Atardecer junto al Mediterráneo
📋 Lecturas: ️
⏰ Tiempo estimado de lectura: min.
Una tarde del verano pasado, como todas las tardes de todos los domingos de verano desde hace muchos años, subí al tren en Plaza Cataluña y me acerqué a la playa nudista de Sant Pol. Busqué mi lugar de siempre, donde ya estaban los mismos vecinos de siempre. Extendí la toalla como siempre y, como siempre, fui a darme un chapuzón en un mar que estaba tan tranquilo como siempre. Como siempre, me adentré en el mar y desde allí, como siempre, di un vistazo a toda la playa. En ese momento reparé que en la zona de rocas, a la que tan solo se puede acceder desde el mar, había dos mulatas preciosas, dos travestís sin duda ninguna, que estaban tumbadas desnudas al sol.
Dando un rodeo, salí del agua junto a ellas y al momento reconocí a Marcela. Me acerqué, me presenté y les pregunté si podía hacerles compañía, a lo que accedieron entre sonrisas. Fui a buscar la toalla, me hice un sitio entre las dos y comenzamos a charlar. La amiga parecía divertida, pero Marcela estaba prodigiosamente empalmada y yo no podía quitar la vista de encima de aquella columna oscura y brillante por el aceite de coco, que apuntaba amenazadora al cielo como un misil de largo alcance. Con aquella visión empecé a tener mucho calor, así que aunque todavía no me había secado, decidí volver a bañarme. Antes de entrar en el agua, me agaché en la orilla para mojarme la cara, cuando oí un silbido a mis espaldas y un piropo dedicado a mi culo. Intenté serenarme un poco nadando en el mar, sin embargo, todos mis esfuerzos fueron en vano, en cuanto llegué nuevamente a mi sitio y me rocé la polla con la toalla, empezó a enderezarse instantáneamente.
Cuando me tumbé entre las dos, vi que la amiga también había decidido unirse al sindicato de erecciones, así que cuando estuvimos los tres juntos sobre nuestras toallas, por un instante se pudo ver nuevamente a las tres torres gemelas alzándose desafiantes junto al mar. Marcela, sin decir palabra, me puso un buen chorro de aceite de coco en la polla, la cogió con las manos y empezó a masajearla con dulzura. La amiga se levantó, situándose delante de mi se arrodilló, de tal forma que su polla oscura, rígida y maciza, entro en mi boca y empezó a moverse follándome sin parar, mientras yo le masajeaba los huevos chorreantes de sudor. Para tener un mejor equilibrio me aferré con las manos a sus nalgas lustrosas y empecé a masajearlas hasta que mis dedos resbalaron hasta la frontera de su culito abierto. Ella cogió mi cabeza y me ayudó, acompañando el movimiento de balanceo. Mientras tanto, Marcela se estiró sobre las toallas y se metió casi toda mi polla en su boca. Succionando con maestría y habilidad, me separó las piernas con su mano, lanzó sobre mis huevos otro chorro de aceite y comenzó a masajearlos en círculos que se fueron ampliando. Su mano llegó hasta mi ano, empapado de aceite y sudor, y deslizó uno de sus dedos, que se coló dentro sin esfuerzo. Metió un dedo y después otro hasta que tuve tres entrando y saliendo de mi culo.
El sol se estaba poniendo sobre el mar, sin embargo aún calentaba. Estaba a punto de correrme y tenía un calor insoportable. El sudor de la amiga de Marcela, se deslizaba por su vientre, empapaba su vello púbico y caía sobre mi cara en gruesas gotas. El aroma de aquella polla mulata, bañada en su propio sudor y mi saliva, deslizándose entre mis labios y sobre mi lengua, golpeando el paladar rítmicamente, era embriagador. Marcela se incorporó, me levantó las piernas que quedaron atrapadas bajo los brazos de su amiga. Apoyó el inicio de su desmesurado pollón contra mi ano y presionó con suavidad. Su verga, dura, ardiente y rígida como una viga de acero al rojo comenzó a abrirse paso dentro de mí. Por un momento sentí un dolor y un escozor indescriptibles mientras mi cuerpo se abría, desgarrándose, dejándose penetrar. Pero, el dolor fue momentáneo, en seguida sentí una oleada de placer celestial cuando pude notar como su tranca inexorable entraba una y otra vez en mis entrañas y sus huevos golpeaban contra mi culo.
Ensartado por la boca y el culo, notaba como la polla de Marcela penetraba profundamente en mi interior mientras me asfixiaba de placer tragándome la polla de su amiga. Todo lo que podía ver si levantaba la vista eran un par de enormes pechos siliconados, bañados de transpiración, lanzando sobre mi cara una lluvia de sudor. Tenía la sensación de que con la fuerza con la que embestía, y el tamaño descomunal de su tranca, en cualquier momento podría partirme en dos. Mi polla, sin ninguna ayuda, también estaba a punto de explotar, sentía como si estuviese reteniendo la lava de un volcán a punto de estallar. No obstante, no quería correrme tan rápido, así que aparté con suavidad a la amiga. Me incorporé, puse a Marcela a cuatro patas, tomé el bote de aceite de coco y empecé a jugar con su ano para preparar la introducción de mi polla. Ella tomó su propia verga dura como el acero y empapada en el aceite que se deslizaba desde su culo y empezó a acariciársela. Era un visión divina, delante de mí, sobre sus piernas musculadas, sus nalgas, dos órbitas perfectas de piel morena, entre ellas se podía ver su ano, abierto de par en par, y debajo, tras unos huevazos inmensos que formaban una esfera oscura, la mano de Marcela deslizándose a lo largo de su columna de brillante azabache. Me apoyé en su culo, y después de un par de intentos conseguí que se deslizará dentro sin esfuerzo y empecé a arremeter con pasión.
La amiga, que había seguido mi movimiento, se situó detrás de mí y a su vez empezó a embestirme a mí. Al sentir que me volvían a encular, sin poder contenerme, me corrí dentro del culo de Marcela. Y cuando aún no había acabado de salir toda mi leche, la amiga se corrió dentro de mi culo. Marcela al oír nuestros gemidos, también descargó su semen sobre las toallas. En su orgasmo, pude sentir los espasmos de su ano sobre mi polla, exprimiendo los últimos restos de placer de mi cuerpo. Estuvimos aún unos minutos unidos los tres, sin decir una palabra, mientras nuestras pollas se deshinchaban dentro de los otros. Después nos dimos un baño, nos vestimos y fuimos a cenar a la terraza de un restaurante de Caldetes. Aquella noche decidimos pasarla los tres juntos en el Hotel Colón.