¿a qué edad tuvisteis vuestra primera novia?
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Debo reconocer con cierta vergüenza que, aunque siempre tuve una gran curiosidad hacia el cuerpo femenino, lo cierto es que no tuve mi primera novia hasta el primer año de bachillerato. Y aunque es una relación que recuerdo con muchísimo cariño (ella fue mi primer gran amor), debo reconocer que nuestra juventud e inexperiencia nos hizo sufrir más calentones de lo aconsejable.
Mi primera novia era un cielo. Aunque nos conocíamos de vista, realmente empezamos a gustarnos durante una de las excursiones que hicimos a principios de curso. A partir de entonces empezamos a quedar, al principio de forma muy inocente: un cine, un café (siempre he odiado el café, pero por aquel entonces tomarlo hacía sentir más adulto, cosas de la edad) y, finalmente, un beso tímido. Y luego otro más arrojado. Y luego otro más, largo, torpe, intenso. Y finalmente llegar a casa lleno de alegría y con la erección más grande que jamás haya experimentado.
No sé si influida por las películas románticas o por el párroco de su barrio, mi nueva novia me dejó muy claro que quería llegar virgen al matrimonio. Y yo acepté, claro, porque realmente estaba muy enamorado de ella. No obstante, lo que yo no sabía es que una cosa es lo que dice el corazón y otra muy distinta lo que te dice la entrepierna.
Reconozco que las primeras semanas fueron bastante bien, con muchos besos y algunas tímidas caricias que nunca llegaron demasiado lejos. Yo solía acariciar sus pechos desnudos y saborear aquellos terrones de azúcar morena que eran sus pezones, tras lo cual nos abrazábamos con fuerza y, como guiados por un hechizo o un instinto que nos robara toda voluntad, rozábamos nuestros cuerpos a medios desnudar, mientras recorríamos nuestros cuerpos con nuestras manos ávidas de carne y soltábamos algunos gemidos entrecortados. Al final, uno de los dos paraba antes de que la situación se nos fuera de la manos. Éramos increíblemente tontos, pero a ambos nos parecía que hacíamos lo correcto.
Una tarde, aprovechando que sus padres habían salido a cenar, acudí a su casa. Llevábamos casi tres meses viéndonos, y ambos estábamos increíblemente excitados. Antes de conocernos no habíamos tenido muchos estímulos, pero ahora que empezamos a saborear nuestros cuerpos y los placeres que escondían, nos mirábamos como bestias en celo. En teoría íbamos a ver una película, pero cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos abrazándonos como de costumbre, sintiendo el roce de nuestros cuerpos, yo totalmente desnudo y ella solamente cubierta por sus braguitas (verdes y con lunares rojos, imposibles de olvidar).
Su cuerpo me volvía loco, y no podía dejar de apretarla contra mí, de besar su cuello y su mejilla, de buscar su boca con mi lengua, mientras que ella me acariciaba la cabeza y la espalda con cariño, bajando hasta mis nalgas y apretándolas con fuerza. Mi pene estaba increíblemente erecto y presionaba contra su cuerpo, y podía sentir cómo su desnudez se deslizaba contra la mía, tan solo separados por la fina tela de su ropa interior.
Yo me había masturbado muchas veces, pero nunca antes había sentido aquella sensación. El calor de otro cuerpo, su boca arrojándome besos, el olor de su sexo que empezaba a humedecerse, el placer infinito que precede a la eyaculación… Sus piernas se arremolinaron entorno a mis caderas, y mi cuerpo seguía moviéndose con una cadencia alocada que yo acompañaba con gemidos. A ratos sentía vergüenza por dejar ver lo excitadísimo que estaba, pero en otros momentos capturaba su mirada cómplice ante mis gritos, y no podía parar. Esta vez, ella tampoco me pidió que me detuviera.
Finalmente, mientras ambos nos movíamos, sentí como algo estallaba dentro de mí y una cálida humedad subió por mi entrepierna hasta desparramarse sobre ella. Creí que me moría fruto de la vergüenza y el éxtasis, y durante un minuto fui incapaz de tan siquiera respirar. Ella se separó delicadamente de mí y miró con más curiosidad que disgusto mi leche sobre su barriga. La tocó con el dedo índice y se sorprendió ante lo compacta que era, diciéndome solamente: ?Se siente caliente?. Yo moví la cabeza sin saber qué decirle, y ella me abrazó y sentí como la leche pringaba también mi cuerpo: ?¿Lo sientes??, se limitó a preguntarme. Y yo volví a asentir, sin saber qué decir.
Después de que nos ducháramos, me confesó que se había sentido muy excitada y que quería que siguiéramos explorando aquello. Por supuesto, quería seguir llegando virgen al matrimonio, pero con el paso del tiempo fuimos descubriendo otras maneras de saciar nuestras pasiones.
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