendría al acabar; llegó sobre las doce y vestida de negro de la cabeza a los pies incluida la lencería- que luego descubrí-, estuvimos follando hasta las 6 de la mañana, cuando se fue a su casa y se lo contó a su marido. Al cabo de unos meses se separaron; durante ese tiempo fuimos saliendo y follando cada vez más y mejor.
Ahora sé que es una gran guarra y por eso me gusta. Se lo digo y sonríe y lo acepta. Le gusta ser guarra y ser tratada como tal.
Un buen día le enseñé uno de mis métodos preferidos, le dije: “no podemos hablar, yo me tumbo en la cama boca arriba y tú me montas, te pondré las manos quietas sobre las caderas y si te acaricio debes cabalgarme más despacio y si sigo acariciando cada vez más despacio, pero si te golpeo debes ir más rápido y si sigo pegándote, debes follarme más rápido”, lo hicimos y como es lógico le fui cambiando el ritmo continuamente, no se quejó del dolor, pero le dejé el culo y los lomos (a la altura de la cintura) completamente rojos; confesó que había sido fabuloso. Pensé que podía ser una buena masoca.
En sesiones siguientes, probamos todas las posturas posibles y un buen día empecé a tocarle el ano, se sorprendió, primero le metí un dedo y luego dos y vi que disfrutaba, así que con ella boca arriba le separé las piernas, le puse la punta de la polla en el ano y empujé al principio suavemente y luego con fuerza, hasta clavársela entera, gritó… fue una enculada fabulosa. Me confesó que siempre lo había deseado pero que ni su marido ni otras parejas habían sabido hacérselo. Comprobamos que la había rajado ligeramente, pero me dijo que era un “dolor placentero”.
Semanas mas tarde, después de alternar mamadas maravillosas, polvos en todas las posturas, repitiendo muchas veces el de alternar caricias y fuertes golpes y tambien buenas enculadas, decidí introducirla al sado, especialmente el pegarla en el culo (que lo tiene hermosísimo) con una espátula, con cinturón o con látigo.
Al principio se negó y sólo aceptaba algunos cachetes y algún correazo estando de rodillas sobre un sofá, pero se negaba a los más fuertes y a que lo hiciera con una alpargata, ya que eso dijo que era demasiado humillante.
En otras sesiones, para intentar anular su resistencia, le tapé los ojos con una corbata oscura, para que no viera y así sintiera más su piel y no pudiera saber ni dónde yo estaba o con qué iba a golpearla. La obligué a situarse a 2 metros de una silla, con las piernas bien separadas y poner las manos sobre el respaldo. Así le era más difícil moverse y exponía bien su culo. La pegué a conciencia en nalgas, muslos y lomos, primero con las manos y luego con una espátula larga de madera y con un cinturón de lona que ella me había regalado, acabado en una lengüeta de cuero, se quejaba y entonces le hacía algunas caricias y le permitía descansar de su posturita y de rodillas frente a mí, chuparme la polla que estaba durísima y ya empezaba a gotearme-ese líquido inicial que pronto habíamos descubierto que le encantaba-, fue una larga sesión, al final de la cual confesó que sentirse esclavizada y golpeada era otro de sus sueños no realizados, en los cuales también soñaba con ser golpeada con un látigo o un cinturón en la espalda. Pidió: “Pero por favor no te pases, tengo miedo, no sé cómo va acabar esto, me gusta pero me asusta”.
Esto fue el inicio de muchas y variadas sesiones de azotes, acabadas en polvos frenéticos. Descubrí que le gustaba quedar marcada por mí. “Me gusta llevar marcas tuyas, soy de tu propiedad”.
A partir de ahí, las palizas y la doma siguieron. Aceptó todos mis caprichos sexuales, incluso tragarse mi leche después de mamármela o después de que me la cascara con la mano. Estaba dominada. Pero no podía pasarme ni en la intensidad ni en la dureza de los golpes. Era casi perfecta.
Ahora además lleva en la parte interior del muslo unos grandes moretones que le hago pellizcando con fuerza una buena porción de carne y piel, primero en sentido vertical y luego horizontal, para reforzar el dolor y la marca. Si alguien lo prueba verá que quedan marcas grandes y hermosas, recomiendo dar a morder una toalla a la chica, ayuda a soportar el dolor y acalla los gritos. Pero esto de los pellizcos empezó al final de una sesión muy especial.
Un viernes tuvimos una violenta y desagradable discusión por un asunto en principio muy tonto, pasamos una mala noche en mi casa y a la mañana siguiente le dije: “¡Déjame tranquilo, vete!”. Se fue y estuvo enviándome emails y mensajes al móvil pidiendo perdón y regresar a mi lado, a los que yo no respondía o simplemente le decía:”NO” o “déjame tranquilo”.
El domingo siguió igual, hasta que en un mensaje me dijo: “Podría venir a tu casa, me atas o haces lo que quieras y me castigas, incluso en la espalda y tan fuerte como te de la gana, soy tu esclava, no quiero dejar de serlo”. La oveja volvía al redil y más mansa que nunca.
La coloqué en la postura que he explicado y le dije “No puedes ni hablar ni quejarte, sólo para decir basta y largarte, si no puedes aguantarlo. Pero si te vas, no me volverás a ver más, tu misma. No quiero perderte, eres una zorra y una gran guarra y me das mucho placer, pero tú decides”.
Inicié el castigo golpeando con fuerza las nalgas con una alpargata, -cosa que le había parecido antes tan humillante!- y le explique con qué la pegaba. Seguí bajando por los muslos y pantorrilla con una espátula y luego las plantas de los pies con una fusta y con cinturón. En algún momento se retorció de dolor, pero no se quejó.
En otras sesiones había empezado por golpes más suaves, para activar la circulación, pero hoy era un castigo verdadero, no un juego, así que en cada zona o con cada instrumento pegué desde el inicio con fuerza y con saña. Era también una venganza y no sólo un castigo.
En todos los casos castigué amplias zonas de piel, pero insistiendo en algunos para acentuar el dolor y la consecuente marca posterior. Algún gemido muy reprimido me iba indicando dónde más le dolía y ahí era donde yo más insistía en el castigo. Algunas partes de las nalgas y muslos empezaron a amoratarse. Acaricié su espalda y estaba húmeda de sudor. Agarrando el cinturón con fuerza le azoté la espalda a placer, hasta ese momento no había gemido tan alto, ante un par de zurriagazos secos, gimió de nuevo y le pregunté:”¿Es que quieres marcharte?.Negó con la cabeza y le di permiso para hablar.”Sólo quiero ser tuya, castígame “.
El siguiente paso fue retorcerle los pezones varias veces y en todos los sentidos, no se quejó, sólo ladeaba ligeramente la cabeza, sin intentar huir de mis manos. Le dije acabaremos con dos sorpresas, algo nuevo. Me senté entre sus muslos y le apliqué sendos pellizcos que explicado, con fuerza y tirando hacia fuera; la suave piel interior de sus muslos quedó roja y estriada.
Y luego el remate final. Volví a golpearle la espalda, pero esta vez por el borde y a la altura de los pechos de forma que el cinturón pegaba en el costado y se doblaba avanzando hasta rozar o golpear el pecho. Después de varios golpes de prueba, que ella no entendía, acerté con la distancia adecuada para dar en el costado de la espalda, en la teta y en el pezón a la vez. Le dolió mucho.
¿Ya entendiste mi intención?… y afirmó con la cabeza.
Aún no había acabado de mover su cabecita cuando descargué otro golpe idéntico en el otro costado, dándole en parte de la espalda, en pleno pecho y rozando con fuerza el pezón. Repetí estos golpes maravillosos un par de veces a cada lado y vi cómo estaba temblado de dolor y de miedo.
Me coloqué detrás de ella, puse mis dedos de nuevo en sus maltrechos muslos y pellizqué con fuerza en ambos lados, sobre los pellizcos anteriores. Gimió y se retorció. Las marcas le duraron más de 2 semanas. Acerqué la mano a su vagina, metí un par de dedos y estaba mojada como nunca. Le dije: “Quizás te gustaría que te follase, ¿verdad?”. Afirmó con la cabeza sin hablar.
Sudaba a mares, entonces le ordené ponerse el respaldo de la silla a altura de la barriga, doblarse sobre él y apoyar los brazos y manos en el asiento. Antes de que pudiera terminar de apoyarse, separé sus nalgas, metí mi polla por su ano, y sin contemplaciones abrí su culo con fuerza. Era la primera vez que la enculaba sin contemplaciones, las otras veces había sido muy delicado. Gritó de dolor. Bombeé entre sus nalgas golpeándolas con el reverso de mis manos con toda mi fuerza. Yo quería que le doliera por dentro y por fuera, así que saqué y clavé la polla repetidas veces con toda la fuerza posible, sin miramientos. Fue una enculada matrícula de honor.
“Así termina tu castigo: con tu cuerpo golpeado y marcado y tu ano reventado. Así estas mucho más hermosa”.” Eres una guarra y una puta”. “Dócil, sumisa y entregada puedes ser mía, jamás vuelvas a cabrearme”. “¿Cómo te sientes?”
“Me siento tuya, hazme lo que quieras y cuando quieras”
“Eres una puta”
“Soy tu puta. Soy una puta”.”No me dejes”.”Me gusta ser de tu propiedad”. “Putéame”