Borracha, excitada y sometida a mi marido
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Estaba muy borracha, excitada y completamente sometida cuando prometí a mi marido, mi amo desde las 23 h. de todas las noches, que llevaría a mi hermana de 20 años, autista profunda, completamente aislada de su entorno a una fiesta con el, su padre y su hermano.
Cuando me estaba liberando de las cuerdas que me ataban las muñecas a los brazos de un sillón, postura en la que había estado dos horas con su polla dentro de mi boca, y mi culo y coño abiertos por grandes separadores por los que fácilmente entraba el aire, tuve la lucidez de explicarle que para mayor seguridad, llevaría a Sara sola y con la cara cubierta, y que esta mascara no podría serle levantada.
Mi amo, mi marido, asintió, mientras me preparaba para dormir, metiéndome en la vagina un retal de tela, áspera, que absorbía toda mi humedad, el extremo de la tela que no pudo introducir, lo coloco entre mis labios vaginales, retorciéndolo. Me acostó de lado, con las piernas juntas y las rodillas dobladas, el rulo de tela saliendo de mi era visible por detrás y su extremo por delante entre las piernas. Me coloco los pechos uno encima del otro, sobre la sabana y los brazos a la espalda. Debía mantener esa postura hasta que me arrancara el tejido y follara mi vagina en seco.
Mi hermana Sara era ajena a todo lo que a su alrededor acontecía. Mi marido me había exhibido delante de ella, incluso yo había sido su mesa durante una cena, delante del televisor mientras el me embadurnaba de mostaza y ketchup. Nada, ninguna reacción por su parte. Pero que ella fuera utilizada como objeto sexual sin su conocimiento ni consentimiento, en una sesión de dominación, me torturaba más de lo soportable.
Por la mañana, después de recibir la orina de mi esposo mientras yo hacia lo propio en la taza, idee una solución. La sesión seria en un hotel. Yo llevaría a Sara hasta la puerta de la habitación ocupada por mi amo, su padre y su hermano, y la dejaría a su merced. Luego la recogería y me ocuparía de ella.
Cuando llego el día de la cita, me corte el pelo, me puse uno de los sencillos vestidos de Sara, sus zapatos bajos y el anillo de casada. Me presente cubierta con una mascara que cubría medio rostro. Llame a la puerta. Allí estaban. Me hicieron pasar, levantaron las faldas y rompieron mis bragas. Yo permanecí inmóvil con la mirada al frente bajo el antifaz, simplemente sujetaba con las dos manos la tela del vestido dejando mi coño al descubierto. Alabaron que la sumisa hubiera sido depilada cuidadosamente por la esposa/esclava, o sea yo.
Mi suegro con su polla fuera la froto contra mi vientre sin desnudarse. Mientras las babas del viejo recorrían mi cara y cuello, tras su lengua, mi cuñado frotaba su verga en mi culo apretándome los pechos, retorciéndolos con ansia, había contemplado mi sumisión con mi marido muchas veces, pero nunca me había tocado. Aprisionando los pezones su pene alcanzo un tamaño descomunal.
Mi marido exhibía mi entrega a menudo, con sus mas allegados y con alguno de sus amigos, pero jamás había consentido en entregarme a ninguno, sin embargo, en aquel momento y sin el saberlo, su padre y su hermano estaban restregando sus pollas por delante y por detrás de su esposa, babeando arriba y abajo y dejando mi piel húmeda y brillante. Yo seguía inalterable. Tumbándome en la cama, con el vestido enrollado en la cintura, los tres me follaron por delante, con las manos en mis tetas, el viejo, o subiéndome las nalgas mi cuñado, clavando las uñas en el momento de su larga corrida, que sentí perfectamente. El viejo tardo tanto que estuve a punto de meterle un dedo en su ajado culo.
Una vez que todos hubieron descargado en mi coño, me pusieron de cuclillas con una copa entre mis piernas, justo bajo la vagina. El semen de los tres empezó a salir y a depositarse lentamente en el fondo de la copa, mientras mis brazos caían a los lados de mi cuerpo y mis pechos volvían a su blancura habitual, borrándose el color rojo fruto de los apretones de seis manos. Ellos bebieron whisky mientras comentaban como sus pollas habían entrado y salido de mi coño, el placer que habían sentido y el que iban a sentir, sin preocuparse de más, ya que ni siquiera tenían que ejercer de amos.
Tras un rato muy largo, el fondo de la copa rezumaba el líquido blanco y espeso que me fue vertido en la boca entreabierta, cubriéndome los labios con una cinta adhesiva. Trague aquel liquido frió mientras era llevada hasta la bañera donde los tres se mearon encima. Allí me quede, helada y maloliente. Volvieron muy divertidos, por su nueva ocurrencia: Un botecito de gel y uno de champú fueron introducidos en mi vagina y mi ano. Me colocaron mas cinta adhesiva desde el monte de venus, uniendo mis labios vaginales, cerrando coño y culo, hasta casi la cintura.
La idea de que yo estuviera cerrada les divertía, mis agujeros estaban llenos y cubiertos. Con la cinta rodearon mis pechos subiéndolos hacia arriba de modo que mis pezones apuntaban al techo y yo los podía chupar. Yo estaba muy excitada, casi se va todo el engaño al traste al sentirme como un paquete, incapaz de quitarme ni un milímetro de esa cinta que me torturaba en boca labios y entrepierna, con dos consoladores que sentía chocar dentro de mi, de modo que mi respiración se aceleraba por momentos.
Volvieron a mearse en mi cara, me rociaron con la ducha helada. Quitaron de forma brutal las cintas adhesivas que me cerraban entera, marcando mi piel de franjas rojas.
El frasquito de la vagina salía junto con la cinta, el del ano estaba tan ajustado que a duras penas pude expulsarlo en cuclillas, sin utilizar las manos mientras ellos me daban sonoras bofetadas llamándome zorra y estúpida puta. Por fin logre hacer salir el champú. Me encularon sin correrse, cosa que hicieron en mi boca, y así con el vestido mojado enrollado en la cintura, sin bragas ni zapatos me echaron al pasillo, abandonándome a mi suerte. Tenían prisa por follar con sus propias esclavas, dijeron.
No volví a mi casa. Trabajo en una carísima agencia de contactos en la que una sesión como ésa, les hubiera costado el sueldo de un año.