De nuevo en el taller para follar con el mecanico
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Hola a todas/os, como lo prometido es deuda, hoy les voy a contar lo que pasó en la bañera del taller de mis mecánicos. Resulta que un buen día, me llama uno de mis mecánicos y me invitan a conocer una amiga de ellos. Como yo les había comentado sobre mi preferencia por las de mí mismo sexo, habían planeado este encuentro. Curiosa por ver que sucedía, me bañé y me vestí con jeans, una blusa rosa ajustadita y sin sostén, y calzando unas maravillosas sandalias de taco alto. (Como ya les conté, soy una fanática de los pies y los zapatos, y estas sandalias son unas de mis preferidas. Confieso que me pasé unos cuantos minutos haciendo poses frente al espejo, viendo mis pies desde distintos ángulos).
Bien sigamos. Subí a mi auto y me dirigí al taller. Allí cuando entré, estaban mis mecánicos esperando por mí. Me saludaron como siempre y me hicieron pasar. Cuando entré en las oficinas no vi ninguna mujer esperando. Medio entre ofuscada y ofendida, les reproché el engaño.
– Nuestra amiga está en el baño, no hemos mentido – respondió el más bajito.
– Déjenos hacer y no se arrepentirá – dijo él más alto.
Ya con la experiencia anterior, decidí confiar en ellos, después de todo aún hoy me excita el recuerdo de aquel día. Como la vez anterior, lo primero que hicieron, fue ponerme la bincha en los ojos. Ya saben lo que se siente cuando nos hacen eso. Y comenzaron a desvestirme. Me quitaron mis queridas sandalias, el pantalón, la bombachita y la blusa. Obviamente, la bincha era mi única vestimenta.
A continuación me tomaron de las manos y me llevaron al baño, ese con la gran bañera que les conté la vez anterior. Supe que era el baño porque mis pies pasaron de la suave caricia de la alfombra de la oficina, al frío piso cerámico del baño. Una vez en el baño, juntaron mis manos al frente y me pusieron unas esposas. Me llevaron hasta la bañera y me ayudaron a entrar en ella y grande fue mi sorpresa cuando con mi pie rocé la piel de alguien que ya estaba en el piso.
– ¿Quién está ahí? – pregunté.
– Ya las vamos a presentar como corresponde, ahora la ayudaremos a sentarse – dijeron.
Al sentarme, sentí el frío de la bañera que estaba vacía, en mi sentadero. Por suerte el día estaba caluroso. También sentía el roce de mi brazo izquierdo con el de otra persona, que obviamente debía ser la amiga de ellos y que estaba también estaba sentada junto a mí.
– Candela, ella es Cristina. Cristina, ella es Candela – dijo uno de ellos.
Ellos guiaron nuestras cabezas para que nos besáramos. Fue un estremecedor roce entre nuestros labios.
– Hola, hola – fueron nuestros mutuos saludos.
Sentí su respiración acelerada y me estremecí.
– Bien, ahora se van a recostar – dijeron y nos ayudaron a hacerlo.
Luego nos rotaron de tal forma, que quedamos enfrentadas pero mi rostro estaba a la altura de las rodillas de ella y viceversa. Sentí como ponían otras esposas en mis tobillos y las manos de ella. Luego en mis manos con los tobillos de ella. Yo, ni lerda ni perezosa, comencé a acariciar los pies de ella. Parecían ser lindos, suaves, bien cuidados, sin durezas y las uñas bien cortadas. Eran pequeños y más bien delgados.
– ¿Te molesta? – pregunté.
– No – me dijo mientras sentí que hacía lo propio con los míos.
– Te gustan los pies – pregunté.
– No tanto como las manos – contestó.
– Son mi fetiche, me producen placer y no me canso de verlos y acariciarlos – dije.
– ¿Sabes que planean estos tipos? – preguntó.
– Ni idea – respondí.
– Bueno, ahora calladas. Vamos a comenzar y luego las dejamos solas – nos dijeron.
A continuación, simultáneamente, uno a cada una de nosotras, nos ayudaron a flexionar nuestras piernas llevando las rodillas hacia el pecho. Obviamente al estar unidas por las manos y los tobillos, necesitábamos ayuda para no pegar con nuestra rodilla en el rostro de la otra.
– ¿Y ahora que? – dijo Cristina.
– Ssshhh – la callaron.
Nos dejaron así unos minutos, sentimos que estaban haciendo algo pero no sabíamos que era. En un determinado momento sentí una mano que tomaba mi glúteo superior y lo levantaba para dejar expuesto mi ano. Me estremecí, sentí como Cristina también dio un pequeño sacudón. Seguro que le estaban haciendo lo mismo. A continuación, untaron mi ano con algún lubricante y lubricaron en interior con un dedo. Sentí luego como introducían algún objeto cilíndrico no muy grueso, seguro que no mas que un dedo y lo dejaban bien adentro. Calculo que unos diez centímetros. Por un momento quedó todo quieto. De vez en cuando el objeto se movía, pero para los costados, no salía ni entraba. Entonces empecé a sentir algo adentro, una sensación que hacía muchísimos años que no sentía. ¡Nos estaban poniendo una enema!.
– ¿Qué hacen, como se les ocurre? – exclamé.
– Ssshhh – escuche.
– ¿Qué es? – dijo Cristina.
– Una enema – contesté.
– A mí nunca me pusieron una – dijo Cristina.
– ¡Cállense! – dijeron.
El tema estuvo en que no fue una enemita, fue un enemón. Una vez que vaciaron todo dentro nuestro. Mientras juntaban los glúteos retiraron la cánula, nos sacaron las binchas de los ojos y se fueron. Pude ver unas hermosas piernas terminadas en unos pies divinos frente a mi rostro.
– ¿Y ahora que hacemos? – preguntó Cristina.
– No sé – contesté – si pudiéramos llegar al inodoro… podríamos descargar.
– Me duele el estómago un poco, siento revuelo en las tripas como cuando uno tiene diarrea.
– De hecho, la enema es una diarrea provocada para limpiar el intestino. Pero mira que idea la de estos tipos – dije.
Visto que no podía hacer otra cosa, empecé a estirar mis piernas para mantener mi ano bien cerrado, por supuesto que arrastraba las manos de ella. Le dije que hiciéramos eso, hasta ver que hacían nuestros “amigos”. Al estirar las piernas, mi rostro quedó de nuevo frente a sus rodillas. Empecé a besársela y pasarle la lengua. ¡Que piel suave y sabrosa! Noté que ella se movía y respiraba más rápido. En un momento, entreabrió sus piernas con el aparente deseo de que metiera mi cabeza entre ellas, pero cerrándolas rápidamente exclamó:
– Hay, se me escapó un chorrito. No sé cuando voy a aguantar.
– Yo tampoco sé. Me está doliendo el vientre y siento que ya me hago – le contesté.
En ese instante entraron los muchachos y vertieron como dos litros de detergente dentro de la bañadera y sobre nosotras. Nos sacaron todas las esposas y se fueron. Lo primero que intenté hacer, fue levantarme para ir al inodoro, pero no pude por el detergente me hizo deslizar y me fui contra Cristina que intentó agarrarme pero estábamos muy resbaladizas. El tema estuvo que tanto movimiento y manoseos se nos fue escapando la enema. Quedamos frente a frente. El bello rostro de Cristina estaba todo sonrojado.
– Que vergüenza – me dijo – no puede retener más y voy a tener que largar el resto porque, no aguanto, no aguanto.
Yo por mi parte no la estaba pasando mejor y ¡afuera con todo!… Obviamente que todo era un desastre, sucias y malolientes nos quedamos mirándonos un instante y nos comenzamos a reír y a tratar de acomodarnos lo mas juntas posibles. Cristina trataba de acomodar mi pelo y yo el suyo, nuestros pechos se rozaban y nuestros ojos no dejaban de mirarse fijamente. Me acerqué lentamente y la besé en la boca. Quedamos así, muy quietas jugando con nuestras lenguas. En ese momento empezamos a sentir que entraba agua en la bañera. La salida del agua estaba tapada. Por un momento temimos que nos quisieran cubrir con esa agua que estaba, precisamente, no muy limpia que digamos. Pero no, el agua comenzó a correr y a salir con más fuerza por las distintas salidas. Así fue como pudimos irnos limpiando, había jabón al alcance y ya podíamos movernos sin resbalarnos.
Una vez que estábamos limpias, cerramos la salida del agua y nos dimos un hermoso hidromasaje. Aprovechamos para conocernos físicamente en todos nuestros detalles. Conocí su anito y lo probé, el tamaño de su clítoris, su dureza y sabor. Recorrí todo su cuerpo con mi lengua y nos besamos muchas…, pero muchas veces. Por supuesto que Cristina no se quedó sin recorrerme y hacerme vibrar.
Desgraciadamente, lo bueno se acabó. Entraron mis mecánicos y nos dijeron que se tenían que ir. Así es que nos vestimos y cuando nos estábamos por ir, uno de ellos me dio una videocasete y me dijo:
– Aquí tienen lo que hicieron hoy, está todo grabado.
– ¡Nos habían estado grabando!
Nos juraron que no había otra copia y que la lleváramos de recuerdo. Esa noche Cristina se quedó en mi departamento. Vimos el video y pasamos una noche de locura. Cada tanto, nos juntamos y repetimos la experiencia. Descubrimos que una buena enema es sumamente excitante. Ahora nos lo hacemos juntas. Una vez me toca a mí, otra a ella.
Cariños a todas
Candela
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