Andaba traviesa y revoloteaba alrededor de la entrepierna de Sergio

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Rica cena, ricos mojitos y rica compañía. No se podía pedir más. Como mucho, continuar disfrutando de otros sabores deliciosos y más íntimos. En el bus de camino a casa, yo andaba traviesa y revoloteaba alrededor de la entrepierna de Sergio, quien, más vergonzoso de lo habitual, me apartaba la mano con una sonrisa. Me excitaba saber que aquello crecía al contacto con mis toqueteos y sabía que, llegado un momento, podría más el deseo que las vergüenzas.

En el portal de su casa tuvimos el primer asalto. Ni nos dimos cuenta de que las cámaras de seguridad de su edificio grababan nuestros magreos impacientes. Le agarré la polla sin tapujos, mientras él metía su mano bajo mi vestido. La llegada del ascensor nos devolvió a la realidad. Nos calmamos un poco.

Llegamos a casa y fui directa al baño. Cuando regresé a la habitación, él ya estaba bajo las sábanas, desnudo. Me desvestí frente a él, quien apenas parpadeó. Sentir su mirada lasciva sobre mi cuerpo me empezó a poner cachonda.

Me eché a su lado y me arropé también. Se giró para abrazarme y pude notar su pene casi taladrándome. Adecué mi cuerpo al suyo de manera que pudiera sentirlo sobre mi clítoris cada vez más sensible. Rodeé su cintura con mi cuerpo y aproximé mi sexo al suyo. Me balanceé sobre su erección, que hacía amago de entrar hasta las profundidades de mi ser. Su miembro se deslizaba por mis labios íntimos casi sin esfuerzo, pues a esas alturas estaba empapada.

Estaba tan excitada que vaticinaba que me correría en breve, pero yo quería seguir jugando. Le insté a ponerse encima de mí y a colocar su verga a la altura de mis pechos. Los embadurné de aceite y comencé a masajearle la polla con ellos. Él se movía despacio sobre mí, sintiendo la fricción.

Mis tetas tenían acorralado a su pene, que se resbalaba entre ellos hasta aterrizar en mi boca, ansiosa y juguetona. Mis labios rodearon su glande y sus embestidas cada vez se hacían más impetuosas. Continuó moviéndose cada vez más duro hasta que percibí un chorro de semen sobre mi lengua. Esperé un poco antes de separar mis labios de su miembro. Quería que me lo echara todo.

Me lavé la boca en el baño y volví a la cama junto a él. Le besé. Mis pezones estaban erectos y mi vagina aún supermojada, tal y como reflejaban las sábanas. Sergio acarició y lamió mis senos y, posteriormente, bajó hasta mi sexo. Ahí se hundió un rato hasta regalarme un fuerte orgasmo que me dejó paralizada unos segundos. De ese orgasmo, no sólo mis sentidos fueron testigo, sino también, muy probablemente, los vecinos.

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