Con el empleado de seguridad
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Sensual, elegante, femenina, distinguida, Marta siempre había sido lo que la dignidad de su linaje exigía, su doble apellido, su vida perfecta. Todo en ella tenía y mantenía la clase, el estilo que se esperaba, moderación, conducta y apariencia habían sido toda su vida una constante. Y ahora en la madurez, con toda la plenitud de sus virtudes femeninas no podía permitirse tirar todo aquello por la borda.
Pero la situación la había superado, se había permitido un cierto coqueteo con algunos empleados de la firma, el empleado del servicio de seguridad entre ellos, pero esto se había salido de la vaina, el muchacho había ingresado a su oficina privada, y se había llenado descaradamente la boca con palabras casi obscenas describiendo su masculinidad e insinuándole que podría darle placer, ¡el engreído le ofrecía placer sexual! Había controlado medianamente la situación -aunque se asustó un poco por la insistencia del muchacho- mirándolo con desdén, pretendiendo asustarlo con su frialdad natural, intentando disuadirlo con la posibilidad de un despido, a fin de evitar que la situación pase a mayores. Pero luego él había dicho aquello que la había descolocado. Y acto seguido cumplió su promesa y se la mostró.
Momentos antes de aquel instante crucial había -creía ella- alardeado acerca de sus atributos masculinos y ahora ella, se encontraba en una situación desconcertantemente diferente.
No podía creer por ningún motivo lo que había oído, no podía creer desde ningún punto de vista lo que estaba viviendo, lo que veía, lo que sentía.
Carlos, el joven empleado de seguridad del décimo piso, se encontraba ante ella, Marta, la respetada directora de marqueting blandiendo su pene ante su escritorio, con una expresión de satisfacción indescriptible ante la cara de asombro de Marta, sus palabras habían cesado al instante, dando paso a un silencio sepulcral. La dureza de la expresión de superioridad de la cara de Marta rápidamente dio paso algo completamente diferente y difícilmente descriptible detrás del rubor creciente de sus mejillas por la incomodidad de tan inesperada situación.
Marta había olvidado quién era, estaba atónita ante la visión de la masculinidad de Carlos, no podía, -aunque hubiera querido- retirar la vista del gordo pene y los holgados testículos que la bragueta muy abierta de Carlos había permitido ver.
El orgullo de Carlos en aquel momento era incomparable, siempre había recordado las palabras de su padre, que al llevarlo con una mujerzuela cuando cumplía los catorce años, le había aconsejado que a las mujeres difíciles de coger (o las calienta pijas como las había llamado) había que darles de su propia medicina, “mostrales la pija” -había dicho- “hacéselas tocar, así se encariñan”.
Carlos no recordaba una sola vez en la que aquello no había dado resultado, desde aquella gloriosa primera vez en la que lo había hecho por instinto -antes de recibir tan sabio consejo- cuando contaba con trece años, con su prima Chelo unos años menor. Carlos le había dicho a Chelo que si quería ver su pito, ella no había querido pero él la acorraló en un rincón de la habitación grande y se había bajado los pantalones, Chelo se había tapado los ojos, pero la curiosidad pudo más que su pudor, y al cabo de unos minutos, había pedido jugar con “eso”, pidió tocarlo, e instantes después, lo acariciaba y besaba con ternura inocente. Ahora esta hermosa mujer lo miraba embelesada…
Marta no podía creer lo que sus ojos veían, Carlos era buen mozo, nada del otro mundo a la vista de una mujer que había sido objeto de infinitos intentos de conquista por parte de los mas guapos argentinos de clase alta, pero el espectáculo que el muchacho ofrecía ahora distaba mucho de lo que ella hubiera esperado. En medio de su bragueta colgaba esplendoroso un soberbio pene de color más bien claro, longitud y diámetro formidables.
Con mirada satisfecha, casi sonriendo Carlos tomó por la base sus testículos, terminando de sacarlos del pantalón para exhibirlos en su total magnitud y masturbándose luego suavemente preguntó en tono sarcástico: -“¿Qué te parece lo que te ofrezco belleza?”.
No esperaba respuesta, pero la reacción de Marta lo sorprendió levemente.
Ella levantando apenas un segundo su mirada para dirigirla a los ojos de Carlos, dejando caer sus lentes sobre sus pechos pendiendo de su cadena dorada, se levantó de su sillón y rodeó el escritorio que los separaba.
Él, aun temiendo una reacción agresiva, giró sobre sí mismo apoyando una mano sobre el escritorio, y como en actitud sumisa, sabiendo que se había propasado, intentó guardar su polla, pero la mano derecha de Marta lo detuvo.
Sosteniendo aún la mano de Carlos con la suya, comenzó a desabrochar suavemente los botones de la camisa del muchacho, cuando hubo terminado, describiendo círculos con su mano izquierda sobre su pecho descubierto, procedió a desabrochar su cinturón, luego pasó al botón del pantalón y dejando por fin libres los atributos masculinos del muchacho, dobló sus piernas agachándose hasta su pelvis y dirigió su boca al trozo de carne que ahora ardía entre sus manos.
Carlos, ya más calmado después del pequeño susto, la dejó hacer, con otros aires, relajó sus manos, apoyándolas ambas al escritorio a sus espaldas y relajó los músculos de sus piernas dispuesto a disfrutar esperando su momento de actuar.
Marta tenía ahora toda su atención en la gran pija que tenía frente suyo, y en sus huevos, los más grandes que había visto. Aferró parte de ellos con su mano izquierda y sosteniendo el pene por debajo, le dedicó varios besos suaves con sus labios húmedos y pasó su lengua tratando de abarcar su totalidad, sin dejar de observar sus reacciones y el magnifico tamaño que éste iba tomando ante sus estímulos. Veía como la erección se hacía tangible, la flaccidez del principio daba lugar a una mayor firmeza y con placer observaba como la piel del prepucio se ensanchaba, estirándose dejando ver su cabeza, de color más rosado. Sacando todo lo que podía su lengua comenzó a lamer su frenillo, haciendo que Carlos reaccionara contrayendo sus nervios, lo que hacía que el pene, que ya había tomado mayores dimensiones y se veía potente y muy venoso- se elevara, para caer nuevamente en sus fauces, ensanchándose un poco más en cada movimiento y resaltando su diámetro y permitiendo apreciar la descomunal circunferencia de su orificio, que prometía despedir grandes cantidades de semen. Ésto excitó muchísimo a Marta, que estaba dispuesta a todo, y con gran maestría se las arregló para introducir gran parte de la dispuesta verga de su empleado entre sus labios, y lamiendo apasionadamente su cabeza con su lengua mientras apretaba moderadamente sus genitales jugando con sus testículos.
Comenzó un pausado pero enérgico movimiento de masturbación con su mano, abarcando la totalidad del miembro que quedaba fuera de su boca y que era lo suficiente como para requerir grandes movimientos pese a que lo sentía llegar a su garganta de a momentos. Al cabo de apenas unos segundos, muy excitada, sentía la humedad brotando violentamente en su entrepierna y se encontraba a punto de tener un orgasmo, cuando obsesionada, decidió retirar el pene de su boca sin dejar de masturbar ninguna de sus partes, comiéndolo con los ojos. Le encantaba ver aquel carnoso pene y sentirlo latir entre sus manos. En desenfrenado clímax soltaba gemidos al ritmo de sus frenéticos movimientos sintiendo oleadas de placer vaginal, segregando flujo con cada uno de los latidos del pene que ahora adoraba y que amenazaba con un inminente vendaval de semen proveniente del dilatado orificio del medio del gordo pene. Carlos viéndola en tal estado de frenesí se dejó llevar, diciéndole con voz ronca y la respiración entrecortada:
-“Estoy a punto de explotar, toma mi leche divina…”-
Ella al oír esto desabrochó prontamente su blusa blanca ofreciendo sus bellísimos senos y volviendo al violento movimiento masturbatorio replicó:
-“Dámela, dame tu leche, mi rey, báñame con tu semen, soy tu puta, ¡soy tu puta y quiero todo tu semen! ¡¡¡Soy tu puta!!!”.
Un instante después, abría muy grande su boca sin dejar de mirar su objeto de devoción mientras el orgasmo la invadía plenamente. Carlos explotó violentamente con tres grandes lechazos que se dirigieron a la boca abierta de Marta, uno penetró y dos de ellos se estrellaron en sus mejillas, un momento después otra increíble oleada de placer lo invadió y otros tres nuevos lechazos salieron despedidos de su tensa verga hacia los preciosos pechos de Marta que lloraba ahora de placer al observar la gruesa pija eyacular.
Entre llanto y risa Marta tomo la verga con ambas manos e introduciéndola todo lo posible en su boca, recibió el resto de la salvaje eyaculación en su boca, mirando el rostro de Carlos, que con sus ojos aún cerrados intentaba recuperar el aliento.
Momentos después Carlos era testigo de cómo la hermosa directora retiraba la polla completamente limpia de su boca y bebía todo lo que podía del semen residual de su busto, con su cuerpo aún recorrido por espasmos de placer después del descomunal orgasmo. Ambos en silencio, sin decir palabra y mirarse siquiera se vistieron, Carlos dejó la oficina con un gran vacío, no había imaginado este final, aunque fue extremadamente placentero, creyó que seria diferente.
Marta al cabo de un minuto de soledad se encontraba deshecha.