Tenía yo 18 años, el inicio de la etapa universitaria me había abierto los ojos pues en ella encontré todo lo que el colegio no ofrecía. Fiestas, alcohol, autos, amigas, en fin, todo lo que un joven de 18 años necesitaba para ser feliz. En el sexo siempre había sido muy tímido. Si bien había tenido una que otra experiencia, remunerada claro está, nunca me había acostado con una mujer que cumpliera mis gustos un poco extravagantes. Mi ideal de mujer era alguna cuarentona, tipo profesora de primaria, secretaria de empresa, vecina del barrio o mamá de algún amigo del colegio, que vistiera con una blusa de seda, falda por encima de la rodilla, pantys negras o marrones y zapatos de taco. Cada vez que caminaba por las calles volteaba cuando me encontraba con una mujer así, guardaba su imagen en mi memoria y corría a mi casa a tirarme la paja más espectacular del mundo.
Un día, de esas tardes de agosto invernal, con el cielo gris y un viento helado que cala hasta los huesos, me dirigí a la casa de mi amigo Javier, ex compañero de colegio y a su vez, ex vecino, pero estudiaba yo, cerca de su casa. Fui con la intención de visitarlo, pues hacia meses que no lo veía, y además, porque ir a visitarlo era oportunidad para ver a su mama, una mujer de mas o menos unos 43 o 45 años, 1.55m de estatura, trigueña, no muy bonita debo reconocerlo, pero de unos senos que iban por el 38B y unas caderas que rozaban los 100 cm. Era una semidiosa, al menos para mí, pues recuerdo los días de verano en que iba a jugar con su hijo, ella me abría la puerta con sus camisas medio transparentes y sin sostén, o con pantaloncitos cortos que enseñaban las generosas carnes de sus piernas. Ese día, llegue a su casa, toqué el timbre y al rato se abrió la ventanita de la puerta, y en eso escuché esa voz seductora que la caracterizaba:
– Quién es?
– Sra. Daniela? Hola como está? Soy Diego, el amigo de Javier.
– Hola cómo estás? A los años que te veo.
La conversación siguió con un tono más familiar, me invitó a pasar, me dijo que Javier llegaría en la noche aún, le pregunté por su esposo, estaba trabajando, por su hija mayor, estaba estudiando y por su hijo menor, estaba en el colegio. Mejor panorama no podía encontrar.
Me invitó a pasar pues yo no era solo amigo de su hijo, sino que era amigo de la familia, pues desde niño iba a su casa a jugar. Nos sentamos en la sala, estaba vestida con una falda negra hasta por encima de la rodilla, una chompa de botones y una blusa blanca que traslucía un sostén que por obvios motivos, quería reventar, y lo más sensual que vi… sus pantys color carne que moldeaban unas piernas que fueron siempre mi adoración.
La conversación iba en torno al tema de los estudios, de mis planes hacia el futuro, no fueron más de 10 minutos que demoró en ofrecerme una taza de café, invitación que acepté pues, quiéranlo creer o no, mis planes de meterme un buen polvo con ella habían aparecido en mi cabeza. Si no la conociera bien no lo hubiese intentado, pero las historias que había escuchado de ella en la época escolar me animaron.
Se contaba en el colegio que un día se apareció de la mano de alguien que no era el esposo que todos le conocían, otra vez, un amigo fue testigo que la muy calentona salió a la bodega a comprar una bebida con un amigo suyo, y lo raro es que se fueron a comprarla en auto teniendo la bodega a la vuelta de la casa. La compra demoró más de una hora y cuando llegó, vino con la cara roja y algo despeinada. Y lo más excitante, de niños, su hijo y yo encontramos revistas y películas pornográficas en sus cajones de ropa interior, una tarde que con Javier decidimos corrernos una paja por lo que yo había llevado las pantys de mi mamá para que él se las corriera.
Con la taza de café pendiente, seguimos conversando, al momento de traerme la taza, hice un movimiento que causó que la taza cayera en mi pantalón, situación ante la que ella reaccionó alarmada, sin dudarlo me quité el pantalón delante de ella haciendo gestos de dolor y fastidio, me senté en otro lugar y ella preocupada por la quemadura trajo una toalla con agua fría, la cual la puso sobre mis piernas, muy, pero muy cerca de mi pene, el cual se había solo asustado. Estuvo un buen rato con la toalla allí, la verdad que el dolor era soportable, pero mi estrategia había servido, estaba yo en ropa interior, delante de ella, ella con sus manos muy cerca de mi pene y arrodillada frente a mí. Entre bromas le dije que ojala no le haya pasado nada a mi pene, a lo que ella en tono curioso y cómplice me dijo lo mismo, que ojala no le haya pasado nada. Esas palabras como arte de magia hicieron que mi pene se empezara a erectar, la cosa no podía ir mejor, estaba ahora delante de ella con una erección más que notoria. Me miró fijamente el bulto a lo que ella me dijo:
– Parece que tu amiguito no ha sufrido algún daño
– Si, felizmente, pero la verdad que siento alguna molestia
– Qué tipo de molestia?
– No se, un pequeño dolor, un fastidio, nada que con un masaje no se pueda quitar.
– Bueno, ya que estamos en plan de enfermera y paciente, te daré el masaje.
Me llevó a su dormitorio, me acostó en su cama y ella se arrodilló a mi costado, me bajó la truza y apareció mi verga, que hace mucho quería salir a la luz y que gracias al plan logró su cometido. Al inicio Daniela demostró un poco de torpeza en las caricias, mejor dicho en el masaje, la notaba un poco nerviosa, para entrar en confianza le inicié una conversación:
– Se nota que eres buena en esto.
– Te parece?.
– Si la verdad si, aunque podrías hacerlo un poquitín mejor.
– Y como lo haría mejor?
– Pues dándole algún beso, algo más.
Esa fue la frase que sirvió para iniciar algo más atrevido.
– Un beso? No querrás mejor que te la chupe.
– Yo no he dicho eso.
– Pero de besarla a chuparla no hay mucha diferencia.
– Daniela, dejémonos de niñerías, desde que estoy aquí no te puedo quitar la mirada de encima y mucho menos puedo quitarme las ganas de hacer el amor contigo.
– Sabes, yo también, hace mucho que no tengo nada con un hombre, y tú sabes que el cuerpo pide.
– Lo se, pero siempre tuve miedo de ir más allá, eres la mamá de mi mejor amigo y no se, eso como que siempre me limitó.
– Ay tontito, por qué crees que cuando venías a jugar a mi casa nunca dejaba que te fueras con Javier a jugar a otro lado?.
– No se.
Mientras conversábamos, ella seguía haciéndome la paja.
– Pues porque me gustaba tenerte aquí, siempre me gustaste, eres un chico muy lindo, físicamente y como persona y al igual que tú, sentía que enamorarme del amigo de mi hijo estaba mal, pero ahora, ya eres un hombre y todo un hombre y mis deseos son muy fuertes, por qué crees que te deje entrar? Si fueras otro te hubiese dicho que Javier no estaba y nada más, pero como eras tú, te abrí la puerta para al menos estar a solas contigo y conversar, pero veo que las cosas salieron bien y míranos, estamos en mi cama, tu semidesnudo, con mi mano sobando tu rica verga.
Terminando la frase me levante, la puse de pie y la empecé a besar, primero un beso tímido, primero los labios, poco a poco perdiendo ese pudor natural de una mujer casada que se aventura con un adolescente, fue abriendo los labios, nuestras lenguas se juntaron, el beso fue largo y apasionado. Poco a poco fui descendiendo, el cuello, la nuca, caricias en la espalda, susurros al oído, la mano cómplice que desabotona la falda, la falda cae, aun sin quitarle la ropa de la parte de arriba, la tiendo en la cama, le quito las bragas y encuentro una conchita más que deliciosa, una conchita llena de vellos, húmeda a más no poder, y unas piernas, unas piernas envueltas en un nylon que para mí se transformó en seda, me fui directamente a su vagina, me sumergí en ella como lo había visto en las películas, torpe al inicio, un poco dubitativo pues al haber estado abrigada por el frío había sudado un poco. El primer contacto fue lleno de nervios, empecé solo a besarle los labios sin saber muy bien que hacer. Daniela se dio cuenta de mi falta de pericia a lo que atinó a ella misma abrir su vagina, me señaló donde debía morder, donde debía lamer, donde debía besar. Me acordé de las películas y puse énfasis en el clítoris, el cual chupé, mordí y succioné a tal límite que conseguí que Daniela, después de mucho tiempo y sin ayuda de ella misma, llegara a un orgasmo que luego fue recompensado con una chupada de campeonato.
Una vez terminada la experiencia oral de Daniela, se quitó lo que le quedaba de ropa, quedándose sólo con las pantys puestas, me acosté en la cama lo que ella entendió como una invitación al fellatio, cosa que, déjenme decirles, realiza muy bien. Empezó a conversar mientras lo acariciaba, y me contaba que hacia mucho que no chupaba uno, si hasta le puso nombre, lo llamó Junior, con Junior recién bautizado, lo metía y sacaba de la boca con la maestría que solo una experimentada cachera podía hacer, me hacía llegar al punto de eyacular, pero inmediatamente cambiaba de movimiento en la lengua que me impedía botar la leche, cosa que ansiaba con ganas pues quería llenarle la boca de semen. No duré mucho, la verdad que la eyaculación no demoró en llegar, sin avisarle, un chorro de leche caliente salió con fuerza y en tal cantidad que Daniela casi se atora, tuvo por necesidad que dejar caer algo de leche sobre su cama, y después de recuperarse y haber pasado algo del semen que quedaba en su boca, lamió el resto que había dejado caer. La muy perra, después de pasárselo me agarró la cara y se aventó sobre mí para darme un beso, haciéndome probar el sabor de mi propio semen. Mientras descansábamos le conté que siempre había soñado con ella, es más, me atreví a contarle de la experiencia en la que encontramos con su hijo las películas pornográficas en su cajón, y de las pajas que me metía con sus pantys, de cómo a veces hurgábamos entre la ropa sucia para encontrar algunas pantys o alguna truza que ella había usado y de cómo me masturbaba con ellas.
Ella se reía, me dijo que si se había dado cuenta de que rebuscábamos en sus cajones pues los encontraba distinto a como ella los había dejado, pero pensaba que era su marido que en algún rito fetichista buscaba motivos de excitación. Me confesó que con su marido hacía años que no tenía sexo, por lo que había encontrado la satisfacción sexual en amigos del trabajo, en algún amante ocasional, y esta vez, en un chico al que quería como a su hijo. Mi pene tomo una nueva erección, esta vez, nos dedicamos solo a la penetración. Ella se montó encima mío, yo un poco torpe no atinaba como introducirla, y ella agarrando mi pene se lo insertó cosa que agradecí con una embiste que la hizo cerrar los ojos y aguantar el dolor que ello producía. Sus movimientos acrecentaban mi excitación, sus movimientos circulares de cadera, esa succión que hacía cada vez que apretaba sus muslos, la imagen de verla luego en cuclillas frente a mí, cosa que me permitía ver el panorama claramente, hacía que mi verga creciera cada vez más.
Como la posición se tornaba un poco incomoda para ella la tendí en la cama, boca arriba, por lo que me abrió las piernas como si de un cálido abrazo se tratara, me acosté sobre ella iniciando una penetración de lo más suave y placentera, primero con cariño, luego con pasión. Levanté sus piernas y las puse sobre mis hombros, lo que permitía una penetración más profunda pero a la vez dolorosa para ella, cosa que resistía pues quería complacerme. Luego de unas cuantas lágrimas por su rostro entendí que debía cambiar. Esta vez la puse al borde de la cama, apoyada sobre sus brazos y piernas, posición que me permitía ver su oscura conchita, su amplio trasero y sus deliciosas piernas. Abrí bien la concha y se la empujé de una sola metida, era el placer más grande que se podía sentir. Mientras la penetraba apretaba sus senos que colgaban de su cuerpo, su generoso 38B saltaba a la vista y me arrepentía de no haberles puesto mucha atención. La penetración fue cada vez más rápida lo que anunciaba una nueva eyaculación, los embistes hicieron que nos cayéramos pegados aún sobre la cama, la eyaculación vino acompañada no solo de mis espasmos, sino de un segundo orgasmo en mi ahora mujer.
Al sacar el pene de su conchita, un hilo de semen se fue deslizando hacia fuera, Daniela bajó su mano hasta su vulva y recogió algunas gotas de la mezcla entre mi semen y su descenso, humedeció sus dedos y se le llevó a la boca repitiendo la experiencia de besarme para esta vez hacerme sentir el sabor de nuestros fluidos mezclados. La sensación de placer y satisfacción inundaba el ambiente. El relajo que se siente luego de un orgasmo nos tumbó en la cama a descansar, pero el miedo de saber que el tiempo iba pasando mientras nos habíamos entregado el uno al otro, hizo despertar la sensación de que alguien estaba por llegar. Siempre había tenido deseos de penetrar a una mujer por detrás, a esa edad aun no lo había hecho, y tenía delante mío una hembra generosa no solo en entregar su cuerpo, sino generosa también de carnes en sus nalgas, así que no perdí la ocasión de sugerirle una nueva experiencia.
– Dani, tienes un culo riquísimo, me dejas darte por allí?.
– No se, aun no me lo han metido por allí.
– Eso significa que estás cerradita por detrás?.
– Si aun si, una vez quisieron hacerlo, pero no me agradó mucho, solo me metieron la cabecita pero no quise más.
– Entonces hay que intentarlo, es cuestión de acomodarlo bien, mira acá tienes tu crema para manos, me echo un poco en la verga y un poco en tu ano y lo intentamos está bien?.
– A ver veamos.
Cogí su crema humectante, y me eché un poco en la verga que se había vuelto a erectar por la idea de una penetración anal y un poco en su ano para ir dlatándolo.
Primero le fui trabajando el ano con un dedo, cosa que soportó bien pues entró sin problemas. Una vez soportado el primer dedo, le metí dos, el dedo medio y el índice, cosa que también soportó, con un poco de molestia pero lo aguantó. Trabajándole el ano con estos dos dedos fui preparando el orificio para intentarlo con un tercero, a lo que el ano se dilató mucho más, una vez con esa dilatación me unte más crema en el pene y se la metí. La penetración fue doblemente satisfactoria que en la vagina, el hueco era pequeño, estrecho aun, un poco seco pero se había lubricado con la crema, fue cuestión de unos minutos en que llegó la eyaculación, pues como dije, el placer era por partida doble. El chorro de semen no fue muy cargado, las dos eyaculaciones anteriores habían sido muy generosas, dejé que el último espasmo se produjera, que mi pene redujera su tamaño para retirarlo, y grande fue mi sorpresa cuando al retirar mi pene un rastro de algo marrón se había acumulado en la parte superior de mi querido amigo.
Terminada la experiencia anal, nos fuimos al baño, ella a hacer una necesidad fisiológica que no me había comentado tenia ganas de hacer y yo para lavarme el rastro dejado. Terminamos de usar el baño, regresamos a su habitación, ella se vistió, pues solo tenía las pantys puestas, y yo para ponerme el pantalón que aún se encontraba húmedo por la taza de café.
Salimos y nos sentamos en la sala, conversamos de algunas banalidades, retomamos el tema de la universidad, conversamos nuevamente sobre mis planes del futuro, pasaron unos minutos y me ofreció otra taza de café, la puerta de la calle se abrió, unos pasos se acercaron, se abrió la puerta de la casa y mi amigo Javier entró. Me levanté, lo abracé, festejamos el reencuentro después de mucho tiempo, su madre salió de la cocina.
– Que bueno que hayas llegado hijo, llegas justo para tomar el café.
– Una taza de café no me caería mal.
Pensar que una taza de café que cayó encima mío, me cayó muy bien.
Han pasado los años, y no se por qué motivo no regresé a la casa de Daniela, estoy seguro que la hubiera convertido en mi amante, en la amante que todo adolescente quiere tener, una mujer madura, experimentada, con muchos deseos de amar y ser amada, si lees esto Daniela, tú sabes lo que pasó ese día, quiero que sepas que te extraño, y te quiero volver a ver.
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